La historia hasta ahora: Elisa una atractiva ejecutiva es violada por un acosador desconocido que la llama Chochito Travieso. Cuando denuncia la agresión ante la policía, esta cuestiona sus palabras.
Nunca podrá olvidar la mañana que le tocó declarar, aunque la sala no estaba atestada de gente, si lo suficiente como para que contar algo tan íntimo como la profanación de su cuerpo, se convirtiera en algo de lo más incómodo.
En el momento que se sentó en la silla frente a la Tribuna de los Magistrados, las piernas le temblaron como nunca antes lo había hecho. Un sudor frio recorría su espalda y le costaba un enorme esfuerzo mantener la serenidad.
—Le vamos a preguntar sobre lo ocurrido en la noche del siete de septiembre de 2017 en el parking de su domicilio, hechos que posteriormente usted denunció. Ya le adelanto que alguna de las preguntas que le haré, probablemente sean desagradable o no sean fáciles de aceptar en un principio —El tono del fiscal, un hombre de pocos años más que ella y de porte bastante recto, pretendía ser amable, pero era tan estricto en sus argumentos que a Elisa no le produjo ninguna empatía y lo único que consiguió fue que aumentara su sensación de pánico —. Le ruego que entienda que esta es nuestra obligación, tanto por parte de la acusación, como por parte del letrado de la defensa y si en algún momento usted quiere que pare el interrogatorio, tomarse su tiempo si se encuentra mal, hágamelo saber y, por supuesto, esperaremos.
—De acuerdo—Respondió con una voz un tanto vacilante.
—Usted regresaba de trabajar a las nueve y media de la noche en el día de autos.
—Sí, mi empresa estaba pasando una mala racha y trabajaba más horas de lo habitual para intentar mejorar su productividad.
—¿Conocía usted al acusado de haber intercambiado con él mensajes en las redes sociales, concretamente en la llamada “Sexo Duro”?
—No, jamás había entrado en esa página, es más desconocía de su existencia.
—Aunque ha expresado usted su versión, mi obligación es preguntarle para aclarar algunas cuestiones. Usted ha manifestado no haber chateado con el acusado, ni haber quedado en su garaje para llevar a cabo la fantasía de ser violada. Sin embargo, la versión por parte del acusado es diametralmente opuesta. ¿No es más cierto que usted contactó con el acusado con la intención de hacer realidad su fantasía de ser violada?
—No, no es cierto.
—¿No es más cierto que fue usted la que promovió el lugar y la hora de su encuentro?
—No, no, no.
El fiscal, a pesar de su advertencia, fue suave con ella y aunque le hizo algunas preguntas comprometedoras en las que se ponía en tela de juicio sus palabras, ninguna fue capciosa.
Aun así, revivir lo ocurrido, delante de todos las personas presentes en la sala, y por muchas veces que lo hubiera repetido, no fue nada agradable y tuvo que hacer acopio de toda su entereza para no terminar desmoronándose en un mar de lágrimas.
La abogada defensora, una atractiva señora de unos treinta y pocos años que llevaba escrito en la cara “hago lo que haga falta por un buen precio”, llegado su turno no fue tan considerada con ella y actuó del mismo belicoso modo que en el careo que tuvo con su agresor previo al juicio. Haciendo gala de un ninguneo que rozaba lo irrespetuoso, intentó dejar sin consistencias sus argumentos.
—Bien. Después de todas las preguntas del Ministerio Fiscal, nos quedan una serie de dudas y pretendemos que usted nos la solucione.
—De acuerdo.
—Vale. Igualmente, siguiendo esta misma declaración, siguiendo los comentarios que usted realizo al primer agente que la interrogó, ¿le dijo usted al agente que usted comenzó a gritar nada más mi cliente se marchó?
—No, no recuerdo que les dijera que grité —Fiel al consejo de su letrado, se limitó a responder a las preguntas con frases breves y concisas. Era la mejor manera de que la picapleitos no la embaucara.
—No lo recuerda, porque no gritó. Según la versión de mi cliente, usted nunca tuvo la necesidad de gritar pues nunca estuvo en verdadero peligro. Igualmente, ¿se despertó usted desnuda?
—No, yo no me dormí. Estaba en un estado de shock tan intenso que no recuerdo ni como yo llegué a mi apartamento.
