La historia hasta ahora: Elisa una atractiva ejecutiva es agredida por un desconocido al regresar a casa. Un individuo que pretende forzarla sexualmente, incapaz de resistirse al brutal ataque, y con la única intención de salvar su vida, decide someterse a su violador…
Era obvio que no pretendía entregarse a un extraño, y aunque una débil voz en su interior le gritaba que no debía ceder ante su magistral forma de tocarla, la sensación de pánico la tenía completamente bloqueada y no era capaz de tomar una decisión coherente. Mareada y con una voluntad adormecida, sucumbió ante el violento sexo, del mismo modo que el capitán de un barco a los cantos de las sirenas mitológicas.
Tras regar de babas todo su abdomen su agresor, tiró de su falda con fuerza, hasta que se la terminó rompiendo como si fuera papel cebolla. Le arrancó las bragas de un modo más teatrero que violento y concluyó aquella especie de escenografía hundiendo bruscamente la nariz entre sus muslos.
En un principio, Elisa, haciendo alarde de la escasa voluntad propia que aun poseía, intentó cerrar las piernas e impedir que aquel bruto invadiera su intimidad.
Aquello, en lugar de contrariar a su atacante, pareció agradarle y, mientras le sonreía maliciosamente, se lo hizo saber:
—¡Uy, Chochitotravieso, tú sí que sabes ponérsela dura a un tío! ¡Sabes que me vuelve loco que me lo pongan difícil! No me molan mucho las mujeres fáciles que se abren de piernas en busca de guerra… Los hombres machos tenemos que demostrar en todo momento quien es el que manda y quien la que se somete.
Su asaltante soltó aquella perorata como si fuera un ingrediente más del morboso ambiente que estaba creando en torno a ella. Un ambiente que comenzaba a decaer en los momentos de lucidez de Elisa, quien, a pesar de estar inmovilizada, pugnaba por salir de allí. Aborrecía el papel de víctima y, en los momentos que su raciocinio escapaba de la locura en la que estaba sumida, intentaba zafarse inútilmente de los pañuelos que la amordazaban.
Sabía que poco o nada le serviría resistirse, que más tarde o más temprano conseguiría quebrarle la voluntad y alcanzaría la meta que se había propuesto. De nuevo, se abandonó a los caprichos de su agresor y cerró los ojos, como si no ver lo que sucedía fuera a convertirlo en algo menos espantoso, algo menos humillante.
Sin ningún obstáculo por su parte, su atacante le separó los muslos. Se metió el dedo índice en la boca, una vez consideró que estaba suficientemente ensalivado, lo dirigió a la zona genital de la mujer y rozó suavemente el borde de sus labios inferiores. Poco a poco lo fue introduciendo en su interior, hasta friccionar el extremo de su botón de placer. Irreflexivamente, Elisa pegó un quejido sordo. Aquello sirvió de estímulo al hombre que siguió introduciendo el tosco apéndice en su cueva. Sus paredes vaginales, en un acto mecánico, comenzaron a palpitar tal como si aquello, en vez de un tremendo asco, le produjera placer.
El voluminoso individuo continuó aumentando gradualmente los movimientos de entrada y salida, mientras que con su dedo pulgar frotaba su clítoris que se volvía más rígido y abultado, conforme iba aumentando la frotación. Sin querer, la cara de ella convulsionó en una mueca que se podía interpretar como que estaba disfrutando plenamente con todo aquello. Que su atacante no le estuviera causando daño alguno y que su cuerpo respondiera instintivamente a sus estímulos, no significaba que ella se lo estuviera pasando bien. Al contrario, aquel momento quedaría grabado en su memoria como la peor de sus experiencias, algo que vendría a visitarla en todas y cada una de sus pesadillas.
El cuarentón sacó los dedos de su interior, acercó sus labios a la rosada cavidad y comenzó a lamerla con ansias. Paulatinamente, la sedienta lengua se iba introduciendo al máximo en su vulva, moviéndola de forma frenética en su interior. Preso de la euforia del momento, comenzó a lamerlo compulsivamente, como si con ello fuera a saciar su hambre de sexo. Irremediablemente, Elisa notó como las paredes de su coño se iban humedeciendo de un modo que escapaba por completo a su control. Aun así, no disminuyeron en lo más mínimo su acuciante sensación de nauseas.
