
Las dudas de Ramón
Episodio tres
La historia hasta ahora: Después de echar un tremendo polvo, Mariano comienza a contar una “infidelidad” a Ramón con un catalán que conoció una noche en la sauna de Nervión.
Ante la sorpresa del policía, su amigo empieza a narrar lo lanzada que va la gente en el local y como se ponen a follar en cualquier sitio sin pudor.
En una de estas ve a un tío que le gusta, el catalán, pero un tipo se le adelanta y le comienza a hacer una mamada en la zona del cine.
Sin embargo, aparece por allí otro tipo y quien se la chupaba decide cambiar de “trompeta”. Circunstancia que es aprovechada por Mariano.

21/08/12 08:30
—Como si el sutil piropo hubiera sido el indicio que aguardaba para lanzarme de cabeza a la piscina, alargué mi mano a su pecho y acaricie la espesa mata de pelo negro que lo cubría. Él, por su parte, no dejaba de acariciarse la polla en un claro intento de provocarme para que se la tocara.
»Su polla, aunque no demasiado grande ni gorda (¡qué no es la tuya Ramoncito!), —Al hacer este inciso, me guiñó un ojo y me mostró una sonrisa de tunante — pero poseía una de las erecciones más vigorosas que he visto. Un tronco con una piel oscura sobre la que resaltaban algunas venitas azuladas, pero lo que más me gustaba de ella era su ancha cabeza morada.
»Sin reflexionarlo demasiado y borrando absolutamente de mi mente la vergüenza que me daba hacer aquello a los ojos de todo, alargué mi mano hacia la prominencia de su entrepierna, fue tocarla y una descarga eléctrica pareció recorrer mi cuerpo.
»Algo similar le tuvo que ocurrir a él, pues su rostro se contrajo en una placentera mueca. Paseé levemente mis dedos por aquel miembro viril, a la vez que clavaba mi mirada en la suya en busca de algo de complicidad. Sus ojos se iluminaron con la pasión del momento y en su rostro asomó una morbosa sonrisa. Sin pensarlo escupí sobre su glande, por unos segundos un brillante puente de saliva unió mis labios con aquel trozo de carne en forma de cabeza de flecha. Agarré la lubricada verga y olvidándome por completo de donde estaba, inicié una suave pero contundente masturbación.
»Tan absorto estaba en disfrutar del cuerpo que tenía ante mí, que ni advertí que el peludo treintañero se había marchado, dejando allí al otro tipo. Fui consciente de ello en el momento en que unas manos tocaron mi entrepierna, eran las del cincuentón afeminado que al quedarse compuesto y sin novio, decidió ponerse a jugar con mi polla.

»En un principio pensé en rechazarlo, pues no me hacía ni chispa de gracia que aquel tipo me manoseara, pero sopesé que aquello podía cortar el “feeling” del momento y opté por dejarlo hacer. Hice de tripas corazón y etiqueté como daño colateral el hecho de que me tocara la polla.
»Al ver mi aparente cooperación, aquel individuo, sin contemplaciones de ningún tipo, pasó a mayores. Se agachó ante mí y, por cierto adoptando una postura bastante complicada, se metió mi pene en la boca.
»El catalán al ver la controvertida posición (yo estaba encorvado para poder agarrar su cipote y el otro tipo intentaba meterse entre mis piernas como podía), me invitó a que me sentara a su lado para que el tercero en discordia pudiera acceder a mi nabo mejor.
»Una vez me acomodé y el otro tío comenzó a trabajarse con la boca mi tiesa verga, alargué mi mano hacia el oscuro falo de mi acompañante y como de nuevo se había vuelto a quedar seco, me escupí en la mano y extendí el caliente líquido por el enorme capullo. Unos guturales y placenteros bufidos fueron su única respuesta.
»Acto seguido los dedos del peludo machote rodearon mi mentón, acerco su cara a la mía y tímidamente me dio un piquito, al comprobar que no le ponía pegas de ningún tipo, unió sus labios a los míos y de una manera tan salvaje como pasional hundió su lengua a la mía.
»Ni que decir tiene que me había olvidado por completo de que estaba a la vista de todo “quisqui” que se acercaba por allí. No sé qué me proporcionaba más placer si el beso que me daba, sentir su duro miembro entre mis dedos o las caricias que me propinaba con la lengua el cincuentón (Dicho sea de paso, ¡me estaba haciendo un trabajito del carajo!).
»El desenfreno se apoderó de mí y en un acto reflejo y falto de raciocinio comencé a ceder a las sensaciones que me embargaban, fue advertir como el tipo que me la mamaba aumentaba el ritmo y trasladé su velocidad a mi lengua y a mi mano, besando y masturbando al catalán de modo frenético.
»Tras unos ardorosos minutos de subir y bajar la oscura piel de aquel cipote, el atractivo machote apartó sus labios de los míos y reclinando la cabeza hacia atrás suspiró descompasadamente. Ver como de su uretra brotaba un enorme chorro de leche que se expandió por todo su vello púbico me puso a las fronteras de correrme, saqué violentamente mi polla de la boca del cincuentón y a los pocos instantes mi polla dejo brotar el jugo de sus cojones.
»El cincuentón al ver que la fiesta se había terminado y, al igual que algunos mirones (de quienes hasta el momento no había sido consciente), se marchó sin decir esta boca es mía.
»Durante unos momentos el machote peludo y yo permanecimos en silencio recuperándonos de la brutal corrida, no sé cómo nuestras miradas se buscaron y de un modo intuitivito, nuestros labios se volvieron a unir en un prolongado beso.