—Si no se durmió. ¿Podrías explicarnos por qué tardo tanto tiempo en llamar a los servicios de emergencia de la policía?
— Llamé a la policía cuando fui consecuente con lo que me había sucedido, no recuerdo cuánto tiempo pasó.
—Usted, a preguntas, ha indicado que no conocía la página “Sexo Duro”, y puesto que no se ha explicado a la sala, diré que es un lugar de encuentro de los amantes del Bondage, Dominación, Sadismo y Masoquismo. Un lugar donde, según hemos podido comprobar, muchas de sus usuarias fantasean con ser violadas. Por otro lado, hemos podido saber que tenía un perfil abierto en “Meeting”, ¿Cuantas citas concertó a través de esta página?
Elisa se queda un poco sorprendida por la pregunta, mira a su abogado en busca de una respuesta y este mueve la cabeza en señal afirmativa, como dándole a entender que la pregunta es procedente y no puede impugnarla.
—Cinco —Respondió con un hilo de voz casi inaudible.
—¿Cuánto tiempo lleva usted divorciada?
—No, no me he divorciado aun. Mi marido y yo estamos separados.
—¿Qué tiempo llevaba separada cuando sucedieron los hechos que aquí se juzgan?
—Nueve meses.
Aunque la abogada de la defensa no dijo nada. Estaba claro que lo que buscaba con aquel interrogatorio era dejarla en evidencia. Como si con quedar con los hombres que conoció a través de la red de Internet o llevar una vida promiscua, fuera un atenuante para el delito de su violador.
—Ha afirmado usted a esta sala no conocer la página “Sexo duro” ¿cómo es posible que usted tuviera un perfil abierto bajo el seudónimo de Chochitotravieso y que en este se pudiera encontrar infinidad de fotos de usted desnuda?
—No lo sé.
—¿Recuerda usted haberse hecho esas fotos? La defensa mostrará a la testigo la prueba número veinte.
Aunque ya sabía de su existencia gracias a su abogado, ver delante de todos aquellos extraños aquellas lujuriosas fotos, vuelve a quebrar su confianza. Volvió a dudar del diagnostico que le dio un psiquiatra al que visitó, en el que le aseguraba que no sufría ningún trastorno disociativo de la personalidad. Tener una doble personalidad, tal como había visto mil veces en el cine, era la única explicación que veía a todo aquello que le estaba sucediendo. Se quedó petrificada durante unos segundos, hasta que, consciente de lo que se jugaba, respondió con un escueto monosílabo:
—Sí.
—¿No es más cierto que usted se hizo esas fotos para poder seducir a hombres, como mi cliente, a través de la página “Sexo Duro”?
—No, no es cierto. Fue una sesión fotográfica que me hice con el móvil para regalársela a mi esposo. Solo él y yo conocíamos de su existencia. Jamás he compartido esas fotos en una red pública.
—Entonces, ¿cómo explica usted que esas imágenes aparecieran en el perfil de la página de contactos?
—No, lo sé. Me “hackearian” el ordenador o el móvil… No veo otro modo posible.
—Bien. Igualmente, ha hecho usted referencia a que no conocía la página. Supongamos que un “hacker” suplanto su identidad en la citada página de contactos. ¿Cómo explica que, en las conversaciones facilitadas por el administrador de la web, su suplantador conociera detalles de sus intimidades tales como, y cito textualmente un mensaje enviado a mi defendido a través de la citada página, “Me vuelve loca que me mordisqueen los pezones y después, antes de comerme el coño, me laman el ombligo”?
—No lo sé, si me habían “hackeado” el móvil o el ordenador, podían tener acceso a toda la información personal que tuviera en ellos. Lo único que le puedo garantizar es que nunca me he conectado a esa página.
—Bien, entonces, ¿cómo explica que todas las conexiones se hicieran desde su IP y en un horario en el que, según hemos podido comprobar, se encontraba usted en su domicilio particular?
—No tengo una explicación para ello. O me clonaron la IP o me envenenaron la tabla ARP. No lo sé, simplemente le reitero que jamás he entrado en la página a la que aseguran me he conectado.
—Usted, como experta en informática, sabe que lo que dice de clonar la IP es algo muy difícil e improbable.
—Difícil, pero no imposible.
