15 de agosto del 2010 (Hora del café).
1 ******Mariano******
Tras ponerme los vaqueros cortos y notar que me aprietan un poco más de lo normal, me miró al espejo. Tengo que admitir que la buena vida y el no saber cerrar el pico, han conseguido que ponga unos kilos de más. Sin embargo, un pecho fuerte y un abdomen trabajado consiguen todavía disimular esa grasa de más, aunque solo sea estéticamente.
No me hace mucha gracia estar sin camisa a la hora de tomar café, pero JJ ha insistido en que hace bastante calor y que estaríamos bastante más cómodos. No sé, como alguien que lleva más de veinte años viviendo en Sevilla, puede decir que esta temperatura le agobia. Que sí, que estos días atrás ha hecho más fresco, pero ya quisiera yo este clima en mi tierra en el mes de Agosto.
Llegó al salón y, con la poca ropa que lucen los presentes, la sensualidad se respira en el ambiente. Más que tres amigos charlando antes de tomarse un café, la imagen que ofrecen es propia de los prolegómenos de una película porno gay. Tengo la sensación de que, de un momento a otro, Roxelio se va sacar su pene erecto y le va a ordenar entre gruñidos a JJ que se lo chupe.
Todavía no se ha terminado de montar la imagen homo erótica en mi cerebro, cuando un comentario sarcástico de mi amigo del alma la derrumba desde los cimientos.
—¡Hijo mío, creí que, por el tiempo que has tardado, en vez de unos pantalones para tapar las vergüenzas, te estabas poniendo un traje de gala!
Hago un gesto silencioso en el que le dejó ver lo gracioso que es y lo mucho que se parece a las avispas. Como estoy con gente con la que no tengo demasiada confianza, intento no ser grosero y me contengo de hacer una peineta.

Nada más que busco un hueco en el sofá y me siento. Mi colega y German se levanta:
—Bueno, ya que el señorito se ha dignado a aparecer, vamos a preparar el café con pastas.
Hago ademán de levantarme para ayudar, pero JJ me lo impide.
—Te quedas sentado ahí, primero porque la cocina es más chica que la de la Barbie y tres personas nos vamos a estorbar, segundo porque Roxelio y tú apenas habéis intercambiado palabra. Así que aprovechad mientras hacemos el café para conoceros mejor.
Las palabras de mi compañero de viaje me suenan con más doble sentido que los cuplés de Sara Montiel. Con la sensación de que me han dejado allí para que sucumba a los encantos del mayor de los hermanos, cierro las piernas, pongo la espalda recta y me siento lo más formal que puedo. La cercanía de aquel armario de testosterona, después del sueño erótico que he tenido con él, me resulta tan morbosa como incómoda.
Observo minuciosamente con disimulo a Roxelio. Al final me voy a tener que creer eso de que son hermanos, o por lo menos tienen un lazo consanguíneo muy grande. Es tan parecido al tipo con que me he acostado que parece la versión futura de este. Con menos ingenuidad y con más seguridad en sí mismo.
Aunque, por lo que he podido dilucidar por sus comentarios, solo se llevan un par de años. La verdad es que salvo que uno es un poco más alto que el otro y que los rasgos de mi acompañante reflejan más madurez, su parecido no podía ser mayor. Los mismos ojos, unas facciones similares y una atractiva barba negra semejante.
De momento, la única diferencia palpable que veo entre ambos es que German aparenta ser pura ternura y modestia por los cuatro costados, cualidades de las que su hermano no hace gala en ningún momento. Por el contrario, a primera vista, parece bastante rudo y vanidoso.

Mientras dejo que un agobiante silencio se enrede sobre nosotros, mi mente empieza a ordenar las circunstancias que me han traído al momento actual y, no por ciertas, me resultan menos insólitas.
Para empezar la encerrona de mi amigo no tiene nombre. Me trae a un pueblo pesquero de Galicia con la milonga de que ha quedado con una gente que conoce del trabajo. ¿Este tío se cree que yo me he caído de un guindo? Él sabrá de qué conoce a estos dos, pero de su empresa de equipos industriales no. Quizás de un polvo ocasional en una de sus noches locas, por lo que, me temo, si es así, que ha estado con los dos al mismo tiempo.
Lo que no me cuadra, por muchas vueltas que le doy a la olla, es ¿cómo y por qué ha quedado con ellos? Lo peor, porque me mete a mí en estos fregados sin consultarme.
He de reconocer que la experiencia con los dos ositos me está resultando de lo más desconcertante. Por un lado mi moral religiosa me dice que no es ético quedar con unos desconocidos con la única intención de follar. Bueno, mi párroco, cada vez que le confieso mis pecados carnales, el único consejo que me da el buen hombre es la abstinencia. Por lo que tampoco creo que a la fe cristiana le importe demasiado que los homosexuales tengamos unos lazos amistosos duraderos, para que nos dejen de considerar una aberración.
Por otro lado, aunque el Pepito Grillo de mi cabeza me diga que por lo que estoy haciendo arderé en los infiernos, estoy disfrutando en este viaje más que un niño con un juguete viejo.
Existe la posibilidad de que si me hubiera propuesto venir a echar un polvo así sin más a Villa del Combarro, le hubiera dicho no rotundamente. De qué y de cuándo iba a presentarme en casa de dos tipos a los que no conozco de nada, para tener sexo como descosidos y sin tener idea de lo que me iba a encontrar.
En mi contra tengo que decir que mi lista de meterme con extraños en la cama ha aumentado drásticamente desde que comencé este periplo por las tierras de Santiago, con lo que, con dos copitas de Albariño hasta puede que le hubiera dicho que sí.

