El descomunal rabo del tío Eufrasio

Rodrigo y su enorme aficion por las pollas

Episodio dos

Mayo, 2008

A pesar de que el verano ya se iba acercando y la calor iba pegando cosa mala, Rodrigo no se despegó del sudado cuerpo de su tío y aguantó su concierto de ronquidos solo por escuchar  su respiración y  el  constante palpitar de su corazón.

Únicamente abandonó el calor de aquel tórax en una ocasión y   para ir al baño.  Tras lavarse concienzudamente, se untó una pomada que tenía para las hemorroides. Comprobó que aunque tenía el ano un poco hinchado, no le dolía. Por lo que ilusionado  pensó que por la mañana, antes de ir al hospital a ver a su abuela, podrían volverlo a hacer.

Cuando regresó a la habitación su ocasional amante seguía durmiendo a pierna suelta, lo observó y llegó a la conclusión de que, a pesar de lo rudo de su aspecto, había algo de ternura e inocencia en él. “¿O acaso a que respondía el beso que le había dado después de desvirgarlo?”, se dijo  buscando algo que humanizara aquel momento de locura al que ambos habían sucumbido.

Se volvió a tender junto a él, lo abrazó afectuosamente y se quedó contemplando como el voluminoso pecho se hinchaba y desinflaba al compás de sus ronquidos. No tenía ninguna ganas de dormirse, simplemente quería seguir disfrutando de la imagen desnuda del macho peludo que lo había desflorado, no obstante, estaba tan agotado que se terminó rindiendo al cansancio más pronto que tarde.

Al despertarse estaba solo en la cama. Buscó a su tío por la casa y comprobó que se hallaba  en la ducha. Intentó entrar para hacerle compañía y tontear un poco bajo el agua, pero la puerta estaba cerrada con el pestillo por dentro. Eufrasio de un modo tan educado como frio, le dijo que  se esperara un poco que terminaba enseguida. Aquella respuesta tan impersonal dejó un poco trastocado al muchacho. Él se  había levantado con ganas de proseguir lo iniciado la noche anterior y aquella actitud por parte del cuarentón no le generaba confianza para hacerlo.

Verlo salir del cuarto de baño, tapándose  de un modo pudoroso con la toalla sus partes nobles,  consiguió desanimarlo un poco. Comprobar  como cerraba la puerta de su cuarto para vestirse, le llevo a pensar  que los remordimientos se habían cebado con él, pues se comportaba como si lo sucedido solo hubiera sido un tremendo error.  

Al desayunar apenas intercambiaron palabra alguna, y por más que lo miraba, era incapaz de encontrar al hombre afable que siempre había visto en él. No se había sentido tan miserable desde que su padre lo echó de casa a voz en grito. Lo peor es que por mucho que se dijera que lo que habían hecho estaba mal, nunca antes había gozado tanto y el simple recuerdo de lo sucedido hacia que su mente se sumiera en una maraña de pensamientos libidinosos.

El camino hacia el hospital estuvo dominado por el mutismo de Eufrasio, quien ocasionalmente rompía su silencio indignado por los comentarios de algunos de los tertulianos de la radio y mascullaba entre dientes alguna dedicatoria para la madre de estos o sus ancestros.

El peor rato lo pasó cuando tuvo que dar dos besos a su tía Visitación, a la que tanto quería y a la que había traicionado sin pudor. Sin poderlo remediar la mala consciencia empezó a hacer estragos en su semblante y estuvo casi a punto de perder la compostura ante ella.

Sin embargo, fue ver  con la naturalidad que su marido  le dio dos besos y cómo actuó con ella, que tuvo claro una cosa: su tío no  se sentía mal por haber sido infiel a su mujer , ni tenía la sensación de haber hecho algo malo, simplemente pasaba de él como de las mierdas.

