El día que Mariano descubrió que le gustaban los hombres

La heterocuriosidad de Ramón

Octavo episodio

La historia hasta ahora: Ramón, un heterosexual casado, comienza a recordar sus devaneos con el sexo homosexual. Los primeros encuentros íntimos los tiene con su mejor amigo. Penetrarlo le gustó una  barbaridad.

A primeros de Abril le ponen un compañero bastante más joven que él de compañero en las rondas policiales. Un chaval que es carne de gimnasio y pica a Ramón para que lo acompañé al gimnasio.

Una vez allí, se da cuenta de que sus encuentros con Mariano han hecho cambiar algo en su interior  y en  las duchas  un chaval joven se le insinúa y, aunque no pasa nada, se excita un montón.

Lo peor fue cuando Israel, su nuevo compañero, le dice sin filtro de ningún tipo lo rico que está petarle el culo a un tío.

Las palabras del prepotente joven calan en Ramón que termina masturbándose delante de un video porno Gay. Cada vez tiene más claro que le gusta practicar el sexo con hombres.

Un día se encuentra con la madre de Mariano y le dice que este está muy mal. Sin pensarlo va a visitarlo. Lo que se encuentra lo deja perplejo, su amigo, su amante está hecho polvo y, aunque no lo dice, parte de la culpa de que esté así la tienen la relación furtiva que han iniciado.

A partir de aquel momento empiezan a quedar para tomar una copa y así poder sacar a su amigo del estado depresivo en que está.

Un día se empiezan a sincerar  y hablan  sobre la sexualidad  de Ramón al que, por mucho que folle con Mariano, le siguen gustando las tías. Incapaz de comprender el cambio al que se está enfrentando,  intenta asimilarlo preguntándole a su amigo como lo descubrió.  

21/08/12  08:30

—Pues como todo en esta vida, de casualidad. Tendría yo unos dieciocho años. Se había estropeado la lavadora, habíamos llamado al técnico y este no aparecía. Mi madre tenía que ir al hospital con mi padre para hacerse unas pruebas, por lo que me tuve que quedar en casa esperando al dichoso señor.

»Con dos horas de retraso apareció el individuo que era el prototipo de chapuzas a domicilio que todos tenemos en mente: Alto, robusto treinta y pocos años, aspecto de brutote, varonil y porque no decirlo: guapo.  A esto último ayudaban mucho sus ojos verdes, un cabello negro como el azabache y una perenne expresión de niño travieso que se dibujaba en su rostro. Algo que no se me ha olvidado de él eran sus preciosos labios: carnosos y sensuales.

» Aunque lo que más me llamó la atención del tipo, era la inmensa mata de pelo que le salía por el pico del uniforme de trabajo, yo por aquel entonces estaba obsesionado por los vellos porque aparte de las piernas, las axilas y de donde dijimos, no me había salido ninguno en otra parte del cuerpo y los colegas, tú entre ellos, me teníais acomplejado por la falta de pelo en mi cuerpo.

—Sí, me acuerdo que a todos nos dio por abrirnos los botones de la camisa para enseñar lo macho y lo peludo que éramos —Dije riéndome, pues ver como mi amigo se había animado contando aquella batallita de su juventud hizo que la pesadumbre que nos afligía se esfumase por un momento, dando  paso con ello a una alegre nostalgia.

 —Sí, ¡erais más horteras que los Chichos! Bueno, el caso es que creo el técnico se tuvo que pensar  que quería jaleo cuando me quedé mirándolo tan descarado (y nada más lejos de la realidad, pues con lo verde que yo estaba, ni se me había pasado por la cabeza), prueba de ello fue  que lo primero que me preguntó el tío tras enterarse que mi madre no estaba era que si estábamos solos en casa. Al contestarle yo que sí, sonrió maliciosamente. Yo, con lo “cruo” que estaba, no entendí porque.

»Cuando se puso a arreglar la lavadora, observé que se tocaba el paquete frecuentemente. He de reconocer que una vez que otra me había fijado en el bulto  de algún que otro compañero y una morbosa curiosidad siempre terminaba danzando en mis pensamientos, pero de ahí a pensar que me atraían los hombres había un mundo.

—¿Le mirabas el paquete a los compañeros? ¿A mí también? — Mis palabras estaban cargadas de una evidente morbosidad.

