A falta de pan buenas son calabazas

15 de agosto del 2010 (Después de cenar).

1                                                  ******German******

No da crédito a lo que acaba de ocurrir. Ni llevan tanto alcohol, ni tienen tanta confianza con los sevillanos para la confesión que ambos les acaban de hacer.  Sin ningún pudor les han contado  que son amantes. Como si no fuera suficiente descaro   el de aquella confidencia.  Roxelio les ha dicho, con total desparpajo, que su padre conocía de sus encuentros sexuales y que los permitía.

No le preocupa demasiado ni su discreción, ni la opinión que se puedan llevar de ellos. Solo permanecerán dos días en Combarro y, seguramente, nunca más a volver a ver a esos dos tíos. El plan  de su hermano no es otro que follar como descosidos el tiempo que permanezcan en su casa.  La cosa no ha comenzado mal, después de mucho tiempo se ha follado un culo ¡Y qué culo!

Hace tiempo que no se sentía tan satisfecho después de echar un polvo  con un desconocido. No cambia el sexo con Roxelio por nada, pero de vez en cuando una variación se agradece. Sobre todo en lo que a los roles sexuales se refiere. Disfruta bastante haciendo de pasivo, sin embargo agradecería que el ojete  de su hermano, al menos una  vez, dejara de ser fruta prohibida para él.

La forma tan procaz que ha tenido su hermano de desvelar su vida íntima ante ellos, ha despertado su suspicacia. Su hermano no es de enseñar sus cartas hasta el final de la partida. Sospecha que si está siendo tan franco es porque tiene   organizado algo más para JJ y Mariano. Confía en que la cosa no se desmadre  y no pierdan demasiados los papeles. No le gustaría tener que arrepentirse de haber accedido a la visita de los dos sevillanos.

La timidez ha sido una constante en su vida y es poco dado a entablar amistades con facilidad. Por lo que está sorprendido por cómo se ha abierto ante aquellos dos hombres.  En un principio parecen dos personas normales y corrientes. Tendrán sus depravaciones como todo el mundo, pero al igual que Roxelio y él, da la sensación de que las tienen atadas en cortos.

Otra cosa que les agrada de ellos un montón es su masculinidad. A pesar de que tienen asumida su homosexualidad con bastante naturalidad, a diferencia de algunos tíos con los que follaba en la sauna, no son un saco de plumas cada vez que hablan o se mueven. Es más, a pesar de lo moderno que son vistiendo, hacen gala de una virilidad natural. Por lo que tiene la tranquilidad de que no despertaran ninguna suspicacia entre los vecinos del pueblo.

El artífice de todo aquel encuentro ha sido JJ. Él fue  quien entabló la amistad virtual con su hermano en una web de contactos sados y después de meses pajeándose ante la pantalla del ordenador, decidieron pasar a la acción del mundo real. Por lo que le ha contado Roxelio, Mariano es ajeno  por completo  a todo aquello  y le ha contado la trola de  que los conoce del trabajo. Algo que, con todo lo sucedido, no se sostiene de ninguna manera.

A cualquiera le parecería disparatado que un hombre maduro pudiera ser tan inocente y manipulable como lo es el más joven de los sevillanos.  Sin embargo, él que convive con alguien capaz de mangonear al más pintado, no le extraña en absoluto. Al contrario, no puede evitar empatizar con él.

Es tan consecuente con su situación que es de la firme convicción que si su hermano mayor no se hubiera visto en la necesidad de contarle lo de la visita de los sevillanos, no se habría enterado de nada.

Roxelio es mucho de presumir de ser un espíritu libre y no importarle para nada lo que los demás opinen de sus actos. Sin embargo, no es más que otra de las mentiras que se cuenta para sentirse menos atados a los convencionalismos en los que vive inmerso, necesita la aprobación de la gente que quiere. En especial de su hermano. De su amante.

Aun así, como el buen embaucador que ha sido siempre,  se las apañó para influenciar su respuesta. En un primer lugar le enumeró todas y cada una de  las ventajas sexuales que supondría  traer a aquellos dos desconocidos a su casa. Sin embargo, al ver que seguía en sus treces y seguía poniéndole reparos, le contó que ambos poseían un buen físico y eran versátiles.

Hacía tanto tiempo que no enculaba a nadie, que simplemente vislumbrar la idea de poder hacerlo, dio como resultado una respuesta afirmativa por su parte. Consiguió engatusarlo  de tal manera que acabó estando  ansioso porque llegará el día que los sevillanos arribaran en Combarro.   

Ignora si esa habilidad  que tiene de dirigir sus pensamientos existe porque es mayor que él dos años, o, si dado el carácter fuerte de Roxelio,  esa capacidad de manipulación  persistiría de no existir la diferencia de edad.

De lo que no tiene  duda alguna es de la lealtad de   su hermano. De no tenerlo a su lado para encausar su vida de la forma que lo ha hecho, no sería tan dichoso. No puede imaginar una vida en la que no tenga presente todo la complicidad  y el amor que comparte con él.

Gracias a su apoyo,   aunque no han salido del armario de cara a sus conocidos, ha sabido asimilar su homosexualidad. No obstante tiene que reconocer que todo el mérito no ha sido de Roxelio. En  ese menester contaron con la encomiable ayuda de su padre que, no solo le dio sabios consejos a ambos para que no vivieran pensando en el qué dirán, sino que buscaran su propio camino para no terminar siendo unos desgraciados.  

Mientras le dice a Mariano que él tomara un café solo, no puede evitar que su mente retroceda al momento en que comenzó todo. Cuando eran muchos más jóvenes, más inocentes y el sexo era un acantilado  peligroso que te incitaba a que te sumergieras en él sin pensar en las consecuencias.

Mayo de 1984

2                                                  ******German y Rogelio******

La adolescencia suele ser para muchos la edad de los conflictos. La etapa  donde los menores de veinte  se esfuerzan por dejar de ser unos críos, sin asimilar que todavía están preparado para la vida adulta. Es el lugar en el tiempo donde los jóvenes de cualquier estamento social intentan buscar su sitio en el mundo, sin caer en la cuenta que ya llevan más de una década en él.

Es la época que más huella deja normalmente en la personalidad  y las decisiones que se toman en este periodo suelen ser transcendentales. En estos años es habitual decidir los estudios que se van a emprender o no, se asientan  convicciones religiosas o se dejan a un lado, las hormonas hacen que se enfrenten los primeros deseos sexuales y las personas con la que queremos compartirlo.

Es la fase  de la vida donde  la crueldad de unos pocos puede llegar a  marcar a algunos para siempre. Pues unos cánones de popularidad no escritos gobiernan la aceptación o no de un grupo. Una manada que se deja llevar por los dislates  y caprichos de unos líderes que ni  son los más listos, ni los más fuertes, pero que han podido convencer al resto de miembros de que lo son.  

Para  German la adolescencia supuso tener que afrontar un montón de cambios de la noche a la mañana. Por decisión de su padre y de su hermano, para que no fuera un analfabeto como ellos, tuvo que ir a estudiar al instituto de Poio a unos pocos kilómetros de su villa. Un entorno desconocido que termino siendo hostil, pues  todo el alumnado era propicio a sacar conclusiones apresuradas  para juzgarlo.

