Conclusión de la historia en dos partes iniciada en “Las mejores mamadas son en familia”.

VERANO DEL 88
¡A ver cómo te lo explico! Mi estancia en el internado había concluido y estaba de vuelta en el pueblo por siempre jamás. Debido al revuelo que se armó en su momento con lo de “el acontecimiento terrible”, mis paisanos eran bastante reacios a relacionarse conmigo y me sentía la oveja negra que iba con el paso cambiado.
Así que aquel fin de semana, llamé a mi primo Francisco y vino a recogerme para que pasara la noche en su casa. Lo que sucedió a continuación, me dejo patidifuso y ojiplatico. Mi primo me pidió “jugar a los médicos”. Tras tomarle la temperatura y comprobar que no tenía “fiebre”, Francisco se seguía encontrando “malito” por lo que estaba claro que había que seguir realizándole más pruebas y analizar los síntomas, hasta dar con el diagnóstico adecuado.
Clavé de nuevo la mirada en el enorme rabo de mi primo y este seguía tieso como un poste. Por el contrario, la recién echada corrida me había dejado con pocas ganas de seguir jugando. Me relamí las gotas de semen que resbalaba por la comisura de mis labios, lo observé de nuevo detenidamente y llegué a una conclusión: el adolescente de veinte años que tenía ante mí no estaba bueno un poquito, ¡estaba a reventar de rico!
Aunque su rostro no poseía una belleza helénica, transmitía una bondad y nobleza poco común. Su cuerpo, a pesar de la musculatura ganada, seguía recordando al niño regordete de antaño. Esto no le restaba atractivo, sino que ese aire de patito feo convertido en cisne lo hacía más apetecible aún.

Luego estaba su polla, una especie de hibrido de los miembros viriles de su familia. Era gorda, con unas venas marcadas como la de su padre pero tan larga como la de sus hermanos. ¡Qué sino fuera mi primo, le ponía un piso!
Sumido como estaba en el placer de recrearme con la visión de Francisco,(tengo que reconocer que desde chiquito he sido un poquito voyeur) mi polla, contrariando a mi cansado cerebro, volvió a pedir guerra y se puso mirando al techo.
—¿Qué me dices Pepe? ¿Te apetece seguir jugando?
—Sí, pero ahora el enfermito seré yo— Contesté tomando la iniciativa.
—No me importa, pero ya sabes… ¡Hay dos formas de tomar la temperatura!
Me parecía increíble la naturalidad con la que actuaba Francisco y es que, desde pequeño, ante mí siempre había dejado sus complejos a un lado y se había comportado como realmente era. Y en aquel momento, su nobleza estaba demoliendo de golpe y porrazo todo mi descaro.
Sin decir palabra, me desprendí de toda la ropa que llevaba, dejando ante los ojos de mi primo un delgado pero vigoroso cuerpo, carente de enormes músculos pero donde la fragilidad no asomaba por ningún lado.
Me coloqué de rodillas sobre la cama y adopté lo que vulgarmente se llama la postura del perrito. Mi acompañante al ver mi pompis mostrarse de aquel provocativo modo, se puso tras de mí y con el mismo tono bromista que llevábamos desde que empezamos con el susodicho “juego de los médicos” me dijo:
—Veamos si ese culito tiene fiebre, o no.