—¡Sí, como para no mirarte! Eras mi mejor amigo y además, lo que tienes entre medio de las piernas no es una cosa que se vea todos los días… —Era maravilloso ver sonreír a Mariano después de tanto tiempo—Pero deja de preguntar que nos van a dar las uvas contándote esto…

»El buen señor era el descaro personalizado,  la lavadora  el problema que tenía no era muy gordo: Se le había atascado la electroválvula de entrada o algo por el estilo. El caso que una vez terminó la reparación, sin ningún reparo me preguntó que donde estaba el servicio y todo ello sin dejar de tocarse el paquete el cual se le marcaba insolentemente bajo el mono de trabajo. Lo acompañé al baño que, cómo bien sabes, está fuera en el patio, y para no dejarlo solo aguardé a que terminara. El técnico, echándole todo el rostro del mundo, dejó la puerta abierta con lo cual desde donde yo estaba pude comprobar que lejos de mear, el tío lo que  parecía que estaba haciendo era cascársela.

»Me quedé como congelado en el tiempo, un montón de pensamientos  contradictorios recorrían mi mente pues había una parte de mí que me decía que debía llamarle la atención a aquel tipo por su desfachatez y otra parte de mí, alimentada por una curiosidad mal sana, deseaba saber hasta  dónde me podía llevar todo aquello.

»El hombre, haciendo alarde de un inusual atrevimiento, se volvió hacia donde yo estaba y, deteniendo su inapropiada masturbación, me enseñó un enorme cipote tieso como una estaca.

»No sé qué cara tuve que poner al verlo, lo que sí sé es que me quedé inmóvil como una estatua, el tipo al ver que no reaccionaba volvió a acariciarse la polla de un modo netamente provocativo y mirándome con una expresión chulesca me dijo: “¿Te gusta o te parece pequeña?”.

»Aunque mi mente se negaba a reaccionar ante la morbosa visión, mi cuerpo respondió ante el pecaminoso estímulo y mi pene, sin que yo pudiera hacer nada por evitarlo,  se marcó bajo mi chándal como si fuera una tienda de campaña.

»Diego, pues así se llamaba el técnico, se percató de ello y  haciendo gala de su expresión de granujilla, me guiñó un ojo y haciéndome una señal con un dedo, me invitó a que pasara al baño.

»Sé que lo que hice no tenía lógica ninguna, pero el deseo tiene en mí  la capacidad de nublar los demás sentidos y pese a que  ignoraba a ciencia cierta si los hombres me gustaban o no, lo que estaba viendo se me antojaba enormemente placentero.

»Avancé hacia el tipo como un autómata, poniendo el piloto automático en todos mis sentidos y dejando que la lujuria gobernara mi cuerpo.

»Diego, una vez me tuvo a su alcance, lejos de llevar mi mano a su sexo (Qué es lo que yo, inconscientemente, estaba deseando), me echó el brazo por los hombros  y acercando su cabeza a la mía me dio un beso en los labios. Primero, tímidamente, juntó su boca con la mía y al ver que no ponía reparo alguno,  hundió su lengua entre mis dientes y me dio un muerdo, que se me erizó hasta el último pelo.

»Sentir su rasposa lengua jugando con la mía enervó mis sentidos y, si hasta aquel preciso momento, me había dejado llevar como si alguien manejara los hilos de mi cuerpo, a partir de aquel instante abandoné cualquier indicio de cordura que pudiera haber en mi mente y  me amparé en la locura de aquel apasionado beso.

»El técnico, al comprobar mi predisposición, me empujó fuertemente contra la pared y sujetando mis manos contra la fría pared de azulejos restregó salvajemente su sexo contra mi entrepierna. Si albergaba alguna duda, sobre si aquello me podía gustar o no, fue sentir la dureza de su miembro al frotarse sobre mí y estas se disiparon. El contacto de aquel sable inhiesto, se me antojaba como una especie de antesala de algo tremendamente exquisito.

»Nunca anteriormente había sentido algo que me produjera tanto placer, besar los labios de una chica, acariciarle sus pechos e incluso su sexo no tenían comparación con las emociones que recorrían mi cuerpo. Quién me besaba era un completo desconocido, pero nunca antes me había sentido tan unido a alguien, nunca antes nadie había conseguido que mi cuerpo vibrara como lo hacía en aquel momento…

»Pasado el momento inicial de desenfreno, la prudencia visitó mis pensamientos y lejos de pedirle al hombre que parara, le pedí que me esperara un momento, cerré con llave la puerta de la calle y con la seguridad que da el saber que no vas a ser molestado,  lo invité a pasar a mi cuarto.