Nimiedades como que su acento era  bastante más cerrado que el  ellos o que su padre era un humilde pescador, fueron las primeras etiquetas que le pusieron. Dejando claro que desde un primer momento buscaron las particularidades que lo separaban, en lugar de las que los unía.

En poco tiempo, aquel alumnado estirado y clasista como él solo, le dio de lado con lo que su complejo de isla que no quería visitar nadie fue en aumento. Por si aquel ninguneo no fuera suficiente, cuando los profesores no estaban presentes,  dejaron de dirigirse a él por su nombre y usaban el apodo despectivo del Cateto.  Lo que dio como resultado que cada hora que pasaba dentro de aquel Instituto se convirtieran para él en sesenta minutos eternos.

Como la maldad del ser humano no tiene unidad de medida y no hay nada que haga sentir mejor a los mezquinos que saber que un prójimo es infeliz, les bastó averiguar su situación personal para meter el dedo en la llaga hasta hacer sangre.

Descubrir  que German  se   había criado sin madre y que su padre pasaba largos periodos en alta mar, fue suficiente acicate para que el grupo de populares del centro de estudios considerara que no era digno de respirar el mismo aire que ellos.

Una desgracia particular  que el joven combarres tenía asimilada con total naturalidad, hasta que sus compañeros de Instituto se encargaron de recordarle lo poco habitual que era.  Del modo más despiadado, buscaban cualquier excusa, para jactarse de lo estupendo que era tener una familia completa.

Curiosamente en su pueblo nunca había tenido la sensación de que le faltara algo por no tener a sus dos progenitores. Su tía Gabriela había cumplido perfectamente el papel de madre y se había encargado de cuidar la casa, de él y de su hermano cuando su padre estaba de pesca en los caladeros. Por lo que nunca había echado de menos, ni el cariño paterno, ni el materno.

Debido a la tragedia que supuso la muerte de su madre cuando Roxelio y él  eran muy pequeños, siempre se había sentido arropado por la gente del pueblo. Unos buenos vecinos  que, en mayor o menor medida, le brindaban su cariño sin dejar nuca ver  que se compadecían de su situación.

A todos aquellos pormenores que los estudiantes veían en él para convertirlo en persona non grata,  se le añadía su enorme timidez para entablar amistad con la gente. Por lo que no  era raro que todos lo consideraran una especie de verso suelto, un rarito  con el que nadie confraternizaba  y al que todos, de un modo u otro, humillaban.

Para que aquel curso se le hiciera todavía más cuesta arriba, surgieron sus primeras dudas sobre sus preferencias sexuales. Aunque veía a las chicas guapas y sabía que más tarde o más temprano se debería buscar una novia, no despertaban su curiosidad sexual. Algo que si lo hacían los cuerpos de sus compañeros.

La primera constancia de aquella atracción prohibida la tuvo en los vestuarios del centro de estudios, después de una clase de deporte. Paulo, un chaval pelirrojo bastante atractivo y al que todos se referían de forma cariñosa como el Colgón, se desnudó por completo  y, en vez de meterse en la ducha, permaneció charlando con sus compañeros.

En lugar de avergonzarse porque todos vieran sus partes íntimas, presumía de ellas  como si fuera una especie de legado familiar del que estar orgulloso. Más de uno, como si su verga fuera una especie de logro personal, se atrevió a bromear con su tamaño y el daño que le podía hacer con ella a su novia. Una chica delgada y de poca altura,  a la que suponían tener un chochito demasiado pequeño para albergar la churra del pelirrojo.

Los comentarios jocosos sobre la polla del muchacho hicieron que, a pesar de su timidez y su eterno ir a lo suyo, desviara por un momento  la mirada  hacia la entrepierna de Paulo. Tiempo suficiente para que viera con  suficiente detalle como su largo y ancho miembro viril oscilaba  de un lado a otro como el péndulo de un reloj.

Aquella arrogante muestra de masculinidad, no le desagradó lo más mínimo y durante unos segundos se quedó absortó contemplándolo. Lo que, aparte de sus dimensiones, llamó más la atención de German fue su ancha cabeza sin circuncidar cubierta por  una piel pálida, sus enormes huevos desafiando la gravedad y un fino vello púbico que rodeaba sus genitales como si fuera una pequeña colonia de hormiguitas rojas.

Apartó la mirada rápidamente, una voz en su cabeza le gritaba que lo que estaba haciendo rozaba la delgada línea del pecado. A continuación, se desnudó y se metió en la ducha sin prestar demasiada atención a lo que sucedía a su alrededor. A pesar de que había sido un breve instante el que había observado la churra de Paulo, su imagen se quedó grabada en su mente como una foto fija.

Aquella noche, en la soledad de su dormitorio. Rememoró lo sucedido en el vestuario y, sin poderlo evitar, imaginó como sería el cipote  del pelirrojo en su esplendor de excitación.   Inexplicablemente para él,  tuvo una erección. Dejándose llevar por sus pensamientos más oscuros, construyó en su mente una escena en la que Paulo reventaba el coño a su novia. Sin poderlo reprimir, se comenzó a tocar.

En el momento en que su cuerpo caminaba estrepitosamente hacia el placer. La frágil muchacha desapareció  de su cabeza y únicamente permanecía  el fornido cuerpo de Paulo. En su libidinosa fantasía el pelirrojo se masturbaba enérgicamente y alcanzaba el orgasmo al mismo tiempo que él, llenándose la pelvis de copiosos trallazos de caliente esperma.

Tras alcanzar el éxtasis, se sintió sucio  y, al tiempo que limpiaba la copiosa corrida de su abdomen, intentaba hacer lo mismo con su consciencia. Sin embargo, no lo consiguió, pues el péndulo que colgaba de la entrepierna de su compañero de Instituto se había convertido en una obsesión para él.

Sin embargo, era tan introvertido  que, después de aquel día,  nunca se atrevió a mirar, ni siquiera disimuladamente al Colgón. Le daba tanto miedo los demonios que albergaba en su interior que, en su empeño de mantenerlos ocultos, ni siquiera buscó el más mínimo acercamiento con Paulo.  Lo último que necesitaba es que después de la tirria que le tenían, le terminaran poniendo el sambenito de marica.

Lo peor fue cuando, el subconsciente le gastaba malas pasadas y sentía como su polla crecía dentro de sus pantalones ante la presencia, ya no solo del pelirrojo, sino de cualquiera  de los chicos más atractivos de la clase. Sobre todo cuando adoptaban poses y gestos de machitos arrogantes. Algo que le excitaba enormemente y, por mucho que  le intentaba encontrar una explicación, no sabía a qué respondía ciertamente.

El sentimiento de culpa que lo embargaba era tremendo. Tenía en su cabeza un ovillo que  no se atrevía a desenredar, porque intuía  que la respuesta que iba a encontrar no le iba a gustar en absoluto.