No tengo claro que hubiera pasado si mi amigo del alma no fuera tan temerario como es y no hubiera mandado a mi opinión a darse un viaje por su entrepierna, puede que me hubiera comportado como el mojigato que soy , perdiéndome así uno de los mejores polvos de mi vida.
German me ha penetrado como muy pocas veces lo han hecho. Lo he pasado tan bien que, si no me tuviera que ir de aquí en breve, sería hasta capaz de enamorarme de él. Porque no solo está rico para reventar, sino que, sin ser empalagoso, es ternura y pasión por igual. Como a mí me gustan los hombres, fuertes por fuera, delicados por dentro.
La posibilidad de que puedan estar liados entre ellos, me eso me mosquea un montón. Sé que en un pueblo como este, las oportunidades del sexo gay deben estar limitadas y pueden que hayan terminado follando con quien tenía más cerca. Tampoco Dos Hermanas es el paraíso gay y no me veo yo manteniendo relaciones incestuosas con mi hermano Carlos. ¡Sólo de pensarlo me da las siete cosas! Pero, ¿quién coño soy yo para juzgar a nadie?
—¿Conoces de mucho tempo a Juan José? —Su voz es grave y contundente. Arrastra levemente las silabas, como si quisiera convertir cada palabra en un susurro para su interlocutor. Algo que lo hace parecer de lo más seductor.
—Desde hace dieciséis años.
Estoy tan cortado y su presencia de macho empotrador me tiene tan abrumado que soy incapaz de actuar con naturalidad. Las palabras salen de mi boca automáticamente, desnudas de sentimientos y emoción. Pero en vez del concepto de una persona fría y distante, que es mi intención, la imagen que el gallego se lleva de mí es de una persona con una gran mochila de inseguridades.
Mi intento por ocultar lo mucho que me calienta, se queda en prueba no superada pues se pasa la mano por el pecho disimuladamente. A pesar de que parece un gesto casual, está cargado de tanta sensualidad que me da la sensación de que es algo calculado, con la única intención de turbarme. Cosa que por cómo se me acelera el pulso, está consiguiendo bastante bien.

La verdad es que el gallego, al igual que su hermano, tiene un pecho precioso. No tan hinchado como inmensa mayoría de los narcisistas de gimnasio y lo suficientemente abultado para que se te antoje pasar sus labios por él, mientras aspiras su intenso aroma a macho. Si a eso le sumamos la mata de pelo que recorre todo su tórax, se convierte en un plato de lo más apetecible. Uno del que no te importa repetir.
Estoy tan centrado en devorarlo disimuladamente con la mirada que su siguiente pregunta me coge con el piloto automático puesto y le respondo con todo sinceridad, casi sin darme cuenta.
—¿Habéis estado liado calquera vez?
—Sí.
Roxelio aprieta sus carnosos labios y enarca las cejas como si lo que oyera le complaciera.
Durante unos segundos me mira fijamente sin decir palabra alguna. A continuación, con el reverso de su dedo índice se acaricia la barbilla y, poco a poco, va deslizando sus dedos por su pecho de un modo de lo más provocador. El descaro con el que se toca una de sus tetillas me empuja a respirar profundo y a encogerme levemente de hombros.
Como consecuencia del leve roce de sus dedos, sus oscuros pezones se hinchan levemente y sus tetillas se ponen tiesas como una estaca. Si mi timidez no fuera tan intensa y mis prejuicios sociales no atenazaran tanto mis impulsos primarios, haría realidad mi deseo y pasaría los dedos por su hermoso pecho. Pero como no es así, me limito a tragar saliva, eso sí, sin apartar la mirada de él.

