Me encanta el sexo con Mariano

La heterocuriosidad de Ramón

Decimo episodio

La historia hasta ahora: Ramón, un heterosexual casado, comienza a recordar sus devaneos con el sexo homosexual. Los primeros encuentros íntimos los tiene con su mejor amigo. Nunca pensó que penetrar a un tío le pudiera gustar tanto.

Poco a poco se va dando cuenta que, aunque él cree que no, sus encuentros con Mariano lo han hecho cambiar hasta el punto que se calienta con un tío en las duchas de un gimnasio o termina haciéndose un pajote con una película porno gay.

.

Un día se encuentra con la madre de Mariano y le dice que este está muy mal. Sin pensarlo va a visitarlo. Lo que se encuentra lo deja perplejo, su amigo, su amante está hecho polvo y, aunque no lo dice, parte de la culpa de que esté así la tienen la relación furtiva que han iniciado.

A partir de aquel momento empiezan a quedar para tomar una copa y así poder sacar a su amigo del estado depresivo en que está.

Un día se sinceran y Mariano descubre que su amigo está pasando por el mismo infierno que él cuando fue consecuente con que le gustaban los hombres.

Quedan un día para ver un partido en  su casa con toda la peña y Ramón empieza a tontear a escondidas con él. Harto de que siempre lo busque cuando está bajo los efectos del alcohol,  le pregunta que tiene que hacer el día siguiente por la mañana.

Estuve tentado de decirle: “Tenía previsto echar un polvo contigo si España perdía”, pero decidí no jugármela y le contesté otra cosa bien distinta:

—A eso de las doce tengo que llevar a Elena y las niñas a un cumpleaños…Pero una vez las deje en el sitio, por lo menos dos horas de libertad tengo. ¿Por?…

—Pues cuando las deje… Te vienes para acá… Así te cojo fresco que después de tanto tiempo, te quiero en plena forma. — La pasmosa facilidad con la que cambia mi amigo de actitud no deja de sorprenderme, si momentos antes había discutido sobre la  no idoneidad de volver a acostarnos, en aquel momento parecía haber borrado aquel argumento de su decálogo moral y por su expresión, lo único que le interesaba era llevarme al catre.

Yo por mi parte no podía estar más contento y  aunque el plan A no había surtido efecto, el plan B estaba a la vuelta de la esquina. Con la satisfacción que da el salirse con la suya y con una sonrisa de pillín le dije:

—¡Venga vale!

Estaba tan feliz, que  la alegría se me  salía hasta por las orejas cuando Mariano me dejó en casa. En aquel momento no entendía porque me sentía tan dichoso,  pues simplemente iba a echar un polvo al día siguiente. Hoy, con la perspectiva que da el pensar las cosas en frio, sé que mi vida matrimonial se había vuelto una agotadora rutina y los momentos que pasaban con él eran, para mí pesar, los únicos que aportaban algo de ilusión a mi existencia. Bueno, luego estaban mis niñas… Pero estaba claro que si mis hijas cubrían mis carencias afectivas, Mariano lo hacía con creces tanto con estas, como con mis necesidades físicas…

Al día siguiente me levanté más contento que unas Pascuas, tanto que hasta tuve que disimular delante de Elena para evitar que no sospechara nada.

En la ducha estuve tentado a pegarme un desahogo por aquello de aguantar más tiempo en la faena, pero pese a que quería que todo después de tanto tiempo saliera perfecto (y cuanto más tiempo mejor) lo desestimé por aquello de llegar con los huevos hasta arriba de leche. 

—¿Seguro que no te quieres quedar allí  con nosotros? —preguntó mi mujer mientras terminaba de desayunar.

—No, los niños se meten en la sala de juego y no me apetece estar dos horas aguantando la charla de las madres… —Dije mientras echaba un poco de aceite a la tostada de pan.

—No solo habrá mujeres… Estará Fernando.

