Cuernos, vida familiar y mucha amistad

Las dudas de Ramón

Episodio siete

La historia hasta ahora: Ramón un poco enfadado porque Mariano le ha contado una infidelidad. No desaprovecha la ocasión de irse de putas con Ervivo y otros de sus amigos.

Allí echa un polvo con una prostituta cubana, en parte por despecho, en parte para demostrar su hombría. Pero no puede quitarse de la cabeza el sexo con su amigo. Cuando se corre, se siente culpable por traicionarlo.

21/08/12  08:30

En mi interior habitaba un conflicto, parte de mí se sentía satisfecho por saber que un hombre y una mujer podían calmar mis deseos por igual, otra parte de mí decía que ni mi mujer, ni Mariano se merecían nada de aquello.

Al llegar a la zona de la barra me encontré a “Ervivo”, en una actitud que me dio a entender  que me  estaba esperando, pues tenía la mirada fija en la salida de los reservados:

—¡Oye qué le pasa a tu móvil! —su tono rozó lo inquisitivo.

—Qué lo tengo en silencio —contesté a la vez que instintivamente lo buscaba en el bolsillo, para comprobar quien me había podido llamar.

Mi cara de sorpresa al ver quince llamadas, dio paso a la de preocupación al escuchar lo siguiente que me tenía que contar mi amigo.

—Me ha llamado Mariano, por lo visto tu mujer al no poder localizarte lo ha telefoneado  a él…

—¿Qué coño ha pasado?  —dije preso de los nervios, pues Elena si no es  para algo urgente no me llama.

—¡No te asustes, hombre! —“Ervivo” levantó sus manos mostrándome las palmas,  en un vano gesto de tranquilizarme —Por lo visto tu vieja que se ha caído en la ducha, nada grave pero tu mujer se ha tenido que quedar con tus sobrinos y las niñas y tu Marta está sola con ella en el hospital… ¡por eso la urgencia!

—¿ Y mi hermano? —pregunté completamente descompuesto.

—Eso mismo le pregunté yo a Mariano y por lo visto tu David está fuera en un congreso con la mujer…

—¿Dónde le has dicho que estábamos?

—¡“Pos” aquí! —Dijo con total desparpajo mi acompañante —El colega otra cosa no tendrá, pero legal es como él solo y no le da “ar pico”.

—Ya lo sé —mis palabras estaban repletas de pesadumbre.

—¡Pues vete yendo para la puerta, que encima de que el hombre va a venir a buscarte no lo hagas tener que entrar! ¡Qué con lo beato que es, le puede dar algo!

—¿Viene para acá?

—Sí, el Manuel está por ahí con la brasileña esa y va a tardar. Así que le pedí que se “ofreciera amablemente” a llevarte al hospital —la arrogancia y cara dura  de “Ervivo” rebozaba en cada una de sus palabras.

Antes de despedirme, quise dejar los cabos bien atados pues si nuestras mujeres nos cogían en un renuncio en lo referente a aquella tarde,  se nos podía caer el pelo.

—¿Tú que le vas a contar a Nuria?

—Lo mismo que  el Manuel, que hemos venido a Los Palacios a ver unas naves, que uno de mis proveedores está buscando una en la zona por si le vienen bien…—“Ervivo” recitó aquella mentira con total naturalidad y con una credibilidad propia de un premio de Hollywood, pero a mí que lo conocía de muchos años ya, lejos de asombrarme, su frialdad me estremeció.

—¿Y al final le valen o no? —pregunté  en un tono jocoso, con la única intención de  completar los datos sobre  nuestra coartada.

—¡Qué va! —su expresión era una oda a la sinvergonzonería —¡Tenemos que venir otro día!

A pesar de que el nerviosismo y la preocupación copaban mis sentidos, no pude evitar reírme con su ocurrencia.

—Bueno, tú sabrás que con la cosa de esperarte todavía no he mojado la “cloqueta”.

—Lo siento hombre, pero pongo un circo y me crecen los enanos.

—No te preocupes, si me ha venido bien como excusa para quitarme a la rusa esa de encima. —a la vez que me soltaba su perorata,  mi amigo oteaba con la mirada las chicas que circulaban por el  burdel— La “rasputina” era demasiado “jaca” para mí, tú sabes que me gustan manejables como la tuya… por cierto… ¡Habrás dejado el pabellón alto! ¡Qué no me digan después que mis amigos son unas moñas!

