
Las dudas de Ramón
Episodio dos
La historia hasta ahora: Después de echar un tremendo polvo, Mariano pone entre la espada y la pared a Ramón para que le aclare que pasa entre ellos. Ya tiene claro que su relación es algo más que amistad.
Para el policía todo es nuevo y tras dar muchas vueltas al tema le dice que seguirán siendo amigos, pero que cada vez que tengan ocasión echaran un polvo.
Como sabe que su vida familiar le permitirá tener pocas oportunidades para ello, lo anima a que salga y que disfrute del sexo con otra gente.
Cosa que, para su sorpresa, Mariano le dice que ya ha hecho.
Sin ningún pudor le anime a que le cuente su “infidelidad”.

21/08/12 08:30
Mariano me miró con cara de cordero degollado, carraspeó un poco como si se dispusiera a soltar un mitin y sin darme tiempo a reaccionar empezó a hablar como si las palabras tropezaran unas con otras.
—Bueno… no es que… yo haya ido… en busca de ligue… ni nada por el estilo…
—¡Arranca ya ! ¿O es que no me tienes confianza?
Asintió con la cabeza, me miró fijamente y poniendo la espalda recta, comenzó a hablar de un modo más normal:
—Pues lo que paso fue que un tío con el que había echado un buen polvo en Noviembre me llamó.
—¿Y desde Noviembre ahora te llama? ¡Quillo, que estamos en Junio!
—Es que no es de aquí…
Entre que a mi amigo parecía que le costaba trabajo hablar y que no se explicaba del todo, yo me estaba empezando a liar más que la sandalia un romano. Así que volví a cogerle las manos de nuevo y buscando su mirada le dije:
—Tranquilízate y ya que has empezado me lo cuentas. Ni quiero, ni tengo derecho a enfadarme por nada que hayas hecho.
Fue escucharme y el sosiego visitó su rostro, respiró profundamente y acariciando mis manos dulcemente me dijo:
—Estaba deseando contártelo.
—Pues empieza y como si yo fuera un niño de cinco años. —adorné mi voz con una pequeña y picara sonrisa.
—En Noviembre,—el gesto de Mariano se tornó solemne, como si estuviera dando una clase magistral —poco después de haber estado contigo en el escampado, conocí a un catalán y nos dimos los teléfonos. Hace dos semanas me llamó y como ya estaba mejor de ánimo, accedí a quedar con él.
—Con eso de “vernos” quieres decir echar un polvo, ¿no? —Seguí apretando sus manos entre las mías y le regalé la mejor de mis sonrisas cuando él respondió afirmativamente con la cabeza —¡ Pues me alegro!
—¿De verdad que no te importa?

—Para nada. —Si he de ser sincero, él escuchar que había estado con otro me molestó, hoy en perspectiva sé que fueron una especie de celos, pero si lo único que yo podía ofrecerle era mi amor a cuenta gotas, no me veía en el derecho (ni quería) de exigirle una entrega total y absoluta que no beneficiaría ni a él, ni a mí.
—Pues mejor. —Una sensación de alivio llenó su cara, donde parecía haber vuelto la alegría por completo.
—¿Con el catalán es con quien has aprendido eso de la lluvia dorada?
—No, gracioso —Contestó haciendo un mohín de desagrado —Eso lo vi en una película y se me antojó… Al catalán le va el rollo de los pies.
—¿Los pies? ¡Con qué gente más rara te “juntas”!
—Sí, tienes razón y los más raros los casados —Sus palabras pudieron parecer punzantes, pero su ironía no pretendía de ningún modo ser maliciosa
Lo miré como perdonándole la vida y le dije:
—¡Sí, pero a ti bien que te gusta hacerlo con el casado ese que conoces!
Se mordió el labio levemente y movió la cabeza con resignación a la vez que se reía de mi “pazguatada”.
—Por cierto, ¿cómo has conocido al tío ese? ¿Por internet?
—No, en la sauna.

Una muestra de perplejidad por mi parte fue interpretada erróneamente por Mariano como una especie de reprobación, sin meditarlo se lanzó a la defensiva, cuesta abajo y sin frenos…
—¡Sí la sauna! ¡No pongas esa cara! ¿Acaso los “machitos” no os vais a los puticlub de carreteras?
La salida de tono de mi amigo era una clara muestra de todas las censuras y malas caras que tenía que soportar en silencio. Dado que no estaba por la labor de discutir deje que soltara conmigo toda su frustración acumulada, agaché la cabeza y cuando se desahogó le dije:
—No te estoy juzgando. Simplemente que no me lo esperaba de ti. Aunque eso de sorprenderme con tus cosas, se está convirtiendo en el pan nuestro de cada día…
Mariano torció el gesto y negó repetidamente con la cabeza.
—Perdona, es que estoy acostumbrado a que todo el mundo saque conclusiones precipitadas por ese modo de vida…
—No pasa nada. ¡Continua!
—Aquella noche había estado cenando con JJ y Guillermo, su novio. Tras tomarnos unas copas, decidieron irse para casa. No era ni las dos de la mañana y sábado…Ni tenía ganas de meterme entre cuatro paredes tan pronto y mucho menos con lo caliente que estaba. Desde que estuve contigo, no había estado con nadie y la verdad es que ya iba siendo hora…
» Estuve sopesando el ir a Itaca, una discoteca de ambiente que…
—Sé cuál es… Ve al grano…— aunque mi tono de voz denotaba cierto fastidio, le regale una amplia sonrisa para compensarlo– ¡Qué te enrollas más que una persiana!

