El principio de una gran amistad ( Nueva versión mejorada)

Verano 1994

Mariano

Con dieciocho años y  unas hormonas revolucionadas,  el deseo martilleaba constantemente en mi cerebro y, pese a que quería reprimirlos con rezos, mis deseos por las personas de mi mismo sexo  estaban siempre presentes.

Tenía la sensación de que en mi interior habitaba un caballo que se enarbolaba cada vez que veía un pectoral ancho, un culo respingón o un abultado paquete. Un potro desbocado al que a duras penas podía controlar y al que dejaba llegar a las cimas del placer en la soledad de mi habitación.

Un desahogo que se transformaba en una losa de culpa, una realidad que ni quería ni estaba preparado para asimilar.

Por aquel entonces, quizás por el convencionalismo de los cánones sociales, quizás porque la naturaleza me había preparado para ello, salía con una chica de mi pueblo. Una excusa perfecta para ocultar las verdaderas necesidades de mi libido de cara a la galería y hasta mí mismo.  

La muchacha con la que disfrazaba mi realidad de cara a la galería se llamaba Rosa y la conocía del Instituto. Era muy buena persona, tímida y reservada como yo.

También se parecía a mí en su discreción. No gustaba de vestir ropa atrevida, ni de hacer alarde de su belleza. Le gustaba pasar desapercibida y no llamar demasiado la atención.

 Aunque, tal como me confesó, desde que me conoció se sintió atraída por mí, no fue un sentimiento que compartiera ni con su mejor amiga. No fue hasta casi mediados del último curso cuando me decidí a pedirle de salir, pues las inseguridades habían sido siempre una máxima en mi forma de comportarme con los demás.

En mi “osadia” tuvieron mucho que ver  Ramón y Jaime los que, sospechando  de los sentimientos de la chica por mí, hicieron un poco de Celestinos. Con la sabiduría que da el tiempo, tengo claro que me hice novio de ella para acallar el pecado que vibraba en mi interior, pero también porque me caía bastante bien.  Rosa era de las mejores personas que he conocido,  una pena que el deseo sexual tenga tanto peso en nuestras decisiones.

Aunque me empalmaba cuando la besaba y le metía mano, nunca sentí un deseo tan acuciante por ella como el que es capaz de despertar en mí el físico de un hombre. ¡Maldita y bendita testosterona!

Eran las imágenes de cuerpos masculinos y no otras, las que venían a visitarme cuando, en la soledad de mi habitación o la ducha,   buscaba mi propio placer de manera furtiva. Sin embargo, era alcanzar el paroxismo sexual y el sentimiento de culpa era tan intenso que toda satisfacción desaparecía de inmediato.

Me sentía tan mal que  juraba una y mil veces que no volvería a caer en la tentación y que mis deseos no vagarían por aquel laberinto  de  perversidad.  Promesa que se me olvidaba con la misma prontitud que la lujuria volvía a florecer en mí.

Me masturbaba mucho pensando en desconocidos, un obrero fornido, un policía con el uniforme ceñido, un madurito atractivo… Pero conforme fui adentrándome en aquella vorágine de fantasías, las musas de mi onanismo fueron mis amigos a los que veía frecuentemente en ropa interior y desnudos.

Ervivo, Jaime, Ramón… sobre todo este último, fueron mis parejas sexuales en un mundo onírico que se esfumaba cuando el esperma impregnaba mi mano, con la misma presteza que los remordimientos inundaban mi pecho.

Pese a que mi conservadora condición religiosa me impedía admitir mi homosexualidad y tenía todo el tiempo a la voz de mi conciencia  gritándome que, de ningún modo, yo podía caer en esa senda del pecado. Un camino en el que ya me había internado en varias ocasiones y en cada una de ellas a mayor profundidad.

Se daba la circunstancia de que La pasión que fluía en mi interior pesaba más que mis convicciones teológicas, por lo que cualquier excusa era buena para acabar con la polla en la mano y dejar que mi imaginación fluyera como un río de agua viva hasta traspasar la frontera de lo que consideraba, y sigo considerando, una falta a mi fe cristiana.

Pese a que todavía mi homosexualidad era una semilla por germinar y mis relaciones se podía contar con los dedos de la mano. No me podía ocultar la realidad de que me gustaban más los hombres que las mujeres. Un cuerpo masculino  hacía palpitar a mi corazón y enloquecía mis sentidos hasta tal punto que dejaba aparcado todas mis convicciones para dar rienda suelta a mis más oscuros instintos.

Todos y cada uno de mis encuentros furtivos me había dejado con ganas de seguir explorando aquella parte de mi sexualidad. Una tentación que siempre estaba presente y que me transformaba en otra persona. Alguien  más valiente y seguro del que  acostumbraba a ser, pero a quien  no podía evitar ver como una especie de yo reverso.  

Mis encuentros íntimos con tíos, era  incapaz de entenderlos como una forma de vida y simplemente los veía  como un juego  prohibido del que me encantaba participar. Un pasatiempo que, poco a poco, se volvía en un obsesivo tuvo.

Por mucho que el Pepito Grillo dentro de mi cabeza se encargara de recordarme que aquello no estaba bien, más excusas me contaba yo para ser la cabra que siempre acababa tirando para el monte.

Aquel fin de semana, tras haber concluido los exámenes de selectividad me encontraba pletórico y el botón de las ganas de sexo furtivo se había encendido en mi cerebro. Si  a la circunstancia de  haber dado por finalizada mis obligaciones académicas, se le sumaba que Rosa estaba pasando unos días en el pueblo de sus padres, mi sensación de libertad no tenía parangón.

Así que no fue raro que el Lucifer que me hablaba al oído, me terminara sugiriendo que dejara mis amistades del pueblo y saliera por Sevilla en busca de la aventura sexual que me pedía mi cuerpo. Hasta el momento, no había ido a un lugar de ambiente y los tíos con los que había estado los había conocido de la manera más casual.

Lo que más odiaba eran las mentiras. Echar una trola a los demás para ocultarle  tu realidad, me hacía sentirme la peor persona del mundo. Lo peor es que no podía pedirles que me aceptaran como era, porque el primero que no lo hacía era yo.

En aquella ocasión el embuste no fue otro que contarle que había quedado con unos colegas de la Hermandad del Rocío de Triana. Un ambiente que a mis mejores amigos, Jaime y Ramón, no es que le gustara mucho o poco, sino que simplemente lo detestaban.

Intentando sacar lo mejor de mí y que algún chico atractivo se fijara  en mí, me vestí con lo mejor que tenía en el armario: Un polo de marca cara y un pantalón azul de pinza que me hacía un buen culo.

Todavía por aquel entonces no practicaba culturismo y lo único que tenía bien desarrolladas era las extremidades inferiores. Tenía unos glúteos marcados y unas piernas torneadas y duras, productos de los buenos lotes de hacer footing que me pegaba. Pero en la parte superior, aunque no tenía un gramo de grasa, no presentaba ningún tipo de musculación apreciable.

Nada más me bajé del tren en la estación de Santa Justa, dirigí mis pasos hacia el paseo de Colón, a un bar llamado Isbilyya donde me llevó en una ocasión un tipo que se me ligó en la 2001, la macro discoteca de mi pueblo.

Los pocos minutos que separaban la estación de la zona del puente de Triana se me hicieron eternos, pues el sentimiento de culpa me vino a visitar y estuve tentado de volverme sobre mis pasos. Sin embargo, a pesar del estado de ansiedad que me reconcomía por dentro, no lo hice. Como buen católico no pensé en la gravedad del pecado, sino en la posibilidad de poder redimir mis culpas.