Mientras intentaba asimilar lo sucedido, una sensación de pesadumbre lo invadió. De nuevo una persona cercana a él lo había vuelto a utilizar sexualmente y después lo había ignorado. Dicen que solo duelen los mil primeros palos, pero él, a pesar de su juventud, ya había perdido la cuenta de las cerdadas de las que había sido víctima  y aún  se le seguía encogiendo el corazón.

El rato que estuvo con su abuela, intentó que el abatimiento no se le notara demasiado, pero a la buena mujer le bastó hablar un poco con él para comprobar que esa alegría infantil tan suya se le había borrado de la mirada.  

—¿Qué te pasa,  mi niño?

—Nada, abuelita, que lleva usted muchos días en el hospital y la hecho  mucho de menos—Mintió para no preocupar a la señora.  

La anciana, a pesar de estar hasta las cejas de analgésicos, concluyó que su nieto le ocultaba algo, como sabía que  para algunas cosas era muy suyo y no gustaba  de preocuparla con sus cosas, no insistió en el tema y prosiguió mirando los cotilleos de la tele.  

Durante las cuatro largas horas que estuvo en la habitación del hospital, a pesar de que sus ojos miraban a los estridentes tertulianos y seguía las conversaciones de su abuela, la  mente del joven vagaba por otro momento y lugar. Por más que quería no podía olvidar como fue tener el pollón del tío Eufrasio entre los labios, sentirse ensartado por él y notar como su esencia vital se derramaba en sus entrañas. Por más desaires que el cuarentón le hiciera, el adolescente no tenía voluntad para no fantasear con lo ocurrido e, inevitablemente, sintió como su pene se comenzaba a hinchar bajo su pantalón.

A la hora convenida Visitación vino a suplirlo, fue ver el semental de campo de su marido y un agobiante ardor lo embargó.  No pudo evitar que su mirada paseara por  el  abultado montículo que formaba su sexo bajo la bragueta   De nuevo  su corazón palpitó al imaginarlo desnudo, con su cipote mirando al cielo y  suplicándole a su boca que  se uniera a él. No obstante, la realidad era otra bien distinta y, por mucho que lo deseara, debía aceptar  que lo sucedido la noche anterior no se repetiría jamás.

De regreso a casa el atractivo madurito permaneció igual de distante  con él como durante toda la mañana. No es que lo tratara mal, no es que le hiciera reproches de algún tipo, simplemente lo ignoraba. Aquella indiferencia era como pequeños cuchillos que se clavaban en el pecho de Rodrigo, quien debía hacer  verdaderos esfuerzos por no salir gimoteando como una colegiala.

Comió y se marchó al trabajo abatido por tanto desprecio implícito.  Aquella tarde  en el curro no hubo mucho jaleo y salvo la hora punta de los cafés la tarde fue muy tranquila. Sobre las doce de la noche, regresó a casa.

En el trayecto del autobús, cerró los ojos y cayó rendido al sueño durante unos segundos. Porción de tiempo que bastó para imaginar a su tío desnudo ante él y  profiriendo palabras soeces con la única intención de follar con él. Le parecía tan real que hasta podía oler su olor corporal, un aroma que penetraba por  su nariz e impregnaba  por completo sus papilas olfativas.

Un bache en el asfalto lo sacó de lleno del mundo onírico. Mientras se refregaba los ojos por el cansancio, tuvo la sensación de haber tocado el cielo con los dedos y de haber caído al vacío sin freno. Una tristeza irrefrenable apretó su pecho y, si no estuviera rodeado de tanta gente, se habría echado a llorar allí mismo.

Se bajó del autobús una parada antes de la habitual, deseando encontrarse por el camino con algunos de los canis del barrio. Esos chavales que en público lo maltrataban y que en privado buscaban el favor de su boca. Sin embargo, hasta la posibilidad de poder calmar su calentura  pareció negarle la diosa fortuna, pues ninguno de aquellos niñatos parecía andar por el barrio.