»Observé detenidamente a aquel tío, no es que fuera un adonis a los que nos tienen acostumbrado el cine y la televisión, pero todo en él emanaba testosterona al cien por cien y si a eso le sumamos su uniforme de trabajo gris, el cual se pegaba a él como una segunda piel, el hecho de que deseara acariciar aquel cuerpo y que aquellas manos me siguieran tocando del modo que lo habían estado haciendo,  era un sentimiento de lo más obvio.

»No sé si mi fijación por los uniformes vendrá por él, pero todo en aquel tío me sonaba apetecible: su vigoroso cuello, su ancho pecho que se henchía bajo su camisa, sus peludas y rudas manos, unas redondeadas piernas sobre las que reinaba un redondo trasero y el bulto de su entrepierna, que parecía que iba a estallar de un momento a otro.

»Aquel día descubrí una faceta de mí que desconocía. Como sabes soy persona de analizarlo todo y de ver los pros y los contras de cualquier cosa, suelo reflexionar las cosas mucho antes de abordarla, pues mi actitud ante el sexo (como creo que ya sabes) es completamente opuesta: me dejo llevar y no pongo puertas al campo y eso, te puedo asegurar, me pasa desde aquella primerísima vez.

»Si en el momento inicial la timidez y la impasividad se habían apoderado de mi persona, fue ver aquel ejemplar de macho entre las cuatro paredes de mi habitación y toda cobardía se transformó en pasión, si minutos antes era el técnico quien sujetaba mis manos para que no me moviera mientras me besaba, la segunda vez que nuestros labios se besaron era yo quien tomaba la iniciativa.

»Jamás olvidaré aquel momento, el sabor de su boca era salado y  amargo, una rasposa barba se frotaba contra mi delicada piel de un modo que se me antojaba satisfactorio, su pecho chocaba contra el mío mientras sus brazos se enredaban alrededor de mi tórax y lo que más me excitaba: el vigor de su entrepierna que se restregaba con la mía, proporcionándome sensaciones que no sabía ni que existieran.

»No sé cómo nos deshicimos de la ropa que llevábamos, lo que sí te puedo asegurar es que si el tío vestido me parecía atractivo, sin ropas estaba para reventar de bueno, aunque lo que más me atraía de él era lo velludo que era y lo que más me gustaba: su poblado pecho. Un enorme bosque negro y  rizado cubría por completo su pectoral en el que destacaban, como faros de un coche, sus pezones, dos enormes y oscuras tetillas que estaban pidiendo que las besara.

»Instintivamente alargué mis dedos hacia ellas, unos generosos suspiros de Diego me dijeron que estaba recorriendo el camino correcto. No sé porque, deje de besarlo y pose mis labios sobre una de ellas mientras masajeaba la otra. Mientras mi lengua jugaba con el pequeño montículo morado, intente aspirar el olor que emanaba de su cuerpo, un olor mitad colonia barata, mitad sudor del día hizo que mi polla vibrara de emoción. Si yo alucinaba por el matiz que estaban cogiendo los acontecimientos, mi acompañante no lo estaba menos. Pues el cándido chavalito que él había visto en mí, se estaba convirtiendo en un muy desvergonzado jovenzuelo.

»Lo que sucedió después me descubriría un placer que ninguna mujer ha sabido darme después en la misma medida: el treintañero se agachó ante mí y me metió una mamada de padre y muy señor mío. A pesar de su aparente hombría, el tío gustaba del cuerpo de los hombres pues dada la maestría  con la que deslizó sus labios a través de mi pene,  estaba bastante claro que no era la primera vez que lo hacía, ni mucho menos…

»Mi inexperiencia hizo que me corriera al poco, el hombre al ver que me venía se sacó la polla de la boca y dejo que el esperma fuera a parar a su pecho. Mientras se masturbaba extendió el viscoso líquido sobre el oscuro vello de su tórax  y  aunque pueda parecer algo de lo más asqueroso, en aquel momento, ver como mi esperma se mezclaba con la espesa manta de pelo  se me antojo de lo más excitante.    

