No quiero extrañar nada

Follando hoy, ayer y siempre

Epísodio dos

DOMINGO 19 DE AGOSTO 2012 ( Después de cenar)

El recuerdo de la noche que pasé con Ramón, ha venido para hacerme una visita en forma de nostalgia. Su total entrega total me parece ya algo lejano, aunque apenas hayan transcurrido unos escasos días. Todo fue tan especial que noto como las mariposas siguen revoloteando en mi estómago, hacía tiempo que no me sentía tan bien haciendo el amor con alguien, es lo que tiene amar y sentirse amado, te vuelve más idiota aún de lo que eres.

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No obstante, ese sentimiento tan fuerte que nos une, no es capaz de romper las grilletes que nos apresan, unas cadenas que hemos ido engarzando a lo largo de nuestras vidas y casi sin darnos cuenta han terminado atando nuestro libre albedrio.  Los perjuicios sociales y una encorsetada existencia no paran de gritarme que mi historia con él no va a ningún lado, por lo que no me queda más remedio que tirar palante, pues él tiene su vida y yo la mía. Por lo que no me queda más remedio que mentalizarme que muy difícilmente podrá haber un nosotros en un futuro, ni cercano, ni lejano.

No sé si por intentar salir de ese callejón sin salida en el que he ido metiendo mi vida amorosa, llamé a José Luis el técnico de ADSL. Es un tío de los pies a la cabeza y me encantó tener sexo con él. Tanto que,  incluso, llegamos a intercambiar los números de  teléfonos para vernos otra vez. ¿Estará en el atractivo sanluqueño la solución a mi soledad? No lo sé, lo que sí tengo claro es que no está en él la solución a mis ataques de  calentura. ¿Pues qué fue lo que hice al día siguiente de haber estado con él? Irme de “cruising” nocturno a Punta Candor, donde conocí un agradable Jerezano a quien dejé que me follara sobre el capot de mi coche. Cualquiera con este historial sexual en los últimos días se hubiera dado por satisfecho, sin embargo yo no. Me siento como si desde que “arreglé” mi situación con Ramón, hubiera abierto el grifo de la lujuria y este no fuera fácil de cerrar.

Me pongo a preparar la maleta. La próxima semana me voy a la playa nudista de los Caños con JJ y Guillermo. Mientras ordeno la ropa y demás,  como si estuviera dominado por los más primitivos instintos, no paro de imaginar posibles encuentros sexuales por los aquellos parajes. En mi mente no hay ningún prototipo de cuerpos, ni de rostros,… solo sexo de manera desmedida. Como si este fuera la solución a algún tipo de problema. No hay raciocinio alguno en mis elucubraciones, simplemente me dejó dominar por mis emociones más viscerales.

Por mucho que me intenté auto psicoanalizar, no soy capaz de entenderme cuando la lascivia me confunde. Un estado en el que la posibilidad de sexo me excita más que el propio acto en sí. Únicamente dejo resonar en mis oídos  el lema de JJ de “sexo y desenfreno” y la excitación me embarga.

JJ, ¡el jodido de JJ! El tío ha hecho siempre de su capa un sallo, ajustó cuentas con su pasado y ha conseguido que su vida sea lo que él espera de ella. Puede tener sus malos momentos, como todo el mundo, pero, a diferencia de muchos, no vive una mentira, mentiras que a la larga o a la corta siempre van a volver para pedirte cuentas. Días como el de hoy, donde la búsqueda en el sexo de alguien que llene mi soledad la veo absurda, me doy cuenta que en mi afán de llevar una doble vida, a veces me encuentro con que no me conozco tanto como pienso, pues ni mirando al hombre del espejo, soy capaz de averiguar quién realmente soy.

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El bueno de Juan José, a diferencia de mí, siempre ha tenido muy claro su orientación sexual, por lo que me ha contado, desde que era un crío. En la adolescencia tuvo unos problemas bastante gordos. Problemas que a mí, de haberme visto en su situación, seguramente me hubieran superado y me hubieran convertido en un ser triste y amargado. Sin embargo, los reveses que le regaló la vida no pudieron con él y, en vez de un ser huraño amargado, es una de las personas más vitales y alegres que conozco, dispuesto siempre a compartir una sonrisa y su amabilidad con los demás, sobre todo con la gente que quiere y le importa.

