El dictador está triste. ¿Qué tendrá el dictador?
Los gritos ya no escapan de su boca de pájaro,
Que ha perdido la ira, que ha encontrado la frustración
El dictador está triste en su féretro de oro
Esta mudo el gentío que gritaba su nombre
y en un camposanto olvidado ve pasar el reloj.

Las causas de las guerras son siempre complejas, pero si se dan entre ciudadanos de un mismo país por no compartir unos ideales, terminan siéndolo aún más. Donde un principio había disparidad de opiniones, terminan surgiendo los odios, las envidias y las viejas rencillas que el paso de los días no pudieron cerrar.
El hambre, la miseria y el descontento social son el calvo de cultivo idóneo para que los fanatismos arraiguen en los corazones. Una locura de la que siempre hay un cobarde dispuesto a aprovecharse, blandiendo la bandera de la patria, adueñándose de la palabra de Dios como propia y agitando la plebe con discursos beligerantes.
La cantinela siempre es la misma: si no existe un grupo minoritario al que culpar de todas sus desgracias, atacar a quien ostenta el poder democráticamente. Unas veces menospreciando su gestión torticeramente, otras sembrando la duda sobre la legitimidad de los comicios en los que fueron elegidos.
Las casualidades convierten a estos inútiles demagogos en los héroes que las masas creen precisar para alcanzar una vida mejor, aunque para ello tengan que pisar al vecino. Alguien en cuyas palabras creer ciegamente cuando la fe en todo lo que conocen les falla. Un charlatán que escudándose en la patria, en la fe o en la lucha del proletariado, hace mecer los corazones al son de sus palabras. Valores que para el falso ídolo no significan nada, aparte de un subterfugio rápido para llegar al poder.
Si su lengua de serpiente no consigue convencer al número suficiente de adeptos para que la voluntad popular les dé el poder, ellos lo toman al ritmo violento de los fusiles. Sin embargo, en el caso de nuestro dictador, el enemigo no se rindió y los campos tuvieron que arder durante mucho tiempo, para que él pudiera ocupar un trono que no le correspondía de manera legítima.
Usan la palabra libertad como slogan, como si todo el que no pensara como ello fuera a robarles tan preciado bien. En la mayoría de los casos, ese libre albedrío es una gran mentira y en el caso de España se escenificaban en tres palabras: “Una grande libre”
Nunca España fue una. Ni en los tiempos que el ejército acampaba victorioso por todo el territorio nacional, el miedo consiguió acallar por completo los nacionalismos independientes. Para cerrar las bocas rebeldes favoreció económicamente a sus territorios, permitiendo una mayor concentración de la industria en aquellos lugares donde tenían menos apego a su divina persona.
Nunca España fue más grande durante su mandato que lo fuera durante la república. Economicamente la autarquía a la que se vio abocado por sus amistades con el Pacto de Acero, trajo poca prosperidad a sus ciudadanos y bastante hambre. Culturalmente la España de velos y rezos retrocedió de manera galopante. Los niños dejaron de ir a la escuela, las mujeres se convirtieron en personas supeditadas a la voluntad de los hombres de su familia y el saber pasó de ser un bien de primera necesidad al privilegio de unos pocos.
Nunca España fue libre. Pues contradecir la ideología del gobierno autocrático era conseguir una reserva en una prisión, donde no se respetaban los derechos humanos. Un lugar donde sádicos con uniforme veían legitimadas su conducta cruel. Con la falsa excusa de servir a Dios y a la Patria, llevaban a cabo las mayores atrocidades. El divertimento de los captores se convertía en la eterna pesadilla de sus víctimas.

Ya no quiere el palacio, ni su rosario de plata,
ni el águila imperial, ni la bandera rojigualda,
ni sus ejércitos desfilando delante de su balcón..
Y están tristes sus seguidores por el traslado del féretro;
Los militares jubilados,
Los obispos de sentidas liturgias.
Las señoras de rezo constante y los caballeros de puticlub diario.

—Hay que luchar por el honor, Dios y la Patria—Repetía sin cesar en las plazas abarrotadas por sus seguidores.
—¿No es pecado asesinar a nuestros hermanos? —Preguntaba una inocente voz desde el populacho.
—Nuestro único padre verdadero es Dios y quien no acata la vida que nuestro Señor Jesucristo ha dispuesto para él, no la merece —Respondió desde su pulpito, a la vez que, para que sirviera de ejemplo, mandaba encerrar al pobre desgraciado que se atrevió a cuestionar fugazmente sus palabras.

