No se puede engañar a una madre

La promiscuidad de Ramón

Episodio dos

La historia hasta ahora: Ramón se despierta de la siesta en casa de Mariano y vuelven a hacer el amor. El policía se entrega tanto que termina metiéndose la polla en su boca. Está convencido de que está enamorado de su mejor amigo, pero cuando se dispone a confesarle su amor, Mariano lo evita dándole un beso.

No sé si por resentimiento ante el “imaginado” rechazo, saqué mi polla de él y no le di ninguna muestra de cariño, simplemente le dije:

—Me voy a duchar, que quiero pasarme a ver a mi vieja.

No había terminado de enjabonarme, cuando Mariano entró a hacerme compañía  bajo el agua. Sus labios buscaron los míos y yo de un modo tan absurdo como educado, lo rechacé. Poco después simulando tener mucha prisa, me salí de la placa de ducha y me puse a secarme.

—Entonces, ¿a partir de mañana se quedan ustedes en casa de tu madre?

—Sí, hasta finales de Agosto que nos vamos para Fuengirola —contesté de un modo frio e impersonal.

—Yo también me voy en Agosto a Sanlúcar —dijo de manera casi despreocupada para proseguir diciendo con más ímpetu—¡Qué tengo unas ganas!

Me quedé pensativo durante unos segundos, lo miré y le dije:

—Perdona…

—¿Por qué? —Mariano me miró extrañado.

—Por fastidiarte el finde.

—¿Fastidiarme el finde?

—Hombre, ¡cómo he hecho que te vengas de la playa antes de tiempo! —mis palabras intentaban tener la lógica de la que carecía mi planteamiento.

Sus ojos se clavaron en mí y,  a la vez que meneaba la cabeza con estupefacción, me dijo:

—¡Pues ojala que lo hagas más veces!

—¿Te ha gustado? —pregunté  casi dubitativamente.

—¡Pues claro, so tonto —sonrió generosamente — y cada vez más!

—¿De verdad?

La confusión reinó por un  momento en mi amigo y,  tras quedarse pensativo unos instantes, adoptando una postura más seria me preguntó:

—Pero, ¿a ti que te pasa?

Adopté un gesto de preocupación, en pos de esconder mi enfado por su rechazo. Rechazo que solo era un fantasma en mi imaginación. Imaginación que nos gasta muy malas pasadas en ocasiones. Ocasiones que dejamos pasar por no ser  capaces de ser sinceros. Sincero es lo que menos estaba siendo yo al intentar buscar  una explicación de mi  estúpida reacción.

—¡Entiéndeme tío! Has desperdiciado un día de playa para echar un polvo conmigo…

—A lo mejor porque me interesaba más —me interrumpió sonriendo.

—Sí, pero es que tú con el buen cuerpo que tienes puedes echar un polvo con quien te apetezca —mis palabras en vez de arreglar la situación, lo que hacían era empeorarla más aún, pues una mueca de enojo comenzó a asomarse en la cara de Mariano.

—¿Qué coño estas diciendo? — La rabia de sus palabras destrozó el buen rollito que había entre ambos —.Creí que la última vez quedó bastante claro lo que había entre nosotros.

Lo miré en silencio, de pronto un muro de frialdad se había levantado entre los dos y tenía la sensación de que yo había colocado todos  y cada uno de los ladrillos. Me sentía como traicionado por él, pero mis ganas de no perderlo eran mayores y tendí por ceder un poco en mi pertinaz intento de demostrarme que yo era más fuerte que todo aquello.

—No te enfades hombre, lo he dicho sin mala intención.

—¡De jodidas buenas intenciones están fabricadas las guerras! —Su tono era punzante y, lo que era peor, cuando Mariano soltaba ese tipo de comentarios  es que empezaba a estar hasta los huevos.

—Fin de la cita —dije yo dejando mis sentimientos de frustración a un lado y centrándome en que mi acompañante no se cabreara más de lo que ya estaba.

—¡Qué gracioso! —dijo poniendo cara de asco, pero sonriendo por lo bajini.