¡Mira que fui cabrón con él cuando nos conocimos! Inicié una especie de relación de pareja con él para la que no estaba preparado y a la que mis inseguridades llevaron al desastre. No querer dejar a una novia que no deseaba, usarlo solo para el sexo y un sinfín de actitudes egoístas que únicamente consiguieron hacerle daño. Entonces no era consecuente de lo tóxico que mi proceder para con él, pero mi inexperiencia no es excusa para lo que hice, algo de lo que no estoy nada orgulloso. A pesar de todo, cuando me hizo falta él estuvo ahí para mí, me abrió sus brazos de par en par y sin reservas, como solo lo hacen las personas que tienen un gran corazón. Mi amigo  es que no sabe comportarse de otra forma.

Por eso cuando veo lo estupendamente que le va con su chico, no puedo más que alegrarme por él. Guillermo es un hombre como los que ya no se fabrican: físicamente es puro músculo y, a pesar de que no es muy alto, es un portento de tío, ya se sabe lo que dicen de las buenas esencias… Si en apariencia es deseable, en el plano personal es un tío encantador, noble y sin dobleces. Un poco desconfiado a veces, pero supongo por la de muchos palos que le ha tenido que dar la vida.

Hacen muy, pero que muy buena pareja. A veces hasta me dan un pelín de envidia, pero en el fondo creo  que yo, después de mi último y primer novio quedé vacunado de esa enfermedad  llamada “relación amorosa estable” por siempre jamás, aunque nunca se puede decir de esta agua no beberé.

Es terminar el equipaje y no puedo  evitar volver a pensar en ambos, en las paradojas de la vida, en como un mensaje, según ellos, ayudó mucho a que estén juntos hoy en día, un mensaje de SMS que yo mandé por mi cuenta y riesgo, sin consultar nada a JJ.

Agosto 2.011

Aquel verano no habíamos conseguido armonizar las vacaciones, JJ las cogía en Octubre y yo en Agosto como siempre. Así que lo único que pudimos aprovechar de playa aquel verano fue los fines de semana. A pesar de que en el piso de Sanlúcar había sitio de sobra, el declinó mi invitación. Su argumento no era otro que el venía para pasárselo bien y no a meterse en un convento: «… y si ligo, ¿dónde coño me lo llevo?», era su argumento más recurrente.

Cada viernes y sábado de aquel mes, él había reservado una habitación en un hotel de Chipiona. A mi madre, que aprecia muchísimo a Juan José, aquel gesto por parte de mi colega le caía nada más que regular, tirando para mal. Pero en fin, tampoco se lo tenía demasiado en cuenta y cada vez que aparecía por casa en aquellos locos fines de semana, lo trataba con el mismo cariño de siempre; como a uno más de la familia.

Todos los sábados, como si fuera una especie de mandamiento divino que hubiera que cumplir a rajatabla, después de pasar el día con toda la prole familiar ( mi madre, mis hermanos, sus respectivas parejas y sus críos), nos dedicábamos a hacer nuestras excursiones por el ambiente gay de la costa gaditana. Unas veces nos íbamos al Puerto de Santa María, otras a Cádiz y cuando no a Jerez.

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La noche de marras nos encontrábamos en el “Fangoria”, una discoteca gay de Jerez. La noche se nos presentaba muy, pero que muy rara. El local estaba repleto de mucha juventud que, por su forma de comportarse, iba puesta hasta arriba de todo. Aunque había gente que, como nosotros, habían dejado atrás los treinta, me daba la sensación de que tampoco se quedaba corta en aquello de meterse cositas por la boca y por la nariz. Me dio la sensación de que mi acompañante y yo éramos la puta excepción que cumplía la jodida regla.

Si a eso le sumábamos que la música del local, para más inri, era horrible: machacona y repetitiva a más no poder. Era el tipo de sonido que se conoce vulgarmente con el nombre de pastillero. En mi opinión el nombre le viene como guante, pues las pastillas, queramos o no, van intrínsecamente unidas a ella, tanto si ese sonido te gusta (las ingieres antes de escucharla para animarte), como si no (te las tomas después para el dolor de cabeza).