No olvidaré aquella jodida historia en la vida. Mariano, a petición mía, me había relatado como conoció a un catalán con el que había quedado recientemente. Si ya me sorprendió el hecho de que su primer encuentro sucediera en una sauna masculina, más lo hizo el modo y forma en que ocurrió. Mi amigo, sin cortapisas de ningún tipo, me había contado que en una especie de sala de cine porno y a la vista de todo el que pasaba por allí, lo había masturbado mientras otro tío le chupaba la polla a él. Aquello me chocó por indecente y porque no me cuadraba para nada con la forma de ser de quien lo contaba. Pero por el gesto de su cara parecía que el encuentro con aquel individuo (quien despertó en mí una animadversión enorme), solo acababa de empezar…
—De allí nos fuimos para la ducha y mientras nos secábamos me propuso tomar una copa —La espontaneidad en sus palabras me tenía atónito, contaba todo aquello como si fuera lo más natural del mundo. —En el bar fue contándome cosas de él. Se llamaba Manuel, llevaba casado varios años…
—¿Casado? ¿Allí van tíos casados? —No sé porque le pregunté aquello y mucho menos, porque demonios me extrañaba de ello.
—Sí, Ramoncito. Es de lo más normal… Aunque él estaba de paso y por motivos de trabajo, yo quisiera que vieras como se llana de tíos como tú los domingos, con la excusa de que juega el Betis o el Sevilla.
Escucharle decir “se llena de tíos como tú” me molestó bastante. Tanto que si se hubieran dado otras circunstancias, el hecho de que alguien se tomara la libertad de compararme a mí con unos maricones casados, hubiera sido motivo de bronca, ¡y de las gordas! Pero era mi mejor amigo, una de las personas que más quería en este mundo y aunque no hubiera medido sus palabras, su intención no pasaba por ofenderme. Lo mire con el ceño fruncido durante unos segundos y le dije:
—Yo nunca he ido por sitios así, ni creo que vaya…
Me miró muy serio, movió la cabeza en señal de perplejidad y tras morderse el labio suavemente me dijo:
—Te puedo asegurar que no es algo que uno se plantee cuando se levante por la mañana. —Agachó la cabeza como avergonzado, la pasión y la alegría que minutos antes brillaba en su rostro se había desvanecido por completo.

