¡Aquellos maravillosos polvos!

La nostalgia me pone cachondo

Episodio dos

La historia hasta ahora: Iván está de Rodríguez.  Tiene un sueño tan cachondo como extraño y se despierta tan tremendamente excitado que se tiene que pajear un par de veces. Una antes de levantarse y otra en la ducha. Es lo que tiene ser multiorgásmico.

Al salir del banco, donde le están dando pares y nones para un préstamo que le tienen que conceder, se encuentra con Débora, una amiga de su juventud, sin querer la nostalgia se apodera de él.

Navidad 1997

Por aquella época contaba yo dieciocho años. Aunque tenía un aspecto bastante maduro para mi edad, seguía siendo un crio. Aquellas navidades, tras haber aprobado todas las asignaturas del trimestre (sus buenas horas de estudio me costó), en mi mente solo había lugar para tres  cosas: divertirme, divertirme y divertirme.

Aquel año, los colegas del barrio habíamos conseguido, y  a buen precio, una casa para celebrar las fiestas. Los días no festivos, aquel tugurio  nos servía para darnos algún que otro revolcón clandestino. Pero ni todos tenían novia formal, ni las chavalas del pueblo eran tan fáciles como nos gustaría. También estaban los que, como era mi caso, que sus chicas no eran de las que se dejaban meter mano así como así, pues la habían educado para ser una mujer decente y de su casa.

Se terminaba el período de alquiler del local y seguía sin probar  los colchones del reservado. Hoy por una cosa, mañana por otra y al final nada. Las veces que había conseguido que Eva entrara conmigo en la habitación oscura, lo único que había conseguido era comerle la boca,  magrearle las tetas y un buen dolor de huevos, porque era intentar algo más y sus palabras eran siempre las mismas: “¡Tú me has tomado a mí por una cualquiera!”

Como sus viejos, los días entre semana, no querían que volviera más tarde de las diez y media. Una vez la dejaba al amparo de su hogar, me regresaba a  nuestro pequeño club de fiestas. Habitualmente había poca peña, solo algún rezagado que otro que, al igual que yo,  no tenía ganas de volver a casa. Nuestras charlas, la música y los cubatas  no es que fueran nada del otro jueves, pero era mejor que el muermo televisivo familiar.

La noche de marras, junto a los  dos borrachos conocidos de turno, Fernando y Antonio, se encontraban la Debo y la Vane, dos chavalas que  solo aparecían por el barrio  cuando no tenían quien la “cubrieran”. Eran dos tías que solo les interesaba ir a la moda, tener pasta y divertirse. Empezaron en la academia de peluquería, pero lo dejaron porque  había que estudiar y era un esfuerzo excesivo. En nuestra época actual se dirían que eran unas ninis (ni estudian, ni trabajan) en aquella época eran unas simples catetas modernillas, que se daban  “aires” de lo que realmente  no eran.

 

He de admitir que las dos tías estaban que crujían de buenas: eran guapas, tenían dos  buenos globos y mejor pandero. Pero quizás lo que las desmerecía mucho era lo extra-ordinaria que eran (extra por parte de padre y ordinaria por parte de madre), ¡eran horteras como ellas solas!

Dado que llevaban el mismo peinado, se maquillaban igual, se ponían ropas muy parecidas, con una  altura y aspecto físico casi idéntico, era dificilísimo distinguirlas.  Una parecía un clon de la otra. De no ser porque la Vane estaba teñida de morena y la Debo de rubio platino, quien no las conociera bien, se podría pensar que eran gemelas, pues eran tan iguales como dos putas gotas de agua.

Entre las cualidades de las muchachas, estaban que eran de bragas descuidadas. A sus dieciocho años, se podía decir que sabían bien lo que era una polla, qué hacer con ella y qué utilidad darle.