El caso era que, a pesar de que había gente mona y tal, no nos parecían lo suficientemente atractivas como para tirar el sedal, con lo que las expectativas de la noche no parecían ser demasiado halagüeñas. Como la copa que teníamos entre las manos, se nos hacía a cada minuto más eterna, rendidos ante el aburrimiento decidimos abandonar el local. Estábamos sopesando donde ir después, cuando JJ me soltó su frase característica frase, propia de cuando veía a un tío bueno:

—¡Mariano!, me parece haber visto un lindo gatito.

Moví la cabeza sutilmente hacía los lados, buscando con la mirada el causante de su aseveración, como no encontré a nadie que me llamara especialmente la atención, puse cara de no saber de quién me estaba hablando. JJ, al darse cuenta de mi despiste,  y en ese tono caricaturesco suyo, me dijo:

—¡Hijo mío!, al que le faltan las siete novias y los seis hermanos.

Captando su referencia al musical, busque a alguien que llevara puesta una camisa de cuadros semejante a la de los leñadores. A escasos metros de nosotros, me encontré con un chaval bajito que lucía una blusa de cuadros roja, rapadete y con unos músculos que ya quisiera yo para mí. Unos hombros, un pecho y unos bíceps que respondían a muchas horas de entrenamiento y no a un ciclo de esteroides bien suministrados. No era muy guapo, sin embargo su cara rebosaba de una atractiva masculinidad, de la que no se marchitan con los años.

Disimuladamente lo volví a mirar,  al ver lo peludo que eran sus brazos y su pecho, no pude evitar soltar una de las mías.

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—Pues sí que está bueno el tío. ¿Sabes a quién me recuerda? A Lobezno de los X-men.

—Es verdad, se da cierto aire… Pues, ¿sabes lo que te digo? No me importaría ser su Ciclope —Respondió Juan José mordiéndose levemente el labio y cruzando las manos coquetamente delante de su boca.

No sé cómo carajo se las apaño, si juego de miradas, si risitas o si ambas cosas. Fuera la que fuera su estrategia, propició que a los pocos minutos tuviéramos al atractivo y musculoso osito entablando una animada conversación con nosotros.

Se presentó como Guillermo, curiosamente era de Sevilla, estaba de fin de semana con unos familiares en la playa de la Victoria y había ido de pendoneo a Jerez. Desde un primer momento mi amigo y él conectaron muy bien. Tan bien, tan bien, que decidí dejarlos solos y darme una vuelta por el local.

Dado que no encontré a nadie que mereciera medianamente la pena (bueno sí, pero fui invisible para él), decidí volver con JJ. Lo que me encontré me dejó un poco perplejo: Guillermo y él se habían refugiado en uno de los rincones de la discoteca y se estaban dando el lote. Aguardé a que descansaran para tomar aire, me acerqué carraspeando levemente, me despedí y les deseé una buena noche. Era más que obvio que ya no pintaba nada allí y tres son multitud en según qué situaciones.

A la mañana siguiente, no era aún ni las diez de la mañana, el móvil sonó: era JJ. Pensando que le podía haber ocurrido algún percance, salí de mi más que merecido sueño para contestar su llamada. Contrariamente a lo que yo imaginaba, la voz de mi amigo no daba muestras de tener ningún problema, sino de una euforia y alegría desmedida. Me pidió quedar para desayunar en uno de los bares de la Plaza del Cabildo, pues lo que me tenía que contar no podía hacerlo por teléfono.

—Espero que sea importante —Le dije con voz soñolienta —porque en este momento estaba soñando que George Cloney me invitaba a pasar a su habitación…

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—… pues otro día quedas con él, que seguro que no te quiere para ninguna “Urgencia” y puede esperarte. Lo que te tengo que contar es mucho más importante que cien George Clooneys juntos.

No había transcurrido ni media hora y ya estábamos sentado en la terraza de uno de los bares de la plaza del Cabildo de Sanlúcar, bebiéndonos un café y devorando una tostada de manteca de lomo (con más lomo que manteca, estupendo para el régimen, el colesterol y no sé cuántas cosas más). JJ estaba ansioso por desahogarse y contarme aquello que le reconcomía por dentro. Algo que  se apreciaba en sus enormes ojos marrones, en la expresión de su cara, en cada gesto que hacía. Una vez consideró que había llegado el momento idóneo, con una sonrisa de satisfacción que le llenaba toda la cara y se le escapaba por la mirada, me dijo de manera grandilocuente:

—Mariano, sé que te lo he dicho alguna vez que otra, pero esta vez es la de verdad de las buenas: ¡ME HE ENAMORADO!

