El jardín prohibido

Enrique, Berto, Mariano y mucho sexo por el…

Episodio cinco

Mi cuerpo fue gozo

Durante un minuto

Mi mente lloraba tu ausencia

No lo volveré hacer más No lo volveré hacer

Abril  2002

Mariano

Nos envolvía un silencio ensordecedor, una calma tensa que solo se rompía por el sonido de nuestras respiraciones. Ambos sabíamos que debíamos hablar de lo ocurrido, sin embargo ninguno tenía los suficientes redaños para dar un paso hacia delante y romper el hielo.

Tras permitir que el torso de su mano me acariciara tiernamente  la mejilla y la nuca, me convertí en una pieza de arcilla a moldear por él. El fue consciente de ello al instante y  dejó resbalar la yema de sus dedos por mis brazos hasta llegar a mis muñecas. Cuando apretó fuertemente mis manos entre las suyas, en un intento de aliviar mi tristeza, clavé mis ojos en los suyos y creí ver  un arrepentimiento sincero en su mirada.

Lo cierto y verdad es que no me había dado ningún  motivo para desconfiar de él, aunque había sacado los pies del plato con aquello de intentar tener un trio con Rafi, me dio pruebas suficientes para que tuviera la certeza  de que yo le interesaba por encima de cualquier fantasía sexual que reinara en su cabeza. Su forma de mostrarse no  me dejaba dudas ninguna de que estaba tan enamorado de mí como yo de él.

Aunque la noche, desde la incorporación de aquel amigo de su pasado, había estado muy lejos de estar perfecta, su sola presencia hacía que mi corazón latiera acelerado y la pasión surgiera a la más mínima ocasión. No sé por qué, pero cedí a sus deseos y le practiqué el sexo oral con aquel chaval sentado frente a nosotros. Un momento tan morboso que me pareció una forma de afianzar nuestra relación ante aquel chico.

Sin embargo, se quebró en el instante que   vi a Rafi acercándose con la intención de que compartiéramos su polla, me entró un pequeño ataque de ansiedad, me quedé repitiendo: «¡No, no, no», como si estuviera en una especie de bucle y, Enrique sin pensárselo ni un segundo, le pidió al chaval que por favor se marchara.

—Perdona, mi niño, quise probar algo nuevo para salir de la rutina y es obvio que no hay sido una buena idea —Me dijo sin dejar de acariciar delicadamente el torso de mis manos.

—Me lo tenías que haber consultado —En mi voz no había ni el más mínimo reproche, el tremendo enfado tal como había venido se fue. Quería tanto aquel hombre, que me veía incapaz de juzgarlo aunque solo fuera un segundo.  ¡Cuán ingenuo puede uno llegar a ser!

—Pretendía que fuera una sorpresa.

—¡Pues menuda sorpresa, macho! —Dije yo cabeceando, dejando claro con mi gesto que se había pasado tres pueblos.  

Enrique se encogió de hombros poniendo cara de circunstancia y me regalo una de sus embaucadoras sonrisas. A continuación,  me cogió de la barbilla  para regalarme un piquito de lo más tierno.

Volví a escudriñar sus verdes ojos, creí ver que el remordimiento estaba muy presente en ellos.  Sin pensarlo, busqué sus labios y le di un beso de lo más apasionado. En el segundo que su lengua se enredó con la mía, cualquier sensación de malestar se borró y el resentimiento hacia lo que había sucedido se marchó del mismo modo que vino.

Era evidente que no podía enfadarme con aquel hombre, estaba tan pillado y bebía tanto los vientos por él que, a cualquier trastada que me hacía  le buscaba la mejor excusa. Sin embargo, que me hubiera pedido perdón y yo hubiera pasado la mano a su “travesura”, no quería decir que se hubiera dado cuenta de lo que realmente me había molestado de todo aquello.

Que no se hubiera percatado que lo que más me había dolido era que no me hubiera tenido en cuenta lo más mínimo mi opinión, que de la manera más circunstancial me hubiera ninguneado, me llegó hondo. En aquel momento tenía tan idealizado a mi ex que fui incapaz de ver que era un manipulador nato y que lo de no hacerme participe de su plan, había sido  más que intencionado y no un desliz emocional.