—Como usted sabe, en las alegaciones de mi defendido consta su total desconocimiento de los términos informáticos que menciona. ¿Cómo puede demostrar usted que alguien que realiza un trabajo de guardia de seguridad tuviera los conocimientos necesarios para hacer esto?
—No lo sé…
—¿No lo sabe o no lo puede demostrar?
—No sé cómo pudo haberlo hecho.
—Bien…Por decirlo de alguna manera, sus fotos íntimas están colgadas en él, sus preferencias sexuales particulares aparecen enumeradas en ese chat y usted quiere hacer creer que no conoce la página. ¿Podría explicarle al tribunal como mi defendido logró hacerse con una llave del garaje de su propiedad para que pudiera entrar en él? Le recuerdo que la policía científica ha encontrado sus huellas en la carcasa de plástico que las contiene.
—No tengo ni idea. Solo puedo asegurar que yo no se la he facilitado. Del mismo modo que ha podido entrar en mi ordenador personal, podría haber entrado en mi casa cuando estaban fuera.
—¿No es más cierto que la llave fue enviada por usted a través de un servicio de mensajería al apartado de correos que mi defendido le facilitó en el chat?
—Lo desconozco. Insisto en que yo no le mandé nada.
—Y, le pregunto, ¿podría usted explicar al tribunal cómo es posible que el envió fuera remitido desde el servicio de mensajería que tiene contratado su empresa?
—No lo sé.
—Tampoco tiene una explicación a que mi defendido no la golpeara, que la amordazara con pañuelos de seda para no hacerle daño y simplemente se limitara a hacer un teatrillo para llevar a cabo su fantasía de ser violada en su garaje. ¿No es más cierto que las pruebas de violación analizadas por el laboratorio de criminalista no incluían moratones, heridas o laceraciones más allá de las producidas por una sesión de sexo salvaje que incluía sexo anal?
—No, no sufrí ningún golpe por su parte durante la agresión sexual.
—¿No es más cierto que no fueron encontrada pruebas de desgarros en sus paredes vaginales porque usted estaba debidamente lubricada, posiblemente debido a que estaba excitada? Es más, ¿por qué no puso ningún tipo de resistencia, como por ejemplo, cerrar las piernas?
—No lo sé, yo lo únicamente que deseaba en el momento de la agresión, es que aquello pasara cuanto antes mejor.
—¿Usted considera que, si mi defendido fuera el agresor sexual que usted dice que es, se preocuparía tanto por no ocasionar daño a su víctima?
—No… Bueno sí,… no lo sé.
—¿No es más cierto que usted denuncia la violación al darse cuenta que las cámaras de seguridad del garaje la han grabado saliendo desnuda de él y no tiene ninguna explicación que dar de ello a los vecinos de su edificio? Es su temor a la vergüenza pública por lo que pasa un tiempo desde que mi defendido se marcha, hasta que usted llama a la policía.
—No, yo estaba bloqueada, en estado de shock y no sabía muy bien que es lo que había pasado. No sé ni que tiempo estuve tendida en el garaje. Lo único que recuerdo es que tenía unas ganas locas de echarme a llorar, estaba en estado de shock. En el momento que llamé a la policía no dije que me hubieran violado, sino que un hombre me había agredido. Era así como me sentía.
Ni su entereza, ni la preparación que su abogado le dio para cuando tuviera que declarar le sirvió de nada. Allí en el centro de la sala, bajo la atenta mirada de extraños que cuestionaban cada una de sus respuestas, se sintió tan desamparada como los cristianos en los circos romanos.
Así que cuando el tribunal dictó sentencia a favor del demandante y fue obligada a pagar las cuotas del juicio. No le extraño para nada, ya que durante todo el tiempo las pruebas habían estado en su contra y quien, a ojos de todos, parecía una delincuente era ella y no el tipo que la violentó.
Concluye en la cuarta parte.
Estupendamente escrito. Mis felicitaciones.
Aun así, no me resulta nada sencillo leer un relato así, aunque por supuesto que lo haré dado que aunque es una realidad también considero adecuado leerla, puesto que como bien se dice es solo la verdad la que duele de verdad.
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Gracias, Samanta
Aunque te recuerdo que, por mucho que te suene a real, el relato es ficción.
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