Conozco a JJ y es muy dado a lanzarse a la piscina, sin comprobar si esta tiene agua antes de tirarse. Me vi en la horrible tesitura de no saber si animarlo o pedirle que fuera con más cautela. Opté por lo que mejor se me da: escuchar y no opinar (Así no te equivocas).

—Nos fuimos enseguida del Fangoria  —Sus palabras estaban cargadas de una palpable emoción —, le dije que tenía sitio en Chipiona y nos faltó tiempo para salir disparados hacia el hotel. Una vez entramos en la habitación, me besó como hacía tiempo que no lo habían hecho. El tío te lo hace con una ternura, que haces que te entregues con una facilidad… ¡Yo que sé! Es algo que no se puede explicar…Me metía la lengua poquito a poco, jugueteando con la mía como si estuviera chupando un bombón, me acariciaba la espalda de una manera tan sensual, ¡me daba hasta escalofríos! Yo también pasaba mis dedos por la suya, ¡qué delicia de espalda! ¡No te puedes hacer una idea lo dura y bien formada que está!

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»Estuvimos  por lo menos diez minutos besándonos y sin pasar las manos por la parte de abajo… Tú ya sabes a lo que me refiero, fue todo muy tierno y sensual. No es que estuviera a cien por hora, ¡me tenía a diez mil!  Pero como el tío no me tocaba por ahí, pues yo tampoco… Hasta que no me puede resistir más y le metí una mano por debajo de la camisa para tocarle los pezones… ¡Joooder! ¡Vayas pectorales! No solo eran enormes, sino que el vello que lo cubría le daba un aire animal de lo más morboso. Creí que me iba a dar algo cuando se los toqué, hasta tuve que  detenerme, y todo, para  tomar aire.

» Mi corazón empezó a latir acelerado, creí que daba una taquicardia de caliente que me estaba poniendo. No pudiendo contenerme más, le desabotoné la camisa para verlo bien. ¡Y qué quieres que te diga, Mariano! Lo que vi no era solo para mirar, eso había que saborearlo, mordisquearlo y chuparlo. Me lancé sobre sus tetillas, intentando absorber su olor corporal y aunque estaba sudado de toda la noche,  todavía quedaba un poquillo del aroma del perfume que se había puesto. El muy cabrón despedía un olor fuerte y agradable a la vez. Olía a macho cien por cien. ¡Mmmmmm! Me puse como una moto y terminé pasándole la lengua por las tetillas, primero una… ¡Qué rico!… y después la otra… ¿Cómo se llama la piel del alrededor del pezón?

—Aréola.

—¡Pues eso! Tiene las aréolas muy moradas y muy anchas, con unos pezones muy tiesos. Tanto más los chupaba, más duro se ponían.

»Cuando me cansé de lamerle el tórax, me puse a besarle la barriga. El tío tenía unos abdominales duros, duros. No marcaditos, como los típicos de los modelos de calzoncillos, pero fuertes, fuertes. Como tenía tan cerca su paquete, ya puestos, me puse a acariciarlo… ¡Uffff, no veas lo empinada que la tenía!

»Sin querer, queriendo, le saqué la polla fuera y me puse a meterle un buen julepe. Me agaché y la observé durante unos segundos, llegué a pensar que era una de las pollas más bonitas que había visto en mi vida (Y te puedo asegurar que yo he visto un buen montón). Su tamaño era ideal, ni tan enorme que te deja dolorido, ni tan pequeña que no te enteras de que te están follando. Estaba sin circuncidar y tenía la cabeza cubierta por un rosado prepucio. Una vena ancha y gorda la recorría desde el capullo hasta los huevos… ¡Lo que yo te diga, estaba para hacerte una foto con ella y colgarla en el Facebook!