En el momento que se masajea la abultada barriga y baja la mano hasta su paquete, es más que obvio que le importa un carajo que yo haya estado con su hermano. Es más creo que cualquier cosa que yo pueda decir le trae sin cuidado y su único objetivo es comprobar hasta qué punto me siento atraído por él. Creo que seducirme es simplemente puro alimento para su ego.
Se agarra fuertemente el bulto de su entrepierna que, por lo que puedo deducir, ha aumentado levemente de tamaño. Me gustaría decirle algo coherente para que cese su intento de llevarme al huerto, pero su confianza en sí mismo me tiene como hipnotizado y me encuentro incapaz de encadenar dos pensamientos coherentes que no incluyan la frase: « Como sigas así, no voy a tener más remedio que comerte el nabo».
Con la misma voluntad que un marino bajo los cantos de la sirena, fijo la mirada en su bragueta. El tamaño de su polla ha aumentado de manera notable y se marca un apreciable cilindro bajo la tela del pantalón. Aunque mi cara de desconcierto no tiene parangón, irreflexivamente me muerdo morbosamente los labios.
Él, al notar que no hay rechazo por mi parte, se lleva la mano a la hebilla del cinturón y se dispone a desabrochársela para sacarse la churra allí mismo. Si es capaz de hacer aquello o no, me quedo sin saberlo pues se detiene en seco cuando JJ y German nos avisan desde la cocina que ya está el café, que despejemos la mesa.
¿Salvado por la campana? Me siento como cuando, de pequeño, mi madre, en el momento que el juego estaba en lo más emocionante, me llamaba para que me fuera ya para casa.

Noviembre de 1952
2 ******Roxelio y Anxo******
(Iago y Xenaro también andan por ahí)
Solo restaban dos días faenando en el San Telmo, dos días y regresarían a tierra después de un largo periplo. Los pescadores estaban ansiosos por volver a su hogar. Sesenta y dos días en alta mar sumaban muchas horas lejos de los suyos y aunque en el barco habían llegado a formar una gran familia, todos echaban de menos a la suya de verdad.
Algo más de dos meses ha sido tiempo suficiente para que entre los hombres hayan surgidos enormes nexos de camaradería. Muchas noches compartiendo camarote, habían propiciado que entre algunos de ellos, en un intento de calmar su soledad, se hubieran creado vínculos inconfesables. Relaciones íntimas que la sociedad en la que vivían consideraban deleznables, pero que ellos, hambrientos de cariño, simplemente lo consideraban un mal necesario para que la nostalgia que los reconcomía por dentro no terminara volviéndolos locos.
Pese a que ninguno de los miembros de la tripulación hablaba de lo que sucedía en sus compartimento una vez cerraban el portalón tras ellos, era un secreto a voces. Una actividad furtiva de las que todos, en mayor o menor medida, habían participado alguna vez. Una prueba esclarecedora de la complicidad existente era que la mayoría de los marinos seguían teniendo al mismo compañero de camarote año tras año.
En su mentalidad tan estrecha y tan corta de miras no se consideraban homosexuales. Para ello los maricas eran degenerados afeminados que hablaban y se comportaban como mujeres. Medio hombres a los que alguno de ellos buscaban cuando, después de una noche de juerga, no les quedaba dinero para irse de putas y si querían desahogar sus deseos más oscuros lo debían hacer entre los labios y las piernas de aquellos individuos que vivían al margen de la sociedad.

Ellos, en su fuero interno, se consideraban uno machos cachondos que necesitaban desahogar la calentura que llevaban dentro, aunque fuera de un modo antinatural. Pero como los cantaros y las fuentes, su lujuria transitó tanto tiempo por aquel sendero prohibido que terminó convirtiéndose en algo tan satisfactorio, una verdadera necesidad.
Dos de esos exploradores, eran los jóvenes Roxelio y Anxo. Ambos eran vecinos de Villa de Combarro, el primero era natural de la pequeña aldea marinera, el segundo se había mudado hace pocos años allí. Por lo que para la gente del lugar seguía teniendo el sambenito de forastero, de alguien que venía a disputarle el pan de sus hijos.
Entre ellos se había fraguado una gran amistad. Tan fuerte que, al igual que entre otros muchos compañeros de travesía, su confraternidad les había llevado a internarse en el terreno de lo íntimo. A probar las mieles del placer entre personas del mismo sexo.
Los dos muchachos, a diferencia de la inmensa mayoría de los otros pescadores, al volver al pueblo no les esperaba nadie que les calentara la cama y les hiciera olvidar, en la medida de lo posible, la relación furtiva que habían vivido durante aquellos dos largos meses.
A los dos les aguardaba un camastro vacío y una novia a la que no podrían visitar sin la presencia de la oportuna carabina. Unas chicas con las que únicamente habían intercambiado unas promesas de amor y unos besos furtivos. Nada comparable con la pasión que había ido surgiendo entre los dos.
Aunque en un principio, su ingenuidad les llevó a pensar que eran los únicos que compartían aquel vínculo prohibido en el San Telmo . Les bastó fijarse un poco y leer entre líneas para saber que no era así, que la inmensa mayoría había sucumbido a compartir sus cuerpos. Que la forma en que otros miembros de la tripulación se miraban y se comportaba entre ellos en público, no era tan distinta a la forma que ellos lo hacían en la intimidad.