Por aquel entonces ya había conectado con mi confesor espiritual. Un cura en una parroquia  de la capital donde nadie me conocía y que, por la preguntas que me hacía, supe ver que él también había bordeado el mismo abismo que yo. Quizás hubiera terminado  abrazando el sacerdocio porque fue más valiente que yo, o puede que más cobarde.

Al llegar al bar, el local estaba casi vacío. Lo que fue un jarro de agua fría para mis expectativas. Nada que ver con mi recuerdo glamuroso de la noche en la que lo que lo visité, en la que apenas te podías mover por la cantidad de público que pululaba por él.  

El local desnudo del gentío que me cautivó, se me antojaba bastante frio. Si a eso se le sumaba la media luz que reinaba en el ambiente y la compulsiva música electrónica que sonaba de fondo, la sensación que tuve al adentrarme en su interior fue de lo más deprimente. Sopesé, otra vez más, el regresar a Dos Hermanas. No obstante, me agarré a la esperanza de que más tarde se pondría mejor y  permanecí en el desierto garito.

Dado que lo único que podía hacer era tomarme una copa, me dirigí a la barra y me pedí una. Aun con la bebida en la mano, seguía pareciendo un verso suelto y tenía la sensación de que tanto los escasos clientes, como el personal de la barra clavaban su mirada en mí tal como si fuera un bicho raro.

Me agarré del vaso como si fuera una brújula y me fui a dar una vuelta por el local, buscando no sé qué. No había recorrido ni unos tres metros cuando tres tíos con más plumas que un nórdico, me abordaron. Los postulantes para Locomía se acercaron a mí,  cerrándome el paso de una manera que me pareció hasta intimidante.

—Hola… ¿Qué hace una cosita tan linda por aquí solito? —Quien así hablaba era un tipo de unos cuarenta años, bastante poco agraciado y que, para contrarrestar lo que la madre naturaleza le había negado, se vestía con ropa cara y lucía un peinado de lo más sofisticado.  No sé qué me recordaba más su juventud perdida, si el tinte amarillo pollito que se había puesto en el pelo  o su camiseta dos tallas menos que resaltaban sus michelines como si fueran morcillas del pueblo.

—¡Mujer, no le hables así al muchacho, que lo vas a asustar! —Intervino el segundo del grupo, como intentando congraciarse conmigo. Por su indumentaria, su peinado y su forma de comportarse parecía un clon del primero, con diez años menos.

—¡Ay, chocho!¿Por qué se va a asustar el chiquillo! Somos feos, pero no tanto. Algunos, cuando ya llevan el cuarto o el quinto  cubata, me dicen que me doy un aire a Ricky Martin ¿Te lo quieres creer, cariño? —El tercero gordo, hortera y mal parecido como él solo, hacia gala de tener aún más plumas que sus amigos. También tenía las manos más largas, mientras hablaba me pasaba los dedos por el pecho en un gesto que intentaba ser seductor, pero que solo conseguía alimentar mi repulsión hacía él.

Acorralado por aquellas tres lobas, la situación me superaba. No sabía ni que decir ni que hacer, lo peor es que ignoraba qué coño pretendían con tanta magnificación de su feminidad.  Si lo que querían era ligar conmigo, habían errado por completo. Su alarde de plumas, únicamente había conseguido intimidarme. Gracias a ellos, descubrí a las bravas,  que los hombres que me gustaban,  además de serlo, también debían parecerlo.

Intenté escaparme, pero ninguna de aquellas tres hienas estaba dispuesta a dejar huir a una presa tan suculenta como yo. Sopesé la idea de pegarles un empujón para que me dejaran pasar, pero la rechacé de inmediato. En mi ADN no estaba lo de usar la violencia con mis semejantes y menos en un entorno que me era desconocido. 

Me siguieron interrogando de la manera más absurda. A lo que yo me limitaba a contestar con monosílabos. Cada vez estaba más nervioso y agobiado. Circunstancia que a ellos les traía sin cuidado. Es más, me daba la sensación que disfrutaban con vacilarme.  Parecían tener una competición entre ellos para ver quien se comía el canario. Nunca en la vida me había sentido más impotente que en aquel momento.

JJ

La noche anterior, Amancio, mi ligue de las dos últimas semanas y yo, habíamos llegado a la conclusión de   que no estábamos hecho el uno para el otro.  Consecuencia, decidimos no   prolongar más  nuestros encuentros sexuales y darnos carta libre para pastar por otros campos de nabos.

El tío no era nada del otro jueves, atractivo tirando para guapo,  un buen físico modelo obrero de la construcción, una polla tamaño estándar que sabía usar en condiciones y un culo inmaculado de penetración que había conseguido comerme en un par de ocasiones, mientras él me decía que no se me ocurriera meter un dedo.

Presumía mucho de ser macho empotrador al  cien por cien y consideraba su ano como una zona prohibida.  Si algo lamentaba de que nuestros escarceos sexuales hubieran dado a su fin era que me había quedado sin probar mi teoría particular de que en realidad era un muerde almohadas atrapado en un cuerpo que se empeñaba en ser activo. Un par de semanas más con él y lo habría conseguido, pero la providencia no había estado por la labor.

Como no había previsto que mi nuevo follamigo se marchitara tan pronto,  vi cómo se trastocaron mis planes para el fin de semana. En vez de una cenita romántica, contándonos lo maravilloso que éramos y la vida tan fantástica que habíamos vivido, me vi inmerso en la improvisación constante de ir a la aventura .

Tras despedirme de los amigos con los que había estado tomando unas tapas en los bares de la zona de Triana, me transformé en Mariconzona  Jones y me fui en busca del rabo perdido. Fiel al dicho que la mancha de una polla con otra se quita, puse como objetivo de mi felicidad a corto plazo, acabar con un buen macho en la cama. Aunque lo más probable es que mi noche sexual fuera un aquitepilloaquitecepillo, en lugar de una cita para quedar a desayunar como con Amancio. Las contradicciones  de los amores con fecha de caducidad, consigue ponerte triste  y sentirte libre al mismo tiempo.

 Como todavía era temprano para ir a Ítaca. Como mucho me encontraría  al portero, al camarero y los maricones de guardia. Fui primero  a tomarme una copa al Isbiliyya para ir abriendo boca al buen nabo que me comería aquella noche, porque yo lo valía y yo lo valía.

Mis colegas se habían recogido a la hora de las gallinas y tal como suponía el bar de ambiente no hacía mucha justicia a su nombre, pues estaba casi vacio.  Las cuatro mariquitas de siempre que parece que no tienen casa, pues se llevan todo el puto día en la calle y poco más.

Me pedí un cubata  y me senté en la terraza para ver la vida pasar. En medía hora más o menos el personal comenzaría a aparecer y seguro que encontraba a algún conocido con quien intercambiar cotilleos frívolos. Una forma como otra de matar el tiempo mientras aparecía algún maromo suculento al que  tirarle los tejos.

Cosa que sucedió más rápido de lo que me hubiera imaginado. No había pegado ni un sorbo de la copa cuando descubrí  un tipo la mar de atractivo. No se pudiera decir que era un modelo de pasarela, ni era alto, ni era demasiado guapo, ni tenía un físico cañón. Sin embargo, tenía un sex appeal natural que lo hacía irresistible y, lo mejor, por su forma cabizbaja de caminar,  no era consciente de lo buenísimo que estaba  en lo más mínimo.

Pese a que tenía un leve tufillo a “Eau du cateto”, consiguió despertar mi libido de un modo y forma que hacía tiempo que no lo hacían. Como en un principio pensé que era un viandante despistados de tantos, simplemente me dediqué a disfrutar  disimuladamente de las vistas desde mi alejada tribuna.