El único significado que le supe encontrar aquello es que todavía tenido tiempo para conocerme  a fondo, apenas llevábamos saliendo unos seis meses y, por las circunstancias de clandestinidad que rodeaban a nuestra relación, en ocasiones contadas quedábamos un día entre semana.

 Lo peor era que, el Calimero que reinaba en mi interior se contentaba con que aquello fuera así. Me daba miedo que descubriera mi verdadero carácter, tan lejos de la persona que él se merecía, pues tenía la certeza de, que cuando saliera a la luz mi verdadero yo, Enrique quedaría sumamente defraudado y daría por terminada nuestra relación.  

Aquella falta de auto estima, de no saber valorarme fue gran protagonista de la relación tóxica que viví con Enrique. Si yo, en vez de preocuparme a cada segundo porque podía hacer para retenerlo a mi lado, me hubiera ocupado de mi propia felicidad. De pensar más en nuestra independencia como personas, en lugar de en nuestra perduración como pareja, el desenlace hubiera sido menos desastroso. Seguramente no hubiéramos perdurado cinco años juntos, pero tampoco habría acabado tan hecho polvo después de la ruptura.

Si mi corazón hubiera sido un jarrón, habría acabado en la basura, pues no existía pegamento en el mundo que pudiera unir tantos pedacitos rotos.  

Que los demás  ignoraran mi opinión de manera tan drástica, era algo que me irritaba de sobremanera y  no soportaba ni lo más mínimo. Con cualquier otra persona aquello habría sido motivo de bronca, con Enrique simplemente lo dejé pasar. Ideé una excusa absurda que no me creía  ni yo y di el asunto por zanjado.

En mi fuero interno sé que lo tenía que haber hablado, mostrarle cuales eran mis sentimientos al respecto, pero como ni la sangre había llegado al río, ni quería tensar la cuerda que nos unía, guardé el peor de los silencios para que nuestra relación siguiera funcionando. Todo fuera porque siguiéramos juntos en la prosperidad y en la adversidad, en la salud y en la enfermedad por el resto de nuestros días.

Estaba tan satisfecho por cómo se había resuelto todo que no me hubiera importado reiniciar la interrumpida sesión de sexo oral, a decir verdad lo necesitaba, precisaba saber que para sentirse satisfecho únicamente precisaba de mi presencia y no la de alguien ajeno a nosotros.

Sin embargo, mi timidez o el miedo a equivocarme, me  llevó a callarme de nuevo lo que sentía y como él no insistió en ello, supuse que no sería lo apropiado. De nuevo mis tabús educacionales sirvieron de contención a mis instintos más primarios y una lógica absurda ganó la partida.

Permanecí como media hora más o menos en su casa.  Todo ese tiempo estuvo abrazándome, besándome, agarrándome las manos, dándome arrumacos y recordándome lo mucho que me quería. Hacía tiempo que la felicidad no me tocaba tan de cerca como aquella noche.

Hoy en la distancia pienso que, al igual que los maridos infieles, intentan acallar su culpa llevándole un presente a su mujer, a falta de un ramo de flores, una caja de bombones o una joya, el me regaló todas las muestras de cariño que necesitaba. Lo peor, que como las esposas corneadas, me creí que aquello era una prueba veraz del gran amor que me profesaba.

En el momento que me acompañó a la estación de trenes para coger el cercanía para dos Hermanas, me hallaba pletórico por tener la suerte  de estar con alguien como él y, en mi fuero interno, le rezaba a Dios para que nunca me faltara ese cariño del que me estaba convirtiendo en adicto  

Sus ojos me llamaban

Pidiendo mis caricias

Su cuerpo me rogaba

Que le diera vida.

Rafi

Volvió a mirar el reloj  con cierta exasperación, si algo no le sobraba en este mundo era  el tiempo y la paciencia. Sin embargo, siguió esperando y, frunciendo el ceño, tomó otro sorbo del segundo Coca-cola que se había pedido para hacer más amena una espera que, a cada segundo que transcurría, se le hacía más insoportable.