La patria se convirtió en un desfile de pavos reales
Prepotentes , los generales repetían cosas banales
Y, vestido de morado, sermoneaba el obispo
El dictador ufano, el dictador inhumano
El dictador alcanzando el triunfo y la gloria
Cabalgando por un campo sembrado de enemigos derrotados.

En la guerra los dos bandos sacaron a relucir sus más bajos instintos, hermano contra hermano, vecino contra vecino… Todo valía en un conflicto sanguinario que acabó con la victoria de los sublevados. Una guerra que aunque su “Cómo” fue un “Por Qué”, para los que la dirigieron terminó siendo un “Por Cuánto”. Las riquezas de los derrotados fueron a parar a las arcas de su Victorioso líder y las migajas que le sobraron, divididas entre los desdichados ilusos que arriesgaron su vida para que la rebelión tuviera éxito.
Mientras el pueblo, en cuyo beneficio decían haberse sublevado, pasaba hambre, ellos nadaban en una opulencia que rozaba lo emético. Individuos sin cultura, proveniente, en la mayoría de los casos, de clases trabajadoras y poco pudientes, se vieron con el destino de la Patria entre sus manos.
Sin los conocimientos necesarios para construir un proyecto de país y con la comunidad internacional que se curaba sus heridas de la Gran Guerra, dándole la espalda no tuvieron más remedio que construir un Estado Autárquico que no era ni de lejos la solución a los problemas de la dolorida España.
El jinete rojo del apocalipsis había dejado una patria diezmada y no tuvo más remedio que encaminar todos sus esfuerzos a que su reino no se convirtiera en un enorme cementerio que no mereciera la pena gobernar.
Sin un plan Marshall que les ayudara a vencer los estragos de la guerra y con una mala gestión por parte de sus políticos, en la mayoría militares, la escasez y la carestía se fueron prolongando en el tiempo. Muchos alimentos fueron sustituidos por sucedáneos y el racionamiento convirtió el hambre en una rutina difícil de soportar.
El altísimo grado de corrupción entre sus mandos y la especulación con los bienes de primera necesidad, fueron el caldo de cultivo para el mercado negro. La burocratización, la miseria y la carestía del abastecimiento convirtieron el estraperlo en una necesidad para las inmensas de las familias españolas.

¿Piensa acaso en la prosperidad de Francia, de Japón,
o en cómo el maldito comunismo apaga el hambre en China?
¿O en la libertad de culto de Canadá,
o en el estado del bienestar de Reino Unido,
o en la prohibición de los símbolos nazis en la Alemania Federal?

Con todas las naciones tildándolo de tirano, buscó el apoyo de los representantes de Dios en la tierra. Su gran afinidad con la cruzada contra el creciente ateísmo que los amenazaba y su disposición a imponer la palabra de Dios entre sus súbditos, le hizo contar con su favor.
No reprobaron su ilegitimo mandato, ni las consecuencias de sus actos. Quizás porque pensaban que no era pecado cuando se incumplían los mandamientos en nombre de Dios. O puede que creyeran que estaban inmersos en una especie de Guerra Santa y que los actos del tirano no afectarían a sus feligreses, solo serían castigados aquellos que se habían apartado del camino de su Señor.
¿Cuántos templos construyó para saldar sus culpas con su Creador? ¿Cuántas sotanas bordó de oro para ganar el favor de sus representantes en la tierra? Las que hicieran falta para que el incumplimiento del Quinto Mandamiento fuera borrado de su biografía, para que los cráneos pisoteados, los niños dejados sin padres desaparecieran de la Memoria Colectiva. Con la esperanza de que sus muchos delitos llegaran a ser olvidados, como los muertos con los que sembró los campos de su patria, con el paso del tiempo.
Si algo tiene la fe, es que es capaz de reescribir la historia de manera interesada. Para los creyentes, dejó de ser un asesino de masas y se convirtió un victorioso redentor que se encargaría de repartir la palabra del Salvador entre el pueblo. Un gran hombre que salvaría a los fieles a Dios y la bandera de la furia de los otros. ¿Quiénes eran los otros? Todos los que no seguían a pies juntillas su catecismo ideológico.
O estabas con él o estabas en su contra. Algunos abdicaron de sus creencias completamente convencidos de que, hasta aquel momento, habían tomado la decisión errónea, otros lo hicieron simplemente porque querían ver amanecer un nuevo día.
Todo en la patria giraba alrededor de su persona y, mientras el pueblo pasaba necesidades, el icono de su figura se alzaba como el redentor de los males de una sociedad en declive.
Una sociedad adoctrinada que se alejaba cada vez más del humanismo racional y abrazaba la fe con ciego fervor. La ciencia no había sido dejada de lado, pero los avances científicos eran supervisados muy de cerca por la Iglesia, al igual que controlaba muy de cerca todos los estamentos. Una Iglesia que convertía su opinión en la palabra de Dios y cerraba cualquier posibilidad de debate.