No obstante, para mi sorpresa,  tras mirar  cuidadosamente para todos lados por si lo veía alguien,  el jovencito entró en el bar. Así, como quien no quiere la cosa, levanté las posaderas del banquito de la terraza y me fui, de la manera más disimulada que pude, detrás de él.

No solo estaba como un tren. Sino que por su forma ingenua de actuar desprendía un olor a carne fresca de lo más suculento. A pesar de lo temprano que era,  se podía decir que había comenzado oficialmente la caza nocturna del machote ibérico.

Me puse a observarlo en la distancia, su apariencia era de chico tímido que no había roto un plato. Como lo que menos quería era espantarlo con un acoso descarado, actué con la máxima diplomacia. Una cosita así no se veía todos los días, por lo, si quería llevármelo al huerto,  que tendría que medir todos y cada uno de mis pasos.

Me dio la sensación de que estaba más perdido que un camaleón en una gasolinera. Por la forma de comportarse se le notaba que era la primera vez que  venía a petardear a  la capital. Porque si había algo de lo que no había ninguna duda era que el muchacho más de pueblo que un olivo. Nadie, ni en los polígonos de la periferia, se pondría una indumentaria tan  clasíquita  para salir por el ambiente un Sábado por la noche.  

Mi comportamiento me recordó a los documentales de Rodríguez de la Fuente que veía de pequeño. Yo era el lobo y el recién llegado era la cándida ovejita  que se paseaba ajena a mis deseos de comérmela.  Una suculenta presa que, cuanto más lo miraba más cachondo me ponía. No pensaba dejar escapar a mi cateto favorito por nada del mundo.  

Obviamente, no había sido el único en fijarme en él. No había dado  ni siquiera dos pasos por el local cuando se le echaron encima tres mariquitas muy conocidas y a la que, por lo pesada y muermo que llegaban a ser,  los habituales del ambiente sevillano le habían puesto el apodo de las Chicas de Plomo.

 La cara de tierra trágame del pueblerino era de necesitar un manual de autoayuda. Su ingenuidad, aunque aquellos tres tenían ninguna intención de darle una de sus muchas plumas para que aprendiera a volar,  me recordó la escena de Dumbo con los tres cuervos. Así que me puse mi capa de Superman y  me dispuse a salvar al jovencito en apuros. Hazaña por la que, supuse, me estaría agradecido por siempre jamás.

Mariano

—¡Ay, por fin te encuentro! ¿No te dije que habíamos quedado fuera? ¡Vente para la puerta conmigo que esta gente como nos vean se largan sin nosotros! —Quien así hablaba era un tío que apareció de repente,   echándome el brazo por los hombros y comportándose como si me conociera de toda la vida.

No tenía ni zorra idea sobre quien era aquel chico, ni sabía que pretendía con aquel teatrillo, pero concluí que no tendría ningún problema si le seguía la corriente. Cualquier cosa mejor que seguir soportando a las tres arpías que ya estaban comenzando a colmar mi paciencia.

—Muchas gracias —Le dije aliviado en cuanto estuvimos fuera del alcance de mis acosadores —. ¡Me empezaban a tener ya hasta los cojones!

—Siempre están así… No se enteran que venir a un bar gay no les da ningún derecho sobre los demás, que esto no es un puticlub y que lo de follar se lo tienen que ganar por sus propios méritos. Creo que no echan un buen polvo desde que el Juanca empezó a serle infiel a la Sofi,   compensan la falta de sexo puteando a todo aquel que se le pone a tiro —Me argumentó mi buen samaritano  de una estacada, sin perder el resuello y luciendo en todo tiempo una encantadora sonrisa.  

Su semblante generoso y amable consiguió, en pocos segundos, que se me pasara el agobio que me habían hecho vivir aquellos tres.  Por primera vez en toda la noche, comencé a estar relajado.

En frio y con la sabiduría que da la perspectiva el tiempo, sé que no se habrían llegado a sobrepasar. Ante la primera  muestra de ira por mi parte, habrían salido despavoridas. Pero nunca  se sabe la mala leche que se  puede llegar a gastar el personal y una pelea con unas mariquitas bravuconas es lo que menos esperaba en mi primera noche en el ambiente gay sevillano.

Mi salvador era bastante atractivo. Moreno con los ojos color miel. Tenía cara de ser buena persona y unos hermosos labios que parecía que estuvieran pidiéndome que lo besara. El único pero que le vi es que era demasiado delgado para mí gusto. Ya por aquel entonces mis preferencias iban encauzadas hacia hombres más fornidos y, si era posible, con planta de machote.

Tengo que reconocer que aquel chico tenía muchas cualidades: simpático, guapo, elegante, don de gentes… Sin embargo, si no hubiera tenido aquel buen gesto conmigo, no habría reparado en él ni siquiera un segundo, pues no era ni de lejos el prototipo de hombre que venía buscando.  Por lo que, sabiendo lo que vino después y que con el tiempo se convertiría en mi mejor amigo. Con la boca pequeña  y de manera muy discreta, tengo que agradecer a las Chicas de Plomo que me acosaran… por muy mal rato que me hicieran pasar.

—Me llamo Juan José y tú.

—Mariano…

No había terminado de pronunciar mi nombre y ya me había estampado dos besos en la cara. El gesto me sobrepaso de tal manera que me sentí un poco avergonzado. No sé si porque no me esperaba tanta efusividad por parte de un desconocido o porque estábamos en la parte  exterior del local, a la vista de cualquiera que pasara por aquella avenida tan concurrida.

De nuevo volvió  a surgir de manera galopante mi pánico  a que alguien me reconociera y se corriera la voz en el pueblo de que era un jodido marica.  Estuve tentado de pedirle que pasáramos al interior del bar, pero me preocupaba más que mi recién estrenado amigo se llevara un concepto ñoño de mí y aguanté el tipo como pude.

—¿Vienes mucho por aquí? —Continuó sin prestar demasiada atención al rubor que se evidenciaba en mis mejillas.

—No, es la segunda vez que vengo. La otra vez estaba más ambientado.

—Se pone a tope  más tarde —Me respondió, confirmándome lo que yo ya sospechaba —La gente suele quedar aquí después de cenar, se toman las primeras copas y después se van al Ítaca.

—¿Ítaca, dónde está eso? —Pregunté extrañado porque un bar de ambiente gay llevara el nombre de la patria de Ulises.    

JJ

Si guardaba alguna reserva sobre lo poco versado que estaba aquel muchacho en el mundo del mariconeo sevillano, aquella pregunta me terminó sacando de dudas por completo. El pobre estaba más verde que una mata de habas en un bosque gallego.

—Una discoteca gay bastante popular y donde el puterio está a la orden del día. Todo aquel que quiere pillar cacho, termina pasándose por allí —La cara de mi recién conocido amigo, era la estupefacción en estado puro. Sus ojos parecían que quisieran salirse de las cuencas al más estilo manga.

 Como soy un poquito cabroncete, continué poniéndolo a prueba. No había cosa que me pusiera que poner a mis semejantes mirando a su particular abismo. Como quien no quiere la cosa,  lo seguí informando del gueto de depravación en el que se estaba metiendo

 —Aunque no toda la peña se va allí, hay gente que les gusta ir más directo,  no tener que gastarse demasiado dinero en priva para echar un polvo y se va a la sauna de la Macarena.

Mi provocación  apenas tuvo efecto en él, pues permaneció callado y  se limitó a poner un gesto de extrañeza como si no supiera de lo que le estaba hablando. Así que, porque no soy muy amante de dejar a la gente en la bendita ignorancia,  me vi obligado a  darle un tutorial sobre la casa de vapores de la acera de enfrente.

—Se trata de un local donde, con la excusa de hidratar la piel y relajar el estrés, la gente se pega un lote de follar que no se lo salta un guardia. Hay una piscina, un par de saunas y  una sala de cine donde la gente hacen sus cositas guarras. Aunque también hay cabinas individuales para los más tímidos que no se atreven a follar con público.