Se agachó y sin titubear apoyó sus manos sobre mis glúteos y tras unos segundos, (Supuse que estaría deleitándose con lo que se disponía a comerse) pegó un lengüetazo sobre el surco que llevaba a mi agujero. Por su proceder, se intuía que tenía bastante experiencia en lo que hacía.
Los preámbulos dieron paso a un apasionado beso negro. Como sospechaba, Francisquito había practicado mucho y, aunque a Raimundo era de los que le gustaba un ojete calentito más que a un tonto un lápiz, solamente sus hermanos mayores me lo habían sabido comer de una manera tan deliciosa.
Aunque la duda me asaltaba, era tan escandalosamente bueno con su lengua que lo que menos me preocupaba en aquel momento con quién demonios lo había hecho antes (Ya tendría tiempo de cotillear al respecto).
Comenzó estimulando mi ano con la punta de la lengua y a la vez que empapaba mi ojete con su caliente saliva, con las manos apartaba mis glúteos en pos de ver el pequeño orificio en todo su esplendor. De vez en cuando paraba e intentaba introducir un dedo en él. Era sentir sobre mi piel, sus rudos dedos y mi cuerpo vibraba de placer. Nunca hubiera sospechado esa maestría y buen hacer en un tipo tan poco delicado como mi primo. Bueno, ya puestos, tampoco hubiera imaginado que la madre naturaleza lo hubiera bendecido con un miembro viril tan esplendoroso.
Hubo un momento en que hundió su nariz entre la raja de mis nalgas. La sensación de sentir como aspiraba mi olor, me puso los vellos de punta. Hundió una mano en mi abdomen y levantó levemente mi cuerpo.
Con su apéndice nasal incrustado en mi ano, a mí la única salida que me quedaba era relajarme y disfrutar. Mi compañero de tropelías de la infancia estaba siendo un muy buen amante. Lo cual me tenía completamente estupefacto y con los sentidos a flor de piel.

Tras unos intensos minutos en los que mi cuerpo parecía que iba a estallar de placer del mismo modo que lo hace un petardo navideño, Francisco cesó en su cometido.
Lo que hizo a continuación, por si albergaba la más mínima duda, me dejó claro que mi primo había toreado ya en plazas como aquella. Pues se puso a juguetear con los dedos en mi ano, de un modo, cuanto menos, placentero y morboso.
Una vez el primer dedo se acomodó dentro de las estrechas paredes, un segundo dedo pasó a hacerle compañía. Al principio me dolió un poco… ¡Pero qué gustirrinín me dio, madre mía!
—Pues tiene usted bastante fiebre, no va a haber más remedio que ponerle un supositorio.
Me volví para ver la cara de mi primo su gesto era tan serio como el de un matasanos… ¡El muy cabrón estaba tan metido en su papel que parecía disfrutar con aquella farsa!
—Pues supositorios no tenemos. –Continué con su particular comedía.
—¿No? ¿Y esto que es? — Dijo cogiendo su polla con una mano en un ordinario gesto, dejando patente con ello su evidente virilidad.
—¿Eso? — Una falsa arrogancia se reflejaba en mi rostro a la vez que señalaba con un dedo su polla—En mi pueblo eso es una inyección. ¡Y de las grandes!
A pesar de que Francisco evitaba reírse, por aquello de dar más credibilidad al pequeño teatrillo que se estaba montando, no pudo reprimir una tímida sonrisa bajo el labio… Para terminar preguntado con cierta perplejidad.

-¿Tú crees que es una inyección?
-Hombre, no es la del Genaro pero tampoco es tamaño caña de lomo. Yo la pondría en la categoría chorizo de pueblo. —Acompañé mis palabras con abundante gesticulación, intentando dejar claro la diferencia entre los distintos tamaños.
Me observó detenidamente sin decir nada. Se acercó y me dio un fugaz beso en los labios. Tras la tímida muestra de cariño, mi primo se desprendió por completo de toda su indumentaria, mostrando ante mis ojos unos de los cuerpos más hermosos que había visto hasta aquel momento. ¡Pero que requeté buenísimo estaba el jodido!
Estuve tentado de preguntarle por mi primo Francisquito, para evidenciar la enorme transformación que había sufrido. No obstante, como sabía la cantidad de complejos que había encerrado durante toda su adolescencia, preferí dejar esa puerta cerrada y no llamar a demonios que no habían sido invitados.
Sentado en la cama observé como atravesó la pequeña habitación y abrió un cajón de la cómoda. Buscó lo que parecía un doble fondo en el cajón y sacó (¡Oh sorpresa!) un bote de lubricante y lo que parecía una caja de preservativos. ¡Cuánto sabía mi primo Francisquito! Demasiado, diría yo. Pese a que lo que estaba sucediendo no me desagradaba en absoluto, me olía a encerrona por los cuatro costados.
«Estaba claro que por mucho que estudie, mi primo siempre me da veinte vueltas en todo» —Pensé mientras dejaba que una sonrisa de satisfacción se pintara en mi rostro.
A pesar de su azoramiento inicial, entendible hasta cierto punto, mi primo parecía bastante experimentado en el sexo con hombres (la comida de culo que me había pegado era buena prueba de ello). Por lo cual pensé que traerme a su casa, no había tenido otra motivación que “jugar conmigo a los médicos”. Circunstancia ante la cual yo no es que no objetara nada, ¡es que estaba encantado de la vida!