»Le pedí que se levantara y me agaché ante él, lo justo hubiera sido que yo le hubiera devuelto el favor que me había hecho pero mis enraizados escrúpulos no me lo permitieron, aunque un demonio apasionado me pedía que me metiera aquel vigoroso trozo de carne en la boca, a un estrecho angelito (aunque te pueda parecer mentira) le daba bastante asco.

»Observé el miembro de Diego, tenía una de las erecciones más hermosas que he visto en mi vida una gruesas  y anchas venas recorría su tronco como si fuera una enredadera, no recuerdo si era muy grande o muy gorda, solo recuerdo su enorme cabeza (casi duplicaba el grosor del tronco), la cual emergía  y otra vez de entre el borde de sus dedos como una bestia salvaje.    

»Ante el lascivo espectáculo, mi pene se volvió a despertar e intuitivamente comencé a masajearlo. De vez en cuando levantaba la mirada para ver la expresión de Diego y esta me ponía a cien, no mentiría si te dijera que incluso más  que verle la polla.

»El técnico contrajo su rostro y encorvó su espalda a la vez que de su garganta salía un quejido adornado por un ahogado “¡Me corro!”, se su ancha uretra brotó un geiser de pegajoso liquido blanco que de manera premeditada fue a parar sobre mi pecho y la parte baja de mi cuello.

»Sentir aquel caliente líquido resbalar por mi tórax fue el acicate que necesite para estrujar aún con más fuerza mi verga entre mis dedos y extraer de nuevo el jugo de mis pelotas, que a los pocos segundos recorría el dorso de mi mano a la vez que una satisfacción plena, como  la que nunca antes había sentido, recorría todo mi ser.

»Diego agarró mis manos y tiró suavemente de mí, cuando tuvo mi rostro frente al suyo me volvió a besar, esta vez la pasión dio paso a la ternura. A pesar de lo tosco de su aspecto, a pesar de sus rudos ademanes, sus encalladas manos sabían transmitir afecto en cada caricia que le dedicaba a todas y cada una de las partes de mi cuerpo. Pese a que me sentía sucio por lo ocurrido, sus muestras de cariño consiguieron fácilmente  que me sintiera  bastante mejor.

»Nos tendimos en la cama y seguimos besándonos al tiempo que restregábamos, el uno contra el otro,  nuestros pechos y nuestros miembros viriles. Desconozco si nos movía la ternura o la pasión, o ambas por igual, lo que sé es que me sentía más unido a aquel tío de lo que había estado nunca de nadie. No conocía nada de él pero en mi fuero interno creía saberlo todo.

»Apagado el fuego de la lujuria, nuestras mentes volvieron a la realidad: a pesar de lo que había sucedido entre ambos, fuimos conscientes de que éramos dos desconocidos en un mundo donde la soledad es una moneda de uso común y  del mismo modo que la locura visitó nuestros cuerpos, se marchó de ella.

»Un silencio cortante se colgó entre los dos, en mi pecho creció un sentimiento de culpa por lo sucedido que solo era comparable a la preocupación que mostraba el rostro de Diego, quien consciente de las normas laborales que había transgredidos y  tras mirar  con preocupación la hora, me preguntó que si podía ducharse pues tenía que estar en media hora en otro sitio. 

»Si hubiera sabido aprovechar el momento y dejarme de zarandajas morales, lo hubiera acompañado  a la ducha  y habría compartido aquel momento con él,  pero en cambio me quedé en la puerta del baño observando  furtivamente  su  esplendorosa desnudez.

»Una vez terminó de secarse, ocupé su lugar y deje que el agua borrara el semen de mi cuerpo. Me vestí del mismo modo automático que él lo hizo y como si nada hubiera sucedido entre nosotros, procedí a pagarle sus servicios. 

»Nunca olvidare lo que el buen hombre me dijo antes de marcharse: “Me lo he pasado muy bien contigo, si mi vida no fuera tan complicada no me importaría verte otra vez pero no me gusta hacer promesas que no pueda cumplir” y tras esto, poso sus labios sobre los míos, me dio un afectuoso abrazo y se marchó.

»Los meses siguientes unos sentimientos contradictorios me visitaban todos y cada uno de  los días, pues mis masturbaciones eran acompañadas con rememoraciones de lo sucedido con Diego y cuando la lujuria se marchaba, me sentía la persona más horrible del mundo. ¿Cómo me podía estar pasando esto a mí? ¿Yo no podía ser maricón?

Continuará en: Reunión futbolera, situaciones comprometidas

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