La cara de pasmo de Mariano no tenía parangón. No sé de qué convento había salido aquel chaval, pero yo  con dieciocho años, habiéndome pasado la vida en un internado de curas, estaba bastante más espabilado que él Como la buena pécora que  me gusta ser, tensé la cuerda y lo puse en un aprieto.

—¿Quieres que vayamos?

No sé si se quedó callado para no soltarme una fresca o porque estuvo sopesando lo de ir. El caso es que cuando reacciono, muy enérgicamente me dijo:

—No de ninguna manera.

Solo creo que le faltó decirme: « ¿Pero tú, por quien me tomas? ¡Yo no soy maricón!». Porque estaba claro que este chaval no solo es que estuviera dentro del armario, es que estaba tan a gusto entre tantas mantas que no tenía ninguna intención de salir.

Me daba la sensación de que el curriculum sexual del joven cateto era muy cortito. Como mucho le habría comido la polla a un colega a oscuras. Por lo que se podía considerar que estaba casi por estrenar.  Virgen en el sentido literal de la palabra, no como la mayoría de la gente del ambiente que lo era en el más en el estricto estilo de la canción de Madonna.

Mariano

Aquel tipo me parecía  alguien formidable. Era todo lo que a mí me gustaría llegar a ser, pero no tenía dos  cojones para ello. Era franco, grandilocuente, abierto y la simpatía le fluía por los cuatro costados. No lo conocía muy bien, pero saqué la acertada conclusión de que , a diferencia de mí que no tenía claro mi condición sexual, él estaba orgullosísimo  de que le gustaran los hombres.

De no haberme caído tan estupendamente bien desde el primer momento, lo habría mandado a la mierda a la primera de cambio. El tío no se cortaba un pelo a la hora de hablar,  pero se pasó de descarado al quererme llevar a un antro de perversión como la sauna  aquella.

En mi inocencia quise pensar que no lo hacía con mala intención y que el personal que estaría acostumbrado a encontrarse por allí sería más parecido a las tres locas esas que me acosaron  que a gente normal como yo.  Lo que me hizo preguntarme una vez más: «¿Qué diantres hace un chico como yo en un sitio como este?».

—Bueno, entiendo que lo de ir a la sauna te pueda parecer  demasiado fuerte para tu primera visita a Maricolandia, pero a  lo de ir a Ítaca no  me puedes decir que no.

Me quedé mirándolo pensativo. Había tanta cordialidad en sus palabras que, como él bien decía, no me podía negar. Por lo que asentí con la cabeza, mientras le lanzaba una pregunta:

—Si son las diez, aquí todavía no hay nadie y allí va la gente después de aquí… ¿A qué hora se empieza a poner Ítaca ambientado?

—Sobre las dos…

—Pues entonces tampoco voy a poder ir, porque el último tren sale a las doce… Este verano me quiero sacar el carnet.

—¿De qué pueblo eres?

—De Dos Hermanas —Respondí tímidamente.

—¡Ay, que buen ganao  hay en Cuatro Tetas y qué buen caldo dan los nazarenos!

Lo miré un molesto, pues no entendía muy bien aquel comentario sarcástico sobre el lugar que me vio nacer. Pero no tuve que preguntar nada  porque, como los muñecos que le dan cuerda, siguió parloteando como si no pudiera retener las palabras dentro de su boca.

—Nada, hijo mío. Que con los  tíos buenos, pasa igual que con los vinos, los quesos y los jamones, que hay pueblos que tienen denominación de origen y otros que no —Pegó un sorbo a la bebida, me miró picaronamente y concluyó diciendo —Y te puedo dar fe que los tipos que he conocido de tu pueblo, tenían el sello de denominación de origen. Si nada más que hay que verte, hijo mío…

El desparpajo de aquel tipo, aunque me incomodaba, me hacía sentirme bien. No supe ni qué decir, ni qué hacer ante su explicito piropo. Tampoco hizo falta, pues el prosiguió hablando como si no hubiera un mañana.  

—¿Te gustaría conocer Ítaca?

Asentí con la cabeza, suponiendo que lo que íbamos a hacer era irnos de inmediato para allá.

—Pues entonces, lo mejor que se me ocurre. Sin pretensiones de ningún tipo —Dijo mientras me sacaba burlescamente la lengua y me guiñaba el ojo —Es que nos vayamos más tarde para allá  y, cómo no va a haber autobuses a cuando salgamos de allí, te vienes a mi casa a dormir. ¡No me puedes decir que no!

JJ

No tengo perdón de Dios! Aquel inocente pueblerino, más asustado que un pavo en Navidad y yo insinuándole a las claras que se viniera a mi casa a echar un polvo.

Como se me quedó con cara de póker y me daba la sensación de que, por muy simpático que le estuviera resultando mi compañía, aquel chaval me podía decir que no a lo del intercambio de fluidos conmigo. Para evitar que me mandará a cernir gárgaras en tres, dos, uno… Solté una de las mías para dejarlo todavía más descolocado todavía.  

—Lo que pasa es que hay un problema.

—¿Qué problema? —Preguntó con cara de pasmo, con una voz  tan ronca que parecía que le costara trabajo salir de su garganta.

—Que si me ligo un buen maromo, que es lo más probable. Lo más normal es que me lo lleve a casa y entonces no vas a poder salir de cuarto de invitados.

—¿Por?

—Porque lo más probable es que me dé por montar la fiesta en el salón. Así que ya sabes, oír y callar… Que me da mucho corte que mis amigos me  vean en plena faena.

—Bueno, pues yo me quedo sin salir en el cuarto —Me dijo sonriendo ante la pequeña barbaridad que le acababa de largar.

—¿Entonces te quedas?

—Sí, pero déjame que llame a casa para que no se preocupen —Dijo sacando el móvil y buscando un lugar menos concurrido para poder hablar por teléfono.

¿Llamar a casa? La última vez que escuché eso fue en la serie “Stargate”. Me quedé sentado al borde de la mañana con los pies colgando y lo peor una preocupante pregunta martilleaba en mi cabeza: «¿Qué edad tenía aquel jovencito?» A ver si por no saber tener la churra dentro de los pantalones, me iba a meter en un lío.  La cárcel, fuera del universo de Chichi Larue y Joe Gage,  no era un lugar que me apeteciera visitar lo más mínimo.

Mariano

Le había metido una trola a mi madre  sobre donde iba a pasar la noche de tres pares de cojones. ¡No me la creía ni yo!  Me sabía muy mal engañarla, pero a saber cuándo me veía en otra como aquella y me vi en la obligación de aprovechar la oportunidad.  No todos los días se conocía a un tipo tan agradable como Juan José y me parecía la persona ideal para hacer de cicerone por el ambiente gay de Sevilla.

Cuando regresé a la mesa después de hablar  por teléfono, la cara de mi recién estrenado era la preocupación personificada. No sabía que le ocurría, pero no me iba a tardar en enterar, porque como fui descubriendo no era de las personas que se mordían la lengua y  dejaban las cosas para más tarde.

—Oye, ¿tú que edad tienes? —Su tono inquisidor no tenía nada que ver con la forma de hablar amable y dicharachero que me había mostrado hasta el momento.

—En agosto cumplo los diecinueves, ¿por?

—Hijo mío, como te veo llamando a mamaíta, pensé que eras más joven. Que uno está en la flor de la vida y no es un viejo verde para que lo juzguen por  corrupción de menores.

—Hombre, si vivo con ellos tengo que aceptar sus normas —Contesté con firmeza. Mis principios eran mis principios, por muy bien que cayera aquel tipo, no iba a permitir que los juzgara y mucho menos que no los respetara.

