La sinceridad del sexo

La heterocuriosidad de Ramón

Séptimo episodio

La historia hasta ahora: Ramón, un heterosexual casado, comienza a recordar sus devaneos con el sexo homosexual. Los primeros encuentros íntimos los tiene con su mejor amigo. Penetrarlo le gustó una  barbaridad.

A primeros de Abril le ponen un compañero bastante más joven que él de compañero en las rondas policiales. Un chaval que es carne de gimnasio y pica a Ramón para que lo acompañé al gimnasio.

Una vez allí, se da cuenta de que sus encuentros con Mariano han hecho cambiar algo en su interior y comienza a mirar a su compañero con ojos distintos de los que había mirado a los hombres hasta aquel momento.

En las duchas  un chaval joven se le insinúa y, aunque no pasa nada, se excita un montón.

Lo peor es cuando Israel, su nuevo compañero, le dice sin filtro de ningún tipo lo rico que está petarle el culo a un tío.

Las palabras del prepotente joven calan en Ramón que termina masturbándose delante de un video porno Gay. Cada vez tiene más claro que le gusta practicar el sexo con hombres.

21/08/12  08:30   

El mes de mayo de este año  no lo olvidaré jamás. No solo había descubierto, muy a mi pesar,  mi aparente bisexualidad, sino que no tenía nadie con quien hablarlo, con quien compartir mis más que crecientes dudas… La única persona con la que podía charlar de ello era  Mariano y  había cerrado su vida a cal y canto y, como siempre que las circunstancias lo superaban, dejar que el tiempo lo curara, o lo pudriera  todo.  

Esa circunstancia hizo que mi soledad fuera aún mayor, pues había un mar de gente  a la que debía ocultar mi nueva forma de sentir y de ver la sexualidad. Y si había alguien con quien estaba obligado a interpretar el papel del “antiguo Ramón”, esa era Elena, mi mujer.

No sé si porqué estaba más susceptible que de costumbre o porqué realmente la cosa iba  a peor, pero mi matrimonio hacía aguas por todas partes. Cada vez conocía menos a mi mujer y dejaba, a su vez,  que ella supiera menos de mi persona, vagamos por el día a día sin ninguna ilusión por estar el uno con el otro. Cada acercamiento mío hacia ella era respondido con una instintiva frialdad,  cada gesto amable suyo no era correspondido por mí en la justa medida.

Intentaba hacer de tripas corazón ante mi “nuevo yo”, pero las circunstancias no eran lo más propicia. Lo único que me sacaba de mi deprimente existencia era la rutina laboral, lo que no era, ni mucho menos,  demasiado alentador. Los días parecían largos esperando que algo cambiara en algún momento, pero  se trataba solo de  un absurdo tiempo muerto en el que los minutos y las horas se iban para no volver. Me sentía como un espectador de mi vida  que en lugar de disfrutar cada momento de ella, la veía pasar ante mis ojos, un día y otro.

Una tarde, paseando con las niñas, me encontré a Aurora, la madre  de Mariano, iba con Carlos, su hijo mayor y la mujer de este. Tras las rutinarias preguntas sobre el estado de salud, la familia y tal, fue inevitable que mi amigo saliera a coalición:

—¡A mi Marianito le pasa algo!, lleva un mes que solo va de casa al trabajo y del trabajo a casa. ¡Si hasta algunos días ni va al gimnasio y eso ya es raro en él! ¿Tú sabes que le pueda pasar? — La pobre mujer confiaba en mí ciegamente pues conocía del afecto y  larga la amistad que me unía a su hijo y de no haberlo visto realmente mal, no me hubiera pedido nunca ayuda tan abiertamente como lo estaba haciendo.

—No, pero eso tiene fácil solución… ¿Esta tarde estará en casa?

—Yo creo que sí. Pero si vas a ir a verlo hazlo después de las siete que es cuando vuelve del gimnasio. ¡No vaya ser que hoy le dé por ir, que ese hijo mío tiene esas “caias”!— Al decir esto último, el rostro de la buena mujer cambió de mostrar una completa preocupación a mostrar una generosa sonrisa.

—Pues usted no se preocupe señora que ya procuraré yo “pervertirlo” para que se anime a salir a tomar una cerveza.

—A ver si puede ser que se anime el Marianito de Dios,  porque el pobre está más “amargao que er culo un pepino”.