—Alto no, ¡al-ti-si-mo! — contesté con énfasis.

—Bueno tío te dejo, que aquella morenita tiene ganas de guerra —dijo  levantándose y dirigiéndose en compañía de su copa hacia una menudita y voluptuosa chica que por sus rasgos parecía sudamericana.

—¡Hasta luego pieza! —le dije mientras me dirigía a la salida.

Durante el rato que aguardé a Mariano, construí mil excusas para explicarle mis motivos para estar allí… ¡Joder, que aquella mañana habíamos estado juntos! Cómo no sabía hasta donde “Ervivo” le había llegado a contar, opté por no decirle ningún embuste, pues si él había demostrado ser sincero conmigo, lo mínimo sería que yo lo fuera  también con él.

Cuando lo vi aparecer, un gesto de preocupación llenaba su rostro. Nada más me monté en el coche y  sin darme tiempo a abrir la boca, me dijo:

—¡No te asustes! Tu madre se ha roto una pierna y la tienen que operar… No es nada grave, pero se tiene que quedar ingresada.

—¿Cómo ha sido?

—Estaba en la ducha y se ha resbalado…Menos mal, que llevaba con ella el dispositivo de tele asistencia, ¡qué si no!

—¡Es que  esta mujer es la más cabezona del mundo! —aunque mis palabras estaban llenas de furia, con quien estaba más enfadado era conmigo mismo por no haberla sabido convencer —.Es que no se quiere venir a vivir con ninguno de nosotros.

—Pues sola tan poco puede estar… —contestó Mariano solemnemente.

—Ya lo sé…

De camino al hospital el tema de conversación fue mi madre y las posibles soluciones que teníamos los hijos para no dejarla desatendida. En ningún momento me hizo algún reproche con respecto al sitio en que había recogido, ni que por mi culpa había tenido que dejar aquello tan importantísimo  que estaba haciendo.

No sé si aquella tarde fue cuando descubrí que me estaba enamorando de él. Lo que sí me di cuenta fue que a pesar de que nos movíamos por un  escabroso sendero, nos sobraban los motivos para seguir caminando por él. Pues por muchas dificultades que encontráramos, la recompensa estaba demostrando ser mayor.

Estaba claro que ponía un circo y me crecían los enanos, desde que en Semana Santa descubrí lo importante que era Mariano para mí, no había sacado los pies del plato para nada y, a mi manera y forma,  creía haber sido fiel al sagrado sacramento del matrimonio que me ataba a mi esposa  y a la relación afectiva-sexual que me unía a mi amigo. Por eso, cuando por primera vez después de mucho tiempo me voy de putas con Manuel y “Ervivo”, lo último que me podría imaginar es que mi “vieja” tuviera un accidente doméstico y que Elena, ante la imposibilidad de localizarme, pidiera ayuda a Mariano. Si mi preocupación por el estado de salud de mi madre era palpable, mi intranquilidad no era menor ante cual sería  la reacción de Mariano al recogerme en la puerta del puticlub…. ¡Y es que lo que no me pase a mí…!

Sorprendentemente no me hizo ningún reproche, centró toda su atención en calmarme y en  quitar importancia a la caída de mi madre en la ducha:

—Sí Ramoncito una pierna rota con una operación de por medio y  a ciertas edades puede ser  un asunto muy serio,  pero no te preocupes que  cada día hay más avances y veras como Doña Carmen sale adelante…—su voz mostraba una muy sincera preocupación tanto por mí, como por mi progenitora.

Una vez en el  hospital, nos encontramos con mi hermana Marta e Isidoro, su marido, la inquietud era palpable en sus rostros. En unos minutos me pusieron al día de todo lo ocurrido y de la situación actual de la buena señora.

—¿Entonces que la tienen en una sala a la buena de Dios hasta que se quede una habitación libre? —mi pregunta estaba impregnada de indignación por los cuatro costados.

—Sí, pero es lo que hay… El hospital está a tope…Hay mucha gente más como ella… —mi hermana intentaba torpemente justificar lo injustificable, en un vano intento de que yo no me cabreara.