—¡Ay Dios, el único niñato responsable de Sevilla, me tiene que tocar a mí! —Dijo en plan melodramático, moviendo la cabeza y haciendo unas  muecas exageradas  al mismo tiempo, con la única intención de dejarme claro que estaba de broma.  

—No me digas niñato, hombre —Respondí con una sonrisa en la cara —Que tú no eres mucho mayor que yo.

—Cinco años más. Los suficientes para considerarte un niñatillo  con más barrillo en la cara que pedigrí —Bromeó levantando un dedo con autoritarismo.

Tras aquello seguimos charlando y contándonos cosas sobre nosotros.

—Yo soy de Don Benito, un pueblo de Badajoz, pero vivo en Sevilla.

—¿Qué haces aquí?

—Hice las prácticas de la carrera en una empresa de Mérida y cuando acabé me ofrecieron trabajo. Me dieron a elegir entre aquí o Cordoba. ¿No hace falta que te diga cuál de las dos escogí?

—Espero que no bebas demasiado y sepas conducir bien, que de aquí a Córdoba al menos  hay una horilla en coche —Estaba tan a gusto con él me permití hasta  el lujo de bromear un poco.

El resto de la noche en su compañía fue de lo más agradable, siguió dándome conversación todo el rato con el único objetivo de que me sintiera cómodo. En el momento que le pareció oportuno, me dijo de irnos para Ítaca. No tenía ni idea de lo que podía encontrar allí, pero  estaba ya  deseando conocer aquel antro.

JJ

Quizás por lo todo lo que me tocó sufrir en mi adolescencia, no recordaba haber sido tan inocente como Mariano en aquel momento, quizás en mi niñez. Era evidente que el muchachito había  probado las mieles del sexo homosexual, pero todavía era más cándido que un autobús de novicias de Santa Clementina. A mí me sacaron de la protección familiar por las bravas cuando tenía catorce años y a él se le veía todavía pidiéndole permiso a mamaíta para irse de fiesta.

 Se le veía ansioso por llegar a la discoteca gay, pero a la vez estaba más nervioso que una doncella virgen en su noche de bodas. Si sabía jugar mis cartas, el muchacho acabaría en mi cama adoptando el rol sexual con el cual él se sintiera más a gusto. Porque a mí, con tal de intercambiar fluidos con un chico tan mono,  me daba igual ser la llave que la cerradura. Me molaban tanto las almohadas como soplar en las nucas.

Fue poner un píe en el interior del local  y todas las miradas se clavaron en nosotros. Las lagartas de turno se acercaron con la única intención de que se lo presentara. Lo hacían como una inversión de futuro, pues tenían claro  que aquella noche aquel pimpollo era mío. No sé por qué, quizás porque me atraía más de lo que me gustaría pensar, me sentí orgulloso de haber sido el primero que le hincara el diente. En unos meses dejaría de tener el aroma de fresco y terminaría oliendo al mismo eau de putón que todos los habituales del ambiente.

Una a una, como si se tratara de un museo, le fui enseñando las distintas estancias del local. El chaval lucía unos ojos como plato, parecía un crío en al que llevaban a Disney por primera vez. A pesar de su inocente fascinación, percibí su afán de aprender. Era una esponja que intentaba     absorber todas y cada una de las cosas que le mostraba.  

Si me tuviera que atener a su gesto de sorpresa, lo que más le impresiono era la zona solo para hombres. Un gran salón donde reinaba la penumbra, en el que había una pequeña barra y una enorme pantalla   donde se exhibía porno gay. Estuve tentado de mostrarle la zona del cuarto oscuro, pero supuse que serían  demasiadas impresiones para una sola noche y lo dejé aplazado para otro día. Porque tenía claro que aquel chaval no era cosa de una sola noche y quedaría más pronto que tarde con él.

Mariano

Ya estaba en Ítaca. Al principio, con tanta gente y tan apelotonadas, me agobié tanto que tuve ganas de marcharme. Si a eso le sumamos la cantidad de amigos de Juan José que se acercaban a darnos dos besos, no fue extraño que me sintiera  como una atracción de feria. Un bicho raro al que todo el mundo  se moría por conocer.

Menos mal que el extremeño demostró ser todo un relaciones públicas y no dejaba que ningún baboso llegara a comportarse como las chicas de plomo. En todo momento   supo capear la tempestad y, conforme fuimos internando en la discoteca, me vi obligado a  saludar a menos gente, por lo que me fui sintiendo más cómodo. También ayudo mucho mi desmedida pasión por lo prohibido y aquel lugar estaba resultando ser un tabú en toda regla. 

Lo que más me sorprendió del inmenso garito  fue el cuarto solo para hombres. Una zona bastante oscura, donde había una barra y una gran pantalla de porno gay.  No daba crédito a la normalidad con la que la gente se portaba, como si no tuvieran miedo de que los demás pensaran mal de ellos por tener unos gustos tan perversos. Pese a que ninguno de los presentes  le daba importancia , fui incapaz de mirar la película y no sentirme embargado por el sentimiento de culpa.

Mi acompañante me invitó a un trago. Yo, normalmente, nunca bebo alcohol y aquella noche, con el gin-tonic que me estaba ofreciendo, llevaba tres copas.  Por lo que se puede decir que el adjetivo de chispado se me quedaba corto. No tenía muy clara la razón,  pero sentía   la necesidad de sentirme desinhibido. Como si estar ebrio me fuera a absolver de la responsabilidad de mis actos.

Pese a que nos conocíamos de unas pocas horas, tenía una sensación de confianza inmensa con él. No sé si porque los efectos del alcohol se notaban en mí, o porque la situación y el lugar  me estaba poniendo  muy caliente, me sentí fuertemente atraído por  él. Cuando sus manos me tocaron la cara, me acariciaron el cuello y sus labios se acercaron a los míos, me dejé hacer sin remisión.

JJ

Contrariamente a lo que yo esperaba, sus labios se abrieron para dejar pasar mi lengua. Durante unos intensos segundos nos besamos apasionadamente, como si no hubiera un mañana. Su torpeza me dejó claro que, tal como sospechaba, no tenía demasiada experiencia.   Me tenía tan tremendamente cachondo  y tenía la polla tan tiesa que hasta me dolía al tenerla aprisionada bajo los estrechos bóxer y el pantalón.

No obstante,  tras el primer impulso inicial, sus manos me apartaron de él y el lujurioso momento se detuvo. Me quedé súper cortado, tenía la sensación de haberme sobrepasado tanto que musite un tímido perdón.

—No te preocupes, si me ha gustado —Se excusó —Lo que pasa es que me  da corte delante de tanta gente.

El chaval no lo sabía, pero me lo estaba poniendo en bandeja. Así que volví a hacer gala de mis dotes de encantador de serpiente y le hice la proposición que llevaba toda la noche intentando soltar:

—Si quieres, nos vamos a mi casa. Allí nadie nos molestara.

El ofrecimiento no le cogió por sorpresa y con completo desparpajo me dijo:

—Me parece buena idea, así no tendré que dormir en el cuarto de invitados.

Aquella complicidad por su parte me dio cierta ternura. Sin poderlo remediar,  le solté un pequeño piquito y, tras darle un cachete en el culo, le dije:

—Pues bébete la copa ligero que no veo la hora de volver a besarte. Nos lo vamos a pasar estupendamente —Le prometí, mientras le guiñaba un ojo picaronamente.

Mariano

Salimos de la discoteca de inmediato. No sé por qué, tenía la sensación de estar transgrediendo con mi comportamiento los diez  mandamientos divinos.Sin embargo, me daba igual arder en el infierno con tal de apagar las llamas que me quemaban por dentro. Un fuego que se manifestaba con una fuerte erección bajo mi pantalón.  Levemente embriagado, todas las ataduras conservadoras que yo me había auto impuesto parecían romperse y, por primera vez en mucho tiempo,  la sensación de libertad bullía en mi pecho.