Me vino a la cabeza la idea de que Francisco, al igual que sus hermanos gemelos, era un homosexual en potencia. Los pretextos por los cuales ellos se sentían diferentes a mí los desconocía; hoy, con la sabiduría que nos regala el tiempo, sé que tenía mucho que ver con el hecho de ser sinceros con uno mismo y aceptarse ante el mundo tal como cada uno es. Algo que, ni mis primos gemelos, que habían contraído el sagrado sacramento del matrimonio, ni su hermano menor, parecían tener en sus prioridades básicas.
Por una cosa o por otra, de cuatro miembros masculinos de la familia, tres habían demostrado no hacerle asco a mi culo y a mi boca. En aquel momento pensé mordazmente que si mi tío, tal como yo sospechaba, no estaba limpio de polvo y paja, llegué a la conclusión de que en aquella casa una mujer y un florero servían para lo mismo: un objeto decorativo puro y duro.
Sin querer, me vino la imagen de mi tía Enriqueta y la pobre mujer me dio un poco de pena. Egoístamente aparté aquel profundo pensamiento de mi mente y puse todos mis sentidos en disfrutar del momento, ¡y vaya qué momento!
Ver que mi primo abría un preservativo con bastante familiaridad, me inquietó y tranquilizó de igual manera. Me inquietó pues no era el inexperto jovencito que creí, por lo cual comencé a pensar que no había sido muy buena idea tragarme su corrida y me tranquilizó porque, a diferencia de otros bestias con los que me había encontrado, parecía que si le daba importancia a lo de tomar precauciones.
La visión de Francisco poniéndose el profiláctico, me pareció sumamente sensual. Ahora sí que su pollón parecía un embutido de todas, todas…

—¿Cómo me debo colocar, doctor? —Pregunté entrando de lleno en su morboso juego.
—En principio, tal como está… Si de esa manera no es posible la introducción de todo el medicamento. Probaremos en otras posiciones.
Siguiendo la prescripción de mi doctor particular, adopté la postura del perrito. Lo cierto y verdad, es que la posición no podía ser más representativa de cómo me sentía. Estaba ansioso y temeroso a la vez, ante el hecho de ser atravesado por el chorizo de Francisco. Está claro que Raimundo cuando me folló demostró que la gruta del final de mi espalda podía albergar grandes bestias, pero aun así el enorme mástil que se disponía a atravesar su entrada, me causaba bastante respeto.
Tras untarme el culo con el gel lubricante, mi primo volvió a introducir sus dos dedos; al comprobar que aquello era factible dijo:
—Comenzaremos de este modo. Pero a la vez que el tratamiento vaya siendo más efectivo, iremos cambiando la posición de la toma para que usted tenga una mejor recuperación.
Continuando con el pequeño teatro que nos habíamos montado, Francisco colocó su gordo cipote a la entrada de mi culo. Al ritmo de pequeñas oscilaciones de caderas, sentí como entraba poco a poco en mí. El dominio que mi primo tenia de su polla era más de lo que podía imaginarme y aunque ponía sumo mimo en cada uno de sus movimientos, la potencia que imprimía en ellos propiciaba que su verga atravesara mis esfínteres, poco a poco, en todo su explendor.
De con quien follaba mi primo, no tenía ni zorra pero lo que si tenía claro es que lo hacía con bastante asiduidad. Su buen hacer, no era de una vez ni de dos… sino de muchas.