»Descapullé su glande tiernamente y muy despacito. Por nada del mundo quería que la primera impresión que se llevara de mí fuera que era un putón verbenero que se mete en la boca lo primero que encuentra. Miré su glande, como si le estuviera haciendo un reconocimiento médico. Lo miré a los ojos y le dije: “La tienes limpia”. Sin más prolegómenos, comencé a chuparla. Si sus labios sabían bien, ¡no veas su cipote lo rico que estaba! Una vez degusté un poco el sabor de su morado capullo, pasé la lengua por los pliegues de la piel que lo cubría (Le tuvo que gustar mucho, pues me sonrío). Si vieras lo guapo que se pone cuando se ríe, se le achinan los ojos y le salen unas arruguitas en la comisura de los labios. Tiene una sonrisa que te cautiva ¡Ay Dios mío, qué lindo que es!

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»Bueno, le metí una mamada de mil demonios, me la trague enterita y le chupé hasta los huevos. Me sujetaba a su cintura, pues aunque me apetecía un montón tocarle el culo, me daba un poco de apuro. Supuse que con la  planta de macho etiqueta negra  que tenía, seguro que era de los que cuando le tocan por ahí, se lo toman como un ataque a su hombría y  se le agacha. Pero nuevamente me volvió a sorprender y para bien, me quitó las manos de su cintura y me las llevó a su trasero.

» ¡Ufff, qué culo madre! Redondito y duro como una roca. Me deleité todo lo que pude y más. Sin dejar de mamarle el nabo, paseé mis manos meticulosamente por su trasero, hasta que me cansé y entonces me dediqué a sus piernas. ¡Tenía unas piernas de infarto! Musculadas y peludas como a mí me gustan.

»Me había puesto tan cachondo con el magreo que tuve que sacarme su churra de la boca, porque si seguía dándole con tantas ganas me iba a terminar echando toda la leche y, ni me parecía adecuado tragármela, ni tampoco quería que se acabara tan pronto la fiesta.

»Le pregunté que si le gustaban los besos negros, hizo oídos sordos a mi pregunta y no me contesto, limitándose a decirme que me levantara, que él también quería saborear mi cuerpo. En el momento que me pidió que me quitara el polo, la inseguridad me invadió y creí que me iban a dar las cuatro cosas (Tú sabes que vestido gano mucho, que a los tíos como tú y Guillermo, que sois carne de gimnasio, como que no os pone mucho la gente tan delgada como yo).

»Me quedé desnudo de cintura para arriba, esperando con más miedo que vergüenza su reacción, ¡me puse tan nervioso que hasta se me agachó la polla! Él se me quedó mirando fijamente sin decir nada, dejándose querer y como esperando que yo dijera algo.  Hubo un momento en que estuve tentado de tapar mi desnudez y todo, pues me temía lo peor: que lo que se presentaba como una noche preciosa se fuera al carajo. Sin embargo, su reacción fue bien distinta a la que yo estaba suponiendo. Se acercó, se pasó la lengua por el labio superior y me dijo: «Tienes un cuerpo precioso». Fue escuchar que le gustaba y la polla se me volvió a poner tiesa. No tuve más remedio que rendirme a sus encantos y lo volví a besar.

»Lo empujé sobre la cama, nos desprendimos del resto de la ropa y comenzamos a retozar como dos adolescentes sobre las sabanas. Nos mirábamos fijamente de vez en cuando y nos sonreíamos, parecíamos dos tontolabas. Como quien no quiere la cosa, nos sumimos en un apasionado sesenta y nueve.

» El tío la chupa de vicio, no solo jugaba a pasear la puntita de la lengua por toda la polla, sino que también me acariciaba los huevos divinamente… ¡Uff, qué bien lo hacía!  Hasta le tuve que decir que parara en un par de ocasiones, pues no me quería correr todavía… Y es que tío, yo con un polvo voy listo. No soy como esa gente que va por ahí diciendo que puede echar dos o tres seguidos.

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» ¡Bueno!, lo que te iba contado, que me voy por los cerros de Úbeda…Después del sesenta y nueve me preguntó que si todavía seguía con ganas de comerle el culo. «¡Siii!», le dije con mi mejor cara de perro salido. Se puso de rodillas sobre la parte superior de la cama y saco el pompis hacia fuera. ¡Joder, solo de pensarlo me pongo caliente! Si bueno estaba por la proa, más rico estaba por la popa. Pocos culos tan perfectos como el suyo había visto (Mejorando el tuyo, pero tú, hijo mío, no tienes pelos y eso, lo sabes muy bien,  te quita muchísimo morbo).