A la Vane el novio que la había durado más, había sido uno que estuvo con ella cuatro semanas: De Semana Santa a Feria de Sevilla. El mayor tiempo que permaneció sin pareja: un mes. El que estuvo con una pierna rota en casa sin poder salir a la calle.

A la Debo, su compañera de tropelías, todo el mundo la tenía por una guarrilla igual que a la otra. Mas yo sabía a ciencia cierta que era bien distinta, si zorreaba por ahí, era por la mala influencia de su amiga. Recuerdo que, en la época que salimos juntos,  la muy cabrona de su amiga,  como no le gustaba yo para ella, hizo todo lo posible para que terminara conmigo y me mandara al carajo.  

Aunque después me alegre un taco (Deborah no le llega ni a la suela de los zapatos mi mujer), en aquel momento lo pase muy mal. Dicen que el primer amor te deja huellas. El primer beso y la primera vez que haces el amor también. En ella coincidieron todas esas circunstancias y la verdad es que me costó un huevo superarlo.

La ruptura me dejó un poco hecho polvo, pese a ello, siempre que veía a Deborah y a su “amiguita” del alma, intentaba comportarme como una persona civilizada y nunca le reprochaba nada a ninguna de las dos. Ni merecía la pena, ni iba a ganar nada con ello. Además, yo estaba de puta madre con Eva y agua pasada no mueve molino.

Tras los dos consabidos besos y las felicitaciones Navideñas, la “dulce” Vane nos dio (sin pedírselas) las pertinentes explicaciones de porque estaban en el local y a aquellas horas de la noche.

—Esta —dijo señalando a su amiga con un ademan artificioso —y yo hemos descubierto que nuestros novios nos ponían los cuernos con dos mierdosas pijas de la Ponderosa y hemos cortado con ellos.

Los tíos, a los que ella llamaba “sus novios”, eran dos niños bien de  una barriada de chalets del extrarradio de Alcalá de Guadaira, quienes únicamente buscaban  en las inseparables amigas un agujerito calentito donde meterla. Si nuestras  dos conocidas  se podían considerar unas ninis,  aquellos dos chavales no eran mucho mejor. Aunque si tuviera que ponerles algún calificativo sería paque (Paque voy a estudiar o trabajar, si mi padre me lo paga todo). 

Aquellos dos tipos, que yo supiera, tenían novias formales de varios años. Por eso no me cuadraba mucho el rollo que la Vane nos estaba largando de que le habían puesto los cuernos. Me atrevería a decir que se habían cansado de ellas o que sus chicas se habían enterado de su doble juego. Cualquier cosa, menos que ellas los habían dejado. Todos sabíamos que para cualquier tío aquellas dos chavalas eran como los “Kleenex”: de usar y tirar. 

—La Debo y yo es que nos damos mucho a valer y no ha nacido el tío que se burle de nosotros.

Fernando, Antonio y yo escuchamos el rollo patatero que nos estaba largando como si nos interesara. Lo cierto es que ni nos importaba, ni nos creíamos una pizca  de lo que nos estaba contando. Si no la cortábamos en seco, era porque sospechábamos que aquellas dos estaban allí buscando algo y, como buenos cazadores que éramos, no íbamos a espantar a las liebres.

Una vez la extra-ordinaria Vane se cansó de despotricar de los dos pijos de la Ponderosa, comenzó a revelar el verdadero motivo que las había llevado a nuestro garito. 

—… como sabemos que ustedes están fartitos  y nosotras estábamos con ganas de vengarnos de los dos mamarrachos esos. Nos dijimos: ¿y por qué no le hacemos una visita a los colegas del barrio a la casa que tienen para las fiestas? —Al decir esto último gesticuló de una manera más exagerada de lo normal, como si intentara hacerse la graciosa — Si queréis echamos un buen ratito y  matamos dos pájaros de un tiro: nosotras nos vengamos de nuestros ex  y vosotros os lo pasáis bien.     