Juan José me parecía el hombre más deseable del mundo y me daba una inmensa seguridad. Sabía que mis pequeños escarceos con el sexo, no tenía nada que ver con lo que me disponía  a realizar, aun así no me preocupaba lo más mínimo.  Me daba tanta seguridad su compañía que sabía que nada podía salir mal con él. Si tenía los nervios a flor de piel, era simplemente porque la emoción  me reconcomía por dentro.

Cogimos un taxi para ir a su casa. Juan José, quizás para no agobiarme más, se limitó a decirle al conductor la dirección y mantuvo una conversación trivial conmigo. Inocente de mí supuse  que él también estaba  un poco inquieto. Con la sabiduría que da el tiempo, sé que no era así. Si había apaciguado su comportamiento fue para tranquilizarme a mí.  

Al llegar a su casa, la pasión nos desbordaba por completo. Libre de ojos que nos examinaran, mis labios buscaron los suyos y nuestros labios se fundieron como si ambos fueran parte de un todo.  

Era la primera vez que besaba a alguien con tanta pasión. No había existido nadie antes capaz de hacerme vibrar como lo hacía él. Me dejé llevar como no lo había hecho nunca y  comencé a acariciarlo enérgicamente. Minutos después, nos habíamos arrancado la ropa y nos convertimos en dos bestias desnudas, hambrientas de lujuria.  

Tenía sentimientos encontrados, por un lado estaba deseando tener sexo con aquel tipo, por otro estaba aterrorizado por no saber estar a la altura. Como no sabía qué hacer, ni cómo comportarme, puse en práctica una táctica que con los años me sigue funcionando: esperé que fuera el otro quien tomara la iniciativa  y, como en el juego de “Haz lo que diga el líder”, imité su comportamiento.  

A pesar de que me estaba dejando llevar y  había puesto el piloto automático, la excitación se apoderó de mi voluntad. Cualquier acto  que hasta el momento había etiquetado  como  tabú, adquirió el  delicioso sabor de lo prohibido. Con mis sentidos sensibles a cualquier estimulo , me predispuse para tener mi primera experiencia sexual completa.

Con la única intención de no quedar mal y de agradarle,  seguí emulando   todo los movimientos de Juan José. Si él me abrazaba fuertemente mientras me besaba, yo lo hacía de manera más vehemente. Si él buscaba mi polla y la apretaba entre sus dedos, yo hacía lo mismo con la suya.

No me llegaba la camisa al cuerpo. Mis escarceos con el sexo homosexual se habían limitado a encuentros furtivos y rápidos. Lo máximo que me había  atrevido hacer  era a una mamada mutua  dentro de un coche en un oscuro escampado y siempre después del culmen me había despedido de mis amantes. Con lo que mis escasos amantes eran ajenos a  los remordimientos y tristeza  que me embargaba después de correrme.

Tras eyacular, tenía la sensación de haber expulsado de mi interior a los demonios que me obligaban a hacer aquellos deplorables actos y me embargaba un sentimiento de culpa  por traicionar todos los códigos morales en los que me había instruido. Nunca me había visto en la obligación de compartir este momento con nadie y me aterrorizaba cual pudiera ser el desenlace de tener que hacerlo.

Mi lucha interior por ser un joven con una mentalidad acorde al tiempo que me había tocado vivir y  cumplir los preceptos arcaicos que unos señores desde un pulpito o detrás de un confesionario me habían inculcado, me tenían viviendo dos vidas a medias. En ninguna de ellas la felicidad era mi compañera por demasiado tiempo.

JJ

Cada vez tenía  más claro que Mariano no hecho las practicas completas en la universidad de Poyola, como mucho una pajita con su primo del otro pueblo, rápida y sin mucha luz.   Se estaba comportando como Carmen Sevilla el día que descubrió que las churras no tenían hueso. Tenía su morbo acostarse con alguien con tan poca experiencia, pero me resultaba un pelín incómodo. Pues tenía la sensación de estar embaucándolo para hacer algo que él, en el fondo, no  lo deseaba por completo.

Como soy de la firme convicción que el sexo es cosa de dos, de tres, de cuatro o de lo que se tercie.  Tenía claro que no podía obligar a aquel chico a hacer algo que realmente  no quisiera. Así que, si no quería tener que visitar a mi terapeuta por sentirme un puto violador, debía parar aquello antes de que pasara algo de lo que ambos nos pudiéramos arrepentir.

Me aparte de él, le quité la mano de mi polla y la apreté entre las mías con la mayor ternura  que fui capaz. Hasta aquel momento no me había dado cuenta, pero estaba temblando como un flan. Lo miré fijamente a los ojos y le dije:

—Tranquilo, hijo mío. Si no quieres no tenemos que llegar a nada. Nos tomamos unas copas, charlamos tranquilamente y tan amigos.

—No, si querer quiero —Se excusó —Lo que pasa es que…

—No me digas que nunca has estado con nadie…—Dije suplicando para mi interior de que mis presentimientos no fueran cierto.

—Sí, hombre. Me han hecho  y he hecho alguna pajilla que otra. Besos, magreos… Con el último tío que estuve nos la chupamos mutuamente.

 Me tranquilizó oír que por lo menos había puesto en práctica las primeras lecciones del manual de hetero curioso. Con la determinación que aquella noche se echaba un polvo  sí o sí, seguí tirando de la cuerda para poder llevármelo a mi terreno.

—Pero lo que es follar propiamente dicho, cero patatero.

—Sí —Respondió agachando la cabeza como si se avergonzara de ello, para continuar preguntando algo que sonó más a suplica que a petición —  No tengo ni la más remota idea de lo que hay que hacer.

—Porno gay si habrás visto, ¿no?

—Sí, pero no soy tan idiota para pensar que así es como funciona la gente normal en la cama.

Aquella noche descubrí una cosa de Mariano, era inocente, pero no tenía ni un pelo de tonto.

—Llevas razón no todo el mundo está tan en forma como esos sementales. Las personales normales lo practicamos de manera distinta.

— Si no es mucho pedir, ¿te importaría enseñarme?

Mariano

Obviamente preveía  que su respuesta a mi pregunta iba a ser que sí, lo que no esperaba era aquella reacción tan pletórica por su parte:

—¡Joder, hijo mío, me acaba de tocar la lotería! —Su cara se iluminó con una picarona sonrisa —Tranqui, que no vas a poder tener mejor maestro. A mí, aunque no le hago ascos al sexo guarro, lo que más me gusta cuando estoy con una persona es dar rienda suelta a mi ternura.

Sus palabras fueron música celestial para mis oídos. No me había sentido tan cómodo, ni tan seguro con ninguno de los tipos con los que había estado. Por primera vez en mi vida, estaba dejando aparcada la  mojigatería y estaba dando alas a mis más bajos instintos. Estaba loco por saber si merecía la pena aquello que me fascinaba tanto: disfrutar de un cuerpo masculino. Por cómo se estaban desarrollando los acontecimientos, no iba a tardar en descubrirlo.

Se acercó a mí con cierta parsimonia. Acarició mi mano con el torso de su mano y las dejó resbalar por mi pecho, hasta llegar a la altura de mi polla. Para mi sorpresa mi verga, a pesar de la pequeña charla, no había perdido ni un ápice de su dureza. Posó levemente sus dedos sobre ella y después la apretó fuertemente, de un modo que me resultó tan placentero como doloroso.