Sus impulsos hacia  los otros chicos le parecían de lo más sórdidos  y descabellados. Actos prohibidos que eran mal visto por una sociedad en la que anhelaba integrarse. Para más inri, los pocos deseos que sentía hacia el género femenino fueron desapareciendo paulatinamente. Con lo que,  comenzó a salirse del sendero que suponía debía de seguir.

Tanto más intentaba reprimir aquella fijación por los cuerpos masculinos, más obsesiva se volvía. Ya no solo se sentía atraído por Paulo y los demás compañeros  en las clases de gimnasia, llegó un momento que una camiseta ceñida o un pantalón ajustado despertaba su libido de un modo que le resultaba de lo más aterrador.

Lo peor era cuando llegaba a casa. Su hermano Roxelio, cuando su tía Gabriela se marchaba, acostumbraba a andar por casa en ropa interior. Verlo únicamente luciendo una camiseta de tirantas y unos calzoncillos, era todo un espectáculo de lo más morboso.  Una provocación constante que le incomodaba y excitaba por igual.

Roxelio, a pesar de tener solo dos años más que él, poseía unos rasgos de lo más maduros.  Era bastante alto y un físico bastante fornido. Su tórax robusto estaba cubierto por una rizada manta de vello y, tanto sus piernas como sus brazos, lucían una musculatura producto del duro trabajo en la mar y  el campo.

 A ese conjunto de atributos de escandalosa virilidad había que sumarle unos seductores  ojos negros perfilados por unas grandes pestañas, unos labios carnosos, un mentón alargado y unos rasgos bastante agradables a la vista. No era el típico guapo de revistas de adolescentes, pero su porte de macho recio  hacia suspirar a más de una.

Si eso no fuera suficiente para despertar el deseo en German, en su entrepierna se marcaba una abultada protuberancia, sobre la que tela de los apretados  eslips que acostumbraba a ponerse se marcaba como una segunda piel. No había que fijarse demasiado para poder discernir el lado para que calzaba, el tamaño de su rabo, ni el de sus hinchados huevos.

Un   recipiente de testosterona que se convertía en una tentación constante para German. Por más que se lo proponía, no podía evitar deleitarse con la desnudez de su hermano e inevitablemente ponerse cachondo con las fantasías que despertaba en él.   

Si la atracción hacia los chicos del Instituto le parecía una aberración, quedarse mirando el paquete o el culo  de su hermano le resultaba  de lo más nauseabundo. Sin embargo, como un adicto que no puede superar sus vicios, era ver su hermano rondar por la casa en paños menores y su mirada deslizarse hacia su entrepierna.  

Aquel  canto de sirena constante lo atraía como la luz a las polillas y  todo el tiempo que pasaba con su hermano, sentía el martilleo constante de la lujuria en su cabeza. Raro era el día que no tenía que hacerse  una paja  con la libidinosa  inspiración de aquella polla que se le antojaba tan apetecible y tan prohibida al mismo tiempo.   

Era obvio que comenzar a estudiar Bachiller lo había cambiado y para peor. Siempre lo había compartido todo con Roxelio y por primera vez guardaba  secretos para él. No le contó nada al respecto del ninguneo constante y los insultos de los chavales de Poio. Tampoco le confío  los sentimientos y deseos prohibidos que comenzaban a surgir en él. En lo referente al Instituto   para no preocuparlo, en lo referente a su sexualidad por la tremenda vergüenza que le daba confesar la posibilidad de que pudiera haberse vuelto maricón. 

No obstante, que sus labios permanecieran sellados no quería decir que su cuerpo y su actitud  no se encargara de comunicarle a Roxelio todo lo que sucedía en su interior.

Su hermano mayor tenía una enorme devoción por él y al pasar tanto tiempo a su cuidado, a veces hacía las veces de un segundo padre. Como si  su bienestar fuera responsabilidad suya, controlaba todo lo  que hacía y dejaba de hacer. Una sobreprotección tan discreta que German no se percataba de ello lo más mínimo.

Ignoraba el trato de sus compañeros, pero era consecuente con que no le iba todo lo bien. Que durante casi todo  un curso,  a pesar de lo reservado que era, no hubiera hecho ningún comentario de como le iba, era bastante esclarecedor de que no estaba siendo una experiencia agradable. 

Sin embargo,  respetó su decisión de guardarse aquello para sí y no se inmiscuyó para que no pensara que todavía lo consideraba un crío, en lugar del hombre en el que se estaba convirtiendo.

Si no pudo ocultar sus problemas en el Instituto, tampoco pudo hacerlo con  los libidinosos deseos que el sexo masculino había comenzado a despertar en él. Para alguien tan avispado y con un ego tan bien cultivado  como Roxelio, no le fue difícil.  Acostumbrado a estar pendiente  en todo momento quien lo miraba o dejaba de mirar, le  fue fácil dilucidar  que German se fijaba más en él que de lo normal.   A pesar de que el pequeño de la familia  lo intentaba disimular, en más de una ocasión lo  pilló mirándole el paquete.

Aquello, en lugar de molestarle, le pareció de lo más sugerente. Sentirse deseado le daba un tremendo morbo.  La circunstancia de que fuera su hermano, la persona con la que compartía techo, no hizo más que acrecentar esa sensación. Aun así, por lo extraño que resultaba, no tenía claro si era real aquella atracción que había vislumbrado o simplemente se trataba imaginaciones suyas. De lo que estaba seguro es que no pararía hasta descubrirlo. 

Conociéndolo tan bien como lo conocía, sabía que si abordaba el tema de manera directa lo asustaría, negaría la mayor y no podría averiguar lo mucho o lo poco de verdad había en sus sospechas. Por lo que, se concienció de que debía elaborar un plan para que fuera él quien, al verse superado por la realidad, se viera obligado a admitirlo.

Su conclusión fue que indistinto del método que escogiera, debía ser uno que no metiera demasiada presión a su hermano y que la verdad fluyera por si sola. Como tampoco las tenía todas consigo, llegó a la conclusión que también debía ser muy sutil. Si estaba en lo cierto, únicamente dejara  en evidencia a su hermano y, si sus conjeturas eran erróneas, no tuviera ninguna trascendencia.

Estuvo tentado de proponerle hacerse una paja juntos, del mismo modo que lo hacían cuando comenzaron a explorar su sexualidad.  Siempre seguían el mismo ritual,  veían  una película porno, se ponían cachondos. En el momento que sus vergas miraban al cielo, tocaban sobre su vientre un frenético concierto de zambomba y  terminaban realizando una especie de competición para ver quien expulsaba más cantidad de leche.

¿Cuántas veces al ver su hermano pequeño con la churra tiesa a su lado le entraron ganas de tocarla para comparar su dureza? ¿Cuántas veces le sedujo la idea de pedirle que se masturbaran mutuamente? Un deseo que murió en su garganta, porque temía que su reacción fuera negativa y terminara enfadándose con él.

Si sus suposiciones eran correctas, el destino le estaba brindado la oportunidad de hacer realidad unos anhelos que llevaban latiendo en su pecho, desde que fue consecuente de las sensaciones tan placenteras que le brindaba el sexo.