La normalidad con la que soltó aquello nos dejó un poco perplejos, pero como ya sabíamos del píe que cojeaban, no nos extrañó lo más mínimo. Oportunidades para mojar la croqueta  no se presentaban todos los días y mucho menos con tanta facilidad.  Mis dos amigos y yo nos miramos, nos encogimos de hombros sin saber que decir. Más Antonio con su particular ir de frente sin pensar, dijo algo,  que no por obvio, dejaba de ser menos cierto:

—Vane, ¿no te has dado cuenta de que habemos tres tíos y vosotras sois dos?

La Vane se quedó mirándolo fijamente, clavo su mirada en él como si mi amigo fuera alguien insignificante.  Levantó sensualmente los brazos hacia arriba y se recogió la negra melena en una improvisada cola. Tras unos tensos segundos de silencio, en los que nos tuvo en ascuas,  dijo:

—¿Y quién te ha dicho a ti que nos vayamos a dividir por grupos?

La tajante e improvisada respuesta nos cogió a todos fuera de juego. Incluso a la Debo quien, sin meditarlo, tiró de la manga del chaleco de su amigo como esperando una explicación ante la desorbitada proposición.

Si hasta aquel momento, la idea de echar un casquete con aquellas dos pibas, nos tenía con el nabo más duro que el mango de un paraguas. La leve insinuación de una orgia nos puso a mil por mil, solo nos faltó jadear como los perros salios.

Me fije en la Debo, no sabía si aquello iba en serio o en broma. Por más que le reclamaba una explicación con la mirada a su amiga del alma, esta no la sacaba de dudas. Estaba claro que mi ex, podía ser guarrilla pero no tanto como  para hacérselo con todos a la vez. Máxime formando yo parte del  grupo. Dicen que donde hubo llama siempre quedó rescoldo, en el caso de ella y yo no podía ser más cierto. Puede que hubiésemos dejado de salir, pero la atracción física y el afecto todavía seguían allí.

Frunció el ceño e intentó decirle que aquello no le parecía correcto. Sin embargo, la Vane parecía tenerlo todo planeado  y pasó olímpicamente del  gesto de disconformidad de su compañera de tropelías.  Se fue para Fernando y le metió mano al paquete. Sin dejar de acariciar el bulto del pantalón de mi amigo, como si aquello careciera de importancia, nos dijo:

—Pues lo mejor será que cerréis la puerta a cal y canto, no vaya a ser que a alguna de vuestras novias le dé por venir y mañana seamo la comidilla del pueblo.

Fernando, que era muy formal para esas cosas, hizo un gesto de desaprobación a la desfachatez que había soltado la chavala. Creo que hasta estuvo a punto de soltarle una fresca, pero miró de arriba abajo  al bomboncito que le estaba poniendo la picha a punto de caramelo y se calló.  Ya lo dice el refrán: “cuando la de abajo se pone tiesa, nadie piensa con la cabeza”.

Sin decir esta boca es mía, se colocó bien la verga bajo los vaqueros y fue a cerrar la puerta, tal como le había pedido el putón verbenero de la Vane.

Al regresar, comprobó que el ambiente se había ido caldeando. La Vane se había puesto a bailar delante de nosotros, moviendo mucho el culo y las caderas. La gachi estaba taco de buena y lo sabía. Nada más vio llegar a Fernando, cambió su forma de contonearse y simuló hacer un “strip-tease”. Fue verla remangarse levemente el chaleco y  sentí como mi calvo cabezón se movía dentro de los gayumbos.

En el momento que se quitó el ajustado suéter rojo que llevaba puesto y nos dejó ver un minúsculo sujetador, que apenas le tapaba medio pecho, a mis colegas y a mí se nos iba a salir los ojos de las cuencas. ¡Qué riquísima estaba la cabrona!

—Anda  ponerme la del Tom Jones de “Full Monty”.

Antonio, que no tenía un no para la descarada chavala, fue corriendo al equipo de música y, tras localizar el CD,  seleccionó la canción que le habían pedido.  