Cuando analiza los acontecimientos que le han llevado a estar en un bar de mala muerte un sábado por la noche, no puede más que sentirse la persona más patética del mundo. Un escombro que ha tocado fondo y  cuyo único leitmotiv pasa por internarse en la noche del ambiente gay sevillano esperando conseguir ligar con un desconocido para quien, en el mejor de los casos, supondrá alguien con quien tener un polvo fácil en otra ocasión.

Hace unos días recibió la llamada de su antiguo follamigo,  la alegría y sorpresa lo embargaron por igual. Estaba tan contento porque se hubiera acordado de él que hasta llegó a considerar que su mala racha había llegado a su fin, por lo que ni siquiera se planteó ponerle el más mínimo reparo al disparatado plan que le propuso.

Enrique siempre le había atraído en cantidades industriales y  su porte de macho empotrador le ponía un montón. Si a eso se le añadía que el sexo  con él era siempre era del que más le gustaba, muy guarro y salvaje, acceder a su petición era lo más previsible.

No obstante, según habían ido avanzando los acontecimientos de la noche, cada vez estaba más arrepentido de haber quedado con aquel estirado, no solo estaba más estropeado físicamente de lo que él hubiera esperado, sino que las pajas mentales que tenía cuando lo conoció y que tanto le tocaba las narices, habían ido en aumento.

En ningún momento, le pareció una buena idea lo de  montarle una encerrona al estrecho de su novio,  pero llevaba  un tiempo de bajón y, dado que no ligaba todo lo que le gustaría,  lo de montarse un trío con el cuarentón y su novio buenorro le pareció el mejor plan para una noche del sábado en la que muy pocos de sus conocidos le cogían el teléfono, y los que le respondían tenían falsos compromisos ineludibles.

Sabía que se había ganado el rechazo de sus colegas a pulso. Demasiadas noches locas, donde el sexo, el alcohol y las drogas sacaban lo peor de él, desembocando en situaciones que sus conocidos preferían evitar. Sin embargo, se había repetido tantas veces el slogan de que no lo podían ver porque ligaba más que ellos que se convirtió en una mentira que se creyó a pies juntillas.

Lo más nefasto era cuando al final de más de un sábado de excesos, se tenía que tragar sus bocados de realidad, chupándole la polla o poniéndole el culo a un tipo que ni, en sus peores momentos, habría imaginado tener sexo con él, por considerar que no estaba a su altura. Pero era eso o nada. Y a un fanático del más es más como él, la nada le parecía la peor de las derrotas.

Tener que haber actuado delante de Mariano, es lo que peor llevaba. Su novio le dijo que intentara no sacar demasiada pluma que le repelían un montón. Tener que esconder su lado femenino y  no poder expresarse con libertad le tocaba un montón los huevos, pero era lo que había si quería volver a sentir el rabo del madurito en su boca y su culo de nuevo.

El plan era quedar con Enrique  en un sitio concurrido  y se harían los encontradizos. Le parecía una gilipollez de tomo y lomo todo aquel montaje, pero la simple idea de tener la polla de dos tíos buenos para él, le sedujo y pensó que, como experiencia, lo de tender una  trampa a un cateto cañón podía molar.

En el momento que el estirado cuarentón le contó que había un plan B, por si la cosa no se terciaba como se esperaba, lo tendría que haber mandado a la mierda sin pensárselo. Sin embargo, llevaba bastante tiempo ya con el jardín seco  y echaba de menos una buena manguera   que lo regara. A pesar de su juventud, pocos eran los tíos que querían pasar un rato con él, como no fuera en un cuarto oscuro o en una zona de cruising, lugares que siempre lo dejaban más caliente de lo que iba y que, una vez se le pasaba los efectos del alcohol y las drogas, le  hacían sentirse un poco sucio. Un enfermo del sexo.

Si a todos aquellos desastres de su vida, se le unía lo mucho que le ponía el cuarentón y que, dado que muy  pocos en el ambiente de Sevilla eran tan buenos  y tan cerdos en la cama como él hacía  un montón de tiempo que no echaba un polvo como los que él lo tenía acostumbrado, no tuvo más remedio que decir que sí.  Se lio la manta la cabeza y  decidió que pasara lo que tuviera que pasar. Al fin y al cabo, no le importaba lo más mínimo el concepto que aquellos dos se pudieran llevar de él. Nunca sería peor que el del que tenían el resto de sus conocidos.

