
La heterocuriosidad de Ramón
Segundo episodio
La historia hasta ahora: Ramón, un heterosexual casado, comienza a recordar sus devaneos con el sexo homosexual. La primera vez fue con su colega Mariano en un escampado, tras una reunión de antiguos alumnos de la escuela.
Las sensaciones tan desconocidas que la boca de aquel hombre despertaron en él, consiguieron que aquel momento se convirtiera en una obsesión para él.
Vuelven a coincidir, pero ante la negativa de su mejor amigo a tener sexo con él como desahogo de sus borracheras. Se masturba en la soledad de su cuarto de baño, imaginando tener sexo con él.

21/08/12 08:30
De nuevo nuestra amistad caminó por un incómodo sendero. Siempre habíamos sido sinceros el uno con el otro, pero la puerta que se abrió cuando le confesé mis deseos hacia él en lugar de acercarnos comenzó a distanciarnos. Sabíamos que lo que hacíamos, moralmente, estaba mal. ¿Pero quién no tiene esqueletos en el armario?
Un día, en un aburrido servicio, mientras mi compañero echaba una meada, volví a envalentonarme y le mande un SMS bastante subidito de tono, decía algo así como: “Tengo ganas de repetir, no sabes la de pajas que me hecho pensando en aquello”. Al poco, recibí un mensaje que me alegro el día: “No repites porque no quieres”.
Aquellos furtivos mensajes fueron los primeros de una serie que fue acrecentando nuestras ganas de estar el uno con el otro. Sin querer, nuestras vidas fueron girando en torno al día en el cual pudiéramos volver a tener sexo. Si hasta lo felicité y todo (en plan cachondeo, claro está), por el día de los enamorados.
Como queríamos que algo tan largamente esperado sucediera de la mejor manera posible, preparamos concienzudamente el día de nuestro segundo encuentro. Encuentro que me vendría a demostrar que el placer que alcanzaba con Mariano era bien distinto al que había sentido antes nunca con nadie. Y si tuviéramos que ponerle alguna etiqueta, no me sentía homosexual, no me sentía bisexual… Lo único que mi cuerpo ansiaba era ser tocado y poder tocar a mi amigo de toda la vida, como si fuera una prolongación de mi propio ser.

El día tan ansiado llegó: Elena estaba fuera con las niñas en un cumpleaños del hijo de una prima suya y Mariano rompió todos sus planes de aquella tarde.
Después de mucho tiempo, volveríamos a compartir placer de manera desmedida. Recuerdo que era tanto mi empeño porque todo saliera de manera inmejorable, que incluso me masturbé aquella mañana, para que llegado el momento tardará más en correrme.
En el camino hacia su casa, mi corazón transitaba como si estuviera a lomos de una montaña rusa. Una estresante sensación recorría todo mi ser. Todo tenía que ser perfecto, después de tanto tiempo aguardando no me podía permitir el lujo de estropearlo.
En mi favor tengo que decir que el Mariano que me encontré no estaba más tranquilo que yo. ¿Tanto ansiábamos aquel momento? Durante unos segundos, la inocencia de la adolescencia nos embargó. Si hubiera sido más valiente lo hubiera besado, pero un escueto “hola” fue nuestro único saludo… Menos mal que mi amigo, para romper el hielo, me metió mano a la polla… ¡Ufff! ¡Qué bueno fue sentir sus dedos alrededor de mi verga!
Entramos en su cuarto, él se agachó ante mí y le dedicó una estupenda mamada a mi nabo. ¡Cómo había echado de menos aquello! Con un mimo desmedido, sus labios paseaban alrededor de mi polla, la cual estaba tan hinchada que pareciera que iba a explotar… Nunca nadie me la había chupado así… Era como si supiera donde tocarme para proporcionarme más placer. Era tanto el esmero que ponía que a pesar de la paja que me hice por la mañana, las ganas de correrme me invadían… Hoy, con la perspectiva que da el tiempo, se me antoja bastante brusco lo que hice, pero era apartar su polla de mi boca o el momento tan largamente esperado se convertiría en un instante breve e inconsistente. Y lo que más ansiaba, era que él disfrutara como lo hacía yo.