Una vez su pollón se acomodó en mi interior, se puso a mover las caderas con un esmero y dedicación que ya quisieran para sí algunos de mis amantes anteriores. Este primo mío era mejor que sus hermanos de lejos. ¡Y lo morboso que era el cabrón…! Tanto más porción de su chorizo me metía, más fuerte empujaba… Como si se hubiera empeñado en meterme hasta los huevos.
Alargué mi mano hasta mi perineo y efectivamente, como yo pensaba, sus huevos hacían de tope en aquella increíble cabalgada.
Los acaricié concienzudamente. ¡Qué dos buenas bolas tenía Francisco! Estuve a punto de decirle una obscenidad de las que a mí me gustan, pero por temor a romper la inocente magia del momento me callé.
La precisión con la que mi primo sacaba y metía su cipote en mi culo era impresionante. No solo sabía cómo empujar para meterla hasta el fondo, era un genio manejando los tiempos para que sus movimientos no fueran ni demasiado frenéticos, ni demasiado lentos. El paso de aquel torpedo, estimulaba mis esfínteres de una manera que desconocía que se pudiera hacer. Era tanto el placer que me estaba regalando, que de mi pene empezó a emanar unas gotas de líquido pre seminal.
Ni que decir tiene que el primer polvo con mi querido primo, estaba siendo el mejor de mi vida. Tuve la sensación de que todo el sexo que había tenido hasta aquel momento era la portada de un libro que, por la manera que se me presentaba el primer capítulo, obligatoriamente tenía que leer hasta el final.
De manera contundente el rabo de mi primo salía y entraba de mí y tanto más me follaba, más se dilataba mi agujero. Era como si una espada me atravesara las entrañas, no sé por qué pero los recuerdos de mi infancia me visitaron de nuevo y no pude evitar decirle:
—¡Doctor usted no me está curando me está haciendo el harakiri!
Una sorda risa escapó de la boca de mi primo y a continuación paró su pelvis en seco.

—Parece que este tratamiento no está siendo efectivo, así que me veré obligado a aplicarle otro. —Pese a que intentaba transmitir toda la seriedad de un profesional, su voz estaba acompañada por una descompasada respiración que intentaba recuperar su ritmo normal, por lo cual no sonó nada creíble.
Acto seguido se sentó en la cama y me invitó, con un sensual gesto, a que me colocara sobre él. Me toqué el culo, lo tenía más abierto y dilatado que nunca. Tanto, que dos de mis dedos se introdujeron en su interior con una pasmosa facilidad.
Me acomodé sobre Francisco a horcajadas, su verga se acopló en mi interior como si ya formara parte de mi cuerpo. Cabalgué sobre aquella vigorosa montura, primero muy despacio, poniendo sumo cuidado de que no se saliera, para terminar haciéndolo de forma frenética. Por momentos tuve la sensación de que aquella polla estaba soldada a mi culo.
« ¡Cuánto sabe mi primo Francisquito! ¡Qué bien folla mi primo Francisquito!», me dije mientras dejaba que aquel tronco de músculos y sangre me taladrara cada vez más.
Tantas ganas le pusimos que, en breve, terminamos corriéndonos como a nadie le importa. Yo sobre su barriga y él, tras sacarla de mi caliente orificio, en uno de los cachetes de mi culo.
Culminamos el momento como lo empezamos: haciéndonos el boca a boca. Sentir como su lengua se enlazaba con la mía fue la guinda del pastel para un momento que quedaría como grabado en piedra en mi memoria. Nos abrazamos tiernamente, no sé si lo que acabábamos de hacer se llamaba amor o no pero estaba claro que el cariño había tenido mucho que ver en ello.
Por más insólito que pudiera parecer ningún sentimiento de culpa rondaba a nuestro alrededor. En mi caso era obvio, desde el encuentro con mis primos estaba aprendiendo a vivir con lo bueno y lo malo que aportaban a mi vida mi identidad sexual. En lo referente a Francisco, creo que la coexistencia con sus dos hermanos le habían hecho aceptar la sexualidad como algo natural, eso sí guardada bajo llave y con siete candados para que nadie lo supiera.
Tras recuperar las fuerzas nos vestimos, ordené mis pensamientos para poder preguntar a mi primo sobre sus esqueletos en el armario, pero la llegada a la casa de las mujeres de la familia interrumpió una conversación que quedó postergada durante un buen tiempo.
FIN

2 comentarios sobre “¡Qué bien folla mi primo Francisquito!”