»Me deleité durante unos segundos contemplándolo, me agaché para verlo de más cerca y me puse a magrearlo muy despacito. Cada vez tenía más claro que aquello era una delicatesen que había que saborear poquito a poco. Mordisqueé un poquito los cachetes de su trasero, no intentaba hacerle daño, pero unos quejidos de dolor me dejaron claro que sí se lo estaba haciendo, así que opté por parar. Como tú bien sabes, todo ese rollo del “bondage”, del sado y demás no me van nada (Con lo que sucedió en Galicia, se quedó satisfecha mi curiosidad por siempre jamás).

»Comencé a pasar mi lengua sobre sus glúteos y aquello fue de lo más acertado, sus quejidos se transformaron en placenteros suspiros. Paré mi nariz junto a su orificio anal, aspiré profundamente y un olor fuerte, pero a la vez muy agradable, invadió mis papilas olfativas. Solo con degustar aquella fragancia y mi soldadito del amor pasó, de estar firme, a posición de combate pleno.

»Aparté sus glúteos con firmeza y metí la lengua en aquel peludo hoyo, chupé aquel agujero como si fuera el plato más exquisito. Segundos después su ano rebozaba de mi caliente saliva y de su boca salían unos suspiros de completa satisfacción.

»No había transcurrido ni unos minutos, los suficiente para que mi boca quisiera soldarse con su ano, cuando Guillermo me interrumpió diciendo: «Con lo bien que lo estás haciendo, lo justo es que yo te pague con la misma moneda».

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»Ocupé su lugar en la cama y, antes de que me pudiera dar cuenta, su lengua había penetrado hasta mis entrañas. Su manera de lamerme era ruda y tierna a la vez, me ponía tanto que hasta sentí como se me escapaban unas gotas de precum. Me había puesto el culo totalmente húmedo y caliente, muy, muy caliente. Bastaron unos segundos para que sustituyera su lengua por su antebrazo, su peludo antebrazo. ¡Uff, cómo me ponía que lo pasara de forma transversal por la raja de mis glúteos! ¡Qué gustazo! ¡Hijo mío, creí que me corría y todo! No era tanto lo que me hacía, sino lo que insinuaba. Lo movía de arriba abajo, como si intentara penetrarme con él. A mí en aquel momento, con lo cachondo que estaba, me  hubiera dado igual, pero no van los gustos de mi Guillermo por ahí.

 »Lo siguiente que sentí fue su cipote, que sustituyendo a su brazo en la parte central de mi culo, jugueteaba al ahora te la meto, ahora no. ¡El muy cabrón me tenía a mil por mil! De buenas a primera paró con el sube y baja, para irse a buscar sus pantalones. Sacó un preservativo de uno de sus bolsillos y se lo puso, no sin antes buscar con su mirada mi aprobación. Como vio que problemas cero, prosiguió.

»En el momento que me penetró, estaba tan ansioso por que lo hiciera que empecé a derramar un poco de líquido pre seminal sobre la almohada. Estaba tan dilatado después del estupendo beso negro que me había metido que fue colocarme la polla en la entrada y esta entró sin problemas. ¡Qué manera de follarme! La sacaba, la metía, aumentaba el ritmo, lo bajaba…Si hasta se subió sobre mí y me la clavó desde arriba. Tenía la sensación de que quería fundir su cipote con mi ano. Me tenía en el séptimo cielo, pues desde que empezó a penetrarme, me encontraba con la extraña sensación de estar corriéndome todo el rato, pero sin soltar ni gota. Fue como un orgasmo dilatado en el tiempo. Te puedo asegurar que muy pocas veces me han hecho sentirme así.

»Con cada golpe de sus caderas me la clavaba más adentro y un agradable calor me llenaba las entrañas. Tardó bastante en correrse, pero cuando lo hizo, apretó mi cintura como si intentara meterse aún más en mi cuerpo. Creo que es de los que les gusta gritar cuando eyacula, creo que si se contuvo fue por la hora que era y donde estábamos —JJ soltó un par de carcajadas y me contagió su buen humor — ¿Te lo imaginas? Un macho peludo y musculoso vaciando la leche de su polla sobre tu espalda y gritando en plan Tarzan.

Ladee la cabeza y le sonreí, dándole a entender que prosiguiera con lo que estaba contándome.