Ay! El pobre tirano de la voz de pájaro
quiere ser canonizado, quiere ser monarca,
tener el amor de su pueblo, contar con el favor de Dios,
que los libros de Historia hablen de sus grandes logros
que se recuerden sus grandes hazañas
y la pleitesía a su persona nunca tenga final.

Se lo comparó con las mayores figuras históricas y los reyes medievales que consiguieron hacer de una pequeña nación un imperio, se convirtieron en su referente, el lugar que la historia le tenía preparado.
Sin embargo, fue como las fantasías de un adolescente que canta delante de un espejo como si lo hiciera ante un público imaginario. No se reconoció su talento, ni hubo aplausos tras el final de su actuación. Simplemente la esperanza de que, por arte de magia, su sueño algún día se pudiera hacer realidad.
Desde el Estado se esforzaban por hacer creer al populacho que las gestas de aquella época se habían quedado incrustadas en el ADN de España. Una nación que había sido víctima de tantas invasiones bélicas y culturales, que le costaba encontrar una señas de identidad que satisficiera por igual a la pluralidad de todos sus habitantes.
Instaló su cuartel general en el Palacio del Pardo y convirtió la capital del País en un espejo donde mirarse los habitantes de las distintas regiones. Intentó compilar las distintas formas de ser Español en el modo de vivir de los madrileños.
Como si se tratara de la Roma Clásica, le dio el sobrenombre del foro, en ella se discutían los asuntos de nivel económico, político e histórico que afectaban al funcionamiento del país. En poco tiempo los habitantes de la capital, creyéndose la propaganda del dictador, se sintieron tocados por la mano de Dios. Daba igual que desde otros lugares los llamaran despectivamente gatos o ballenatos, les habían dicho que eran mejor que el resto y aprovechaban cualquier ocasión para presumir de ello.
Fue tanta las grandezas que se contaron sobre la ciudad, que propiciaron un éxodo rural a Madrid pues habían conseguido que consideraran trasladarse allí como solución a todas sus penurias. Muchos pasaron de vivir de una modesta casita en su pueblo con un montón de sus familiares, a una chabola en la periferia. «¡De Madrid al cielo!», decían.

¡Pobrecito el dictador con un único huevo!
Está preso de su fe, está preso de sus rancios principios
en la jaula de mármol del palacio real,
el palacio soberbio que vigilan sus escoltas,
que custodian cien moriscos de uniformes ajustados.
Un sacristán que no duerme
y un negro colosal.

No obstante, el dechado de virtudes que de cara a la galería era su líder, tenía sus esqueletos guardados en el armario. Un lado oscuro que debía ocultar a sus semejantes, pues no tenía el valor de reconocerlo ante el espejo.
En una época donde, por culpa de una fe anclada en el pasado y a de la que era fervoroso seguidor, los homosexuales eran considerados seres perversos, tratados como apestados y, en algunos casos, enviados a prisión.
Él mantenía una lucha interior entre lo que le dictaba su conciencia y lo que le demandaba su cuerpo. Desde muy joven se había visto atraído por los cuerpos masculinos y, a pesar de su férrea convicciones religiosas, había sucumbido en más de una ocasión a lo que él consideraba una perniciosa pasión.
Un secreto que intentó ocultar a su Dios cumpliendo con el Sacramento del Matrimonio. La elegida para ello Carmencita, una chica de una adinerada familia católica que había crecido entre crucifijos, terciopelos polvorientos, liturgias en latín y la penumbra de velas a medio encender.
Un ser forjado y educado para ser una señora en todo momento. Alguien que consideraba las obligaciones conyugales con su esposo un calvario, un sacrificio que debía cumplir con el único fin de traer nuevos cristianos al mundo.
Una descendencia que, por más horas que dedicara a los rezos o muchas velas a la Virgen que encendieran, nunca les fue concedida por la gracia de Dios.