Con la excusa de tranquilizar a su madre, le haría una muy  merecida visita  a mi amigo a quien, por más que me pesara, cada día echaba más de menos.

A las siete de la tarde, puntual como un reloj, llamaba el timbre de la puerta de su casa. Esperé un poco pero no salía, por lo que deduje que o estaba en la ducha o durmiendo, volví a insistir y  al poco, aparecía Mariano con un aspecto de dejadez total. Por su amodorrado gesto se vislumbraba que lo había despertado, vestía una camisa vieja y un pantalón de chándal y,  lo que más llamó mi atención, lucía una poblada barba que le daba un aspecto de vejestorio que no iba para nada con la imagen que de él guardaba. Su primera reacción al verme fue de sorpresa pero, a la vez que fue adentrándose en el mundo de los vivos, fue frunciendo el ceño y  dirigiéndose a mí de un modo,  a mi parecer bastante descortés, me dijo:

—¿Qué haces aquí?

—Pues nada que esta mañana he visto a tu señora madre y me dijo que estabas un poquito raro —Hice una pausa aguardando su respuesta pero al ver que no decía nada, proseguí—Y lleva razón la  buena mujer porque amigo… ¡Vaya carita que tienes!

Me miró durante unos segundos, tragó saliva y me dijo:

—¿Mi madre te ha dicho que estoy mal?

—Sí, la pobre está bastante preocupada por su “niñito”, y cómo sé que me vas a decir que no te pasa nada, he pensado que te arregles y me lo cuentes en el bar —Con mi tono frívolo y dicharachero me exponía a que me mandara a freír espárragos, pero era obvio que si no me arriesgaba, no iba a sacar a mi amigo de su jaula.

Arqueó las cejas y clavó su mirada en mí, me dio la impresión que me iba a decir una grosería pero en cambio, adoptando una pose condescendiente me dijo:

—¿También me tengo que afeitar?

—Mejor, porque no es que la barba te siente fatal, si no  lo siguiente…Tú me entiendes, ¿no?…

Tras sonreír tímidamente,  me hizo pasar  salón de la casa, puso la tele y me ofreció una copa para que esperara mientras se afeitaba y duchaba.

He de reconocer que, al menos un par de veces, por mi mente pasó la tentadora idea de entrar en el cuarto de baño y romper, de una vez por toda, aquella especie de celibato que nos habíamos autoimpuesto, pero sosegué mis ansias pues, si como intuía, el motivo de la pequeña depresión de Mariano se debía a lo ocurrido en Semana Santa, con el cabrón de su ex y a lo que sucedió después conmigo, consideré que lo menos que precisaba en aquel momento era algo así, por mucho que mi cuerpo lo necesitara. Aparqué los deseos de mi pensamiento y me centré en ser la  buena persona que mi amigo precisaba en aquel momento.

Cuando salió acicalado de su cuarto parecía otro y aunque sus ojos seguían triste a más no poder, intentaba sonreír con los labios.  Mi amigo estaba tan mal  que no quería reconocerlo, y   a mí  la única receta que se me ocurría era mucha amistad, comprensión y, sobre todo, muchísimo cariño.

Nos tomamos un cubata en el bar de siempre, al principio me costaba sacarle las palabras pero no sé si por el alcohol o por que le hacía mucha falta, cuando comenzó a charlar no había quien lo parara. ¡Hablaba hasta por los codos!

Tras aquella tarde, hubo otras que salíamos improvisamente a dar una vuelta y poco a poco conseguí que fuera saliendo del agujero en el que  se había metido. Nunca me contó que pasaba por su mente pero sabía que agradecía mi compañía y eso que nunca hubo sexo, pues ambos nos comportábamos como si quisiéramos cerrar aquella puerta por completo (Aunque en realidad, nuestras mentes y nuestros  cuerpos clamaran lo contrario).

Pero pese a todo lo bien que nos sentíamos,  no estaba dispuesto a renunciar a seguir compartiendo mi pasión con él pues una vez conocido el paraíso, no era lógico  seguir viviendo al este del Edén. Así que una tarde que estábamos a solas tomándonos una copa en el pub de costumbre, cogí el toro por los cuernos y, sin medir las consecuencias, le lancé la tajante pregunta.

—Oye, ¿he tenido yo algo que ver con tu pequeño enfado con el mundo?

Mariano me miró durante unos segundos, se quedó pensativo frunciendo el ceño, pegó un largo buche de la bebida que tenía ante sí y dijo:

—Sí y no. Más que enfadado con la gente, lo estoy conmigo mismo.