 El juego de las pajas en común, por muy morboso y satisfactorio que resultara, no duró demasiado. Empezó  siendo divertido, pero dejo de serlo al poco  tiempo,  pues el perdedor siempre era German. Para que no se sintiera mal por no conseguir eyacular la misma cantidad de esperma que él, Roxelio dejó de invitarlo a su cuarto para que se la meneara en su compañía.

Con aquellos precedentes,  tan pronto como la idea se le vino a la cabeza,   desistió de ella. German no tenía de tonto un pelo y, después de tanto tiempo, una oferta así despertaría su desconfianza. En el caso que aceptara, algo que veía improbable,  estaría con los cinco sentidos en alerta y no encontraría la respuesta que buscaba.

La segunda idea  que se le ocurrió  no dejaba de ser tan descabellada como la primera. Pensó que en lugar de vestir ropa interior cuando él llegara del Instituto,  prescindir de ella por completo y caminar desnudo por la casa. La guinda del pastel sería que, en un momento determinado, buscando cualquier excusa tonta, se pajearía delante de él.

Pero le pareció algo tan forzado, que concluyó que no tendría éxito alguno. Lo más seguro que su hermano pequeño, con lo retraído que era para esas cosas, al verlo en bolas por la casa, se encerraría en su cuarto y no saldría hasta que hubiera comprobado que se había tapado la polla.

Su tercer planteamiento le convenció  más. Pondría una pequeña trampa, con un suculento cebo  y si su hermano  mordía el cebo, se aclararían sus sospechas. En caso contrario, se llevaría una pequeña decepción, pero tampoco tendría que dar comprometidas explicaciones.

Tardó varios días en organizarlo todo. Cuidó hasta el mínimo detalle para que todo encajara como piezas en un engranaje. Una escenificación en la que cada paso que diera, fueran como miguitas de pan que, si no estaba equivocado en su deducción, su hermano seguiría inevitablemente.

Como elementos indispensables de su perverso plan, buscó en su colección de películas porno una con las mejores mamadas, se agenció una lata de crema Nívea y  una calabaza hueca alargada. En la parte inferior de esta última, abrió un orificio con un grosor aproximado al de su nabo.

 No quería ni que le apretara demasiado, ni que bailara en su interior. Una vez consiguió un hueco del tamaño adecuado, lo   envolvió con cinta adhesiva, de tal manera que no arañara en lo más mínimo. Una vez comprobó que era así, dio por concluido los preparatorios.

No tenía muy claro que pretendía  conseguir con todo aquello, lo que si sentía era una enorme atracción por German y  no tenía ningún tipo de remordimientos al respecto.  Lo veía tan tierno, tan noble, tan guapo que la  posibilidad de un acercamiento intimo con él,  por ínfimo  que fuera, lo excitaba y pasaba gran parte del día con el cipote duro.

Durante aquella semana dedicó la masturbación más de lo habitual, siempre que tenía ocasión se la meneaba en un intento de quitarse la obsesión que lo consumía de la cabeza. En ninguna obtuvo éxito. Todos y cada uno de los momentos que le dedicó al arte del onanismo, estuvo imaginando como sería compartir su cuerpo con su hermano menor.

En sus ensoñaciones veía a German postrado ante sus pies, como  un cachorrito sumiso que esperaba las ordenes.   En aquella posición, su rostro quedaba a la altura de la polla de Roxelio, la cual cimbreaba ante la atónita expresión del más pequeño de la casa.

Lo imaginaba cogiendo el asta que brotaba de su pelvis con las dos manos.  Para pedirle permiso para metérsela en la boca, lo miraba  suplicante con unos ojos en los que  brillaba la lujuria y la inocencia por partes iguales. Al principio la lamía como un gatito un cuenco de leche, después sorbía su cabeza, para terminar tragándosela al completo.

Cada vez que fantaseaba con aquel momento, el final era el mismo vaciaba toda la leche en su boca , su hermano se la tragaba y las gotas que se le escapaban por la comisura de sus labios, las relamía con la punta de la lengua.

No veía el momento de hacer su ilusión  realidad y, conforme avanzaba la semana,   un nerviosismo ansioso estaba más presente en cada uno de sus actos.

La noche elegida para su propósito fue la del viernes. No tenía que trabajar en todo  el fin de semana y su tía Gabriela no volvía hasta el lunes. Si tenía suerte en su intento, tendría dos largos días para profundizar en lo que se le antojaba una novedosa y excitante experiencia. 

Durante la cena, German notó un poco extraño a su hermano, estaba menos hablador de lo normal y  en las cuatro anécdotas  que le contó, tampoco profundizó demasiado. Le dio la sensación de que estaba como ausente, como si tuviera alguna preocupación que no quisiera compartir. Fiel a ese respeto mutuo que se profesaban, no le preguntó nada al respecto y supuso que si le podía ayudar en algo, ya lo haría participe de sus problemas.

Después de recoger la mesa y fregar los platos, como de costumbre,   se sentaron en el sofá a ver la tele. Tenerlo tan cerca y con una simple prenda interior por la que se le escapaban unas pequeñas matas de vello púbico era todo un suplicio para es. Con una sensación de excitación constante y el pulso acelerado, era  incapaz de concentrarse  en  lo que ponían en la caja tonta.

Estaba tan nervioso que  hasta cambió tres o cuatro veces de canal sin razón alguna. Para su sorpresa, su hermano no protesto lo más mínimo.  Tuvo la impresión  de que no tenía ningún interés en ver ninguna película o programa de los que echaban. Como si estuviera deseando meterse en la cama y se viera obligado a hacerle compañía.

—¿Qué te pasa, irman? —Le preguntó preocupado.

—Nada que hoy he tenido un día muy duro en la Lonja y estoy canso.

—¿Quieres que nos vayamos a dormir?

—Mañana, no tengo que currar, puedo estar un pouco tempo contigo, nunca lo hacemos porque tenemos que madrugar.

—Pero si estás cansado, te vas a quedar dormido a la primeira de cambio.

Roxelio miró a su hermano con cierto desdén, le sonrío generosamente  y le respondió:

—Está ben. Tampoco ponían nada que mereciera la pena.

Tras darse su habitual beso de buenas noches, cada uno se dirigió hacia su dormitorio.

No había conciliado todavía del todo  el sueño German, cuando oyó unos ruidos procedentes del salón. Al principio, en aquel estado de duerme vela,  no sabía de que pudiera tratarse y se sobresaltó un poco. Sin embargo, conforme fue espabilándose,   identificó el sonido perfectamente, su hermano había puesto la televisión. «De cansado que está, no puede ni quedarse dormido», pensó mientras vacilaba entre darse la vuelta o acompañarlo.

La simple idea de que se quedara dormido junto a él en el sofá  y poder regodearse con la visión del bulto que se marcaba bajo sus slips, le pareció de lo más atrayente. Sabía que si hacía eso, tendría que terminar pajeándose y que después se sentiría mal. Aunque era algo ya tan frecuente que cada vez la sensación de culpa era menor.

Sin embargo, fue identificar el tipo de película que estaba viendo su hermano y si en algún momento se había planteado quedarse en la cama, ya no era una opción válida.  