—¡Qué rico tío! Al notar como él se corría, terminé la paja que tenía a medio hacer y eyaculé en un santiamén. ¡Es que estaba a novecientos mil!

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»Nos tendimos el uno junto al otro y apoyé mi cabeza sobre su tórax. Mientras acariciaba mi pelo, me preguntó:«¿Qué tal lo he hecho?». Guardé silencio durante unos segundos, para responderle muy serio: «Fatal». Al escucharme decir aquello frunció sorprendido el ceño, como no quería putearlo demasiado, antes de que pudiera decir algo, le sonreí y le dije: «Lo has hecho tan mal que vas a tener que repetir, hasta que te salga bien». Me sacó la lengua de broma, me dio un tierno beso en la frente, para terminar diciéndome: «Cuando quieras y procuraré hacerlo malamente, mu mal, mu mal… ¡Lo que sea con tal de repetir!»

»Un rato más tardes nos duchamos, para después intentar descansar un poco. Hasta las siete ha estado durmiendo a mi lado. Al contrario que yo que apenas he podido dormir, el pobre se quedó dormidito enseguida. Me he pasado toda la noche mirándolo como un tonto… ¡Guillermo es mucho Guillermo! Esta taco de bueno, y si fuera un pelín más alto, era el hombre perfecto.

»Antes de marcharse nos dimos los móviles para quedar otro día, pero tú ya sabes cómo son estas cosas, en el calor del momento todo el mundo dice que te va a llamar y después nadie llama. Otra historia más para contarle a los nietos que nunca tendré —En el rostro de JJ se pintó un momentáneo gesto de resignación, el cual cambió al ver que yo estaba embobado escuchándolo — ¡Oye! ¿Qué pasa contigo? ¿No dices nada?

—¿Qué quieres que te diga? Tú no has quedado conmigo porque tuvieras ganas de conversación, lo has hecho porque tenías ganas de desahogarte… Y eso es lo que he sido yo: todo oídos.

—Y después tú me preguntas que por qué te quiero tanto. ¡Si a ti te hicieron y rompieron el molde!

—Mejor así, pues… ¿te imaginas a dos como yo?

—No, mejor no. Que cuando te pones en plan Pepito Grillo no te aguantas ni tú —Dijo agitando la cabeza y la mano de forma negativa a la vez que dejaba escapar unas carcajadas.

De buenas a primeras JJ miró su móvil, como si al hacerlo, pudiera conseguir que este sonara.  No dijo nada, pero el entusiasmo se tornó rápidamente en tristeza. De estar eufórico, pasó a parecer estar enfadado con el mundo.

Conocedor de sobra de como son los momentos de vacío tras una noche de sexo pleno, no dije nada y me callé. Ni sabía que decir, ni consideré que nada que pudiera salir de mi boca lo pudiera aliviar. Tras un eterno minuto de silencio, Juan José levantó la mirada y con cierto desagrado preguntó:

—¿Nosotros hemos pedido zumo de naranja?

—Sí —Respondí poniendo cara de circunstancia, pues no sabía muy bien a donde quería ir.

—Pues les ha dado tiempo de ir por las naranjas a Valencia —Empujó su silla hacia detrás y se levantó de la mesa diciendo —Esta gente estaría ayer de botellona  y se les ha olvidado. ¡Voy a ver que me cuentan!…

Soy de la opinión que uno a la gente que quiere, la tiene que aceptar como es, con sus virtudes y defectos; todo en el mismo lote. Lo cual no quiere decir que lo que nos molesta de esas personas deje de hacerlo, por mucho que forme parte intrínseca de su personalidad.

JJ fue cumplir los cuarenta y volverse de lo más picajoso con la gente que rondaba la veintena. No sé si porque los consideraba el remplazo generacional que lo iba a echar a la cuneta o porque, como el aseguraba, pensaba que eran unos inútiles que solo sirven para estar conectados al Facebook o al WhatsApp. Fuera lo que fuera, en aquel momento se daban dos de las circunstancias con las que mi amigo era menos tolerante: No ser atendido debidamente en un bar y la desidia ante el trabajo de alguna gente joven.

Temiéndome lo peor, permanecí sentado esperando que pasara la tormenta. Pues tenía clarísimo que rayos y truenos habría, lo que me veía incapaz de profetizar era su tamaño.