—¡Tiene muchos cojones toda la vida pagando un seguro y cuando te hace falta hacer uso de él, van estos cabrones y te dicen que no hay dinero! —creo que grité un poquito(bastante) pues las miradas de todos los que estaban en aquella casi colapsada sala de espera se clavaron en mí. Marta me hizo un gesto para que bajara la voz y me calmara. Busqué la complicidad de Mariano y mi cuñado, pero ambos me reprendieron con la mirada.

—Qué te pongas como un energúmeno, ¡no va a hacer que a mamá la operen antes!

Miré a mi hermana y aunque la rabia alimentada de impotencia seguía cabalgando en mi interior, decidí tener la fiesta en paz y dejé de dar voces, ¡eso sí!, como no estaba dispuesto a meterme mis reivindicaciones por salve sea la parte, proseguí erre que erre en voz baja.  Me tuve que poner un poco pesado, porque mi cuñado que no habla por no ofender me dijo:

—Ramón, llevamos dos horas aquí sin saber nada de tu madre, que la sanidad pública es una mierda como la copa de un pino lo sabemos todos pero, ¿crees que con protestar  vas a conseguir que la operen antes? Porque si es así, el primero en ponerse en plan “indignadito” soy yo…

Sus tajantes palabras  me dejaron sin argumentos, miré a mi hermana y a Mariano y  su gesto de avenencia con lo que había dicho Isidoro, me llevó a pensar que proseguir  con el dichoso  tema iba a ser como darse de cabeza contra un muro de hormigón.

Aquella noche no supimos  más nada y ante la falta de noticias, fuimos yéndonos poco a poco para casa. Primero se fue Mariano, más tarde lo hizo mi cuñado y yo, tras acordar con mi mujer que los hijos de Marta se quedarían en casa,  deje a mi hermana sola pues como no sabíamos para cuantos días iba el tema, decidimos que yo fuera a trabajar el día siguiente y coger los oportunos días de permiso cuando realmente fuera estrictamente necesario. 

En los cuatro días siguientes, mi familia y yo comprendimos de primera mano lo que habían supuesto los recortes en sanidad pública. Una apesadumbrada sensación de frustración es el único sentimiento que recuerdo de aquellos largos días, nos fuimos turnando mis dos hermanos, mis cuñados, mi mujer y yo, en una especie de vigilancia por si decidían cambiar a nuestra madre de planta, pues solo nos permitían entrar a verla  durante  las hora de almuerzo y la cena, y simplemente porque no tenían personal suficiente para ayudar a aquellos que, como en el caso de mi madre, precisaban ayuda para poder alimentarse.

El cuidado los enfermos en aquella sala dejaba mucho que desear, más que un hospital del primer mundo, parecía que se tratara de un improvisado campamento en zona de guerra. El personal sanitario hacia lo que podía, pero si sus obligaciones se  habían multiplicado  por dos o venía Jesucristo y hacía el famoso milagro de los panes y los peces, o los enfermos difícilmente podrían estar  medianamente bien atendidos.

Pero como lo  más importante de todo aquello era mi idolatrada madre, hice de tripas corazón y no solté  ni la más mínima queja, para no agobiar más de lo que ya estaba a la buena mujer.

Aquellos cuatro días se hicieron eternos: mis sobrinos, mis niñas, el trabajo… Y eso que Mariano, como ya había terminado las clases en el Instituto se hizo cargo de ellos durante las  mañanas para  que las mujeres pudieran descansar un poco, porque a todo el estropicio hospitalario había que sumar que los niños ya estaban de vacaciones y con ganas de estar enredando a todas horas. Mis hijas y mis sobrinos no podían estar más  encantados de la vida, pues el “tito Mariano” (como ellos lo llamaban cariñosamente) los tenía  todo el día de aquí para allá.

Por fin el viernes la subieron a planta y la cosa cambio, porque ya éramos nosotros quien nos encargábamos directamente de atender sus necesidades y aunque la pobre mujer estaba muerta de dolores con la pierna, el saber que tenía todo lo que precisaba nos tranquilizó bastante. Lo peor es que hasta el lunes no la podían operar, pero quien espera lo mucho, espera lo poco.