—¿Por qué? —Clavé mis ojos en los suyos, intentando descubrir el secreto que encerraban. Él me devolvió una mirada sincera y poniéndose bastante serio me dijo.

—¿De verdad lo quieres saber? —Asentí con la cabeza—Pues vayamos a mi casa y te lo cuento, sé que puedo a salir llorando y no creo que este sea el sitio adecuado para ello…

La franqueza de sus palabras me dejó atónito. Mariano estaba demostrando ser todo una caja de sorpresas, su homosexualidad me costó asimilarla casi tanto como mi supuesta bisexualidad por eso cuando dijo de desembuchar todo lo que llevaba dentro, de antemano sabía que no me dejaría indiferente.

Nos servimos un refresco cuando llegamos a su casa y nos sentamos en los butacones del salón, uno frente al otro.

—Esto que voy a contar no se lo he contado a nadie, —Su tono era pausado y tranquilo, como si lo hubiera meditado mucho previamente—pero si hay alguien en este mundo que merezca saber lo que me pasa, ese eres tú.

Instintivamente le cogí la mano y me hice cómplice de su mirada, en un claro gesto de mostrarle todo mi apoyo.

—Con lo que pasó en Semana Santa me sentí el hombre más miserable del mundo. No solo había sido un imbécil dejándome embaucar por Enrique de nuevo, sino que te use como desahogo…

—Yo no le puse ninguna pega a aquello, al contrario —Dije intentando quitar importancia a la cosa y mostrando la mejor de mis sonrisas.  

—Ya… Pero lo que menos necesito en este mundo es tener sexo con alguien que no puede estar al cien por cien conmigo… — A pesar de que había empezado hablando con una firmeza y tranquilidad pasmosa, a la vez que la conversación iba avanzando, las palabras parecían apagarse en su boca. —El sexo por el sexo es solo un desahogo físico, hoy por hoy en mi vida necesito algo más y tú, tristemente, no me lo puedes dar.

Lo miré, si algo tiene mi amigo es que sus palabras pueden ser lapidarias y dejarte sin argumentos. No supe que decir, pues había dicho una verdad como una catedral de grande: lo  nuestro, si había existido en algún momento, era algo con fecha de caducidad.

—Desde lo de Enrique, —Prosiguió al ver que guardaba silencio—Llevo todo el  tiempo deambulando por la vida, temiendo a las relaciones largas, evitando que me hicieran sufrir como entonces. Cada vez que alguien se acercaba lo suficiente, salía corriendo despavorido… Y cuando más habituado estaba a esa forma de vida, surge el sexo entre nosotros.

»¿Sabes cuánto tiempo había deseado acariciar tu cuerpo y follar contigo? ¡No tienes ni idea…!  Y cada vez que lo hacemos, me siento más unido a ti y sé que es algo que por mucho que nos empeñemos no puede acabar bien.

»Como me siento cuando estoy contigo, no me he sentido nunca es algo para lo que no tengo palabras…Y lo peor es que siempre que lo hemos hecho, he tenido la sensación de que el alcohol y la calentura ha tenido mucho que ver.

—¡Sabes que no es así! —Dije como tropezando con las palabras y sin dejar de acariciar su mano.

—Quiero creer que no pero no me entra en la cabeza que alguien que siempre solo le han gustado las tías, se encuentre a gusto follando conmigo. Entiéndelo Ramoncito, ¡es bastante difícil de asimilar!

—La verdad es que todo esto es nuevo para mí… Ignoraba que me pudiera gustar que un hombre me comiera la polla y menos aún, el penetrarlo… Pero es una sensación bastante agradable y aunque me cueste decirlo: te echo de menos.

Si mi mente hubiera dado paso a los sentimientos, el final de mi frase hubiera sido un tierno beso, pero como era un camino que aún no estaba preparado para recorrer, nos miramos como si quisiéramos devorarnos con la mirada.

—Sé de lo que hablas pues por ahí pasé yo en su momento, ¿o tú crees que yo descubrí que me gustaban los tíos de la noche a la mañana?

—Supongo que no. —Guardé silencio durante un instante y sin darle tiempo a reiniciar la conversación le lancé una directísima pregunta— ¿Cómo fue que te distes cuenta?

Continuará: El día que Mariano descubrió que le gustaban los hombres.

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