Sin dejar de masturbarme, sus labios buscaron los míos y me comenzó a besar con un refinamiento tal que me sentí como en una especie de éxtasis. Por momentos, aunque fuera un pensamiento bastante impío, creí que tocaba el cielo con la punta de los dedos.

Tras unos minutos que su forma de tocarme y de besarme me tuvieron como flotando en una nube de la que no quería bajar. Hundió su cabeza en mis hombros y con un susurro  me invitó a que nos ducháramos juntos.

No quise ser descarado y lo observé desnudarse casi furtivamente. Tal como pensaba tenía un cuerpo delgado, pero muy simétrico. Juan José, al contrario que yo, no apartó su mirada de mí y disfruté del modo en que sus ojos se clavaban en mí, como si quisieran devorarme.   

Nos metimos bajo un estrecho plato de ducha, propiciando que  nuestros cuerpos se pegara el uno contra el otra. Sentí su enérgica polla rozar mi pelvis y un escalofrío me recorrió de los pies a la cabeza. Abrió el grifo y una cortina de agua nos envolvió.  Se aproximó hacia mí, me rodeó con sus brazos y me besó. Durante unos instantes tuve la sensación de que el mundo exterior había dejado de existir.

El momento tierno igual que se encendió, se apagó. Se separó de mí y cogió un bote  de jabón líquido que había en una repisa al lado de la ducha.  Se echó un chorro en las manos y lo extendió sobre mi cuerpo, ignoro si fue por lo inesperado o por lo frio que estaba, me estremecí a su contacto y hasta musité un breve quejido.  

Sus manos caminaron por mi pecho, deleitándose en cada resquicio de mi tórax como nadie lo había hecho. La yema de sus dedos descubrieron    zonas erógenas que ni suponía que  tenía. Había una mezcla de lujuria y de cariñó en sus caricias que me tenían con los sentidos a flor de piel.

A continuación recorrió cada recoveco de mi cuerpo para  proporcionarme el mejor de los placeres,   al tiempo que limpiaba cualquier resquicio de suciedad  que pudiera tener.  Me metió las manos bajo las axilas, hundió sus dedos en mi ingle y masajeó mis glúteos de un modo que me pareció de lo más gratificante.

Desde que le di permiso para que fuera mi instructor en lo que iba a ser mi primera vez, adopté una postura sumamente pasiva. Me comporté como si fuera arcilla entre sus manos. Aún así, en el preciso instante en  que me pidió que me diera la vuelta para lavarme la espalda, una sirena de alarma sonó en mi relajado cerebro.

Casi de manera automática, como si intentara con ello poner límite a mi permisividad le dije: 

—Soy activo —Algo que por mucha firmeza que le pusiera a mis palabras, no tenía demasiado claro.

JJ

¿Activo? Fue escuchar aquella palabra y el universo se desplomó sobre mí. Sin embargo, como desde mis inicios en el arte del mariconeo siempre fui muy polifacético. Me dije que a falta de pan, buenas son tortas.

Obviamente no era  lo mismo desflorar un culito cerrado que sacarle brillo a un sable sin estrenar, pero también tenía su morbo. Sobre todo si era  con un tío que estaba de toma pan y moja chocolate como Mariano.

—No te preocupes, aunque fueras pasivo. Una ducha no es el mejor sitio para iniciarse. Follar bajo la ducha tiene su puntito, pero también es súper incomodo —Le dije sin dejar de sonreírle. No quería que en ningún momento mi vena frívola y sarcástica espantara una presa tan difícil de conseguir.  

Una vez terminé con mi masaje bajo el agua, lo invité a salir. Cogí una toalla y lo envolví en ella.  Tal como si se tratara de una danza exótica de apareo,  conforme iba secando su cuerpo de manera minuciosa, me  fui agachando hasta arrodillarme delante de él. En el momento que tuve su cipote delante de mi cara, no me pude resistir ante la hermosa erección que lucía y me metí su glande durante unos segundos en la boca. El prolongado suspiro que brotó de sus labios, me dejó claro que su hetero curiosidad  había quedado satisfecha y estaba preparado para caminar hacia la otra acera. Estuve tentado de pegarle una soberana mamada allí mismo, pero temía que su inexperiencia lo hiciera correrse antes de tiempo y, como lo más probable es que no fuera multiorgásmico, sería como pinchar el balón  antes del partido.  Así que me levanté con decisión, me sequé y lo invité a acompañarme a mi  habitación

Una vez allí, le dije que se sentara en la cama y, a sabiendas  de que me podría echar el primer polvo en la boca, me agaché ante él. Me coloqué entre sus piernas y me puse a pegarle la mejor mamada de su vida. Porque otras cosas no, pero servidor si a algo había aprendido algo  en su larga trayectoria como maricón, era el exquisito arte de comerse una buena polla.

Mariano

Si tenía alguna duda de que perder mi virginidad con Juan José era una buena idea o no. Sus palabras me dejaron claro que sí. A aquel hombre no le importaba lo más mínimo que no quisiera que me penetrara. Era más, parecía emocionado con la idea de que fuera yo quien se lo hiciera a él.

Todavía por aquel entonces lo de poner el culo me parecía minusvalorar mi hombría y lo veía como una especie de humillación. No obstante, la forma con la que aquel tío relativizaba todo, me hizo pensar por primera vez que podía ser una manera diferente y completa del disfrutar del sexo con un hombre.

Cuando me ordenó que me sentara sobre la cama, no sabía muy bien que pretendía  y simplemente me limité a obedecer.  Llevaba toda la noche siendo, en el buen sentido de la palabra, su marioneta por lo que un rato más no me importaba lo más mínimo. Sobre todo si  servía  para aclarar las incertidumbres sobre mis preferencias de una puñetera vez por todas. Dudas que se fueron aclarando cuando al ver como se agachaba ante mí, con unos movimientos casi felinos y mi nabo cimbreó como si tuviera vida propia.

Con total naturalidad y desparpajo, sus labios buscaron mi erecto miembro, escupió sobre mi glande y comenzó a masajearlo. La caliente lubricación abrió una puerta completamente nueva para mí y las sensaciones que me embargaron, no por desconocidas, fueron menos gratificantes.

En el momento que lo consideró oportuno, sus labios cubrieron mi polla. Al principio solo la parte superior. Golosamente chupeteó el capullo y paseó la lengua por los pliegues de este. Su forma de hacerlo o era completamente diferente a  la del chico que  me la mamó, o  también pudiera ser que yo me encontraba mucho más relajado  y lo disfruté más. Las sensaciones que él me estaba regalando poco  o nada tenían que ver con las que tuve en mi primera experiencia con el sexo oral.

Si su manera de devorarme el capullo me encandiló, cuando su boca resbalo por mi verga hasta llegar a mi pelvis y la engulló por completo. No pude reprimir un intenso jadeo. Era tanto el placer  que me estaba proporcionando, que tuve que hacer un esfuerzo para no eyacular de ipso facto.

Como temía que, de seguir así, no pudiera contenerme más. Entre jadeos le pedí intercambiar los  papeles. Lo último que quería era correrme y que lo que se presentaba como una noche grandiosa, terminara de manera precoz.

Juan José, se levantó, se sentó en la cama y, con esa gracia que le caracteriza, me dijo:

—¡Eah, ya te puedes bajar al pilón!

Sin demora alguna, emulé casi de manera mecánica todo lo que él hizo. Me coloqué entre sus piernas y me dispuse a mamar su polla.  El aroma que emanaba su entrepierna, me resultó  casi hipnótico.  De manera disimulada la miré durante unos segundos.  Se podía  decir que el extremeño estaba bien dotado.

Su miembro viril era un poco más ancho que el mió  y bastante más grande. Una vena ancha recorría todo  su tronco proporcionándole una esplendorosa erección. Aunque si había algo que me parecía deseable de ella era su glande, violáceo e hinchado. Parecía que estuviera gritando que lo tocara.