«¡Carallo, vaya con el Roxe!, me suelta que está muy cansado y ahora se pone a ver una porno», se dijo mientras se ponía las zapatillas y se disponía a salir de su habitación para echarle una pequeña bronca por haber fingido quererse ir a la cama, cuando en realidad lo que quería era librarse de él para meneársela.

Fue ver a su hermano en medio del salón, con los calzoncillos bajados hasta la rodilla y con la polla dura en la mano para que su pequeño enfado se le pasara de inmediato. Nada más que por brindarle aquel pequeño espectáculo, le perdonaba cualquier pequeño embuste que le hubiera metido. No era la primera vez que lo veía desnudo, pero si la primera que disfrutaba tanto con aquella visión.

Estuvo tentado de ir con él y rememorar sus primeras pajas. No obstante, recordó la humillación que suponía que Roxelio echara la doble cantidad de semen que él y concluyó que debía volver a la cama sino quería castigar más su ya maltratado amor propio.

No había dado ni dos pasos hacia su dormitorio y una idea malsana le vino a la mente. Su hermano mayor se había colocado en el centro de la sala. Un lugar que se dominaba perfectamente desde una esquina del pasillo anterior a su habitación. Era un sitio tan estratégico que, escondido tras de la ancha columna Roxelio no lo vería en absoluto, por lo que podría pasar desapercibido mientras espiaba algo que se le antojaba tan excitante como prohibido.   

Convencido de que no sería descubierto, se puso a otear lo que ocurría justo delante de la televisión. Movido por la  excitación  que le insuflaba  lo que se veía en la pantalla, se había desprendido de la escueta prenda interior y se había quedado completamente desnudo.

Al observar su culo redondo y peludo,  no pudo evitar relamerse al tiempo que se llevaba  la mano a la entrepierna para constatar lo que ya suponía. La tenía dura como una roca. Su  hermano se giró levemente y mostró  una  erección  que no  tenía nada que envidiarle a la suya. Estaba tan enardecido por la situación que hasta llegó a pensar que estaba presumiendo  delante de él.

De nuevo las imágenes de los momentos onanistas compartidos con él, asaltaron su memoria.  Le daba  cierta envidia  que tuviera una polla bastante más desarrollada   que la suya. Sin embargo se consolaba  pensado  que con el tiempo llegaría a tenerla tan grande y ancha como él, pues  sus miembros viriles eran tan parecidos que parecía una copia a escala el uno del otro. Ambos eran de piel oscura,  poseían una cabeza tan gruesa como el tallo, y una vena azulada recorría todo su tronco. Dos hermosas herramientas sexuales que, a pesar de su juventud,  emanaban una virilidad fuera de lo común.

Por aquel entonces, no  había surgido   aun en él la fijación por los cuerpos masculinos. Sin embargo, recordaba  que en más de una ocasión la locura de pedirle que meneársela el uno al otro se le vino a la cabeza. Le pareció tan impropio y fuera de lugar que no dijo nunca nada, pues temía que Roxelio le reprendiera por comportarse como un marica.

En la pantalla una chica mamaba una polla como si estuviera poseída. El tío le gritaba cosas que, aunque estaban en un perfecto italiano, les sonaban como si fueran los peores insultos gallegos. A pesar de las vejaciones a las que estaban sometiendo a la muchacha, deseo estar en su lugar, ser quien se tragara aquel sable de sangre. Tan pronto como fue consecuente con lo depravado de su pensamiento, lo rechazó. Sin embargo, su excitación no menguó.

Tuvo la sensación de que su hermano, al igual que los actores de la película, estaba luciéndose ante una cámara. Sus movimientos eran medidos y calculados al milímetro, vanagloriándose en todo momento de lo dura y grande que la tenía.  Como si la bestialidad que nacía de su entrepierna fuera un regalo divino para gozar y regalar placer. Además había adoptado una posición que, desde donde se hallaba él,  se podía contemplar su hermoso nardo con absoluta claridad.

Se deleitó durante unos segundos con la brillante cabeza rojiza, que se escondía y salía al exterior por el dorso de su mano. Por momentos le recordaba la cabeza de una tortuga  que salía y se metía en su caparazón. En otros momentos, lo consideraba  un manjar de lo más exquisito.

Aunque seguía pareciéndole  la  mayor de las depravaciones.  Lo volvió  a asaltar  el deseo de envolverlo entre sus labios. En esta ocasión se dejó llevar un poco y se relamió pensando cómo sería saborear el fastuoso  capullo que desaparecía y aparecía entre los robustos de Roxelio. Aquel enérgico movimiento lo tenía completamente hipnotizado.

Como si estuviera avergonzado por disfrutar de todo aquello, desvió la mirada y se encontró de lleno con lo que se mostraba en la pantalla. En ella una actriz se tragaba  una polla que, con los trucos propios de la cámara, parecía de dimensiones gigantescas. Aquellas imágenes, en  lugar de disminuir sus problemas de consciencia, los acrecentó. De nuevo se imaginó  chupando el nabo de su hermano y notó como la polla cimbreaba en el interior de sus slips como si tuviera voluntad propia.

Roxelio seguía masturbándose muy despacito, como si su meta no fuera alcanzar el culmen. Sin prisas de ningún tipo, proseguía deleitándose minuciosamente en la tremenda mamada de sexo enlatado que se producía  a escasos centímetros de él. Imaginó que su hermano era quien le hacía lo  que se veía en el televisor y un escalofrío de lo más placentero le recorrió de la cabeza a los pies.  

A pesar de que había salido con algunas muchachas, nunca había durado  el tiempo suficiente para que conseguir algo más que unos besos y unas caricias sobre  la ropa. La moral rancia de tiempos pasados, todavía seguía calando en la gente de su pueblo y sus alrededores. Por lo que  el sexo femenino seguía supeditando sus deseos al qué dirán y  priorizaban una buena reputación por encima del placer sexual.

A diferencia de la mayoría de sus compañeros de trabajo, nunca había ido de putas. Pagar a alguien para que lo satisficiera, chocaba con un enorme amor propio y el alto concepto que tenía de si mismo. Por lo que él único sexo que había practicado hasta el momento era la masturbación.  Ignoraba las sensaciones que proporcionaba una mamada. Imaginaba, por cómo se comportaban los actores de las películas que le inspiraban, que debería ser de lo más placentero. 

Sentirse deseado por la persona con la convivía estrechamente, además de alimentar su vanidad,  le producía un morbo tan  tremendo que no alcanzaba a entender del todo.   A diferencia de su hermano, que se había empezado a sentir atraído por las  personas de su mismo sexo, él la única imagen masculina que admiraba era su reflejo en el espejo.

Estar enamorado de sí mismo, no era ningún impedimento para desear tener a su disposición una boca que le proporciona la satisfacción que tanto ansiaba. Era tan poco escrupuloso al  respecto que no le importaba lo más mínimo que fuera la de su hermano pequeño.  Al contrario, veía a German como una copia unos  años más joven que él y aquello elevaba su excitación a términos que nunca había sentido.   