Roxelio no tenía valor para aventurar cuánta porción de la manzana prohibida habían mordisqueado sus compañeros, si solamente se habían limitado a toqueteos y masturbaciones o, como había ocurrido con ellos, habían pasado a mayores. Concretamente habían sucumbido al pecado del sexo oral.
Anxo, más versado en transitar por la acera de enfrente, tiene la certeza de que al menos dos de sus compañeros Xenaro e Iago el Colgón, dos cuarentones de Cangas, follan como descosidos. Una noche aguardó que se metieran en su camarote y escuchó sigilosamente tras de la puerta.
En el momento que su paciencia se empezó a agotar, consiguió escuchar unos esclarecedores ruidos procedentes del interior. Unos quejidos idénticos a los que emitían su primo y él cuando le dejaba que introdujera su erecta masculinidad en su recto. Una banda sonora que había quedado grabada en su memoria y, su simple evocación, propició que su polla se fuera hinchando de sangre.
Quizás porque su experiencia le había hecho asimilar que el sexo anal no era cosa de iguales, que siempre debía haber un fuerte que dominaba y un débil que sometía. Por lo que no le cuadraba demasiado que tíos como trinquetes como los dos recios pescadores, pudieran follar entre ellos.
Xenaro mediría sobre metro ochenta, ancho de espaldas, con un pecho y un abdomen duro. Unos brazos poderosos, unas manos grandes y peludas. Era todo lo contrario que una florecilla del campo deseosa de que le arrancaran los pétalos. Si a eso se le sumaba su barba cerrada y su cabeza completamente calva, no había nada de angelical en su aspecto, salvo unos ojos verdes y unos labios carnosos que parecían implorar que los besaran.
Si la fisonomía de Xenaro estaba bastante alejada de los estereotipos de la gente que le gustaba sentir un rabo clavado en su recto, la de Iago tampoco le iba a saga. Mediría aproximadamente lo mismo que su compañero de camarote, con una musculatura acorde con el trabajo que realizaba, pero a diferencia de él que lucía un cuerpo bastante esbelto, sin parecer gordo, lucía unos cuantos kilos de más.

Guapo para reventar, pelirrojo, con barba abundante, ojos azules y una encantadora sonrisa natural. Si a eso se le sumaba la descomunal churra que Anxo había visto surgir bajo su rojizo vello púbico en las estancias de la ducha, no era raro que el muchacho viera en el cuerpo del Colgón una de sus fantasías irrealizables.
Por mucho que la cabeza del muchacho se hubiera puesto a funcionar, no podía alcanzar ni de lejos la inmensidad de lo que ocurría en la intimidad de las cuatro paredes de su dormitorio. Aquella noche en especial, la lujuria los había envuelto en una especie de locura y se habían dejado llevar más de lo normal.
A pesar del pacto de silencio y tenerse prohibido dar la más mínima muestra de afecto delante de sus colegas, no eran pocas las veces que se relajaban y bajaban la guardia. Todo había empezado en la ducha, unas miradas indiscretas se cruzaron entre Iago y Xenaro. Breves, pero suficientes para hacer ver al otro que aquella noche, por muy cansado que estuvieran, debían calmar el fuego que los consumía.
Fue cerrar el pestillo de su camarote y los hombres se abalanzaron el uno sobre el otro. Restregando con furia sus peludos pechos, acariciando con sus bastas manos cada resquicios de sus vigorosos cuerpos…Un ritual de apareamiento que no culminaba en un beso, ni con palabras de cariño, sino con sus pelvis frotándose mutuamente.
En la colección de mentiras que se contaban a sí mismos, se decían que sucumbían a aquellas prácticas sexuales porque no tenían una mujer cerca con la que apagar su calentura. Excusas para auto convencerse de que no eran unos degenerados y que no podían ocultar lo mucho que ambos disfrutaban con la verga del otro.

La mano de Xenaro se metió bajo el calzón de Iago y atrapó su miembro viril entre los dedos. No solo estaba duro como una estaca, sino que de su cabeza había empezado a manar un buen chorro de líquido pre seminal. Al contacto de la yema de sus dedos con la pegajosa y caliente sustancia, su polla se movió como un péndulo dentro de su ropa interior.
Con una brusquedad propia de la impaciencia, empujó a su compañero contra la litera inferior y, una vez estuvo sentado, se acomodó entre sus piernas. Con cierto desasosiego, metió su mano bajo la gastada prenda y sacó el nabo al exterior.
Estaba tan ansioso por devorarlo que no perdió ni un segundo en contemplar el grueso y largo tronco. Dominado por el nerviosismo bajó la piel del enorme capullo sin circuncidar y comenzó a devorarlo como si fuera una piruleta.
Le encantaba saborear aquel sable. Sentir bajo sus papilas gustativas su calor, su dureza, su vibrante efervescencia… No obstante, aunque solo se dijera esas cosas a sí mismo en los momentos que la lujuria lo dominaba, lo que mayormente le volvía loco de estar con el pelirrojo era que lo taladrara, que se la metiera hasta los huevos.
Recordaba que la primera vez que accedió a que se la metiera, le dolió un montón, que afrontó aquel suplicio como una especie de intercambio para, en la siguiente ocasión, ser él quien tomara el papel activo de la relación. No obstante, conforme sus esfínteres se fueron adaptando al voluminoso grosor, las nuevas sensaciones que lo invadieron comenzaron a ser tan agradable, que llegó al orgasmo sin apenas tocarse.
Aquella noche, por el pacto de quid pro quo que habían establecido, al que le tocaba disfrutar del culo del otro era a él. Para compensarlo, además de porque le encantaba, le estaba metiendo una soberana mamada. Por lo que daban a entender en las cortas conversaciones que tenían sobre sus momentos íntimos, se suponía que ninguno de los dos disfrutaba con ser enculado por el otro. Otra gran falta de sinceridad, que nublaba la gran amistad que se procesaban.