—¡Perra!, ¿te gusta cómo te como el chocho? ¡Pues veras cuando te la meta! Cuando te lo rellene con mi polla, no vas a querer que te la saque —El hombre cambió su tono de voz y hace un inciso —Eso sí, no voy a poder follarte a pelo como te gusta que te lo hagan. Sabes que estoy casado y no te conozco de nada, pareces estar sana, pero nunca se sabe. Así que me pondré condón. Es lo único en que me saltaré lo pactado.
Aquellas palabras le dejaron claro que su atacante era un demente, pues su conversación con ella no podía ser más surrealista. No sabía si era la primera vez que violaba a una mujer o no, lo única conclusión a la que había podido llegar era que dentro de su acérrimo machismo todavía conservaba un pequeño resquicio de respeto hacia el género femenino. Seguramente para alimentar su ego de macho, buscaba que las mujeres a las que violentaban disfrutaran con ello y, muy a su pesar, se había convertido en un maldito maestro a la hora de proporcionar placer.
La cogió de forma brusca, le dio la vuelta como si fuera un fardo y la coloco mirando hacia la pared. Notó como uno de sus dedos volvía a tocar su clítoris, buscando estimularla para que la penetración fuera más placentera.
—¡Prepárate porque ahora viene lo mejor! Te voy a meter el rabo hasta la garganta. ¡Vas a llorar para que no te la saque!
Percibió como el tipo se colocaba detrás de ella, colocaba su polla en la entrada de su coño y empujaba muy despacio a su interior. Su miembro viril le pareció bastante ancho y, a pesar del sumo cuidado que su violador estaba poniendo para no causarle daño alguno, notó que se clavaba en su vientre como una afilada daga.
Conforme su vulva iba acomodando aquella gruesa verga, su agresor fue incrementado el ritmo de sus caderas y lo que en principio fue una punzada constante se transformó en una verdadera tortura. Imploraba en silencio que aquel martirio concluyera deprisa. La humillación era tan intensa que cualquier placer que pudiera haber vislumbrado durante aquella brutal agresión, quedó eclipsado por completo. Quiso gritar de rabia, pero el pañuelo que taponaba su boca se lo impedía y su frustración fue aun mayor.
Como si formara parte de una especie de perversa coreografía el individuo se agarró con una mano a una de sus caderas, le tiró del pelo fuertemente y comenzó a cabalgarla. De su boca brotaron insultos de todo tipo. La llamó Zorra, puta, guarra,… Todo pronunciado sin ningún sobresalto, como si fuera una especie de liturgia. Se sentía tan mancillada que, inevitablemente, unas silenciosas lágrimas rebosaron de sus ojos, para terminar empapando todo su rostro.
La indefensión de Elisa, con la cara pegada contra el áspero muro y con aquel bruto arremetiendo sin cesar contra su cuerpo, no tenía parangón. Volvió a pulsar el botón off de su mente y se hundió en un abismo tan lejano de su raciocinio que hasta llegó a creer que todo aquello no le estaba sucediendo a ella, sino a otra persona.
—¿Sabes lo que más me puso de ti? Saber que nunca habías encontrado nadie que te quisiera dar por culo y que estabas loca por tener esa experiencia.
Escuchar aquello la hizo estremecer y despertó el escaso valor que aun guardaba en su interior. Negó con la cabeza e intentó revolverse como pudo. El sexo anal era algo que aborrecía, las pocas veces que lo había intentado con su ex, el dolor que le había ocasionado fue tan intenso que le hizo perder el apetito sexual durante varios días. El que fuera su marido estaba tan obsesionado con aquello que su insistencia y su poca empatía hacia ella, fue uno de los muchos motivos que propiciaron que se fueran distanciando cada día un poco más, hasta terminar separándose.
Percibir cómo el depravado individuo sacaba la polla de su chocho, con la intención de meterla en su agujero trasero hizo que intentara zafarse de las mordazas de sus extremidades.