Nada más conocerlo,  el mojigato de Mariano le tocó el coño y un poco también los cojones, ¿no quería darle un beso porque no le parecía apropiado? ¿De qué castillo de la edad media había sacado el puto Enrique aquel estirado?  Mucho musculo, muy mono, pero más antigüito y relamido que el repertorio de la Concha Piquer.

Si hubiera estado menos caliente y hubiera tenido la moral más alta, no se hubiera contenido  y le hubiera soltado  dos frescas para ponerlo en su sitio, ¿quién coño se creía que era para rechazarlo de aquella manera? ¿Victoria Beckam? ¡Dios los cría y ellos se juntan! El pijo cofrade se había buscado un novio hecho a medida, más cursi que la Tamara Falcó disfrazada de Princesa Disney y cantando lo de “Bella y bestia son”.

No obstante,  como para lo único que lo quería era para follar y andaba más caliente que el pico de la  plancha, en cuanto su novio lo llamó al orden en vez de largarse con viento fresco y dejarlo con dos palmos de narices, se calló y las esperó ver venir.  La venganza era un plato que servía frio, ya se lo devolvería a la hora de follar. Le demostraría que Enrique prefería mejor una puta en la cama, que un remilgado.

 De todos modos, por mucho que el culo se le hiciera Pepsi-cola con idea de tener aquellos dos machotes para él,  no  pensaba aguantarle ningún desplante más al pueblerino aquel.

Pareció que tras el inicial encontronazo,  las aguas se calmaron y el plan de montar un trío en casa de Enrique seguía  según lo previsto. Cuanto más se fijaba en el cateto, más morbo le daba, tenía un aire de no haber roto un plato que le entraban unas ganas locas de corromperlo. Su cara dejaba entrever que era de los que decían que ellos nunca, pero al final les gustaba más un cipote que a un tonto un lápiz. Si era la mitad de bueno follando que su novio, iba a tener sexo del bueno y por partida doble. Se relamía pensando lo que iba ser tener dos machos calientes para él solo.

Conforme a lo acordado, cuando estuvieron un rato largo de charla que te charla, pidió ir a tomar una copa a otro sitio. La idea era dar pie a que Enrique ofreciera su casa para ello. Las dotes para el teatro de su follamigo, nunca dejaban de sorprenderle. Mariano, que estaba resultando ser más simple que el mecanismo de un botijo, pareció no darse cuenta de nada sobre lo que allí se cocía  y  no puso ninguna tipo de objeción.

Tuvo la sensación de que todo era un paripé, un papel de tío inocente que interpretaba a la perfección, no podía ser tan iluso como aparentaba. Era la única explicación que le vio a que no se percatara de que el único motivo de ir al piso de su novio era para ponerse hasta las cejas de follar. Eso, o que siguiera creyendo en los gnomos y los unicornios. En fin, no tenía ni puta idea de donde se había buscado el cuarentón a su novio, pero o se estaba quedando a base de bien con todo el mundo, o estaba más verde que una lechuga.

Ya en la vivienda del macho empotrador, este les sirvió una copa y, tal como habían convenido, comenzó a caldear el ambiente de una forma, que de sutil que intentaba ser, era de lo más explícita.

En el momento que la conversación derivo hacia el plano guarro y él aprovechó para contar una de sus batallitas sexuales, no le extraño lo más mínimo que el estrecho de Mariano le terminara comiendo el nabo a su novio delante de sus narices.  Mucho negar con la cabeza, pero, en el momento que se puso cachondo,  era casi tan zorra como él.

Contemplar como aquel musculitos que parecía que no había roto un plato en su puta vida, se tragaba el cipote del cuarentón hasta la base lo puso como una moto. Tanto que se sacó la churra y se tuvo que poner a pajearse, tal como si estuviera viendo una peli porno.

Tal como le advirtió Enrique por teléfono, no se precipitó y permaneció alejado de ellos hasta que le avisara. Una mano pidiéndole que se aproximara, mientras con la otra empujaba la cabeza de Mariano para que se tragara su palpitante tranca hasta el fondo, le sirvió como señal para incorporarse a los juegos de la caliente pareja.