—… pero cómo no tenía ganas de marcha. Lo que realmente me apetecía era echar un polvo. Así que sin pensármelo me fui a la sauna de Nervión.
—La verdad es que tienes razón, es casi tan guarro e impersonal como irse de putas…
—Sí, pero con la diferencia que cuando te dicen “¡Cariño que bien lo estás haciendo!” sabes que no están fingiendo por la pasta que has pagado. Aunque por lo que me han contado, últimamente lo que se lleva más es “¡Papi, como me “hases gosar”!—su última frase intentó ser el remedo de una mulatita cubana y a mí me sonó a la Mammy de “Lo que el viento se llevó”.
—¡Anda sigue, que eres más cabrón que bonito! —le dije un poco molesto, pues su “filosofía barata” me había dejado sin argumentos.
—Bueno, una vez dentro fui a pegarme la ducha de rigor y si iba ávido de sexo, me lo encontré en vivo y en directo…
»En la ducha de enfrente y escondidos tenuemente de las miradas de los que pululaban por la sauna, había dos chicos (bastante delgados por cierto) de unos veinte y pocos años, con la polla mirando al techo y dándose un muerdo de mil cojones…
»Como comprobé que mi presencia no les perturbaba, sino todo lo contrario, seguí duchándome como si tal cosa. Aunque la visión me parecía sumamente morbosa, no me veía yo ni uniéndome a ellos, ni tampoco quedándome allí en plan voyeur y tal, así que me enjaboné dejando ver que la cosa no iba conmigo, aunque eso sí, de vez en cuando los miraba disimuladamente por el rabillo del ojo (¡La curiosidad que es muy mala compañera del aburrimiento!). Cómo vieron que no me animaban, pusieron más sal y pimienta a lo que estaban haciendo: uno de ellos, se apoyó sobre los azulejos de la pared y mostró el culo de manera insinuante, circunstancia que aprovechó su acompañante, quien tras echarse un lapo en el tieso cipote, se lo metió sin contemplaciones…
—¿Así sin más, a pelo? —si me sorprendió que la gente practicara el sexo en público, más lo hizo el hecho de que lo hicieran sin tomar las debidas precauciones.

—Sí, Ramoncito. Desde que el SIDA no es una enfermedad mortal, la gente le ha perdido el miedo y como los condones aprietan un montón, se hace mejor a pelo. —La ironía estaba presente en todas y cada una de las palabras de Mariano.
—Bueno, ¡sigue!, que o si no me veo que vas a acabar metiéndome un discursito de los tuyos. —a pesar de lo cortante de mis palabras, las cargué de sorna intentando no parecer grosero— ¿Qué hiciste?
—Pues que iba a hacer, terminar de ducharme e irme con viento fresco, ni me parecía el sitio adecuado para enrollarse, ni eran mi tipo…
»Me fui para la sauna finlandesa para secarme y ¡Oh sorpresa!, me encuentro a otros dos dando el espectáculo, en este caso era un veinteañero metidito en carnes al que un sexagenario, demostrando que la experiencia es un grado, le estaba metiendo una mamada de padre y muy señor mío.
»Fue verme llegar y en vez de interrumpir lo que estaban haciendo, cambiaron su posición, de forma que yo pudiera ver con la suficiente claridad cómo el “abuelete” se tragaba el enorme nabo del chaval.
»He de reconocer (mejorando lo presente), que el gordito tenía una de las pollas más grandes y gordas que he visto. Pero sospecho que era una de las pocas gracias que Dios le había dado, pues era bastante feo y su físico dejaba mucho que desear.
»Me sequé lo más rápido que pude y salí de allí como alma que persigue el diablo…
— ¡Oye “quillo”!, —lo interrumpí porque me veía venir que me iba a contar con pelos y señales cada uno de sus paso por aquel tugurio —yo no te he preguntado cómo estaba la sauna aquella noche, yo lo que quiero saber es como conociste al “catalá” ese y punto. ¡Qué te explayas que no veas!
—Entiéndeme… Si te cuento todo esto es para que sepas por qué hice lo que hice.
—¡Pero abrevia “miarma”, abrevia!