En sus planes entraba esperar que se acercara a donde se encontraba y, una vez allí, pedirle que se agachara ante él e imitara a las chicas de la película. Como no estaba dispuesto a chupársela, quien tenía ganas de rabo y se pasaba todo el día mirándoselo era su hermano, había preparado la calabaza para que se masturbara con su ayuda. Era de la opinión que, untando un poco de crema nívea por los bordes, sentiría  algo parecido a una boca alrededor de su polla. 

Sin embargo, las cosas no estaban saliendo según lo previsto y se estaba comenzando a impacientar. Que siguiera escondido y no  se atreviera a salir para unirse a la pequeña fiesta con todas las  insinuaciones que le había hecho ya, le llevó a pensar que sus anhelos no llegaría a cumplirse. Su hermano era demasiado tímido para atreverse a hacer lo que su cuerpo le pedía y él  no tenía los suficientes redaños para arriesgarse a que todo fueran suposiciones de su mente calenturienta.

Ya habían transcurrido dos escenas de la película y German seguía inmóvil tras el muro. Comenzaba a estar cansado y le dolía el nabo de tenerlo tanto tiempo duro para prolongar la eyaculación.

Ya no tenía la plena seguridad de que sus miradas furtivas se debieran al deseo, podía ser solo curiosidad juvenil y lo había mal interpretado. Si hubiera estado en lo cierto, su hermano  lo habría acompañado. Más explícito no podía haber sido mostrando el cebo y seguía sin morder el anzuelo.

Había llegado a tal punto de excitación que la polla no paraba de babearle liquido pre seminal. Como ya daba por hecho que su joven espía no se acercaría,  estimó  oportuno no postergar más el momento de expulsar la leche. Por lo que decidió que, si quería correrse, tendría que satisfacer su lujuria por su cuenta.

Cogió el aparato que había construido para su hermano y consideró que si él no lo iba a usar, se encargaría de sacarle partido. Volvió a comprobar que el orificio no arañaba, unto una ingente cantidad de crema Nívea en los bordes   y encasquetó su cipote en el circular hueco. Dejó volar la imaginación y fantaseó con que aquel agujero era la boca del benjamín de la casa.

German no podía creer lo que Roxelio estaba haciendo. Había cogido una calabaza y había metido su polla en el interior. Aquello, en vez de verlo como un dislate de lo más guarro, le pareció de lo más excitante. Si no le hubiera importado su opinión, se habría sacado la polla y se habría masturbado embelesado por el sensual espectáculo que le estaba brindando. 

Su  hermano mayor había introducido su churra en el objeto anaranjado y se había puesto a mover las caderas estrepitosamente.  Daba la impresión que, por como la agarraba, fantaseaba con que la calabaza fuera la cabeza de alguien que se la mamara.  Verlo en aquella actitud, propició que se pusiera mucho más caliente de lo que  ya estaba y, aunque se sentía sucio por ello, volvió a fantasear con saborear el cipote de Roxelio.

Tuvo la impresión de que su actitud había cambiado radicalmente.   Si en un principio sus movimientos estaban envueltos en una libidinosa parsimonia, sin motivo aparente se habían pasado a ser bastante más frenéticos. Daba la sensación que de no tener prisa por llegar a la meta del placer, hubiera pasado a querer traspasarla en un tiempo record.  

Mientras con una mano aguantaba la calabaza para que no se moviera, con la otra se acariciaba las tetillas indistintamente. El morboso gesto que se pintaba en su cara al hacer aquello, era de lo más seductor. Ver como los dedos de su hermano se paseaban por aquel pecho peludo y perfecto, acrecentó las ganas de compartir aquel momento con él.

La firme convicción de que su hermano lo rechazaría o se enojaría con él, lo tenía clavado al suelo y era incapaz de permitir hacer  a su cuerpo lo que este le exigía.  Por más que el deseo pujara por adueñarse de su voluntad, seguía siendo  capaz de controlar sus instintos más primarios y no terminar sucumbiendo ante lo que él solo podía considerar un acto demencial.

Se tocó la verga por encima de la ropa interior y clavó su mirada en el rostro del semental que tenía a escasos metros de él. Lo había visto multitud de veces alcanzar el paroxismo, pero como siempre había estado centrado en alcanzar su placer particular, nunca había tenido la ocasión de fijarse en la multitud de expresiones que se daban cita en su rostro.  Un abanico de muecas que no pudo evitar contemplar con curiosidad, al tiempo que lo embargaba cierta estupefacción.

En un primer momento, seguramente cuando notó que el orgasmo estaba a punto de arribar, cerró los ojos como si quisiera que el subconsciente lo transportara al preciso momento que tanta lujuria le aportaba.

Sobrepasada esa porción de tiempo,  apretó los dientes como si un dolor inconmensurable lo asaltara,  cuando en realidad era todo lo contrario. A continuación, abrió la boca para lanzar un bufido y durante unos segundos estuvo jadeando compulsivamente. Sus movimientos recordaban una especie de coreografía, donde cada espasmo de su cara  y de su tronco se correspondiera con un trallazo de leche que vaciaba en el interior de la calabaza.

Conforme la expresión de Roxelio fue alejándose de las sacudidas y aproximándose   a la normalidad, tuvo claro que el show no iba a continuar. Si no quería que lo pillara espiándolo, tenía que regresar a su cuarto y cuanto antes mejor.  

Tenía la churra como una piedra y unas ganas locas de masturbarse. De no haber tenido tanto miedo de que su hermano descubriera sus inclinaciones sexuales,  se habría masturbado en el salón con la inspiración de aquel vigoroso macho.    Por lo que, intentando por todos los medios hacer el mínimo de ruido y pasar desapercibido, se dirigió cauteloso hacía la habitación.

Una vez cerró la puerta, libre del yugo que suponía  tener que dar explicaciones de algo que no acababa de entender, se dispuso a meneársela y acabar con la dolorosa erección que soportaba desde hacía un buen rato.  No obstante, la imagen de su hermano follándose a la calabaza no se le iba de la cabeza y la ingente cantidad de esperma   derramada en su interior le atraía como las moscas a la miel.

Durante unos segundos intentó rechazar el  demencial propósito de salir de la cama y atrapar entre sus manos la cosa naranja donde el miembro viril de Roxelio había depositado su esencia vital. Se dijo que todo se le pasaría cuando terminara de pajearse, que se le quitaría la calentura, pero cuanto más intentaba llegar al orgasmo más difícil se le hacía, pues no podía reprimir lo más mínimo los ardientes deseos que bullían en su interior.     

Ni podía, ni quería resistirse a los seductores cantos de sirena que  resonaban en su cabeza provenientes del salón. Hasta que no acariciara el hueco por el que había penetrado el oscuro cipote que se había convertido en su fijación, no se quedaría satisfecho.

Procurando hacer el mínimo de ruido, cogió una linterna y  salió al pasillo. Comprobó que su hermano había apagado la luz, por lo que supuso que tras el desahogo sexual se habría rendido al sueño. Con  la firme convicción de que no sería molestado, se dirigió con paso decisivo hacia el salón. Localizó el objeto anaranjado con la ayuda de la pequeña luz portátil. Seguía donde lo había dejado  y con cierta inseguridad lo atrapó entre sus manos.

