Un polvo al despertar

La promiscuidad de Ramón

Episodio uno

21/08/12  08:30

(Ramón sigue recordando ante el espejo todos los pormenores de su relación con Mariano)

La operación quirúrgica de mi madre había sido un éxito, Elena estaba en la playa con las niñas y yo, después de una sesión de sexo salvaje con Mariano, me encontraba descansando en su cama. Estando abrazado a él, una plena sensación de felicidad me embargaba, no recordaba desde cuando no me había sentido tan a gusto con alguien,  simplemente era percibir el calor que su cuerpo emanaba  y  mi corazón latía como hacía tiempo que no. Apreté su cabeza contra mi pecho y lo besé en la frente, pese a que quisimos alargar lo máximo posible aquel momento de dicha, el cansancio terminó por vencernos.

Usualmente no suelo recordar lo que sueño, pero fue despertar  y tener la absoluta certeza de que había sido algo bien bonito  y si el universo onírico me había tratado bien, la realidad no se estaba quedando corta. Al abrir los ojos y vislumbrar  a mi amigo acurrucado a mi lado, velando mi siesta. Mi primera reacción fue darle un afectuoso beso en la mejilla, a la vez que me excusaba diciéndole:

—¡ Quillo, es que estaba reventao

Su única respuesta fue acariciarme la cara, regalándome la mejor de las sonrisas:

—¡No me toques, qué no respondo! —Dije incorporándome un poco y señalando burdamente a mi entrepierna, estropeando de pleno  aquel momento tan tierno—. ¡Si es que tienes poderes! ¡Mira como me has puesto!

Mariano me contempló de arriba abajo, en su rostro se dibujó una sonrisa maliciosa al tiempo que fue acercando su mano a mi verga. Al posar suavemente las yemas de sus dedos  sobre ella, un satisfactorio escalofrío recorrió mi espina dorsal y mi hermanito pequeño pareció vibrar de emoción.

Mi amigo se tomó su tiempo y acarició delicadamente cada trozo de mi cipote, como si lo explorara. Sin poderlo evitar, llevé una de mis manos a su trasero, apreté fuertemente sus glúteos y pensé: “¡Dios qué rico está!”

Mariano se dispuso a mamar mi nabo pero lo detuve, pues ardía en deseo de besarlo. Lo abracé y uní nuestros labios  levemente, clavé mi mirada en la suya y un océano de complicidad surcó entre nosotros. Incapaces de dilatar el momento, deje que hundiera su cabeza en mi pecho  y me regalara todo el placer del   que  él era capaz: besó mis pezones, los mordisqueo, paseó su lengua por todo mi tórax hasta llegar a mi entrepierna, allí limpió con  un lengüetazo el líquido pre seminal que emanaba de mi babeante cipote y, tras morderse suavemente el labio inferior, procedió a engullirlo de forma gradual.

Mi  postura no me permitía acariciarle el ano, por lo cual me senté con las piernas abiertas en el centro de la cama y le pedí que se pusiera de rodillas ante mí. Mariano, de un modo que rozo lo sumiso, adoptó la pose solicitada y prosiguió chupándomela. Ensalivé mis dedos y surqué con ellos, en pos del  agujerito que tanto me gusta, la raja de sus glúteos, cuando lo localicé, lo masajeé  delicadamente con movimientos circulares,  a los que mi amigo respondió con unos suaves gemidos.

Poco a poco fui abriendo el camino a uno de mis dedos, el cual pude introducir  paulatinamente en su recto, una vez lo acomodé en  su interior, lo metí y saqué en la justa medida que aquel orificio lo permitía, pues, como pude comprobar,  se encontraba bastante menos dilatado que la anterior ocasión. Esta vez Mariano fue incapaz lanzar ningún gemido, pues mi polla ocupaba por completo su cavidad bucal.

Tanto más yo jugaba  al metesaca con su agujerito, más fervor ponía mi amigo en su mamada, parecíamos piezas de un engranaje mecánico moviéndose a la misma cadencia. Mariano se encontraba tan entregado, que  no tuve más remedio que  apartar sus labios de mi carajo  y decirle:

—¡Cabrón!… ¿No querrás que me corra ya?,  y menos  sin probar ese culito tuyo —intentaba sonar impersonal, pero mi tono de voz no podía esconder lo que realmente sentía— .Por cierto, hoy está más cerradito que la última vez —concluí con cierto sarcasmo.

Mi acompañante me miró con cara de perplejidad, hizo un mohín extraño como si mi observación le divirtiera   y molestará por igual.

—Es que yo sé que así te gusta más —contestó sonriendo con  cierta picardía.

Siguiendo con su juego, le guiñe un juego y le dije:

—Pues tráete el lubricante ese que tienes por ahí, que te lo voy a poner a punto de caramelo.

Mariano no se hizo de rogar y  abrió el cajón de la mesita de noche en busca de los “utensilios de follar” y me entregó el bote de lubricante con total predisposición.