Oh quién fuera espartano para arriesgar la vida por su compañero!
El dictador está triste. El dictador está mustio…
¡Oh visión adorada de torsos, nalgas y pelvis!
¡Quién pudiera gozar de ello donde la libertad existe
El dictador está mustio, el dictador está triste.
Más nostálgico que la vejez, más caliente que Agosto.

Quiso la mala fortuna que un día su mujer regresará de Misa mucho antes de tiempo a las dependencias de la comandancia y lo encontrara conociendo carnalmente a tres soldados marroquíes.
—¿Qué sucede? —Preguntó ella con su voz bronca.
—Nada, señora de mi casa, estos reclutas que necesitaban ayuda con unas maniobras —Respondió él, con un tono tan estridente como agudo.
—¿Maniobras? Si tenías el “arma del pecado” de uno de esos moro en la boca, mientras agarrabas las de los otros dos. ¡Eso es una perversión! He jurado ante Dios amarte y respetarte hasta que el Señor venga a buscarme, por lo que deberás curarte de esa enfermedad malsana que padeces. Una dolencia que no te sanara ningún médico, sino en las Santas Escrituras.
Ella, devota de la cruz vaticana como era, no lo culpó por aquello y quiso creer que, quien le obligaba a sucumbir a la lujuria era Satán que latía impúdicamente en su interior. Una bestia ante la cual lo debía exorcizar.
Fiel a sus votos matrimoniales, no podía hacerlo responsable a él de lo que descubrió. Él era el elegido de Dios para llevar a la patria a la Gloria. Su única salida era culpar a los rojos infieles que le habían lanzado algún conjuro demoniaco
Aunque lo perdonó, su mujer le puso la gran penitencia de, tras ajusticiar a los tres magrebís que tanto placer le habían proporcionado, rezar el rosario cada noche con las perlas de uno de sus collares. Así Belcebú no le provocaría más deseos impuros y se mantendría lejos de él por siempre jamás.
—La Encarnación del Hijo de Dios.
—Pater noster, qui es in caelis: sanctificetur Nomen Tuum; adveniat Regnum Tuum; fiat voluntas Tua…
Cada noche que duró su matrimonio, una liturgia acompañaba al matrimonio cuando se iba a la cama, una liturgia casi eterna que los dispensaba de cumplir sus deberes conyugales. Algo a lo que ninguno de los dos les veía mucha utilidad, pues Dios parecía haberle negado descendencia.

Ay! El pobre tirano de la voz de pájaro
quiere ser canonizado, quiere ser monarca,
tener el amor de su pueblo, contar con el favor de Dios,
que los libros de Historia hablen de sus grandes logros
que se recuerden sus grandes hazañas
y la pleitesía a su persona nunca tenga final.

Paradójicamente, el hombre más poderoso del falso nuevo imperio no podía prolongar su legado con alguien de su sangre. Aunque la prematura muerte de un hermano, le permitió tener alguien que lo pudiera llamar padre, no se trataba del varón que él deseaba.
Sin embargo, por más títulos y honores que llegó a ostentar, no consiguió transformar todo el miedo en respeto. Por muchas cadenas y por muchas balas en la cabeza que repartiera entre sus contrarios…No era capaz de matar el hambre de Justicia que albergaba en el pecho de muchos. Españoles a los que, el dolor por la pérdida sus seres queridos vilmente asesinados, les impedía dormir sin pesadillas. Sus voces podía callarlas con un disparo, sus pensamientos no.
Aunque se creía una deidad, alguien tocado por la mano de Dios, no podía estar más equivocado y la naturaleza vino a rendirles cuentas. Envejeció, se volvió más débil, pero no más humano. Ni el ver cerca a la parca le hizo tener empatía con sus semejantes y solo se preocupaba por que su “obra” no desapareciera. Como su misoginia le impedía dejar el trono a una princesa, obsesionado con dejarlo todo atado y bien atado, buscó un heredero macho para su reino. Uno que siguiera sembrando los campos con las semillas emponzoñadas que él había cultivado.
El nieto de aquel a quien sus enemigos mandaron al exilio, parecía el candidato perfecto para mantener su legado. Pues al igual que él, se mostraba honorable en público y se dejaba consumir por sus vicios en la intimidad. Aunque, a diferencia de él, su joven pupilo no gustaba de desnudar soldados, sino de pasarse los días y las noches en el Burdel King, buscando unos abrazos mercenarios que le supieran dar un sucedáneo del cariño del cual siempre había estado tan necesitado.