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Mi amigo en ese afán suyo de hacer valer lo que él consideraba sus derechos como consumidor —en este caso concreto, un zumo de naranja que no nos habían servido —se dejó el móvil sobre la mesa. El mismo móvil que había estado mirando insistentemente esperando que sonara. Y mira tú por donde, el teléfono sonó.

Lo cogí para contestar, pero no se trataba de una llamada, era un mensaje. Dicen que la curiosidad fue la culpable de la muerte de las muchas mujeres de Barba Azul, pero confiado en que JJ no me iba a matar, ni corto ni perezoso, abrí el contenido del SMS y lo leí:

Guillermo

Te exo de menos.

Bexos.

Contemplé la iluminada pantalla durante unos segundos. Una idea se me vino a la cabeza, y como mi amigo no volvía de su odisea en pos de los zumos, me lancé a hacerla sin pensar en las consecuencias.

A los pocos minutos apareció mi amigo cargado con la bebida que nos faltaba, en su cara se pintaba una sonrisa de oreja a oreja. Por lo que supuse que de pelea con los camareros, nada de nada. Soltó la bebida sobre la mesa y dijo en su  habitual tono distendido:

—Al chaval que se le había olvidado pedírselos al de la barra, pero con lo guapo y simpático que es…

Dirigiéndome a él en un tono muy serio, interrumpí su frívolo discurso:

—Te han puesto un mensaje.

Fue escucharme y sus inmensos ojos marrones se iluminaron, como un poseso cogió el móvil haciendo el ademán de leer lo que le habían escrito. Mientras leía lo que le había puesto Guillermo la ilusión asomó a su rostro, pero está desapareció cuando se dio cuenta de que yo lo había abierto. Frunció el ceño y me preguntó:

—¿¡Tú quién coño eres para leer mis mensaje!?

—Alguien que te quiere mucho —Respondí en un tono chulesco bastante inusual en mí, añadiendo —. También lo he respondido.

La cara de pasmo que se le quedó a mi amigo no tenía nombre. Sus dedos buscaron frenéticamente el mensaje enviado. Al leerlo, una sonrisa deslumbrante iluminó su rostro, para terminar diciendo con voz patosa:

—¡Qué guapo, tío! A mí esto no se me hubiera ocurrido. No sabía yo que fueras poeta.

—¡Ni lo soy! Es una traducción libre de una canción de Aerosmith.

—Pues es precioso…

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No había acabado siquiera la frase, cuando sonó el teléfono: Era Guillermo.

De nuevo me volví a quedar solo. Esta vez la única trastada que cometí fue la de tomarme los dos zumos: el suyo y el mío. (Se iban a calentar y así están para que le den morcillas). Cuando JJ regresó, ni siquiera se acordaba (con todo el porculito que había dado con ellos), estaba eufórico, la alegría se podía cortar en su rostro. Solo le quedaba ponerse a dar saltos de alegría.

—¡Hemos quedado mañana para tomar unas tapas!

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Aquella fue la primera de muchas citas. Citas que desembocaron en una vida en común que todavía dura. A ciencia cierta, sé que si no hubiera sido por el dichoso mensaje, ellos habrían terminado saliendo. Habrá parejas que se quieran, pero no más que ellos. Tanto Guillermo, como JJ, dicen medio en broma medio en serio, que yo con mi SMS fui para ello una especie de cura que los casó. Espero que los días de riñas y enfados, no me consideren culpable de nada… Lo que sí es cierto  es que hacen una pareja muy, muy bonita.

¡Ah! que se me olvidaba, el mensaje de marras decía lo siguiente:

No quiero extrañar nada.

No quiero extrañar ni una sonrisa,
No quiero extrañar ni un beso,
Ya que sólo quiero estar contigo,

(Un poco cursi, ya lo sé, pero a veces me dan esos puntos).

Estimado lector acabas de leer el décimo octavo episodio de “Historias de un follador enamoradizo”.

El presente arco argumental se coloca cronológicamente tras “Follando con mi amigo casado y el del ADSL». Consta de tres episodios, este que acabas de leer y dos más «Punta Candor siempre llama dos veces » y » Celebrando la derrota» (ambos se pueden leer ya en mi blog). Espero te haya agradado y me lo hagas saber con un me gusta. También puedes comentar algo al respecto. Gracias

6 comentarios sobre “No quiero extrañar nada

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