Imaginar que aquel cuerpo inerte había albergado la punzante virilidad de su hermano y que sus paredes estaban impregnadas con una de sus abundantes corridas, hizo que se le acelerara el pulso de forma desproporcionada. Se puso tan nervioso que por poco se le resbala de las manos.

Siempre había visto la leche de Roxelio  derramarse sobre su peludo abdomen. Sin embargo, aunque en más de una ocasión, le había entrado ganas de tocarla para comprobar su espesor, nunca lo había hecho por pudor.

Sin su atenta  presencia , se sentía libre de poder hacer aquello que se había negado tantas veces y, sin meditar las consecuencias de lo que hacía, metió los dedos por el hueco inferior de la calabaza hasta el fondo. Creyó que a esa parte no habría llegado la crema Nívea  y el esperma estaría sin contaminar.  Una vez comprobó su pureza, impregnó sus dedos con la blanquecina esencia vital.

En un principio, su tacto le causó un poco de repulsión, pero le excitaba  tanto  la idea de  lograr tocar aquel esperma  que la sensación de asco desapareció tan rápido como vino.

Sacó una ingente cantidad y  tras extenderla por las yemas de sus dedos, llegó a la conclusión de que aquel semen era bastante más espeso que el suyo. Dejó el objeto anaranjado a un lado. Mientras se dejaba fascinar ante su libidinoso descubrimiento, se metió mano al paquete y se comenzó a pegar un soberano sobeo. Estaba tan cachondo que aquel simple magreo consiguió que sus slips se mancharan de líquido pre seminal.

Instintivamente, una vez se cansó de comprobar su densidad y viscosidad, puso a funcionar otro de sus sentidos, el olfato.

Lo olisqueó. Desprendía un aroma que no sabía identificar, pero que alimentaba su libido como nunca antes nada lo había hecho. Desinhibido por la situación, se sacó la verga fuera de la ropa interior  y se comenzó a masturbar, mientras se mordisqueaba morbosamente el labio.

Una vocecita en su cabeza le gritaba que aquello que estaba haciendo era una depravación. Otra le decía que ya bastante sufría en su día a día para desaprovechar los momentos que le hacían sentir bien. Desoyó  a la primera y, siguiendo el consejo de la segunda, se hizo una pregunta: «Si huele bien, ¿cómo debe ser su sabor?»

Sin meditarlo demasiado se llevó los dedos a la boca y saboreó la densa sustancia lactescente. En el momento inicial, un regusto amargo invadió sus papilas gustativas e hizo un mohín de desagrado. No obstante, conforme su paladar se fue habituando al novedoso  sabor, le fue agradando más.

No satisfecho  con la cantidad de esperma que había ingerido, volvió a coger la calabaza y, sin dejar de pajearse, rebusco en su interior más cantidad de  la abundante  eyaculación de su hermano.

En el mismo momento que, por segunda vez,  estaba chupándose golosamente los dedos, la luz del salón se encendió y  junto a la zona del interruptor, apareció su hermano desnudo, que blandía su  erecta polla erecta en una mano como si fuera una caña de pescar.  

Irman, si te gusta la leche envasada, deberías probarla con denominación de origen.

Aquella  inesperada aparición   y su  actitud provocadora,  lo dejó como congelado en el tiempo. Su primera reacción fue subirse los calzoncillos y salir huyendo en dirección a  su dormitorio. Pero tan pronto como lo pensó, lo desestimó y optó por encarar lo que le tuviera que decir en cuanto antes.

Percibir como  aquel semental peludo, caminaba con paso firme hacia él, hizo que se le erizara los pelos de la nuca de la emoción. Comprobar que no estaba enfadado y que le mostraba su erecta verga como si fuera un premio, habrió un universo de posibilidades con los que no contaba y a los que no estaba dispuesto a renunciar.

Su mirada se paró en el rostro de Roxelio. En él  se pintaba una pícara sonrisa que rebozaba generosidad y complicidad  por los cuatro costados. Aquella permisividad de su hermano hacia lo que estaba sucediendo  le reconfortó  formidablemente. Sin dejar de observar la concupiscencia que rezumaba en cada movimiento,     dejó la calabaza donde la había cogido y caminó hacia él.

Las piernas le temblaban de la emoción, pero no cedería en su empeño  ni un milímetro. Se sentía como un atleta que, en el momento de llegar a la meta, le faltaban las fuerzas, pero no estaba dispuesto a desfallecer lo más mínimo.

Si tal como vislumbraba por las palabras y  el semblante de su hermano, sus deseos eran correspondidos. La vida le acababa de poner una oportunidad de oro para ser feliz. Era con quien más confianza tenía, la persona que lo conocía mejor y a la que más admiraba. Volvió a clavar en él su mirada, constató que el deseo era mutuo y supo que nada podía salir mal.

Sin mediar palabra alargó la mano hacia el hermoso tallo que surgía de la peluda entrepierna, calibró su fuerza en la justa medida y la apretó entre sus dedos. Un suspiro de placer explotó en los labios de Roxelio. Incapaz de controlar el desasosiego que lo invadía de los pies a la cabeza, le sonrió nervioso.  

Fue como coger su verga, pero la encontró más caliente y dura que la suya. Su simple contacto hizo que se le erizaran los pelos de la nuca. Buscó tímidamente los ojos de su acompañante y la enorme complicidad que vio en ellos, le dejó claro que anhelaba  aquello tanto como él.

Tras recorrer con sus dedos la dura pértiga de carne, se dispuso a agacharse  para seguir  el consejo que le había dado,  probar el lugar de fabricación de la leche que tanto le había gustado. Pero en el momento que se dispuso a hacerlo, los brazos de su hermano se lo impidieron. Lo retuvo durante unos segundos en volandas, lo aplastó contra su pecho y, una vez tuvo sus labios a alcance de los suyos, lo besó.

No supo muy bien por qué hacía aquello. En sus ensoñaciones simplemente entraba que German le mamara la polla. No obstante, respetaba y quería tanto a aquel inseguro muchacho que tenía claro que lo último que podía hacer era tratarlo como una puta del tres al cuarto. Lo que se disponía hacer era algo que cambiaría su vida por completo y ambos debían conservar un recuerdo encomiable del mismo. Una muestra de cariño era gratis y haría que su hermano se sintiera mejor.

Al untar sus labios, ambos sintieron un agradable escalofrío.

Para Roxelio aquellas sensaciones no eran desconocidas. Había estado con  alguna que otra chica. Pero  con ninguna había conseguido una excitación tan acuciante en su interior,  Nunca había tenido la certeza de  que después de las caricias y los prolegómenos obtendría el premio de una mamada. Con todas y cada una de aquellas calientabraguetas sabía que el único sexo completo que obtendría sería el que se proporcionaría, en la soledad de su casa, con su propia mano.

Para German aquella experiencia era completamente novedosa Hasta hacía poco, había fantaseado dándose un muerdo con alguna que otra chavala del pueblo, nunca entró en sus planes hacerlo con un chico y mucho menos con su hermano. Aunque durante un tiempo estuvo obsesionado con el rabo de Paulo, el Colgón, nunca se le pasó por la cabeza lo de comerse la boca con él. Entre otras cosas le daba un poco de reparo, porque lo veía algo propio de maricones y él no lo era.