Alicaído entró en casa, se encontraba tan hundido que no tenía ganas ni de cenar. Al abrir la puerta, ¡oh sorpresa!, se volvió a encontrar el mismo cuadro que el día anterior: Su tío viendo una película porno,  con una birra en la mano y la polla en la otra.  Por el número de botellas de cerveza  vacías que había sobre la mesita  junto al sofá, dedujo que  Eufrasio estaba ya bastante contentito. Con un desparpajo impresionante,  y sin parar de cascársela, dirigió su mirada a la puerta, dejó que una sonrisa de granuja se pintara en su rostro y dijo:

—¡Hola, Rodri! ¡Ven paca! ¡Te estaba esperando!

El joven camarero se quedó tan petrificado como la noche anterior. Sentimientos contradictorios revoloteaban en su interior. Después del día tan depresivo que había pasado a cuenta de su puta indiferencia y sus desaires, Rodrigo no podía creer que de buenas a primeras le estuviera ofreciendo el dulce manjar de su polla. Tuvo la sensación de que aquel hombre era  como una especie de vampiro sexual  y al llegar la noche se transformaba en otra persona. Una persona que al joven le gustaba bastante más. Echó  todos sus perjuicios y reticencias a un lado. Avanzó hacia el sofá. Se quitó insinuantemente la camisa del trabajo y la tiró al suelo. Con el torso desnudo, se arrodilló ante el rudo macho que tenía ante sí y comenzó a mamarle el nabo.

Saboreó un poco su capullo, apartó su boca de él y lo observó durante unos segundos. Aquel miembro viril era el más enorme que Rodrigo había tenido en sus manos. El estar circuncidado le aportaba un morbo brutal  y su  piel oscura le añadía un atractivo especial. A su formidable grosor y longitud, había que sumar las enormes bolas que colgaban, desafiando arrogantemente la gravedad.

Tras devorar con la mirada cada pliegue de aquel esplendido aparato sexual,  recorrió suavemente aquel   amasijo de venas con la punta de su dedo meñique, se mordió el labio y se metió el caliente falo en la boca.

Sacó la lengua y la dejó pasear a lo largo del ancho tronco. Deslizándose desde la base hasta el glande, dibujando entre las oscuras arterias un camino sinuoso.  Una vez lo creyó oportuno, dedicó toda su atención a la cabezota hinchada, la cual se metió entre los labios y succionó como si quisiera sacarle el tuétano de los huesos.

Unos gemidos roncos le dieron a entender que de seguir así, aquel pollón terminaría  vomitando cantidades industriales de semen en su boca. Como quería ser penetrado del mismo modo que  la noche anterior, se terminó de desnudar. En el momento que dejó su trasero al aire, el cuarentón alargó su mano hacia él y le pegó un azote en las nalgas.

—¿Quién je va a folla ese peazo de culo?

El chaval sonrió bobaliconamente y tras acariciar la punta de los dedos de su tío, le dijo:

—¡Tú!, pero espera que vaya por la crema.

El hombre cogió a su sobrino por las muñecas y tiró de él hacia sí. Cuando su rostro quedó a la altura del suyo, cogió su cara entre las manos y lo besó, de un modo que, tratándose de él,  era bastante  delicado. Era la segunda vez que Rodrigo probaba el sabor de aquellos labios, en esta ocasión no se rindió a la sorpresa, ni se dejó hacer. Simplemente  dejó que su paladar se empapara de los aromas que brotaban de aquella garganta. Aromas que sabían a  tremenda masculinidad, mezclados con un  sabor agrio a  cerveza  que se quedaron  como pegados en  el cielo de su boca. 

La pasión se apoderó de Eufrasio y suavemente comenzó a  morder los labios del chaval, su barbilla, el cuello… De existir un termómetro con el que se pudiera medir el placer, al ponérselo a Rodrigo este habría estallado. Notar los recios vellos de la barba de aquel hombre sobre su tórax, lo tenía con los sentidos desorbitados y de su boca empezaron a brotar suspiros que no podían contenerse.