Aquella semana la ley de Murphy fue tan devastadora que  mi cuñado, mi hermano, Mariano y yo nos vimos obligados a ver la final de la Eurocopa en la cafetería del hospital. Uno a uno, los cuatro goles de España llenaron de alegría los corazones de los allí presente, por un momento nos olvidamos por completo del motivo que realmente nos había obligado a ver el partido entre aquellas cuatro paredes y vitoreamos la victoria.

Estaba tan pletórico por el triunfo que sin pensármelo me abracé con todo el que tenía cerca, cuando llegó el momento de hacerlo con Mariano, además de estrujarlo entre mis brazos le pegué dos fraternales besos que por su reacción, más que agradarle parecieron molestarle.

A pesar de que las preocupaciones se amontonaban en el desván de mi existencia, aquel momento con España goleando a Italia por cuatro a cero rodeados de mi familia trajeron, por así decirlo,  esperanza a mi vida, sentir a mi amigo entre mis brazos y posar mis labios sobre sus mejillas fue la guinda del pastel. Sin poderlo remediar, recordé la celebración de la semifinal y una impotencia vestida de largo me constató que el único premio que podía esperar en los próximos días  sería  que Carmen Sánchez, mi madre, saliera en perfecta condiciones de la operación, a la que se vería  sometida en poco más de doce horas.

A las doce de la mañana del lunes dos de julio, mi madre entró en quirófano  y a pesar de que los médicos nos habían explicado por activa y por pasiva que la operación no entrañaba riesgo alguno, los ochenta años que ella acumulaba a sus espaldas y su delicada salud nos tenían con el alma en vilo. Nos despedimos de ella con una sonrisa en los labios, regalándole todo el cariño del que éramos capaz  pero con el corazón atenazado por el miedo, no pudiendo evitar pensar que posiblemente aquella fuera la última vez que la viéramos con vida.

Fueron dos largas horas de incertidumbre,  dos horas animándonos entre nosotros con palabras huecas y manidas para evitar pensar lo peor, dos horas en las que, como de costumbre, Elena fue el refugio de mis debilidades, mi fortaleza silenciosa ante todas aquellas inclemencias de la vida que se me venían grande.

Diez minutos antes de que saliera el médico apareció mi amigo Mariano, quien en cuanto lo dejaron  libres sus obligaciones, se acercó al hospital para saber de primera mano del estado de mi madre. Fue verlo llegar y me sentí como si estuviera más protegido ante cualquier desastre, como si fuera una especie de salvavidas al que aferrarme. Con mi familia, mi mujer y él allí, no sé porque, pero sentí como si nada malo pudiera ocurrir.

De hecho así fue, poco después el cirujano salió para hablar con nosotros, fue ver el brillo de satisfacción en su mirada y mis peores temores se esfumaron de pleno.

—La intervención de su madre ha sido un éxito, —aunque intentaba parecer impersonal, la alegría estaba implícita en sus palabras —se le ha colocado una placa en el fémur y dada su edad, perderá bastante movilidad… Seguramente cuando se le retire la férula tendrá que hacer rehabilitación… Ahora está en la sala de despertar, cuando se le pasen los efectos de la anestesia la pasaremos a planta.

Impulsivamente me abracé a la persona que tenía al lado que era mi hermana, busqué con la mirada a Elena y me sonrió tímidamente, junto a ella estaba Mariano que, al igual que el resto de la familia, no se podía aguantar el contento.

Dos días más tarde dieron el alta a mi madre y si tenerla en el hospital había sido un desconcierto, ahora venía ponerse de acuerdo en cuidar a la buena mujer y, lo peor, donde.

Consideramos que alguno de los tres se la llevara a su casa, pero eso significaba tener que renunciar a las vacaciones y, aunque alguno de nosotros hubiera estado dispuesto a hacerlo, nuestros hijos  no tenían por qué pagar el pato.

La solución sería que se quedaría en su casa y nosotros, sus hijos, nos mudaríamos a ella con el único propósito de no dejarla desatendida. Llegamos fácilmente a un acuerdo, como siempre que hay buena predisposición para las cosas, y nuestra querida madre estaría siempre en compañía de uno de sus hijos y sus nietos no tendrían que renunciar a su veraneo en la playa.

Continuará en: Policía caliente busca donde meter la porra

Un comentario sobre “Cuernos, vida familiar y mucha amistad

Deja un comentario

Este sitio utiliza Akismet para reducir el spam. Conoce cómo se procesan los datos de tus comentarios.