Con la convicción plena  de que remedando su proceder le proporcionaría placer,  me escupí en la palma de la mano e, igual que hizo él,  envolví con mi saliva aquel mástil de carne y sangre.

JJ

Mariano podía estar muy verde y ser muy ingenuo. Pero estaba claro que no se le podía dar ningún carnet de tonto.  Mis primeros pasos en el sexo fue de la manos de mis primos gemelos, después vino el internado. No recuerdo nunca tener que aprender a satisfacer a alguien con tanta premura. Por su forma de desenvolverse y con la rapidez que aprendía,   tuve que reconocer que el chico era  todo un diamante en potencia.

Había comenzado la noche echando de menos a Amancio, pero aquel chaval con su frescura, su nobleza y su morbosa sensualidad me estaba haciendo olvidar cualquier sentimiento de tristeza por dejarlo con mi último ligue. Lo mejor, cada vez me alegraba más de haberme entrometido en su historia con las Chicas de Plomo, pues pocas veces se conoce alguien  como él en el ambiente.

Me tenía tan cachondo que solamente pajearme  lubricándome con su saliva,  consiguió ponerme como una moto. En el momento que se puso a besarme tiernamente el capullo un gratificante escalofrío recorrió mi espalda y tuve mi momento “Like a virgin”, pues me sentí como si me tocaran por primera vez.

Me la comenzó a mamar con cierta torpeza. Al principio sus dientes me arañaron un poco, pero como no me hizo demasiado daño, me metí mis quejas por donde termina la espalda. Lo único que necesitaba el pobre muchacho es que yo le cortara el rollo con una de mis gansadas  e intimidarlo más de lo que ya estaba.

Intentó tragarse mi polla al completo del mismo modo que lo había hecho yo, pero la inexperiencia propició que fuera prueba no superada y unas molestas arcadas fueron la señal de que había llegado a su tope. Estuve tentado de decirle que siguiera practicando la dieta del cucurucho, pero como estaba loco  porque me taladrara el ojete.  Le saqué mi churra de la boca y le dije:

—Para ser la primera vez que te comes un nabo  lo has hecho muy bien. Pero como no queremos que te atores  y te tengamos que llevar a urgencia para que te hagan una traqueotomía,  será mejor dejarlo ahí —Lo miré y le guiñé un ojo para que supiera que todo estaba en orden y que era una de mis inoportunas bromas. Alargué  la mano hasta el cajón de la mesita de noche, saqué un condón y, a la vez que se lo daba, le dije. —Ve preparando tu  polla para su primera clase de espeleología. Aquí tienes el uniforme. Es un poco ajustadito, pero así es la última moda en Follilandia.

Mariano

Aquel tío era la bomba. No solo estaba bueno, tenía una buena polla y era un crack en la cama, sino que se desvivía porque me sintiera a gusto con él y no paraba de hacer bromas.

No me había terminado de poner el condón y ya se había sentado en cuclillas sobre mi regazo. Tras colocar un poco de crema lubricante en su ano, cogió mi polla  y la dirigió hacia lo que me parecía un agujero demasiado estrecho.

Mi único conocimiento del sexo anal provenía del  cine porno y, por más ignorancia que ingenuidad, siempre había pensado que era imposible que algo de tan enormes dimensiones entrara por un orificio tan pequeño.   Los actores   poseían miembros viriles descomunales y con la facilidad que aquellos mástiles perforaban los culitos de sus amantes, me parecía que había más montaje y mucho efecto especial que otra cosa. En aquel momento me disponía a descubrir cuanto de trampa y de cartón había en todo aquello, pues lo iba a vivir en primera persona.

Para mi sorpresa mi churra se adentró en el ano de JJ  con una facilidad asombrosa. En un primer momento  la sensación que tuve al introducir mi verga en el culo  de mi  recién estrenado amante fue más molesta que placentera. Las paredes de su recto se pegaron a mi miembro viril y una leve sensación de dolor me invadió.

Sin embargo, conforme sus esfínteres fueron dilatando progresivamente la sensación se volvió más gratificante. En el momento que mi polla se acomodó en su interior el comenzó a cabalgarme de un modo y forma que puso todos mis sentidos a flor de piel. La excitación se había apoderado de mí y cualquier pensamiento racional había dejado de tener cabida en mi cabeza. 

Sin dejar de mover sus nalgas sobre mi polla, buscó mis labios y me besó. Estar dentro de él y sentir sus muestras de cariño al mismo tiempo, me hizo sentir como no me había sentido nunca. El sexo con un hombre estaba resultando mucho más placentero de lo que me había imaginado.  

Pasivamente deje que él fuera quien llevara la batuta de aquel momento y apoyándose en sus talones, se clavaba y sacaba mi churra de su recto de una forma que creí que  era imposible, pero que al cabo de unos instantes consideré de lo más normal.

Hacia un poco de calor en la habitación y , con tanto traqueteo, nos encontrábamos transpirando de forma copiosa. Apoyé mi cabeza sobre el torso de Juan José e irreflexivamente le comencé a besar las tetillas. El sabor salado de su sudor y el aroma que emitía me puso como una moto e,  irreflexivamente, empujé mi pelvis todo lo que pude para clavarle una porción más de mi polla en sus entrañas.    

—¿Te queda mucho? —Me preguntó entre jadeos.

—Creo que estoy a punto de correrme, pero cuando creo que lo voy a hacer la sensación se me esfuma —Le contesté entrecortadamente.

—Pues venga va.

Si hasta aquel momento el cúmulo de sensaciones que me embargaban eran desconocidas para mí, en el momento que Juan José aceleró la forma en que se metía y sacaba mi polla de sus entrañas, no pude más que jadear de placer. Me  deje llevar  hacia donde aquel trotar me quisiera llevar y el resultado fue que me corrí como no lo había hecho antes. Cualquier significado que la palabra orgasmo pudiera tener para mí, dio un giro de ciento ochenta grados y comprendí lo que realmente era disfrutar del sexo.

En el mismo momento que eyaculé, Juan  José derramó su esperma sobre mi pecho. Por primera vez en mi vida no me sentí culpable por dejar que mis instintos primarios gobernaran mi vida y, como si fuera lo que tocara,  busqué la boca de mi amante. Durante unos sosegados minutos nuestros labios se volvieron a fundir, la pasión se había esfumado y nuestros cuerpos necesitaban un poco de cariño que diera sentido a nuestras vidas.

Aquella noche me hallaba tan en paz conmigo mismo, que dormí abrazado a él.

JJ

Aquel polvo fue el primero de muchos. Empezamos una especie de relación a la que yo, a pesar de estar muy enamorado de él, puse punto final. Sus pajas mentales con la iglesia eran muy difícil de sobrellevar,  pero que no dejara a Rosa,  su novia del pueblo, era más de lo que mi amor propio podía soportar.

Sin embargo, me quedé tan enganchado con él que seguí manteniendo nuestra amistad. Una amistad inquebrantable y  que perdura hasta ahora.   Es de las  mejores personas que he conocido y él piensa de mí algo parecido. Follar se puede follar con cualquiera, pero amigos como él se encuentran pocos. Creo que es único en su especie y no podía estar sin él formando parte de mi vida. Aunque sería más llevadero si no estuviera tan bueno y su ingenuidad me diera tanto morbo.

4 comentarios sobre “El principio de una gran amistad ( Nueva versión mejorada)

    1. Te diría que tendrás que esperar hasta este viernes, pero como es una versión del primer relato que escribí. Con que te leas el que publiqué la semana pasada » Mi primera vez» te podrás enterar.
      Gracias por leer y comentar.

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