Como si fuera un pelele, el robusto hombre dio la vuelta al enclenque muchacho, de manera que colocó su ano a la altura de su boca, sin pedir permiso y con una autoridad nacida del otorgante silencio, se puso a lamer el orificio anal del chaval, quien empezó a gemir descontroladamente.  

Al principio su lengua rozaba el estrecho y caliente agujero con cierta reserva, como si temiera que su sabor no fuera agradable. Por el modo en que prosiguió, se podía deducir que ni su aroma, ni su gusto le produjo asco alguno. Si no más bien, dada con las ganas que lo hacía, todo lo contrario.

Considerando que su saliva lo había lubricado un poco comenzó a introducir un dedo. Al ver con la facilidad que el ojete del adolescente dilataba, intentó meter dos. Un bufido de dolor escapó de los labios de Rodrigo.

—¡Cuidado, que todavía estoy una pelín dolorido de ayer! —Grito el muchacho con cierto fastidio —. Mejor será que vaya por la crema…

Una vez  el chico  tuvo untado su recto con  el blanco menjunje, procedió a colocar en su entrada la punta de la caliente vara. La efusividad del momento dio lugar a una especie de coreografía calculada. Al igual que el día anterior se fue sentando sobre el cipote de Eufrasio y, poco a poco, el firme falo se insertó en sus esfínteres. Al principio, le dolió un poco. No obstante, fue rememorar lo estupendo que fue tener clavado aquella barra de carne en sus entrañas y se excitó tanto que su ojete pareció expandirse para dejar paso a la ancha pértiga.

La cara del rudo cuarentón era un verdadero poema a la satisfacción y a la lujuria. Todo lo que estaba experimentando con aquel chico era completamente novedoso para él. Nunca había dado por culo a nadie y había descubierto que le gustaba. El chaval estaba demostrando ser una verdadera putita y eso lo ponía cantidad de cachondo.

Era la primera vez en mucho tiempo que se sentía deseado. Las putas de carretera le podían  decir una y mil veces que  les gustaba, que era muy guapo,  que  cuando le metía su polla las hacia mirar para Cuenca… En el fondo él sabía que,  por mucho que lo hicieran gozar, lo único que le interesaba de él era el dinero. El puto y jodido dinero.

¿Cuándo comenzaron los problemas conyugales con Visitación? Él cree que en el mismo momento que los médicos le comunicaron a su mujer sus problemas para concebir. Intentaron solucionar su maltrecha maternidad con todos los tratamientos médicos posibles. Cuando la ciencia falló, recurrieron a los curanderos. En el momento en que todas las puertas se cerraron, la adopción en el extranjero fue la última opción.

La respuesta a porque él se negó a adoptar, no estaba en que el bebé que lo llamara padre fuera negro o chino, ni siquiera estaba en no poder querer a un niño que no fuera de su sangre. La respuesta era tan absurda como que adoptar sería como admitir ante todo sus conocidos que su esposa y él eran unos  completos inútiles. Y es que a veces la arrogancia y la necedad caminan dándose la mano.

Desde el mismo momento en que priorizo “el qué dirán” a las necesidades de la familia. Su mujer se distanció de él y, aunque no sacó valor para pedirle el divorcio, dejaron de compartir cama. Desde entonces su única manera de desfogarse era el “amor propio” o pagando en un club de carreteras. Lo primero era de lo más aburrido, lo segundo era de lo más impersonal. Descubrir esa nueva variedad sexual con Rodrigo había trastocado sus arraigados principios, no obstante el macho que había en él se negaba admitir que estaba haciendo mariconadas. El macho que había en él se negaba a pensar que besar al chaval le producía placer. Simplemente se decía que era un tío de sangre caliente y que necesitaba el follar como el comer, no le importaba con quien.