—¡Sentaos!—Dijo Vane que comenzó a creerse que teníamos algún interés en sus nulas  habilidades artísticas —así me puedo lucir mejor. 

La escena tenía mucho de peliculera e irreal. Mis dos amigos y yo estábamos sentados, codo con codo, en uno de los diversos sofás que había en los laterales del extenso salón y la tía contoneaba su cuerpo, a escasos metros nuestros, al compás del “You can leave your hat on”. Por su parte, la Debo intentaba mantenerse al margen de sus desatinos,  pero sin éxito alguno, pues aquello se estaba saliendo completamente de madre y la estaba cogiendo en medio.   

Fernando, que estaba ya que se subía por las paredes, se levantó y se colocó detrás de la muchacha. Sin recato de ningún tipo, se puso a refregar el bultaco por  su trasero (Para que su rabo rozara los glúteos de la chica tuvo que agacharse un montón, pues mi colega medía más de metro ochenta y la zorrita de la Vane apenas llegaba al metro sesenta).

La chavala al sentir el duro pollón de sus nalgas, sin dejar de moverse por un segundo, alargó su mano hacia el prominente bulto y lo acarició de un modo vulgar. No obstante, no estaba dispuesta a compartir su minuto de gloria y le pidió, con un gesto, que volviera a sentarse.   

La musiquilla era genial para un despelote, pero la bailarina tenía menos gracia que ponerle una película muda a Stevie Wonder. Contoneando sus caderas de forma exagerada, se desprendió torpemente  de la falda. Cualquier parecido de sus movimientos con un baile erótico era pura coincidencia. Sin embargo, fue quedarse  solo en braguitas y sujetador y los tres nos pusimos a gritar como si Ronaldo hubiera metido un gol.

Antonio, con su “sutileza” habitual, pidió a la Debo que se despelotara también. La chavala en principio se negó, pero ni él ni yo estábamos dispuesto a no verla en bolas, como si lo tuviéramos planeado de antemano, nos arrodillamos ante ella y, poniendo voz de penita empezamos a suplicarle  que lo hiciera:

—¡Tía enróllate! ¡Mira como la tengo!—al decir esto último Antonio se metió groseramente mano al paquete — No me puedes enseñar el pastel y después no dármelo a probar.

—¡ Porfa desnúdate! —Mi voz intentaba dar lastimita, pero no podía disimular el cachondeito que me traía entre manos —  ¡Tía, si supieras el montón de pajas que me he hecho pensando en sus tetas!

La chica se nos quedó mirando, sin poder aguantarse la risa y moviendo la cabeza en señal de perplejidad nos dijo:

—¡Tenéis más peligro que una caja de bombas!—Hizo un gesto de  resignación y se unió a su amiga en el centro de la pista.

Al principio, le costó un poco seguir el ritmo y tardó un poco en acoplarse a la alocada forma de bailar de la Vane. No obstante, al sonar las primeras notas del “Moving on up” de los M-people, dejó que la música envolviera su cuerpo   y empezó a agitar sus caderas de un modo netamente sensual.

Casi sin darse cuenta, se desprendió de la ropa con una gracia inusual. Parecía que había nacido para calentar al personal, si ver a su amiga en paños menores me había “embrutecido”, verla a ella en ropa interior,  me puso con el nabo, ¡que me dolía de duro que lo  tenía! Busqué el rostro de mis amigos y me recordaron a los toros a punto de embestir el capote. ¡Les faltaba únicamente echar la tierra patra!

Vane al sentirse desplazada por su amiga, se puso a bailar mucho más exageradamente. Como no consiguió llamar nuestra atención, decidió poner toda la carne en el asador y, poniéndose la mano en la entrepierna, nos dijo:

—Si queréis ver el premio que se esconde debajo, me la tendréis que quitar…

Continuará en: Tres pollas para dos rajitas.

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