—¡Peor me lo pones! —Acompañé mi exclamación con un mohín clarividente de lo mucho que me desagradaba aquel tipo.

—Pues antes charlabas con él. —Refunfuño mi esposa.

—Tú lo has dicho “antes”.

—Hijo mío, con los años estas…

—… más viejo y más pellejo. —Adorné mis palabras con una generosa sonrisa. —Además, como te he dicho quiero aprovechar para ir a casa de Mariano y que le eche un vistazo a la declaración de Hacienda, no me convence mucho lo que tengo que pagar.

Fue nombrar la palabra Hacienda y el rostro se le torció a mi esposa que sigo con su persistente interrogatorio:

—Entonces, nos deja y no apareces por allí ¿no?

—No y si no tienes quien te traiga de vuelta, me llamas y voy a recogerte, porque este Mariano, ya sabes cómo es, se pondrá a mirarlo todo muy detenidamente y nos darán las uvas…

—Eso y la cervecitas que os vais a tomar después- Dijo Elena sonriendo levemente.

—Pues también, ¡para que negarlo!

Aunque la sinceridad no era una habitual compañera en nuestras conversaciones, no dejaba de maravillarme mi modo tan falso de actuar ante Elena, enmascarando un acto ruin y egoísta como la infidelidad con la facilidad más pasmosa. Sabía que mi proceder era detestable pero solo se vive una vez y  a veces, demasiado rápido.

Una vez terminamos de desayunar, arreglamos a las niñas y salimos hacia la dichosa fiesta de cumpleaños.

El modo en que la globalización golpea nuestro mundo no deja de sorprenderme. Mis cumpleaños transcurrían en mi casa, con una tarta y golosinas como único acompañante de una diversión que consistía en pasar horas y horas jugando en un patio a lo que la imaginación infantil fuera capaz de improvisar.

Hoy  para conmemorar el aniversario de un nacimiento, metemos a nuestros hijos en un recinto diseñado para jugar donde un impersonal monitor se encarga de dirigir sus pasos para que consigan divertirse. No tengo conocimientos psicológicos para saber si esta alienación pasará cuenta a mis hijas o no, pero  visto lo visto con la generación “whatsapp” sospecho que sí.

Pero egoístamente en aquel momento mis preocupaciones no pasaban por lo mejor para mis hijas, únicamente estaba interesado en dejar a mi familia en aquel “Juguetelandia” y disfrutar de mi ansiado momento con mi amigo.

No sé si por engañar a mi mujer o por lo inasimilable que se me hacía  querer tener sexo con un tío, llegué a casa de Mariano como cohibido. Tras los saludos de rigor me hizo pasar al dormitorio, torpemente evité un beso suyo en los labios (¡Qué imbécil podemos llegar a ser las personas a veces!).

Menos mal que en aquel momento “Mr. Hyde” era la personalidad que gobernaba a mi amigo, quien con un enorme descaro me metió  mano al paquete, corroborando que llevaba el nabo duro como el cemento.

—¿Quién se va a comer esta polla?

—¡Tu culito, cabrón, tu culito! —Dije  haciéndome participe de su desfachatez.

Sin hacerme esperar, saqué mi polla y la mostré como si se tratara de un trofeo. ¡Dios!… Es recordar de nuevo  el momento en que se metió mi nabo en su boca y no puedo evitar excitarme. Sus húmedos labios cubrieron poco a poco mi glande, para terminar hundiendo mi verga hasta el fondo de su garganta. Fue sentir el calor de su lengua y mi cerebro se desnudó de toda cordura. Mientras mi amigo me regalaba una buena mamada no pude contener el incontenible deseo de tener su culo entre mis manos, le bajé las calzonas y le metí una cachetada de las que hacen época. Él por su parte seguía regando mi cipote con su baba, poniendo en ello todo el mimo posible.