¡Calla, calla, dictador gritó la justicia
Un guerrero con alas te llevara con tu Señor
en el cinto el nudo gordiano
y en la mano el yugo con las flechas
el feliz caballero que te adora sin verte,
y que llega de lejos, para vencer a la Muerte ,
para llevarte al palacio de tu tumba
para descansas hasta el fin de los tiempos.

El día de su muerte la Patria pareció sucumbir, como si los cimientos de este se apoyaran en su Victorioso Líder. No obstante, estaba tan obsesionado con que los “Otros” no heredaran la nación que doblegó, que hizo todo lo posible para que los engranajes de su pequeño y falso imperio siguieran funcionando sin problema alguno, cuando él fuera a “reunirse con su Señor”.
Su cadáver fue enterrado con honores en la Pirámide que sus enemigos vencidos se vieron obligados a construir para él. Un monumento que se convirtió en lugar de peregrinaje para unos fieles. Fanáticos egoístas a quienes el bosque no les dejaba ver los esplendorosos árboles. Una arboleda que encerraba la infinidad de crímenes de su adorado ídolo caído.
Pero el reloj del tiempo, se encarga de ordenar las cosas de la mejor manera y la justicia ha determinado que un criminal no merece ser venerado, ni merece descansar en un lugar privilegiado al lado de sus víctimas. No hay lugar para el culto a los tiranos en una nación donde las mentes se expresan con libertad, donde las ideas no tienen dueños y donde las heridas han de sanar, no enquistarse con el olvido.
Sin embargo es tanta la fuerza que sigue teniendo la Una Grande y Libre que coreaban sus seguidores que la ciudadanía se ha dividido en tres bandos. Los primeros no quieren que se profanen sus restos, otros consideran que, aunque se hace cuarenta años tardes, es de Justicia y, los más numerosos, los que piensan que las atrocidades que cometió son cosas del pasado.
Si el canario de su voz pudiera hacerse oír, exigiría que pararan el sacrilegio de su persona. No obstante, la prepotencia de su canto serían ahogada por dos palabras de la que él desconocía por completo su significado: Justicia y Libertad.
Aunque hay quienes ladran que sus huesos no deben ser desenterrados. Sus días de Gloria inmerecida se acaban. La historia no se puede reescribir y la verdad siempre es única. Quien intenta ahogar la libertad de pensamiento es un Dictador, por muy buenas intenciones que diga tener.

El dictador está triste. ¿Qué tendrá el dictador?
Interesantísimo, actual, real… Es triste pero hace unos días hubo «discusión» en una comida familiar sobre este tema. Después de tantos años… que pena que a algunos, hasta jóvenes, defiendan ideas que no tienen sentido. Un saludo Machirelatos!
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Gracias, me alegro que os haya gustado. Ha sido un relato “Impulso” en toda regla.
En cuanto a lo que decís, hay mucha ignorancia la gente confunde ciertos valores (religiosos, patrióticos, cívicos) con el totalitarismo franquista. Los que seguían las pautas marcadas por él (el nacional catolicismo, un nacionalismo enfermizo etc), eran los que tenían “libertad” de pensamiento, los otros nos.
Como digo en el relato medio en broma, medio en serio, una persona de la que se sospechaba era homosexual (Queipo de Llano lo llamaba Paquita la Culona) era intransigente con estas personas (existía una ley de vagos y maleantes que se les aplicaba a los que no eran discretos o como en los casos de Miguel de Molina tenían que huir de España),
Los dictadores nunca han traído nada bueno a la ciudadanía y los que únicamente lo defienden es por desconocimiento o porque tenían ciertos privilegios que no les correspondían.
En fin, esperemos que después del Show del “Brazo Gitano”, los medios no sigan blanqueando por mucho más tiempo alguien que debería mencionarse solo para saber lo que no es bueno para España.
Un besote bien fuerte y perdonar si me he enrollado mucho, pero es un tema que me toca la fibra sensible.
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