Durante un instante pareció que pasó un ángel y un silencio lapidario se enredó entre los dos y como yo tenía cara de no saber qué decir, fue mi amigo quien rompió el frio mutismo.

—A ver cómo te lo explico para que te enteres y no te confundas —mi amigo adoptó una postura tan solemne que pese a estar desnudo a mí me dio la sensación de que tenía puesto un elegante traje —desde que empezamos con “esto nuestro”, he de reconocer que he pensado una y mil veces dejarlo. Primero porque sé que nunca podrás estar conmigo al cien por cien, segundo porque siempre en cualquier historia que empiezo a mí me toca la peor parte. ¿Pero qué pasa? Que a nosotros no nos une solo el sexo, nos une una amistad de muchos años y nuestras vidas no sería lo mismo sin tener  al otro cerca. ¿Qué de no estar tú casado esto podría haber sido distinto? No lo sé, después de lo de Enrique no me fio de nadie y si he seguido viéndome contigo es porque te conozco y sé que lo último que harías seria hacerme daño conscientemente. ¿Tú crees que eso me lo puede dar un polvo con cualquiera?

Sus palabras, como era habitual en él, me dejaron sin argumentos y, lo más importante, me conmovieron un montón. De tener la sensación de ser un número más en su vida, pase a sentirme importante. Incapaz de decir algo que medianamente estuviera a la altura, me fui para él y lo abracé. Desnudo como estábamos, el contacto de piel sobre piel, dio paso a un beso donde la pasión y el afecto se mezclaron. De nuevo estuve tentado de decirle lo mucho que lo quería, pero deje que mi cuerpo hablara por mí y los gestos sustituyeron a las palabras.

Poco después nos despedíamos con un beso y con la promesa de que en cuanto acabara las vacaciones, volveríamos a hacer algo parecido a lo de aquel día.

Al llegar a casa de mi madre me encontré que  con ella solo se encontraba mi hermano David, cosa que, dicho sea de paso,  me extrañó bastante. Lo saludé a ambos con dos cortos besos y volqué toda mi atención en mi progenitora.

Las facciones de la mujer que tenía ante mí, me parecían un decálogo de sabiduría y de nobleza a partes iguales. El paso del tiempo había surcado su rostro de arrugas, pero este aún rememoraba su belleza de antaño. Unos ojos cansados y negros, testigos de las pocas alegrías y  el mucho sufrimiento que le había tocado vivir. Un pelo rubio y bien peinado, con el que recordaba constantemente, que a los ochenta años se puede seguir siendo coqueta. Unos labios generosos de cariño, que a pesar de lo terriblemente fastidiada que estaba la pobre mujer, solo se abrían para preocuparse por el bienestar de  los demás.

—¿Cómo está usted, madre?

—Deseando ponerme ya buena y no tener que depender de nadie…¡Qué pena llegar a viejo!

La voz de la buena señora  sonaba apesadumbrada y con razón, pues su perspectiva para los dos meses de verano, se reducían a estar sentada y con la pierna en alto. La expresión de abatimiento   que reinaba en ella, era el fiel reflejo de la impotencia que sentía ante la dichosa situación.

—¡Qué pena, ni que ocho cuartos! ¡Si tiene usted a todo el mundo pendiente suya! ¡Está usted mejor que en coche, y cuando se quiera dar cuenta Septiembre está aquí ya!

Mi madre me miró y me sonrió forzadamente, no es que la hubiera hecho sentirse mejor pero tampoco quería que me preocupara por ella, más de lo que ya estaba.

Tomé asiento junto a ella  y comencé a charlarle de mis cosas, con la única intención de que se olvidara de los males y de su dependencia de los demás. Mi hermano, quien había permanecido distante todo el tiempo, se acercó a nosotros y me dijo:

—¿Vas a estar aquí mucho rato?

—Sí, hasta la hora de cenar no tengo nada que hacer.

—Bueno, pues yo me voy a buscar a Lisa y los niños que han ido al centro comercial a dar una vuelta. ¿No te importa?