Iago estaba acostumbrado a que tantos las mujeres, como los maricas se mostraran fervorosos con su miembro viril. Por lo visto era algo que le venía de familia, su abuelo era el Colgón, sus tíos y su padre eran Colgones. Un mote que se pasaba de generación en generación, del que no se libraron ni sus hermanos, ni sus primos. «¡Como el carajo de los Colgones!», decían sus vecinos para referirse a algo enorme.
Esa fama le había valido que, más de una mujer de moral descuidada y algún que otro marica, se hubieran acercado a él con la única intención de comprobar cuanto había de verdad y cuanto de leyenda sobre el tamaño de las vergüenzas de aquel guapo pelirrojo. Ninguno quedó insatisfecho con lo que encontró, con lo que el boca a boca siguió funcionando entre los habitantes de la comarca.
Se podía decir que estaba orgulloso de la herencia familiar y le encantaba ver a sus ocasionales amantes disfrutar de él. Aun así, no se terminaba de acostumbrar a la pasión con la que Xenaro se tragaba su cipote, tanto por la boca, como por el culo. Algo que, en la misma medida, le ocurría a él. Le fascinaba chupar su nabo y, cuando en noches como aquella le tocaba el rol de pasivo, echaba de menos su cilindro sexual internándose en sus esfínteres.
Para el pensamiento moderno, se podía decir que los dos hombres eran versátiles. En cambio, en su mente dominada por los prejuicios sociales y la represión religiosa, aquella forma de sentir era una tentación que el diablo ponía en su camino. Una perversión que abandonarían en cuanto llegaran a tierra firme y contaran con el apoyo moral de su familia.
Era mucho más fácil que admitir la intromisión de un ser maligno controlando sus voluntades que la cruda realidad. La de que el sexo con hombres, en todas sus variedades les gustaba más que comer con los dedos.

En el momento que Xenaro se tragaba su verga de manera más efusiva, un gesto por parte de su compañero, lo llevo a detenerse:
—¡Para, para, meu amigo, si sigues así suelto todo leite!— Le dijo atrapando su calva mollera entre las palmas de la mano, para impedir que le siguiera devorando su miembro viril.
Como si las palabras de su amante fueran ley, el fornido marinero apartó sus labios del vibrante dolmen y abandonó la postura en la que estaba.
Al ponerse de píe, la protuberancia que se marcaba bajo su calzón quedo casi al alcance de la boca del pelirrojo que estuvo tentado de devolverle todo el placer que le había regalado. No obstante, el extraño pacto entre ellos establecía que quien ponía el culo no mamaba y, como no quería faltar a su palabra, se limitó a reprimir sus deseos.
El calvo se bajó el calzón y dejó su erecta churra al aire. No era tan enorme como su “herencia familiar”, pero tampoco se pudiera decir que fuera pequeña. Él consideraba que tenía el tamaño ideal, disfrutaba tremendamente de ella cuando sus labios la envolvían o cuando entraba a explorar sus entrañas. Sin apartar la mirada de su fornido amante, atrapó los morenos huevos con una mano, como si calibrara su peso y dijo:
—¡Vamos al lío pues!
Tras desnudarse por completo, se colocó de rodillas sobre la cama y, tras ensalivarse contundentemente el ojete, invitó con un gesto a su compañero para que procediera a penetrarlo.
A Xenaro le gustaba acariciar el culo de Iago, estaba duro y firme, cubierto con un vello rojizo muy corto que se asemejaba a una pelusilla. Tan suave al tacto que conseguía que se excitará aún más. Mientras jugueteaba a dilatar el ensalivado orificio, se echó un escupitajo en la punta del cipote y lo extendió a todo lo largo para que hiciera las veces de lubricante.