Observé el rostro de Mariano, por la comisura de sus labios surcaba un pequeño río de saliva y en sus ojos brillaba un gesto de disgusto. Lo que dije a continuación fue algo tan sincero, como impulsivo:
-¡No, no quiero que hoy sea así!
Al decir esto, dejaba implícito mi mayor deseo: penetrar a Mariano. Aquel acto me daba un doble morbo: por un lado sería la primera vez que practicaría el sexo anal y por otro compensaría a mi amigo por todo el placer que me daba.
Nunca olvidaré todo lo que sucedió después: Mariano, con una boca muy pequeña, me argumentaba que aquello no entraba, que era imposible. Se obcecó tanto con las dimensiones de mi aparato que terminamos midiéndolo: 23 centímetros de largo y casi siete centímetros de ancho.
Es peculiar cómo nadie está contento con lo que le da la Madre Naturaleza. Todo el mundo, en su afán de medir la virilidad por el tamaño de sus genitales, le gustaría tener un enorme pollón. Yo, a quien la naturaleza ha dotado con uno, desearía tenerla más normalita. Más de una vez, como era en aquel caso, un centímetro de más era un problema a tener muy en cuenta.
Aunque mi cuerpo ardía en deseos por sentir aquella nueva sensación, lo último que deseaba en el mundo era hacer daño a mi estimado Mariano.
A regañadientes, accedió a intentarlo. Como consecuencia de ello, la sangre comenzó a fluir por mi cipote de manera desmedida, la vena central se puso tan hinchada, que mi polla cimbreaba como si tuviera vida propia. Pero todavía me quedaba algo por descubrir… Algo que me gustó más de lo que esperaba: la desnudez de mi amigo.

Ver cómo mi ocasional amante se desprendía de la ropa y se quedaba desnudo ante mí, tuvo en mí una reacción inesperada. Nunca antes me había fijado en él, sabía que se cuidaba, que tenía un buen físico pero poco más. Tras su camiseta comprobé que escondía un torso bien formado, unos hombros a los que la ropa no le hacía ningún favor y unos brazos que, sin ser excesivamente musculados, se me antojaban hermosos. Pero lo que más me excitó fue su culo: dos balones de carne con sus hoyuelos a los lados, culminando sobre dos espectaculares y bien formadas piernas. No sé si me gustó por lo bien formado que estaba, o por lo poco que se parecía al culo de una tía; el caso es que en mi mente sólo había lugar para un pensamiento: explorar con mi polla el interior de aquel sensual orificio.
Me armé con toda la desvergüenza de la que soy capaz, y le metí un señor “magreo” en el trasero. Desaprovechando con mi timidez “otro momento beso”.
Unos instantes después, con un condón envolviendo mi polla y con su culo excelentemente lubricado, intentamos lo que parecía un imposible. Aquel agujero parecía bastante estrecho para poder albergar un aparato tan ancho como el mío. Podía haber forzado la máquina y empujar, pero temía hacerle daño y estropear el invento. Cambiamos varias veces de postura, pero uno tras otro, los fallidos intentos lo único que consiguieron fue que mi polla perdiera rigor.
Parecía que lo que se me había antojado como una victoriosa tarde sexual, se quedaría en un premio de consolación: una mamada. Que no es que estuviera mal, pero no alcanzaba ni de lejos mis expectativas.
Si algo he aprendido de mi relación con Mariano ha sido que todo vale en ella y que el fin justifica los medios. Yo, a mi amigo, siempre lo he visto enemigo de drogas y demás, creo que lo más que hizo fue fumar una temporada… Por eso cuando le vi hacer uso de aquel frasquito, su actitud me sorprendió de manera colosal. Yo en mi ignorancia, desconocía siquiera de la existencia del dichoso artificio, pero fue dar una esnifada de él y el ano de mi amigo se abrió ante el empuje de mi polla. Fue entrar en el interior de su cuerpo y una indescriptible sensación me empezó a dominar.