—¡Que me gusta que te pongas tan brava! No te preocupes, Chochitotravieso, te voy a poner una buena cantidad de lubricante en el ojete, para que te entre más fácil y mejor. Es una crema especial para el sexo anal que tiene analgésicos y evita que te haga daño. ¡Veras cómo te gusta! ¡Te va a doler un poquito al principio, pero después me vas a suplicar que no te la saque! ¡Si lo sabré yo, todas sois iguales, decís que no con la boquita chica!
Tras embadurnar su ano con una cantidad copiosa de crema lubricante, de un pequeño bote que sacó de su chaqueta, el desconocido colocó su verga entre las nalgas de la mujer, una vez localizó la entrada de su recto, comenzó a apretar la cabeza de su miembro contra él. Una punzada de dolor martilleó en las sienes a Elisa, incapaz de soportar el enorme daño que le estaba ocasionando aquel sable en su musculo anal, apretó los dientes fuertemente, para concluir emitiendo un ahogado grito de dolor.
Tuvo la sensación de tener un hierro caliente atravesando sus entrañas. La polla de su agresor era muy ancha y sentía como su ano, para dejarla pasar, se iba dilatando al límite del desgarro. Aunque, tal como le dijo, la crema mitigaba el dolor y lo dejaba en la barrera de lo soportable.
Nunca antes había experimentado algo así, no sabía que la atormentaba más si el tremendo escozor que aquella barra de carne le ocasionaba al horadar sus esfínteres o la impotencia de no poder revelarse ante la brutal humillación a la que la estaban sometiendo. Fuera lo que fuera, la única salida que encontró fue la de llorar desconsoladamente.
—¡Qué rico y apretado está tu culito! ¡Solo te he metido la mitad, pero, como la buena calienta pollas que eres, seguro que la quieres entera! ¡Pues toma! —Al decir esto último se agarró a su cintura, le tiró fuertemente del cabello y notó como el enorme torpedo se adentraba casi por completo en su recto.
Las lágrimas nublaban sus ojos y pensó que se iba a desmayar. Todo el cuidado y esmero por hacerla gozar que mostró en un principio, había desaparecido por completo y en su lugar solo quedaban unas fuertes embestidas que solo procuraban satisfacerlo a él. Su verga entraba y salía de su ojete a su antojo, con unos movimientos tan brutales que parecía que el ano le iba a arder. La forma tan violenta y salvaje que tenía de penetrarla le hizo llegar a pensar que, en cualquier momento, su culo se iba terminar partiendo en dos.
La actitud compungida de la mujer conseguía alentar más la furia interior del perverso tipo, quien tomándola por la cintura arremetía contra ella de un modo aún más enérgico. Su pelvis chocaba contra las nalgas de Elisa a un ritmo increíble. La potencia con la que arremetía contra ella hizo que sus sienes palpitaran al compás de los envites de su agresor.
A cada segundo que transcurría, la presión que descansaba sobre ella era mayor, llegó a sentirse tan minúscula e insignificante, que la única solución fue abandonarse por completo. Cerrar los ojos y dejar que todo concluyera pronto.
No obstante, buen semental o no, aquel siniestro hombre tenía el aguante que tenía y tras un intenso bombeo de unos minutos, de la boca del individuo salió un quejido que la sacó de su ensimismamiento, pues fue el mayor de los alivios.
—¡Me cooooorro!
Tras esto su atacante permaneció descansando sobre ella, recuperándose del brutal polvo que había echado. Durante aquellos instantes en el que notaba cómo la respiración del hombre se desaceleraba, su corazón comenzó a latir más rápidamente. De nuevo volvió a temer por su vida y un fortuito pensamiento se vino a su mente. «Si ya este cabrón ha conseguido ya de mí lo que quería. ¿Qué le impide matarme para impedir que lo delate?»