Tanteó de nuevo el terreno con un dedo, al comprobar que este entraba sin mucha dificultad, aproximó su verga a la entrada de su recto y empujó suavemente. Iago al sentir la fuerte estocada, apretó fuertemente los dientes y clavó los dedos en las sabanas, en un intento inútil de atenuar la punzada que le subía por la espalda. Sabía por experiencia que una vez sus entrañas hicieran la horma del cuerpo extraño que lo invadía, el dolor desaparecería y se convertiría en placer. Algo que, con la práctica, cada vez sucedía con más rapidez.
Xenaro, una vez tuvo claro que no iba a lastimar a su amante, posó sus manos sobre la cintura del pelirrojo y comenzó a cabalgarlo estrepitosamente. En un primer momento, su nabo no entraba del todo en el estrecho orificio, pero poco a poco fue introduciéndose en su totalidad. El sonido de sus huevos chocando contra el perineo de su camarada, dejó claro que no quedaba ninguna porción de su virilidad fuera.
El calvo estuvo tentado de coger el erecto cipote del Colgón y hacerle un pajote para que gozara en la misma medida que él, pero a pesar de las muchas confidencias y momentos íntimos que compartían, todavía le daba vergüenza que pudiera pensar que era un desviado. Que aquello no lo hacía solo por la falta de mujeres, sino porque le gustaba una barbaridad.
Clavó los dedos en su cintura, como si quisiera reflejar en aquel gesto la rabia que le daba no poderse mostrar tal como era ante el hombre con el que tantos momentos maravillosos estaba compartiendo y aceleró la potencia del ritmo de sus caderas.
Poseído por la lujuria, acercó su boca a la oreja de su amante y sin poderse controlar, le mordió suavemente el lóbulo. Como si aquel inusual gesto en su relación fuera el ingrediente que necesitara para terminar corriéndose como descosido. Volvió a imprimir más fuerza a su pelvis y solamente le bastaron unos cuantos empellones más para alcanzar el orgasmo.
Un quejido sordo por parte de Iago le dejó claro que había llegado al mismo tiempo a la meta. Lo que ignoraba es que, al igual que le pasaba a él, no había precisado tocarse.

15 de agosto del 2010 (Hora del paseo antes de la cena)
3 ******Mariano******
El maravilloso enclave de este pueblo lo convierte un lugar privilegiado. Con el mar Cantábrico enfrente y en pleno corazón de las Rías Bajas, Combarro tiene la capacidad de ganarte el corazón desde el primer momento que la pisas. Tienes la sensación de haber viajado a través del tiempo, pues sus calles y sus casas parecen seguir anclada en un emocionante pasado. Si a eso se le suma el olor del mar que constantemente te trae la brisa marina, no puedes hacer otra cosa que rendirte por completo a sus encantos.
Lo que más me ha sorprendido de todo ha sido que el pueblo por completo está levantado sobre robusta piedra, tanto en los muros de las casas como en el suelo luce este material. Es tan inmensa la majestuosidad que me rodea que estoy como un niño que pisa Disneylandia por primera vez. Quiero grabar cada resquicio en mis retinas como si con ello fuera capaz de conservar por siempre jamás el cumulo de sensaciones que este lugar está despertando en mí.
Hoy Jota, con el argumento de que no sería nada ético, ni estético estar haciendo fotos en lugar de prestarles la debida atención a nuestros anfitriones, me ha convencido para dejar la cámara en casa. Mañana, sin falta, me pego una vuelta por el centro y el muelle de la localidad y lo inmortalizo todo. Esto es bonito hasta decir basta y me gustará volver a revivir su belleza, aunque solo sea a través de imágenes artificiales.
Roxelio y Anxo, mientras hacemos tiempo para la hora de la cena, nos están pegando un pequeño paseo para mostrarnos la hermosa villa marinera. No paran de contarnos curiosidades sobre su historia, pero yo estoy tan absorto por la belleza del lugar que, me olvido de mi buena educación, y sus palabras son para mí como una banda sonora secundaria de un escenario que me tiene atrapado por completo.

JJ, quizás porque no estoy haciendo ninguna observación o mis clásicas imprudentes preguntas, me pega un tirón disimulado del brazo y me hace un gesto para que me incorpore al grupo. Sin que los dos hermanos se percaten de lo más mínimo me susurra al oído: «¡Hijo mío, bájate ya de la inopia que te vas a pegar un testarazo!»
Consciente de que he hecho alarde de poco talante y de muy poco saber darle su sitio a las personas que me rodean, pongo mis cinco sentidos en lo que está diciendo el mayor de los dos hermanos gallegos.
—… nuestro padre nos narraba cientos de leyendas sobre Combarro—Aunque el tío va de tipo duro, es mencionar a su padre, la voz se le quiebra levemente y se ve obligado a hacer una pausa al hablar, por lo que deduzco que ha fallecido no hace mucho tiempo, porque me da la sensación de que todavía no lo ha superado— Los ancianos contaban que en los vellos tempos la villa estaba encantada, se decía que era el hogar de las meigas. Mujeres que mediante brujería habían conseguido el favor del demonio y usaban esa magia negra para hacer su voluntad. Hay rincones que, si permaneces mucho tiempo en ellos ,te transmiten misterios ancestrales, como si hechizos legendarios flotaran permanentemente en el aire…
—¿Vosotros creéis en la brujas? —Pregunto un poco sorprendido por la total convicción con la que Roxelio relata aquello.
—Evidentemente no… —Me contesta adoptando una pose bastante sería.
—…pero haberlas haylas —Concluye su hermano con una sonrisa de complicidad.
Me limitó a sonreír bobaliconamente, como si hubiera captado la broma, aunque me temo que no termino de comprender del todo el sentido de humor de los gallegos. La forma de ser de estos dos tipos me tiene, al igual que el pueblo donde viven, completamente hechizado, por lo que pienso que algo de cierto encierran las leyendas del lugar.
—Sé que para la gente de fuera es difícil creer en nuestras tradiciones, pero están muy arraigados en nuestro ADN cultural. Esta es la plaza de San Roque —Me dice abriendo los brazos de forma espontánea y mostrándome de forma ceremoniosa lo que nos rodea —Aquí puedes ver dos cruceiros —En esta ocasión me señala un monumento de piedra sobre el que se yergue una cruz en cuyo reverso hay una imagen de la virgen, por su estilo arquitectónico pienso que deben ser del medievo— Aquí se pusieron dos para proteger a los habitantes de las meigas que aquí se daban cita. Si te fijas bien, la cara de la Virgen mira al mar y la del Señor a la tierra. Eso es porque la madre de Dios protegía a los pescadores de las inclemencias del mar y el Señor se encargaba de proteger a sus mujeres de los encantamientos de las meigas.