—No, para nada —aunque no me hacía gracia la forma de escurrir el bulto que tenía mi hermano, callé por no agobiar a mi madre.

Dio dos breves besos a mi madre y tras decirme que si se tardaba más de la cuenta le pegara un toque, se marchó.

—¡Estaba deseando irse! —dijo mi progenitora de forma contundente, nada más fue consciente de que  ya no podía oírnos.

La miré de reojo intentando discernir que me quería contar y hasta donde, pero la buena mujer no espero a que yo metiera baza en la conversación y prosiguió:

—Lisa se fue a las seis  con la excusa de que los niños no aguantaban dentro de la casa—el resentimiento flotaba entre sus palabras — y la que no podía estar aquí más tiempo era ella. Acostumbra como está a estar todo el día parriba y pabajo, estar aquí metida se le hace un mundo.

—¡No sea mal pensada, mamá! —La recriminé dulcemente con la finalidad de que no se cabreara más de lo que ya estaba —Usted ya sabes lo caprichoso que son Nacho y Piluca.

—¡Qué va! Si Ignacio y Pilar estaban la mar de tranquilito, jugando con los cacharritos esos de la play que juegan ellos.

Doña Carmen Castro estaba bastante indignada, pues cuando llamaba a mis sobrinos por su nombre completo era una forma de rebelarse ante mi cuñada y, como decía ella, a sus tonterías de la gente de la capital. Comprendí que nada que pudiera hacer o decir yo, le haría tener mejor concepto de la mujer de mi hermano y antes de que me soltara un lastimero: “¡Me ha cambiao a mi David por completo! ¡La sevillana esa le ha dao la vuelta comoun calcetín!”Decidí cambiar la conversación y animarla con lo que más quería en este mundo: sus nietos.

—Pues no se  queje usted, que todo lo tranquilita que ha estado hoy, se le va acabar mañana cuando entre Alba y Carmen por la puerta.

Fue mencionar el nombre de mis dos niñas y a mi madre se le llenaron los ojos de alegría y, olvidándose  por completo del desaire que mi hermano le había hecho, me dijo:

—¡Llevas razón, con Alba no se aburre una!¡Qué bicho está hecho! ¡Más no se puede parecer a Marta!

Mi estrategia tuvo resultado y el siguiente rato nos los pasamos hablando de mi hija menor y de  lo  mucho que se parecía a mi hermana de pequeña. La nostalgia vino a visitarnos y al evocar las  travesuras y ocurrencias de la infancia, nos reímos como idiotas. Por unos momentos pasamos de ser una anciana con una pierna maltrecha y un casi cuarentón padre de familia,  a una madre con su hijo pequeño a quien este le narraba todas y cada una de sus tropelías.

Nos encontrábamos tan bien charla que te charla, que hasta me levanté por una cerveza y una copita de mosto sin alcohol para ella. Al volver con el pequeño aperitivo, mi madre me lanzó una pregunta cuanto menos inesperada:

—¿Cómo te va con Elena?

La directa pregunta de mi madre hizo que inevitablemente la sonrisa se borrara de mi cara.

—Igual… —mi voz sonó apagada —¿Por qué lo pregunta usted?

—No sé, me parecía haberte visto un poco más alegre…No sé,  hay algo en tu mirada que no lo veía desde antes de casarte.

La sabiduría de la buena mujer me dejó sin argumentos e intenté “lidiar” aquel toro de la mejor manera que pude:

—Eso será que verla a usted mejor me pone mu contento…

—Entonces la cosa sigue igual —dijo mi madre no tragándose aquella especie de rollo macabeo que había intentado colarle.

—Sí, lamentablemente sí.

—Me vas a perdonar, pero es que no entiendo a Elena —la expresión de mi  progenitora reflejaba claramente  que me iba a enumerar de “pe a pa” todo aquello que no comprendía de mi esposa —. Que a las mujeres de la postguerra nos costase trabajo meternos en la cama con nuestros maridos, lo puedo entender. Los malditos curas nos habían sorbido el seso  con que todo era pecado y cuando llegábamos al matrimonio lo hacíamos cagaita de miedo. ¡Eso sí, la María se tenía que abrir de piernas siempre que el Pepe quisiera, tuviera ganas o no!