Mientras me dejaba llevar al paraíso al cual me conducían sus labios, mis dedos acariciaron la raja de su culo e inexorablemente fueron a parar a su estrecho botón, este se me antojaba más dilatado que las anteriores veces que lo había acariciado. Con el valor que da la confianza, solté algo que hasta resultó gracioso por inapropiado.

—¡¿Tú has estado follando?!… ¡Este culo está muy abierto!

Mariano se sacó momentáneamente mi cipote de la boca y con una absoluta tranquilidad me dio  una negación por respuesta. Cómo no me convenció mucho, lo seguí interrogando:

—¿Entonces?

Sin dejar de acariciar mi endurecido miembro, mi amigo levantó la vista, buscó mi mirada y cuando la encontró,   me dijo en un tono picaresco:

—Uno que tiene sus métodos.

La contestación de mi amigo pareció la de un político: despertaba más preguntas que respuestas. Mi rostro debía ser un derroche de perplejidad, pues  sin necesidad de cuestionarle más nada, prosiguió explicándose:

—Sabiendo que venías hoy y con “lo que te gastas”, —Hubo una inflexión cómica en su voz al decir esto último. — para que no me hicieras daño, preparé mi culito anoche con un consolador.

La palabra consolador evocaba en mí imágenes que iban de lo más sucio a lo más  excitante. Tuve que poner una cara bastante extraña, tanto que mi amigo por un instante denotó sentirse incómodo.

—¿Es muy grande? —Pregunté morbosamente, con lo que disipé todas sus dudas sobre si aquello del consolador me parecía oportuno o no.

Sin darme tiempo a reaccionar Mariano se incorporó y de manera decidida se dirigió al armario, donde localizó una caja y sacando de ella su contenido, se dirigió hacia mí.

—Este es “Lenny”, mi compañero de polvos solitarios. —La frescura  de sus palabras solo era comparable al desparpajo con la que mostraba aquel armatoste negro.

Mientras diseccionaba con la mirada  aquel enorme cipote negro, mi amigo volvió a la tarea de proporcionarme placer con su boca. Aquella descomunal verga artificial despertaba en mí una excitante sensación, no sé si por la libertad plena y absoluta que me daba las relaciones sexuales con Mariano o por el morbo inherente en todo ser humano, aquella churra de goma se me antojaba como un caudal de nuevas y satisfactorias posibilidades. Cuanto más la miraba más imposible me parecía que aquello pudiera entrar en un agujero tan estrecho, cuanto más la miraba más caliente me ponía y más disfrutaba el momento, cuanto más la miraba más duro se me ponía el cipote…

Como sabía que si mi amigo seguía caminando por aquel sendero, en breve llegaría a la meta e  inundaría su boca de leche, y como mi deseo no era otro que aquella carrera fuera lo más parecido a una maratón,  con un gesto  le pedí que se levantara.

—¡Ponte de rodillas sobre la cama! —Mi voz, muy a mi pesar, sonó casi autoritaria.

—Si me vas a follar, hazlo con cuidado, por favor. — A pesar de sus recelos mi amigo, obedientemente, adoptó la postura solicitada sin rechistar.

Con la lujuria gobernando cada uno de mis actos, comencé a restregar el inanimado pollón por la raja de su culo. No sabría explicar  bien porque, pero aquello me resultaba sumamente morboso y me estaba deleitando plenamente en ello. A mi memoria vinieron algunas escenas de sexo enlatado que furtivamente veía en casa y a las que me estaba empezando a aficionar más de lo que me gustaría. Me sentí protagonista de algunas de aquellas escenas y deje que la testosterona hiciera el resto.

Por mi cabeza paseó la idea de comprobar si aquel pequeño orificio era capaz de albergar aquella inmensa churra negra, sin reflexionar sobre sus consecuencias y acariciando de un modo soez aquel instrumento de placer, lancé una pregunta:

—Hoy vas a tener dos pollas para ti. ¿Cuál quieres primero? —La chulería que inculqué a mi voz fue a posta, en un acertado intento de excitar aún más a mi acompañante.