Escuchar cómo se mezcla el misticismo religioso con la superchería y el folklore, me parece de lo más normal. He nacido en una tierra donde la gente llora de emoción ante la visión de una estatua de madera y regala estampitas de las imágenes a los enfermos para que sanen antes. Así que no estoy en disposición de hacer juicios de valores y me limitó a escuchar lo que me dicen como si fuera la mayor de las certezas.
—En el pueblo hay siete en total. Por lo que se piensa que las brujas tenían siete localizaciones para sus aquelarres y se colocó uno en cada una de ellas.
—¿Y por qué en esta plaza hay dos? —Pregunta JJ, anticipándoseme.
—Hay quien argumenta porque en este lugar la presencia de las hechiceras era bastante mayor, otros que en la plaza, al estar prácticamente a orillas del mar, eran precisos dos cruceiros, uno para proteger a los habitantes y otro para los pescadores que surcaban el mar en busca de sustento. Las dos versiones, según a quien preguntes, son aceptadas por válidas por los vecinos del pueblo.
No sé cuánto habrá de cierto en sus palabras, si realmente las brujas camparon por aquellas tierras o, como en la mayoría de los casos, la gente tiene tanto miedo a lo diferente que termina inventando historias sobre todo aquello que pueda amenazar su estatus quo.
Me acerco para ver mejor uno de los cruceiros y no puedo más que gratificarme al contemplar que está levantado sobre la misma estructura de granito que sobresale del suelo.
—¿En qué siglo se fundó el pueblo? —Le pregunto a German, como si fuera mi cicerone particular.
—Las primeras construcciones, según cuentan los mayores, son del siglo XVIII que es cuando se le empieza a conocer como Villa del Combarro.
—¿Qué significa Combarro?
—Viene de Comb, —Quien me contesta es su hermano mayor a quien, después de lo ocurrido en su casa esta tarde, no puedo mirar a los ojos sin ruborizarme. Algo de lo que él se ha dado cuenta y mientras me responde no pierde la oportunidad de hacer alarde de su personalidad seductora — viene a significar flexión de la costa. El pueblo se sitúa sobre una base granítica con forma de media luna, “combadas” en los extremos por las playas del Padrón y la hoy desaparecida playa de Chousa.

No sé si estos dos hermanos traerán a mucha gente aquí para, después de follar con ellos, enseñarles el pueblo, pero lo que si tengo claro que están resultando ser unos guías turísticos de categoría.
Estoy a punto de preguntar algo, cuando JJ me interrumpe diciendo:
—Yo sé que a mi amigo todo esto de las piedras y los estilos arquitectónicos le gusta mucho. Pero el menda lerenda tiene ganas de tomarse una copita antes de cenar, así que ya nos vamos yendo para las zonas de los bares que ya tendremos tiempo mañana de hacer de guiri.
Los dos hermanos me miran como esperando que yo diga algo, como no pongo ninguna objeción Roxelio nos invita a seguirlo con un gesto amable, diciendo:
—Pues si vino es lo que queréis, os voy a llevar a un sitio donde, aparte de comer de maravilla, ponen un Loureiro bien riquiño.