No obstante, fue notar  el aliento de su hermano mezclarse con el suyo y cualquier percepción negativa se borró de su mente.  Una sensación desconocida y excitante se apoderó de él. La otra lengua buscó la suya y la sacó a bailar un retorcido baile que lo puso con los sentidos a flor de piel.

El apasionado intercambio de fluidos se prolongó durante unos minutos. Momentos en los que German, perdida ya la vergüenza, se había afanado la vibrante polla que chocaba contra su pelvis y la masajeaba muy suavemente. Se sentía tan unido a su hermano que consideraba aquel erecto apéndice como una prolongación de su cuerpo.

Tan impetuosamente como su Roxelio aplastó su cuerpo contra el suyo, lo apartó de él. Mientras se relamía morbosamente el labio, le ordenó con un gesto que se agachara. Dócilmente el joven gallego se postró ante sus pies de manera que el moreno cipote quedara justamente frente a su rostro.

Ambos habían recreado tantas veces aquel momento en su cabeza, que los embargó  una agradable sensación de deja vu. No necesitaban decir nada para que los acontecimientos siguieran su  curso.

German, como si fuera los primeros compases de una coreografía ampliamente ensayada, se deleitó durante unos segundos con la imagen de aquel caliente nardo A continuación, lo atrapó  entre los dedos y acercó su nariz a la brillante cabeza. La olisqueó ligeramente. Era un aroma fuerte y penetrante que lo excitó.  Sin pensárselo más, sacó la lengua y lamió tímidamente el rojizo capullo. Su sabor le resultó de lo más cautivante  y  lo siguió acariciando con su apéndice bocal.

De los labios  de Roxelio escapó un ahogado suspiro. Como si aquel sonido fuera el acicate que necesitaba para  dar rienda a sus deseos más primarios, envolvió con sus labios el grueso tallo, abrió la boca y comenzó a chupar la babeante cabeza.

Instintivamente recordó la película porno que había visto hacia unos minutos e intentó remedar lo que había visto hacer a la actriz. Atrapó la polla de su hermano con una mano, mientras succionaba fuertemente el glande. El placer que sintió Roxelio fue tan intenso que, atrapando la cabeza de German entre las manos, la empujó contra su pelvis para que tragara una mayor porción de su virilidad, al tiempo que le decía:

—¡Joder, irman! ¡Cómo la chupas! Parece mentira que sea tu primeira polla. ¿Por qué es tu primera polla?

El más joven de los dos, sin sacarse el erecto cipote de la boca, asintió con la cabeza.

—También es mi primera vez —Las palabras del mayor estaban adornadas con la más generosa de las sonrisas — e encántame.  

Constatar que su hermano estaba gozando con lo que le estaba haciendo hizo que una lujuriosa locura se apoderara de sus actos. A pesar de que se estaba atragantando con el moreno trabuco, prosiguió devorándolo como si la vida le fuera en ello.

Roxelio estaba complacido doblemente. Estaba recibiendo la prodigiosa mamada que tanto deseaba y se regodeaba en saber que  no se había equivocado en sus sospechas con respecto al benjamín de la casa.

Bajó la mirada y lo observó. Arrodillado ante sí, con su polla en la boca, le pareció tan desvalido, tan obediente que no pudo evitar ponerse más cachondo. Volvió a impeler la nuca de German contra su pelvis para que engullera mayor cantidad de su erecta masculinidad. Una pequeña arcada por parte de él, le dejó claro que debería ser menos brusco la próxima vez.  

Chupar aquel ciruelo  caliente e hinchado lo tenía a tope. Ansiaba llevarse la mano a la polla y masturbarse mientras cada milímetro de su virilidad.  No obstante, intuía que aquello no contaría con el beneplácito de su hermano y se contuvo.

Se dio cuenta que cuenta más ensalivaba aquel cincel de carne  más duro  se ponía, por lo que resumo toda la baba que pudo a lo largo de su tronco y, valiéndose de aquella lubricación natural, siguió masturbándolo enérgicamente.

Era tal el placer que su hermano pequeño le estaba proporcionando con su boca que  creyó que tocaba el cielo con la punta de los dedos. Presintiendo que, de seguir así se correría más pronto que tarde, le dijo a German.

Irman, menéatela. Estoy a punto de echar toda la leite  y quiero que te corras mientras te la tragas.

La petición volvió loco de alegría al pequeño. Sacó su churra de su encierro y, sin dejar de mamar con frenesí, se pajeó como si tuviera prisa por llegar al culmen.

Un quejido sordo por parte de Roxelio, quien apretó su cabeza contra su pelvis, fue el gesto esclarecedor que precisaba para tener claro que se iba a correr. Aceleró la velocidad de su mano al tiempo que intentaba abarcar todo lo que pudiera de aquel vibrante falo en el interior de su cavidad bucal.

¡Eu cum! —Gruñó su hermano al tiempo que notaba como un torrente de líquido caliente inundaba su boca.

Unos segundos más tarde, sin dejar de engullir el caliente y sexual néctar, German alcanzaba el orgasmo entre espasmos.

No desperdició ni una gota de la copiosa corrida de su hermano.   Le gustó tanto aquel nectar sexual que, mientras eyaculaba sobre el dorso de su mano y las losas del suelo, siguió saboreándolo como si fuera el más exquisito de los manjares.

Tras el momento del clímax,  sobrevivieron  unos segundos en los que  el silencio y el mutismo se  terminó apoderando  de la habitación.

Roxelio, intuyendo que su acompañante se pudiera abrumar por la culpa, volvió a tener un gesto cariñoso con él. Metió cuidadosamente las manos bajo las axilas y lo levantó. Sin importarle que tuviera la boca llena de su esperma, lo besó. Tras unos apasionados segundos en los  que su esencia vital se mezcló entre los dos, lo apartó delicadamente y le dijo:

—¿Te ha gustado?

El pequeño asintió con la cabeza, dejando ver en su rostro una tímida sonrisa.

—Pues esto ha sido un partido. ¡No veas la liga que nos queda todavía por jugar!—Tras bromear, adoptó un semblante más serio y concluyó diciendo — Mientras lo mantengamos en secreto, nadie podrá impedir que disfrutemos.

Diciembre de 1952

3                                                                 *****La Culona******

Paca no pudo evitar sentirse un poco triste. Con aquella implosión de esperma en su boca, se acababa la fiesta para ella. Ese dia no iba  a poder disfrutar de la dura y gruesa polla del Colgón en su culo. Pues había  cedido ese honor a una “amiga” suya: La reina de Grecia. Sin embargo, aunque no fuera merecedora de la maravilla que le colgaba entre las piernas al pescador, sería espectadora preferente y disfrutaría del momento sexual en primera fila. De la existencia de ese invitado a sus perversos juegos, no sabía nada su fornido semental. Era una sorpresa en toda regla.

Continuará en: “Un griego muy real”

4 comentarios sobre “A falta de pan buenas son calabazas

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