De nuevo el orgulloso machito que vivía en mi interior, había sacado lo peor de mí. ¿Quién era yo para juzgar lo que él hiciera? ¿Quién era yo para sentirme mejor que él porque decidiera hacer con su vida una cosa u otra?
Dejándome guiar por lo que me mandaba el corazón, le volví a coger las manos, las apreté entre las mías y mirándolo a los ojos le dije:
—Perdona tío, todo esto es nuevo para mí y no me acabo de creer todavía donde estoy…
—¿Y dónde estás?—su pregunta fue tajante y la contesté del mismo modo.
—Disfrutando con mi mejor amigo de una variedad del sexo que no sabía me iba a gustar tanto…
Nos miramos, de nuevo si mis barreras morales no hubieran existido lo habría besado y en lugar de eso, simplemente dejamos que nuestros ojos tuvieran una intensa conversación.
—¡Anda sigue! No me dejes con la historia a medias…
—¿De verdad quieres que sigas? Lo que queda por contar es muy fuerte.
Siendo franco, no tenía ningunas ganas de escuchar lo que había pasado con el tal Manuel, pues, aunque yo no quisiera admitírmelo en aquel momento, la historia de Mariano en la sauna me escocía más de lo que quería. Y no por lo escabroso del sitio y el “aquí te pillo, aquí te cepillo” reinante en aquel antro. Me molestaba, sobre todo, por el simple hecho de imaginar a mi amigo compartiendo con otra persona, momentos muy parecidos a los que yo acababa de vivir con él.

Sabía que si le respondía que no, quebraría un poco la confianza que empezaba a surgir entre nosotros en lo referente a aquellos escabrosos temas. Sabía que si le respondía que sí, cada palabra sexual que saliera de su boca, en vez de excitarme, me desagradaría (¡Qué equivocado estaba!)
Opté por no mirarme el ombligo y asentí levemente con la cabeza.
Mariano me miró atentamente, disimulé como pude mi semblante y convencido de que aquello no me afectaba lo más mínimo, prosiguió con su batallita sexual como si tal cosa.
—En el bar, me dijo que se llamaba Manuel y que llevaba casado varios años. Pero que recientemente había descubierto el sexo con hombres y que le gustaba más de lo que hubiera imaginado. Recuerdo que no apartó la mirada de mí en todo el tiempo y de vez en cuando me decía, en un tono de voz muy bajo, que le gustaba mucho y que estaba muy bueno…
—¡Sí, pero si tú no te arrancas el tío no te hubiera echado cuenta en la vida! —exclamé reprobando al catalán de los cojones.
—Tiene su explicación —contestó mi amigo dándole un atisbo de misterio a sus palabras.
—¡No me imagino cual! —me escuchaba y no me reconocía, me estaba cabreando con el ligue de Mariano sin motivo aparente.
—El tipo era muy varonil, pero eso no quiere decir que no fuera presumido —la sorna con la que soltó aquello me dejó más perplejo aún, le puse mi mejor cara de no enterarme de nada y con un gesto le invité a que continuara explicándose —El tío es bastante miope y se quitó las gafas para ligar más. No es que no me hiciera caso, ¡es que de lejos no me veía! —Mi amigo no pudo reprimir una pequeña carcajada.
—Qué si no te acercas tú, ¡ni flores!
—Sí, pero mereció la pena —la fascinación con la que se refería a aquel tipo me recordaba una y otra vez que por mucho que yo lo deseara, no lo tenía en exclusiva. Del mismo modo que él no me tenía a mí.

—¡Anda sigue que se te cae la baba!
Me sacó la lengua tímidamente ante mi comentario y prosiguió por donde lo había dejado:
—Estuvimos un buen rato charlando, el “gachón” no solo estaba que crujía de bueno, sino que encima parecía simpático. Una cosa que me llamó la atención de él, es que su acento no era el característico de su tierra, me dijo que era debido a que viajaba mucho y a que sus padres, dado que eran andaluces, no eran muy amigos de practicar el catalán en la intimidad. Le hablé un poco sobre mí, lo justo y lo necesario (tampoco soy yo amigo de diseccionarme con desconocidos) y cuando nos terminamos la copa, con total desparpajo me dijo de pasar a una cabina para un segundo y mejor tiempo. —Observé la expresión de mi amigo, si en algún momento había sopesado dejar de contarme su “aventurilla” de aquella noche, dicha posibilidad se había esfumado por completo. Estaba disfrutando tanto con aquello, que había decidido darme hasta el último detalle de lo ocurrido —Tras coger unos preservativos y unos pequeños envases de lubricante, nos dirigimos a la zona donde estaban los cuartos.
»Tuvimos suerte y rápidamente encontramos una que estaba libre. Fue cerrar la puerta y nos deprendimos de las toallas. Hasta aquel momento, no había tenido tiempo de fijarme en él en la justa medida. ¡Era un tío de los pies a la cabeza!
»Un cabello moreno sobre el que se desperdigaban alguna que otra cana y una barba descuidadas eran las señas de identidad de un rostro que se me antojaba atractivo a más no poder.
» Por su porte llegué a pensar que practicaba algún deporte o lo había hecho en algún momento, pero me confesó que el ejercicio físico y él no hacían buenas migas.