»¿Pero ahora? Si yo supiera lo que saben las mujeres de hoy en día, ¡iba a disfrutar con tu padre lo que no hay en los escritos! —La sinceridad que mi madre demostraba conmigo hablando de estos temas no dejaba de sorprenderme, pero es que  para algo siempre había sido yo su hijo “favorito” —Yo porque no tengo ganas de tíos, sino ya habría ido al programa de Juan y medio… Lo que pasa es que me acuerdo de tu padre y de la mala muerte que tuvo el pobre, y se me quitan toita  las ganas…

La buena señora compungida guardó silencio unos segundos y tras darse cuenta que se había ido por los cerros de Úbeda, prosiguió con más brío si cabe:

—Por eso no me entra en la cabeza que tu mujer (por muy católica y apostólica  que sea), te tenga las habas contadas. Si por lo que me has contado tengo la sensación de que se habéis acostado dos veces: una por niña.

El buen humor de mi madre, pese al tema tan espinoso que estaba tocando, me sacó una sonrisa.

—Mira que Elena es buena muchacha, pues desde que me contaste que más que un matrimonio parecíais compañeros de piso, no puedo evitar mirarla con otros ojos…

—Es que no le tenía que haber contado nada —dije yo moviendo consternado la cabeza.

—¿Y a quien se lo ibas a decir mejor que a tu madre? —Me reprobó la buena mujer.

La miré en silencio, asintiendo con la cabeza.

—Sin embargo me arrepiento de una cosa… —mi madre hizo una pausa para dar un breve sorbo de vino—de haberte pedido que no la dejaras.

—Llevabas toda la razón del mundo, las niñas eran muy pequeñas, Alba solo tenía cuatro años.

—Sí y tú treinta y cinco… Cada día que pase te va a ser más difícil rehacer tu vida como querías  y yo te convencí para que no lo hicieras. En la vida los trenes pasan a su hora y todo lo que dejes para mañana, serán momentos que le quites a tu felicidad…

Oír como mi madre se sentía culpable me hizo sentirme mal, muy mal. Así que opté por lo que mejor se hacer: quitar importancia a las cosas e intentar que los demás no se preocupen por mí.

—Míralo por otro lado, si la hubiera dejado lo mismo hubiera encontrado a otra como Eli y ahora no estaría hablando con usted, sino dando vueltas en el centro comercial. 

—Sí… —se quedó pensativa durante unos segundos para concluir diciendo  con bastante sequedad— Pero tú al menos serías feliz.

Oír a mi madre decir aquello me rompió el alma en mil pedazos. Dos años antes, en un ataque de frustración y con unas cuantas copas de más, me refugié en ella, al igual que hacía  cuando niño. Harto de la indiferencia de Elena, estaba decidido a dejarla. Ella, creyendo que aquello era producto de la borrachera, me disuadió de hacerlo y que  antes de tomar una decisión tan importante, esperara a que las niñas fueran un poco mayor.

Aquella rabieta mía fue nuestro secreto durante mucho tiempo y aunque siempre se preocupaba por cómo me iba en mi matrimonio, hasta aquel día mi madre no me reconoció que quizás se había equivocado con su consejo.

—No me importaría tener que bregar con otra “marquesita” como tu cuñada, si con eso tú fueras feliz…

—Lo soy.

—Debe ser verdad, pues esa tristeza que tenías en los ojos se te ha ido. ¡Qué por mucho que te rieras no se iba, que soy tu madre y te conozco!

La perspicacia de mi progenitora me volvió a dejar con el culo al aire y sin saber que argumentar, leía mi rostro como si fuera un libro abierto, por lo  que cualquier mentirijilla que le contara se pondría en mi contra y  ya se me habían agotado las argucias.