Noviembre de 1952
4 ******Roxelio y Anxo******
Se tocó el paquete y estaba requeté empalmado. Solo imaginar a su deseado Iago el Colgón metiéndosela a Xenaro, el pulso se le aceleró y el corazón se puso a latir como si quisiera salirle del pecho.
Haber descubierto que aquellos dos practicaban el sexo anal le había hecho sido rememorar los momentos con su primo, Lois. Su simple mención hizo que se le erizace los pelos de la nuca y un ataque de nauseas le golpeó en la boca del estómago.
Aquel muchacho, un poco mayor que él, le descubrió lo mucho que le podía gustar acariciar el miembro viril de otro hombre y, llegado su momento, introducirlo en su boca hasta ordeñarlo por completo. Algo que empezó como un juego, una travesura furtiva se terminó convirtiendo en una necesidad esencial y, siempre que tenían ocasión, buscaban un lugar para dar rienda suelta a sus más bajos instintos.
Sin embargo, aquello no significaba lo mismo para ambos. Si para joven inexperto se había convertido en el leitmotiv de su vida, para Lois el culo del muchacho era un mero sucedáneo de un coño.
Cuando los momentos íntimos que compartían llegaron a convertirse en una adicción para Anxo, su primo se casó. En el momento que tuvo una esposa con la que desahogar su calentura, pasó de él por completo. Llegando a amenazarlo si seguía buscándolo o le iba con el cuento a alguien.
Se sintió tan humillado por el trato que mereció del tipo al que se había entregado por completo que, aunque descubrió que se sentía atraído por las personas de su mismo sexo, jamás volvió a caer en la tentación. Incluso se terminó echando una novia para que lo apartara del mal camino.
Más no se le pueden poner puertas al campo y, desde el primer momento que llegó a aquel barco y se vio rodeado de machos que se desnudaban a su lado sin ningún reparo, tuvo claro que su atracción por los hombres no había fallecido, simplemente estaba adormecida que más pronto que tarde despertaría.

Lo que le extrañó fue que sucumbiera con alguien tan inexperto como su compañero de cuarto, su fijación era más por gente como el Colgón a los que no tuviera que señalar el camino porque ya lo hubieran recorrido en infinidad de ocasiones.
Quiso la providencia que un día pillara masturbándose a Roxelio, encontrando en ello la excusa perfecta para iniciar con él una relación secc y de lo más lujuriosa. No obstante, la nobleza que henchía el pecho de su compañero era tan enorme y estaba tan atrapado por las retahílas de los domingos en misa, que prefirió tomárselo con calma. Así que prefirió dejar ver que pareciera que era Roxelio quien tomaba la iniciativa, aunque en realidad era él quien se encargaba de dirigir sus actos por el torbellino de pasión que brotaba de sus jóvenes corazones.
Tras la primera masturbación del uno frente al otro, se embarcaron en la libidinosa odisea de ir conociendo poco a poco el cuerpo del otro. Proporcionarse placer mutuamente se convirtió en un tremendo vicio sin el que ninguno de los dos podía vivir.
Como nunca se ha sincerado con su compañero sobre su experiencia previa y le ha hecho creer que el sexo entre hombres es igual de novedoso para él, le está costado horrores ascender en su constante búsqueda del placer compartido.
El primer beso surgió de manera natural en su momento justo, igual que la vez que el pescador moreno se dejó practicar una mamada. Después de aquella ocasión, no había una noche que, antes de irse a dormir, Anxo no se tragara la esencia vital de su amigo.
A Roxelio, que era virgen por completo, que alguien le mamará la polla le pareció la sensación más gratificante que había sentido jamás. Una emoción que ha repetido todas las veces que su compañero de cuarto ha querido, pues a pesar de lo mucho que lo desea, nunca ha encontrado el valor para pedírselo y siempre ha dejado que sea él quien tome la iniciativa.

Aunque habían gozado como locos de sus momentos juntos, ambos sabían que sus días de intimidad estaban llegando a su fin. Quedaban solo tres noches en las que los dos jóvenes podrían abrazarse, besarse y tener sexo antes de dormir.
Una situación que estaba destrozando el pequeño universo que se habían montado en el interior pequeño camarote y, aunque ninguno de los dos fuera capaz de admitirlo abiertamente, ambos iban a ser incapaces de saber que hacer cuando no tuvieran la presencia del otro.
La travesía se había hecho interminable para la gran inmensa mayoría de los hombres que navegaban en el San Telmo. Quizás solo los dos jóvenes vecinos de Combarro, fueran los únicos que lamentaran el final de sus días en alta mar y lejos de su familia.
Al entrar en el pequeño habitáculo donde dormía, Roxelio se dio cuenta en el estado de excitación que venía su camarada. Ignoraba las circunstancias que habían propiciado su calentura, lo que si sabía es que, tras los prolegómenos habituales, sus labios se volverían a besar y esa misma boca donde penetraría su lengua, envolvería su nabo hasta sacarle la leche.
No necesitó tocarse para constatar que su polla se estaba poniendo dura como el acero.

15 de agosto del 2010 (Hora de la cena)
5 ******JJ******
¡Joder, como pega el Lureiro este! Lo peor es que no hemos tomado una botella entre los cuatro y de comer solo nos hemos tomado una almejas babosas en salsa. Conociendo como conozco al curita, a este con dos copitas de más le confunde la noche y, como a todos los borrachos, le da por charlar y contar las verdades del barquero.
Aunque más que a lo que se aventure a decir le temo a lo que se atreva a preguntar. ¡Que si me conoceré yo el percal! Este desinhibido por el alcohol, es capaz de darle un ataque de sinceridad y me lo veo preguntándole a la familia oso que de qué cojones lo conozco con lo que ya tenemos la fiesta montada.
Esperemos que la comida venga pronto porque si no me veo dando más explicaciones que un político cuando lo cogen con el carrito de la compra.

Continuará en: “Las paredes y sus secretos”.
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