»Poseía unos anchos hombros, un peludo y robusto pecho el cual reinaba sobre una pequeña tripa, que de ningún modo le restaba atractivo.
»Aunque tengo que reconocer que aparte de su polla, lo que más me gustaba de él eran sus piernas y su trasero. Un culo redondo y voluminoso que daban ganas de perderse en él…
Escuchar como Mariano hablaba de manera tan explícita de otro hombre, me hizo sentirme desplazado. A pesar de que solo deseaba lo mejor para él, y eso pasaba porque fuera feliz haciendo lo que deseara. Oír como desgranaba las características del “catalán de Dios”, propiciaba en mí un sentimiento de rechazo hacia aquel, que ni entendía ni estaba dispuesto a comprender.
—… Nuestras miradas se cruzaron levemente y faltos de sutileza, como dos boxeadores en el ring, nos lanzamos él uno sobre el otro. Su boca se posó sobre la mía, la cual se abrió para dejar pasar su lengua. Mis manos se plegaron sobre su cuello mientras las suyas acariciaron mi espalda. Sentir sus dedos caminar por mi espina dorsal, hizo que un placentero escalofrío viajara por todo mi ser.
»Nuestras pelvis se acercaron dejando que las bestias de nuestras entrepiernas se enfrentaran la una con la otra, como en un combate de esgrima. Nuestros cuerpos se contaron tanto en tan breve tiempo, que de ser dos perfectos desconocidos pasamos a tener la extraña sensación de saberlo todo el uno del otro…
Comencé a analizar todas y cada una de las palabras que salían de la boca de mi amigo. Cada similitud que veía en lo que contaba con lo que yo sentía, en vez de acercarme a él y afianzar más mis sentimientos, lo que hacían era alejarme y reforzar más mis incertidumbres y pensamientos contradictorios. Si a todo aquel baturrillo de sensaciones le añadíamos que yo era incapaz de reconocer que me estaba enamorando de él, la dolorosa punzada en la boca del estómago no se podía cuantificar.

—…Acaricié con mi mano derecha su cuello y alargué la izquierda hacia su polla, esta estaba dura como una roca. Inspeccioné con la yema de mis dedos cada milímetro de aquel mástil de sangre y musculo, las venas que recorrían su tronco se me antojaba morbosas a más no poder. Agarré sus testículos y los apreté suavemente, un pequeño mordisquito en mis labios me sirvió como prueba, para saber lo mucho que aquello le estaba gustando.
»Besaba de una manera sumamente deliciosa, pero dejé que el torbellino de sensaciones que bullían en mi interior se apoderara de mi raciocinio e instintivamente, coloqué mis labios sobre su cuello para ir bajando paulatinamente hacia su pecho.
»Mi lengua jugueteó con los rizados y oscuros vellos que cubrían su tórax, hasta alcanzar una de sus tetillas. Mordí suavemente el pequeño y oscuro montículo, obteniendo como única respuesta de mi acompañante un profundo gemido de satisfacción.
»Comencé a apretar suavemente sus erecto pezones entre mis dedos y Manuel, entre suspiros y jadeos, casi me suplicó que lo hiciera más fuerte. La desorbitada petición me chocó en principio, pero como ya había dado el día libre a la prudencia apreté sin pensármelo dos veces. —Al decir esto Mariano sonrió mostrándome su mejor cara de granuja.
»Por lo que pude intuir al tío le ponía que le apretaran las tetillas, tanto que en una de estas lancé una visual su cipote, y este vibraba como si tuviera vida propia. Sin dejar de suministrar el doloroso placer a uno de sus pezones, acerqué mi mano a su verga y comencé a acariciarla. Clavé mi mirada en él y como si formara parte de una coreografía ensayada, nuestras bocas se volvieron a buscar y dejamos que nuestros fluidos bucales se entremezclaran de nuevo…

Continuará en : A la rica crema catalana.
Un comentario sobre “Doble sesión de sexo en la sala de cine”