Si hubiera podido hablar le habría pedido que se apiadara de ella, pero de nuevo las cosas no sucedieron como ella supuso que pasarían. El desconocido le quitó las mordazas y, tras vestirse con toda la tranquilidad del mundo, se despidió de ella diciéndole:
—Chochitotravieso, espero que te haya gustado tanto como a mí. Si otro día tienes ganas de vivir la misma fantasía u otra distinta, me mandas un privado y ya quedamos —Hizo una pausa, la miro con un gesto propio de un chulo de playa y sonriéndole generosamente le dijo — Ya sabes, Naboduro, siempre estará a tu completa disposición.
De lo que sucedió a continuación no recuerda gran cosa. No sabe si permaneció acurrucada en aquel rincón, y si lo hizo, ignora por cuánto tiempo. De lo único que tiene constancia es que, una vez fue consecuente con lo que le había ocurrido, y presa aun del histerismo en el que estaba sumida, llamó al número de emergencias de la policía para denunciar que la habían agredido sexualmente.
Diez minutos más tarde, dos policías se personaron en su casa y, una vez le hicieron las preguntas pertinentes para tomar nota del atestado, la condujeron al hospital más cercano.
Tras un exhaustivo reconocimiento médico, donde todas las consideraciones del personal sanitario con ella no disminuyeron lo violento del momento, comenzó un suplicio que todavía no ha concluido del todo.
El interrogatorio de la policía, lejos de tratarla como la víctima que realmente era, intentaba dilucidar, si realmente había habido un delito de violación o todo era un invento por su parte, pues las únicas pruebas aportadas por ella, más que de una agresión sexual, parecían fruto de una sesión de sexo salvaje, pero consentido al fin y al cabo.
Ella ignoraba en aquel momento que su atacante, gracias a las grabaciones de las cámaras de seguridad, ya había sido detenido y la versión que él había contado a las autoridades difería diametralmente de la suya. Donde ella había narrado coacción y brutalidad, su agresor había relatado a una fogosa mujer amante de nuevas experiencias con desconocidos.
A la vergüenza que daba afrontar sin paliativos un acto tan vil como aquel, tuvo que unir la humillación que supuso que su honestidad, su moralidad y su forma de vida se pusieran en duda. Si creyó que el interrogatorio de la policía fue duro, bastante peor fue las preguntas que tuvo que soportar en el juicio de su causa.
Continua en la tercera parte.
Siempre me ha gustado mucho tu forma de escribir, tanto en todorelatos, como ahora en tu blog.
La verdad no se si felicitarte por un relato tan bien narrado y estructurado o no. Es increíble que aún en el siglo veintiuno sucedan cosas tan repugnantes como estas.
Claramente es un relato, pero esta tan cercano a la realidad que según lo vas leyendo duele mucho. Duele porque creo que ya se cual va a ser el final y no me va a gustar leerlo y duele porque esto ocurre hoy en día y aún así mucha gente incluyendo mujeres siguen diciendo que posiblemente se lo merecía por tener un momento de placer, por como iba vestida o por la hora a la que regreso a casa.
En fin, solo nos quedará seguir luchando por que este mundo cambie.
Aun así, mi más sincera enhorabuena por tu relato.
Besos!
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Muchas gracias por tus palabras, Samanta. Es muy raro ver a una chica entrar en un blog como el mío que es predominantemente gay. Te ánimo a seguir leyendo y me digas que te parece cómo evoluciona la historia.
Un saludo.
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jajaja la verdad es que si que puede resultar no menos que curioso. Pero te descubrí hace bastante en todorelatos un poco trasteando por la página y me gusto al primer instante tu forma de escribir.
En mi opinión un relato no solo debería ir destinado a un número en particular de lectores, es cierto que en algunos relatos tuyos de temática gay claramente no voy a lograr sentirme muy excitada, pero lo que realmente creo que excita es la forma en la arrastras (por decirlo de alguna forma) al lector a ese fragmento del relato convirtiéndolo en algo que parece que estas viviendo por ti mismo. Como si tu pudieras sentir las caricias que esta sintiendo el/la protagonista. No se si me he explicado bien. jajaja
Además, muchos de tus relatos me sirven de manera instructiva, ya que yo también escribo (al menos cuando tengo tiempo jaja) y me gustaría implantar en ellos ese humor tan característico que tienes que muchos relatos.
Espero no haber sido demasiado incoherente en este comentario jajaja
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