Ni aún hoy soy capaz de describir el cumulo de emociones que asaltaron mi persona. Intenté asimilar el placer que recorría mi cuerpo con el de penetrar un chocho, pero difería en más de lo que se asemejaba. Aquel estrecho orificio comprimía mi churra de un modo que hacía vibrar a mí ser por completo.
Aún hoy recuerdo cada instante de aquella salvaje cabalgada como si fuera ayer. Los gestos de Mariano pasaban del dolor al placer con una absoluta facilidad. No sé si era la pasión que poníamos a nuestros actos o la extrema confianza que había entre los dos. El caso es que nunca antes me había sentido tan unido a nadie. En aquel momento el resto del mundo había desaparecido, sólo existíamos él y yo.
Sentir cómo mi verga entraba hasta el fondo de sus entrañas me tenía súper acelerado, pero como no quería correrme todavía le pedí cambiar de postura.
Adopto la posición del perrito, cumpliendo con ello una de las fantasías que desde Navidad habían crecido en mi mente. Esta vez fui yo el que gobernaba el timón, introduje primero el glande sin ninguna dificultad. Tras unos golpes de cadera mi cipote entró en el ya dilatado agujero en toda su extensión. Con los huevos sirviendo de tope, inicie un salvaje mete y saca. No sabría decir qué era más excitante, si ver cómo salía y entraba mi pene o sentir como las paredes del caliente esfínter comprimían mi erecto miembro.
Dicen que el sexo no es sólo un acto físico, sino que el subconsciente interviene mucho en él. Por mi mente pasaban cincuenta mil imágenes placenteras, unas más coherentes, otras menos… Pero en todas ellas, mi amigo era el centro. Me agarré a su cintura fuertemente, en un absurdo afán de introducirme aún más en él. Bombee mis caderas con toda la potencia que mis fuerzas me dejaban…. Tras unos intensos segundos, mi cuerpo soltó toda la furia que tenía dentro, un quejido salió de mi garganta a la vez que la leche fluía a través de mi uretra.
Siempre que me corro, el mundo parece detenerse durante una porción de tiempo, pero aquella vez la sensación de culpa invadió mi ser a la misma vez que la abandonaron las últimas gotas de esperma. Un salvaje puño se aferró a mi pecho no dejándome respirar. Pero recordé la primera vez en el descampado y la forma tan ruin que me porté con Mariano. Abandoné por un momento los pensamientos negativos y me volqué en él (Ya tendría tiempo después de hacerme todas las pajas mentales que quisiera).

-¡Oye! ¡¿Tú no te has corrido?! Ya te pasó la otra vez.
-Sí, pero no te preocupes. Ahora me corro. Aunque me hubiera gustado hacerlo con tu polla dentro- era la primera vez que veía a Mariano actuar con tanto desparpajo. ¿Sería ese su verdadero ser?
Un pecaminoso pensamiento arrolló mi raciocinio, sin meditar siquiera lo que me disponía a hacer le dije:
-Pues lo siento… ¡No te muevas! No va a ser lo mismo, pero creo que te va a gustar.
Al impregnar mis dedos con el lubricante percibí una sensación de desconcierto en el rostro de mi amigo. Supuse por que no imaginaba aquella reacción en mí. Metí dos dedos en su agujero, con una facilidad asombrosa… Sin recapacitar, introduje un tercer dedo….
No sería lo mismo que tenerme dentro pero lo hice disfrutar de lo lindo. Poco después su rostro se contraía en extrañas muecas, antesalas del orgasmo…. Ver cómo se derramaba el espeso líquido sobre su vientre, me agradó más de lo que me hubiera gustado admitir.
Cuando lo oí decir el mucho placer que le había dado, una explosión de alegría hizo vibrar mi corazón… Para mí, el que él disfrutara tanto como yo con lo nuestro era como una especie de asignatura pendiente que acababa de aprobar.