—¿Quiere usted haced el favor de ponerse a cuatro patas sobre la cama? ¡No sabes el morbo que me da verte así! —Mis palabras estaban cargadas con toda la chulería que admitía nuestra complicidad.

Una vez lo tuve delante de mí en la posición solicitada, un pensamiento malicioso cruzó mi mente y no pude evitar llevarlo a cabo. Acerqué mi boca al rasurado agujero y comencé a dar lengüetazos sobre él, al principio como el que lame una piruleta después más tarde puse la lengua todo lo dura que pude y golpeé el húmedo y caliente orificio con ella. Pese a que era la primera vez que practicaba aquella “variedad” de beso negro, la complaciente respuesta del cuerpo de Mariano me hizo ver que estaba en la dirección correcta y con la seguridad que  da hacer las cosas bien hechas, proseguí.  

Mientras impregnaba con mi saliva su ojete, quise comprobar si mi amigo estaba empalmado. Alargué mi mano hacia su polla y la dureza de esta constató mis sospechas. Como soy más de creer en la ley de Mahoma que en la de Cristo, sin pensármelo,  la acaricié levemente.

Nunca antes había cogido el rabo de un tío para pajearlo y  he de reconocer que, aunque no me produjo un placer inmenso, tampoco me repugnó en absoluto. El miembro de mi amigo estaba tieso como una estaca y, al fulgor de mis caricias, palpitó vehemente. Era evidente que no era un experto en aquella práctica, pero lo que si tenía claro es que si a Mariano le ponía, yo iba a hacer todo lo posible por satisfacerlo. Recordé el placer inmenso que él  me produjo antes de la siesta, al ensalivarse  la palma de su mano y masajear mi pene envuelto en el caliente líquido, instintivamente emulé su acción. La combinación de mi lengua en su culo con aquella especialidad de paja, lo puso a reventar calderas y mi amigo no pudo evitar gemir como un descosido.

Fue traspasar la frontera moral que para mí suponía tocar la churra de un tío y, una tras otra, las barreras mentales comenzaron a desmoronarse, instintivamente doblé  como pude el miembro de amigo hacia atrás y coloqué su capullo cerca de mi boca. Restregué mi lengua desde su orificio, a su glande pasando por el perineo y la sensación que me asaltó no tuvo parangón, no tanto por lo que yo sentía sino por las reacciones de Mariano quien, sin poderlo remediar,  se estremecía de  plena satisfacción. El sabor de su aparato ni me gustó, ni me disgusto, pero ver como  aquello complacía a mi amigo, enervó mis sentidos de tal modo que no pude reprimir hacerlo con más ahínco hasta que constaté que si proseguía de aquel modo lo único que iba a conseguir es que se corriera y como no quería que la fiesta concluyese tan pronto, me detuve en seco.

Empapé mis dedos con el gelatinoso líquido lubricante y lo extendí por el ya de por sí humedecido agujero, mezclando los restos de mi saliva con la crema. Tras juguetear haciendo círculos sobre él,  minuciosamente introduje el índice, la facilidad con que entraba y salía me llevo a intercambiarlo por el pulgar. Al comprobar que su ojete se adaptaba bastante bien al nuevo grosor, concluí que serían dos los que se internarían en aquella caliente gruta. Al principio me costó un poco encajarlos, pero poco a poco fue dilatando y ayudados por movimientos giratorios de mis muñecas, el ajustado orificio fue cediendo cada vez más. Una vez constaté que  el índice y el corazón lo traspasaban cómodamente, invité a un tercero a que pasara al interior. Al principio, he de reconocer que me costó (los huesos de la falange no son nada moldeables), pero dicen que: “con paciencia y saliva se la metió el elefante a la hormiga”,  y aquella crema era bastante mejor que un buen escupitajo.

Tras tomarme mi tiempo en ensanchar los esfínteres  de Mariano, concluí que ya estaba preparado para cosas mayores, me coloqué la goma y eché sobre ella un chorreón de crema. Primero paseé morbosamente mi verga por la raja de sus glúteos, después la situé en la entrada de su culito y dando un pequeño empujón a mis caderas, intenté introducirla. En un principio, a pesar de lo dilatado que estaba, parecía que aquel apretado agujero se resistía a ser invadido, mas tras insistir un poco y superada las iniciales resistencias, mi cipote perforó por completo el recto de mi amigo.

Follar es lo mejor del sexo. Te pueden hacer una buena paja, que te la mamen es una de las cosas más satisfactorias que conozco… pero nada es comparable al acto de la penetración. Cuando estás dentro de la otra persona, la sensación de plenitud es incomparable es como si el yo y el tú acabara y empezara un nosotros, y si ese “nosotros” es con alguien con el que te une un gran afecto, ¡es la hostia!