Sin esperar una contestación por su parte localicé un preservativo, embutí en él el oscuro aparato y tras embadurnarlo con la crema de follar que tenía Mariano sobre la mesita de noche (¡Que chico más precavido este!), coloque el enorme cipote a la entrada de su culo.

Al principio creí que no iba a entrar pues parecía resistirse un poco y no dilataba lo suficiente,  pero sorteada la entrada del caliente musculo, este  se expandió dejando pasar, para mi sorpresa, el consolador en toda su dimensión.

Ver entrar aquel ancho y largo cipote de goma en las entrañas de mi amigo estaba sacando la parte más perversa de mí. Una vez estuvo dentro del todo lo saque de golpe, el orificio anal de Mariano se había ensanchado de una manera bestial, dicho vulgarmente, lo tenía como el bebedero de un pato. Mi hermanito pequeño, ante la visión del enrojecido agujero, comenzó a babear desmesuradamente.

Las más sucias fantasías tomaron vida en mi mente, aquello me parecía salvaje, morboso y hasta un poco violento. De mi boca comenzaron a salir frases guarras e incoherentes, lo más fino que le dije fue que “Le iba a dejar el culo que no se iba a poder sentar en una semana”, palabras que removían lo más sombrío de mi persona y, a las que de forma impúdica, mi cipote respondía irguiéndose aún más si cabe.

Estaba tan fuera de mí que nada parecía estar prohibido, la permisividad de  Mariano a todos mis actos enervaba mi lado soez y obsceno. Mi cerebro volvió a tirar de la hemeroteca pornográfica y rompiendo todas las barreras morales y sociales de mi encorsetada educación, agarré a mi amigo por la barbilla, abrí su boca rudamente y olvidando toda sutileza lancé un escupitajo en su lengua. El acto, hoy en la distancia, me parece guarro y vacío de cualquier emotividad, pero en aquel momento   puso mi lívido por las nubes. Con la lujuria dominando mis sentidos proseguí con el, casi mecánico, “meteysaca”.  

Jamás en la vida pensé que utilizar un juguete sexual me podía excitar tanto, y mucho menos que la victima de mis caprichos fuera una persona de mi mismo sexo. Estuve metiendo  y sacando el negro cachivache hasta que mi verga empezó a dolerme de lo dura que estaba, interpreté aquello como una señal de que quería tener mucho más protagonismo y saqué por completo el dichoso “Lenny” del culo de mi amigo.

Mientras me ponía el preservativo, observé la postura netamente sumisa de mi amigo y, aunque no me van esos rollos peyorativos de los roles y tal, su visión provocó que me encendiera aún más.

¡Qué distinto fue penetrarlo aquella vez a las anteriores! Con el camino preparado por el consolador, mi cipote se introdujo de golpe y con una asombrosa facilidad, fue sentir el calor de su interior, una especie de corriente eléctrica pareció recorrer todo mi cuerpo y se me erizaron hasta los pelos de la nuca. ¡Dios, cuanto tiempo había esperado aquel momento!

El muy cabrón intentó pajearse mientras lo penetraba, pero como mi intención era alargar la fiesta lo máximo posible, para evitarlo,  cogí su mano y se la puse sobre la espalda.

El  recuerdo que guardaba del acto en sí, no era nada comparable  con la multitud de emociones que visitaban mi cuerpo… ¡Cada vez me gustaba más!, y por su forma de comportarse creo que a él también.

Pese a que mis huevos chocaban con su perineo en cada embestida, movía mis caderas intensamente como si con cada movimiento de pelvis intentará entrar un poco más en él. Sumido como estaba en aquella danza sexual, casi dejo que mi cuerpo se rinda al caos del gozo…No sé de qué manera conseguí controlarme y en un intento de frenar lo inevitable le pedí que se cambiara de postura.