Desde la noche de la fiesta, una batalla entre el deseo y la “normalidad” se había entablado en mi interior… Y aunque todavía quedaba mucha guerra por sufrir… Hoy sólo puedo pensar una cosa: Nunca olvidaré aquella tarde de dieciocho de febrero, pues valió la pena vivirla.
Tras el primer polvo completo algo comenzó a cambiar en mí. Me sentía tan culpable como miserable por mis actos, y lo peor era que en mi fuero interno estaba deseando que se repitiera de nuevo.
Si tras la mamada en el escampado en el mes de octubre, el sentimiento de culpa no me abandonaba del todo. Después de penetrar por primera vez a Mariano, la seguridad sobre mi hombría comenzó a tambalearse.
Nuestra amistad comenzó de nuevo a transitar por un sendero extraño.
Por un lado, mi amigo intentaba de manera solapada coincidir menos conmigo. Las contadas ocasiones eran cuando nos reuníamos toda la troupe y en plan familiar y tal.
Por otra parte yo, como se suele decir vulgarmente, estaba matado a pajas con el recuerdo de aquella tarde de febrero en su casa.
Si a eso le sumamos que la escasa pasión que mi mujer ponía al acto sexual me hacía sentir como si practicara la necrofilia. Y es que lo de mi mujer no tiene nombre. Durante el noviazgo me tenía las habas contadas por aquello de su fe y la moral. Desde que nos casamos, nunca me decía un no rotundo pero si yo no la buscaba mejor para ella. Con ella el Kama Sutra empieza y acaba en la postura del misionero. Es tan poca la pasión que pone en la cama, que a veces me sienta mejor una buena paja pues estas se te olvidan, los malos polvos no.

Con este panorama sexual en casa, el hecho de que terminará acudiendo al sexo de pago en más de una ocasión era una consecuencia de lo más previsible. Aunque no sabía muy bien si era para desahogarme o para no volver a repetir el sexo con Mariano, pues cada vez tenía más claro que penetrarlo y sentir sus labios alrededor de mi polla era una tentación que mi prudencia le negaba a mi cuerpo.
Recuerdo aquel mes de Marzo como de los peores de mi vida. Yo que siempre había presumido de tener las cosas cristalinas y de no arrugarme ante nada, el tener a la persona deseada tan cerca y tan lejos a la vez, me estaba haciendo mucho más daño del que yo me atreviera a imaginar.
Aquella semana santa fue bastante triste, llovía y llovía sin parar. Pero la peor de las tormentas estaba a punto de descargar sobre mí, cambiando mi percepción del sexo entre hombres por siempre jamás.
Era lunes santo y a pesar de que las hermandades no habían hecho su procesión de penitencia, las ganas de compartir aquella tarde con los colegas no se habían ido aunque se limitasen al espacio de las cuatro paredes de un bar. A pesar de estar rodeado por la mayoría de mis mejores amigos, no podía evitar echar una presencia en falta: Mariano.
Intentaba ser cordial con la gente, implicarme en las conversaciones en todo momento pero mi subconsciente me gastaba una mala pasada y como muchas veces en los últimos meses, terminaba sintiendo su ausencia como si me faltara un pedazo.
Al sonar el teléfono y ver que era él quien llamaba, una agradable sensación de nerviosismo me recorrió. Un maremagno de posibilidades se amontonó en mi pensamiento pues por lo que sabía estaba sólo en casa.
—¿Tú dónde estás? —Disimular sus sentimientos no es una de las cualidades de mi amigo y aunque intentaba ocultarlo, su voz estaba cargada de tristeza.
—Yo aquí en el bar de la avenida ¿Por?
—¿Puedes venir a mi casa? —Me rogó casi.
Sin pensármelo siquiera, le dije que sí. Deje dinero de sobra para pagar lo que me había tomado, me excusé diciendo que mi señora estaba un poquito enfadada por todo el tiempo que llevaba en la calle y evitando ser cogido en mi embuste, me fui a casa de Mariano dando un pequeño rodeo.

Continuará en: La vida secreta de Mariano.
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