Tan entregado estaba en disfrutar de mi simbiosis con Mariano, que casi estuve a punto de llegar al orgasmo, refrené el vaivén de mis caderas pero  mis actos seguían gobernados por el mayor de los frenesís, de continuar así más pronto que tarde terminaría eyaculando y no tenía ni chispas de ganas de que aquello ocurriera.  Así que opté por pedirle a mi amigo que cambiáramos de postura:

—¡Quillo, siéntate encima! Quiero que tú seas el que me folles la polla.

Una  hermosa sonrisa de complicidad iluminó su rostro y aunque  el cabrón estaba disfrutando de aquello casi tanto como yo o más,  se portaba como si mis palabras lo subyugaran.  

Pero pese a su aparente sumisión, estaba claro que quien llevaba las riendas era mi amigo y de un modo tal, que lo que hizo a continuación me dejo  completamente descolocado: se acuclilló sobre mí, situó mi cipote  en la entrada de su culo y poco a poco se lo fue introduciendo desde la cabeza hasta la base. Una vez lo tuvo ensartado por completo,  comenzó a moverse sobre él, contrayendo intermitentemente las paredes de su ano y apretándolo entre ellas. Las sensaciones que me sobrevinieron eran desconocidas por mí, pues aunque el placer era tremendo no tenía la impresión de llegar a la meta del orgasmo, me sentía como si estuviera en una especie de carrera de fondo que no tenía fin.

—¡Pero qué puta eres, vida mía! —Dije completamente fuera de mí y apretando violentamente sus glúteos entre mis manos. No obstante, para resarcirme de la pequeña grosería que le proferí, acerque mi rostro al suyo y   le propiné uno de los  besos más apasionado que había dado en mi vida.

En pocas horas, los besos habían pasado de ser como una especie de acto prohibido a algo absolutamente necesario. Aquel día fue la primera vez que uní mis labios con los de Mariano y tenía la curiosa  sensación de que lo llevaba haciendo toda una  vida.

El instante no podía ser más estupendo, mi falo atravesando sus entrañas y nuestras lenguas zigzagueando al compás apasionado de sus caderas.  Mi amigo, preso de la emoción del momento,  se agarró a mis hombros, como si estos fueran unas riendas y me comenzó a cabalgar de un modo aún más frenético. El roce  de las paredes de su ano alrededor de mi polla me había hecho perder el control y, por lo que pude apreciar por su gesto,  mi acompañante se encontraba tres cuartos de lo mismo… De repente, el trotar de mi amigo se atenuó y   una expresión entre placentera y dolorosa se  dibujó  en su rostro, a continuación un líquido pegajoso y caliente recorría mi pecho. El mamón se lo había pasado tan bien, que se había corrido sin tocarse siquiera. La percepción de aquel semen resbalando por mi tórax, fue el acicate que necesitaba para que aquella cabalgada llegará a su fin y sin poder hacer nada por evitarlo, vacíe mis cojones de golpe.

Mariano agotado se abrazó a mí y se hundió sobre mi pecho. Al tiempo que la pasión abandonaba nuestros cuerpos, el sentimiento  de culpa me vino a visitar, de nuevo  me sobrecogió el insistente pensamiento de que aquello no era para nada lo correcto, pero  aquella  vez fue mucho más desagradable, pues venía acompañado por el descubrimiento de que, irremediablemente, me estaba enamorando de él.

La simple idea de pensarlo me producía ardores de estómago,  pero estaba ya más que cansado  de que nuestra relación fuera una especie de altibajos sin sentido,  así que cogí suavemente su cabeza entre mis manos y lo miré a los ojos de un modo tan clarividente que mi amigo, intuyendo que le iba a decir que lo quería, ahogó mis palabras con un apasionado beso.

Mientras nuestras bocas jugaban a devorarse, por mi mente, intentando dar una explicación a la reacción de Mariano,  desfilaron mil ideas estúpidas: “¿Había evitado que yo le declarará mi amor para no tener que verse en la tesitura de tener que rechazarme? ¿Lo nuestro, a pesar de la amistad que nos unía, para el solo era sexo puro y duro?”

Con aquellos pensamientos cabalgando con fiereza en mi subconsciente, aparté a mi amigo de encima de mí, lo cogí de la mano y lo conduje al cuarto de baño. “Si sexo era lo que quería, –pensé—sexo, y del más guarro, iba a tener”. Hice que se arrodillara  en la placa de ducha y lo mee de arriba abajo, aquel inmundo acto hizo que su pene  volviera otra vez a la vida y a mí me dieran ganas otra vez de poseerlo, tanto que mientras terminaba de vaciar el contenido de mi vejiga, sentí como mi cipote se endurecía de nuevo.

—Dúchate que esa —señale su polla—parece que tiene ganas otra vez de juerga y esta —agarré fuertemente la mía  entre mis dedos —no se la va negar.

Regresamos al dormitorio e hice que adoptara la postura del perrito, tras comerle un poco el culo me puse un preservativo y lo penetré de un modo salvaje, casi sin importarme si le hacía daño o no. Agotados como estábamos, alcanzamos el orgasmo rápidamente y casi al mismo tiempo.

Continuará en: No se puede engañar a una madre

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