—¿Qué le está pasando a mi niño? —Mi madre cogió una de mis manos entre la suya, al tiempo que clavaba una mirada suplicante en mí.

—Nada… de verdad que no me pasa nada…

—¿No te habrás echado otra?…

La pregunta de mi madre se quedó sin respuesta, pues sonó el timbre de la entrada y fui a abrir. Eran mi hermano y su familia, mi sobrino Nacho nada más verme se abrazó a mí y comenzó a pedirme que le contara cosas “guay”  de mi trabajo.

—¡Ay Ramón! No llenes la cabeza del niño de majaderías, que después no  me duerme.

La actitud sobreprotectora de la mujer de mi hermano con sus hijos, me sacaba de quicio. Pero opté por callarme, pues al fin y al cabo eran sus hijos y cada cual los educa como le sale el “pepe”.

Deje al niño con ella y volví a poner los cinco sentidos en mi madre quien, aprovechando que mi hermano y su familia no estaban en el salón, me dijo:

—Sé que con estos dos por aquí, no vamos a poder hablar, pero si tienes algo que contarme, ya sabes dónde estoy.

—¡Mamá que no hay nada que contar! —dije dando claras muestras de que el tema me cansaba.

—Soy tu madre y sé lo que piensas antes de que lo hagas ¡Así que no me mientas! —Pese a que no estaba enfadada levantó el dedo en un claro gesto de llamarme al orden.

—Pues cuando me pase algo se lo diré.

—¿Te vas a quedar a cenar? —me dijo mi hermano desde la puerta de la cocina.

—Eso no se pregunta —dijo mi madre anticipándose a mi respuesta.

—Sí, pero os hecho una mano —dije levantándome de la silla —No voy a venir a dar más trabajo del que ya tenéis.

Una vez cenamos, me despedí de mi hermano y su familia que al día siguiente se marchaban para Puerto banus. Tras los merecidos y consabidos” pasároslos bien y tened cuidado”.  Me dirigí a mi madre y le dije:

—Doña Carmen, mañana que no tengo que trabajar,  no va a tener usted más remedio que aguantarme todo el día.

—¿A qué hora te vienes para acá?

—David dice que quiere salir sobre las once, Elena llegara sobre las diez más o menos, soltamos los chismes en casa y nos venimos con las niñas para acá.

De vuelta a casa no pude evitar darle vueltas a la conversación con mi progenitora. Por mucho que yo quería esconder la historia  amorosa  que había surgido en mi vida, ella la  había percibido. Si pudiera leer mi mente, tal como ella dice, la pobre se iba a caer de espaldas, pues ver a su hijo con otro hombre (por muy moderna que ella presumiera de ser) era algo que le iba a ser difícil asimilar.  Sabía que me tenía que inventar algo, con el único objetivo de que al contárselo  dejara de meter el dedo en la llaga.

Si cada vez tenía más claro que no podía prescindir de Mariano, cada vez me era más difícil ocultar mis sentimientos. Hoy ha sido mi madre la que se ha dado cuenta, la próxima puede ser Elena. ¿Merecía la pena el riesgo? Aunque yo no tenía una respuesta concreta en aquel momento, los acontecimientos venideros se encargarían de contestarme.

Continuará en: A la mayoría les va el rollo.

6 comentarios sobre “No se puede engañar a una madre

      1. Creo que no me has entendido o no me explicado bien.
        El mariconcete, como tú lo llamas, es Rodrigo el mismo personaje de «Follado por su tío» y «El descomunal rabo del tío Eufrasio». Intentaba ponerte en antecedente.
        Por cierto, es el siguiente relato de esta saga.

        Me gusta

      2. Si lo entendí 😀 lo que te decía que de Rodrigo mola la orgía que se monta con los tres policías. También hay una del internado que el pinche se tira a tres machotes cocineros. Sabes cuál es? Me pone mucho eso de un sumiso dominado por machos

        Me gusta

Deja un comentario

Este sitio utiliza Akismet para reducir el spam. Conoce cómo se procesan los datos de tus comentarios.