—Tiéndete sobre la cama. Quiero metértela  de lado, con las piernas hacia arriba.

Mariano acató mis órdenes sin decir esta boca es mía, la posición que adoptó se me antojó de lo más sensual, por lo que sin dilación de ningún tipo, me tendí a su lado, busqué con mi capullo la entrada de su culo y,  dejando que la euforia del momento gobernara mi cuerpo, empujé de un modo carente de delicadeza alguna.

No sé si era la postura o era la calentura mental que llevaba, pero tuve la sensación que mi polla llegaba aún más adentro.  Unos quejidos de satisfacción emanaron de los labios de mi inseparable colega, con lo que me quedó claro que a pesar de mi rudeza estaba disfrutando tanto como yo.

De nuevo me asaltó la impresión de que me iba a correr, por lo que le pedí que se tendiera boca abajo en la cama. Al introducírsela en aquella nueva posición volví a sentir la incomprensible sensación de que el recorrido de mi polla en las entrañas de mi amigo era aun mayor.  

Desconozco de donde saqué la idea, pero adoptando la postura militar de las flexiones proseguí metiéndome en su interior al ritmo de los movimientos gimnásticos del mismo. Aquello fue tan agotador como placentero.

Fue tanto el desenfreno sexual que me embargó, que por más  que lo intenté, no pude reprimir  por mucho más tiempo el chorro de leche que pugnaba por salir de mi cuerpo. En un último esfuerzo, salí de mi amigo y con la lujuria golpeando cada fibra de mi cuerpo, me quité el condón, me arrodille ante su cara y le solté toda la esencia de mis huevos contra su cara.

Obscenamente impregné uno de mis dedos en la mancha blanca que descansaba sobre sus mejillas y volviendo a hacer su voluntad mía, lo introduje en su boca. Ver como mi amigo lo saboreaba sin pudor alguno, lejos de darme asco o algo parecido,   me pareció de lo más estimulante.

Absorto en el gratificante placer que recorría cada fibra de mi ser, egoístamente casi me olvido que mi amigo seguía entero y que a pesar de nuestra intensa sesión sexual, sus huevos seguían sin vaciarse.

—Artista, tú no te has corrido ¿no? ¿Cómo te quieres correr?

—¡Quiero que te mees encima de mí, mientras me pajeo!

Si en algún momento de aquella tarde había tenido la sensación de haberme pasado un poco con mis palabras o mis actos,  ese sentimiento se difuminó por completo al escuchar la insólita e inapropiada petición de Mariano. Los momentos íntimos con él, estaban demostrando ser cualquier cosa menos aburridos y su forma de sorprenderme no era comparables a nada. Aunque en un principio me quedé un poco perplejo, su solicitud la vislumbraba como algo inmundo y satisfactorio por igual y dado que no tenía la vejiga demasiado llena, opté por pedirle una cerveza.

Me tomé el contenido de la lata rápidamente y nos fuimos al baño. Fue verlo arrodillarse en la placa de la ducha, con la polla mirando al techo, lanzando una mirada suplicante a mi entrepierna y me entraron unas ganas locas de orinar.

¿Qué placer hay en ver como el contenido de tu vejiga impregna a otro ser? ¿Qué satisfacción obtiene una persona cuando un caliente liquido mal oliente empapa su cuerpo? No tengo lo respuesta, lo único que sé es que fue sentir el contacto de mi orín con su piel y Mariano se corrió plenamente.

Mientras terminaba de escurrir mi churra sobre él, medité levemente sobre lo que habíamos hecho y no me parecía algo desdeñable, sino todo lo contrario. En aquel preciso momento comprendí que cuando la pasión y el cariño se dan de la mano, cualquier variante sexual deja de ser reprobable. «Habría que seguir investigando», pensé mientras me mordía el labio y me metía mano al paquete pensando la infinidad de posibilidades que se me presentaba con Mariano.

Fin

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