—¡Vaaale!—refunfuñó resignado— Pero si no te enteras de algo no es mi culpa…
—¿Quieres seguir? —mis manos adoptaron una postura casi suplicatoria.
—Pues eso, la primera media hora transcurrió como te dije: Todo el mundo follando en cualquier sitio y a la vista de todos, algunos para lucirse, otros buscando más amigos que se unieran a la fiesta…
»Entre que no había visto a nadie que me pusiera siquiera un poquito y que aquellas prácticas tan exhibicionista me cortaban un poco el rollo. La idea de irme tras jugar “cinco contra uno”, rondó por mi cabeza.
»Cuando más decidido estaba a hacerme una buena paja, pegarme una señora ducha y marcharme, apareció él. Lo vi desde lejos y me impresionó: un tío de unos cuarenta y cortos años, alto, moreno, con barba de dos días, muy peludo, “anchote”, con un poco de barriguilla pero con un porte vigoroso y ¡muy, muy masculino! En dos palabras: un machote (Como los que a mí me gustan).
Fue escuchar a Mariano hablar de otro tipo, tan apasionadamente y me sentí un poco traicionado, un sentimiento entre la envidia y los celos se apoderó de mí. Estuve a punto de decir una patochada de las mías para que cambiara la conversación, pero una morbosa curiosidad por conocer los detalles de su encuentro, me impidió hacerlo.
Más mi amigo había cogido carrerilla con su historia y sin darse cuenta del patente cambio en mi estado de ánimo, prosiguió relatándome su encuentro con el machote catalán:
—Me quedé contemplándolo con total descaro pero, ¡ni caso! Lo seguí con la mirada, comprobé que se metía en la sala de cine y decidí seguirlo. Era lo mejorcito que había visto en toda la noche y tampoco no tenía nada que perder, pues el “no” ya lo tenía.
»En la sala, frente a la pantalla, hay una especie de rampa con cuatro anchos y largos escalones donde se sientan la gente a ver la película y frecuentemente inspirados por lo que ven en ella se pajean; están divididos en dos por una especie de panel de madera, en cada uno de los tres niveles pueden caber unas tres personas. Pero normalmente se sientan una o dos por piso.

»Comprobé que el compartimento más cercano a la entrada estaba desocupado, el individuo al que perseguía (ignorante de mi presencia), se sentó en la parte alta de este (Por cierto, tuve que reprimir una carcajada pues al ser tan alto y no calcular bien, se pegó un sonoro “cosquí” en la cabeza con el techo).
»Como no quería que se diera cuenta de que lo seguía y para disimular avancé hasta el segundo compartimento y… ¡otra vez la misma cantinela de toda la noche!… Esta vez había tres tíos, como su madre los trajo al mundo haciendo no sé qué cosas… Fue ver el plan que había y tan deprisa como entré, salí de la habitación. Desistiendo, momentáneamente, de ligarme al tío “buenorro” a quien le había echado el ojo.
»Ni cinco minutos después, reanudé mi caza del macho ibérico y volví a la sala de proyecciones. Esta vez, permanecí de píe en el pequeño pasillo que había junto a la imitación de patío de butacas. Desde donde me hallaba, podía observar perfectamente al morenazo. ¡Cuánto más lo veía más me gustaba! Cuando vi que se metió la mano bajo la toalla y empezó a tocarse la polla, me marché porque si seguía allí corría el riesgo de caer en la tentación de intentar hacer cualquier tonteria y llevarme un corte de los que hacen época.
»Unos cinco minutos después, en mi caprichoso y tenaz empeño por tener algo con aquel tipo, volví a entrar en el dichoso compartimento. Dado que no se le veía en la parte alta de la escalera, supuse que se había marchado, más no era así, había bajado un escalón y tenía entre sus piernas a un tipo metiéndole una mamada que, por la expresión de su cara, debía ser de lo más placentera.
»Me quedé como un pasmarote ante la pornográfica imagen. Pero ni él atractivo cuarentón, ni su acompañante (Que según comprobé se trataba de un tipo de unos cincuenta años y bastante afeminado, a quien había podido ver dando vueltas por la instalaciones), parecieron ser consciente de mi presencia. Fue tanto lo que me ignoraron, que resignado pasé al siguiente compartimento donde (¡gracias a Dios!) ya no estaba el trio de antes sacándose punta al manubrio.

»Aguardé unos minutos para salir de allí, pues no quería parecer una especie de acosador. Al cruzar por delante de ellos, la sorpresa que me llevé no pudo ser mayor: un tercer tipo de unos treinta y largos años y bastante peludo se había unido a ellos y el cincuentón se había puesto a chuparle la polla, dejando triste y sola la verga de mi atractivo machote.
»¡No sé qué pájara se me pasó por la cabeza! Pero volví a quedarme delante de él, mirándolo embobado como si fuera una especie de aparición o algo por el estilo. Sopesé los pros y los contras sobre lo que me disponía a hacer… La locura y la calentura se apoderaron de mí y me dije: “¡Qué coño, nadie se va a fijar en mí pues todo el mundo anda haciendo lo mismo! Además, ¡lo que pasa en la sauna, se queda en la sauna!”.
» Subí los dos escalones como poseído por el espíritu de Henry Miller, cuando llegué a la altura del “tiarrón” peludo no pude obviar examinarlo detenidamente y comprobé que de cerca me gustaba muchísimo más. No era nada feo, al contrario diría que era bastante atractivo y a las muchas cualidades que ya había visto en él, se le sumo una seductora sonrisa y una voz ronca y sensual, la cual escuché por primera vez cuando me dijo : “¿Qué pasa guapetón?”

Continuará en : Doble sesión de sexo en la sala de cine.
Un comentario sobre “Promiscuidad entre vapores”