Eufrasio era un hombre de pocas letras, de trabajar con las manos, de ganarse el pan con el sudor de su frente. Las cosas para él eran muy simples y aquello que le estaba pasando era muy complejo. Por eso, como los avestruces metía la cabeza en el suelo para no enfrentarse a ello. Había evitado intimar con el muchacho durante todo el día, como si con ello pudiera apagar el deseo que nacía en su interior. Como si las ganas de hacerlo suyo se le fueran a pasar. Unas cuantas cervezas han sido suficiente para descubrir que follarse el culo del chaval había  sido lo mejor que le había pasado en mucho tiempo y aunque sabe que mañana intentara por todos los medios hacerse creer que nada de esto ha sucedido. Fue notar como su lanza sexual atravesaba el caliente recto y se sintió en la Gloria.

El chaval aprendía rápido, era la segunda vez que un nabo taladraba sus esfínteres y, por bien que lo soportaba, pareciera que lo hubiera hecho durante toda su vida. Una vez comprobó que el cipote de Eufrasio estaba debidamente acomodado y que no se saldría, se puso a trotar sobre él de un modo frenético.

El atractivo cuarentón, quizás porque no se sentía dueño de la situación o quizás porque quería disfrutar de más variedad sexual antes de eyacular, lo detuvo en seco, diciéndole:

—¡Ponte a cuatro patas! ¡Que te la voy a meter hasta los cojones!

El sumiso muchacho acató la estricta orden sin rechistar y se colocó en el sofá de la postura solicitada. Las encallecidas manos de su tío se aferraron a su cintura, colocó su miembro viril en la puerta de su ano y de un salvaje empellón se la metió.

Rodrigo estaba gozando mucho más que la noche anterior, pareciera que su cuerpo se expandiera ante el placer. Notaba como sus esfínteres  se abrían como una amapola ante el grueso ariete, que traspasaba todas sus defensas como si se tratara  de un vertiginoso periplo hacia el éxtasis. En un acto irreflexivo, alargó una de sus manos hasta su perineo y constató que los gordos testículos  hacían de tope.  Los sobó concienzudamente, hasta que la boca del cuarentón emitió un quejido de placer. Saberse taladrado de aquel modo tan brutal, sacó la mala puta que había  en él y entre quejidos le suplicó a su tío que le diera más caña.

El hombre, instigado por sus palabras, lo penetró de un modo más salvaje aún. Apretó fuertemente su delgada cintura como si con ello pudiera introducir mayor porción de polla en su interior y movió su pelvis compulsivamente. Los poros de su frente rezumaban abundantes gotas de sudor, que resbalaban por sus mejillas hasta llegar a su cuello. El esfuerzo que estaba haciendo por no eyacular y prolongar el momento era encomiable. No quería  que aquello que lo hacía sentir tan bien se terminara, pero la fisiología no entiende de deseos y llegado el momento tras una convulsión  casi mágica de los sentidos, su cuerpo llegó a la cumbre del placer.

—¡Te voy a preñar, so puta!

Rodrigo  notó como el miembro viril que tenía en su interior palpitaba, para a continuación sentir como unos chorros de caliente esencia vital inundaban sus entrañas. A pesar de no haber alcanzado el orgasmo, tuvo una sensación muy parecida.

Al igual que la noche anterior, Eufrasio se volvió a mostrar cariñoso tras el polvo. Pasaron la noche juntos como dos amantes enamorados.

A la mañana siguiente, Rodrigo no se sorprendió por el distanciamiento de su tío.  Llegó a la conclusión que el alcohol le hacía decir la “verdad” y mantuvo la esperanza de que a la noche unas cuantas cervezas sacaran su lado guarro fuera.

Abrió la puerta del frigorífico y vio que solo quedaban dos cervezas. Se vistió lo más rápido que pudo y salió corriendo a la calle.

—¿Adónde vas, Rodri? —Preguntó su tío preocupado ante tanta urgencia.

—¡A comprar cerveza!—Respondió un poco alterado —¡En esta casa mientras la abuela esté en el hospital, no debe faltar las latas de cerveza!

Al cerrarse la puerta, Eufrasio, a pesar de sus recelos a manifestar lo que realmente sentía, sonrió complacido.

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