En el momento que acercó sus labios para compartir el nabo de su follamigo,  le pareció que tenía la partida ganada y sus sueños húmedos se iban a convertir en realidad. Con lo que no contaba era con la estrechez de mente del musculitos que se puso a gritar como una colegiala cuando le levantaban la falda.  Todavía le resonaban en los oídos sus gritos  histéricos.

En el momento que Mariano se puso digno y dijo que no era no, era obvio que la única solución que le quedaba era el plan B, así que se marchó y, tal como habían acordado, esperó en un bar cercano a que el cuarentón pudiera largar al cateto de su novio para el pueblo. Tenía un poco de coca, Popper y alguna que otra pastilla que podría hacer que el sexo de aquella noche fuera de los mejores. De los que podrían servir de inspiración para las pajas en las noches de soledad.

Un tío como Enrique no le hacía ascos a nada y, cuanto más puesto estaba, menos perjuicios tenía. Si la cosa se terciaba bien, aquella noche le recordarían con fervor que estaba hecha una puta con todas las de la ley.  Si algo le gustaba más que las drogas y el sexo, eran que lo trataran como la zorrita que era.

Pensar  que sé iba a poner hasta las cejas de todo , no le quitaba el cabreo. Llevaba más de media hora esperando en aquel bar y el móvil no sonaba.  Decidió aguardar diez minutos, si no le llamaba, se marcharía en busca del nabo perdido a otro lugar. Era sábado por la noche y, como decía su abuela, siempre hay un roto para un descocido, por lo que, aunque no fuera el hombre de sus sueños, seguro que encontraba alguien que quisiera cocerle el ojete a golpes de cipote. Siempre  mejor eso que encerrarse en su piso a ver la televisión tapado con una manta.

En el momento que había tomado la determinación de irse para la Alameda a pillar cacho, escucho el poli tono de su teléfono. Comprobó que se trataba de Enrique y respondió.

El placer me ha mirado

A los ojos y cogido por mano

Yo me he dejado

Llevar por mi cuerpo

Y me he comportado

Como un ser humano

Enrique

Estaba súper nervioso. Lo que se disponía hacer, aunque había participado en alguna que otra orgia estando saliendo con él, le parecía una infidelidad en toda regla. No era lo mismo estar con un tío solo que con unos cuantos, en el segundo caso la intimidad se pierde por completo, pero confiaba que Mariano no descubriera nada del embrollo que se traía entre manos.

Lo quería más de lo que le gustaba reconocer y  no soportaría perderlo por un calentón con una zorrita de tres al cuarto como Rafi. Un tío que se lo había tirado la mayoría del personal que deambulaba por la noche sevillana y que, a sus veintitantos años, estaba más manoseado que la baranda de un colegio. Tanto  que estaba considerado carne de segunda mano, un tipo al que follarte cuando las demás   

La sensación de estar traicionando a la persona que quería no se le iba de la cabeza, pero desde que comenzó su relación con él, se sentía como en una cárcel de oro. Una sensación de estar privado de la libertad por la que tanto había luchado, que cada día se le hacía más asfixiante. No había dejado su pueblo y se había venido a vivir a un piso de mala muerte en Sevilla, para que alguien siguiera coartando su forma de ser y expresarse.

Sabía que tener  como pareja a un hombre como Mariano,  tenía un coste. Una persona educada, estudiada y noble no se encontraba todos los días. Alguien que,  llegado el momento, no le importaría lucir delante de sus amistades más selectas. Un caballero en la calle que nunca sería la puta en la cama que a él le gustaría. El complemento idóneo para que su relación fuera perfecta. Quería mucho a Mariano, por lo que, por el bien de la pareja, tenía que meter cantidades industriales de sexo clandestino en su vida. Unas experiencias que no solo le servían para desahogarse, sino que conseguían que no se volviera loco por no poder vivir la vida que a él le gustaría tener.

Se decía a sí mismo que lo había hecho lo mejor que podía, que su intención no era engañarlo. Sin embargo, estaba claro que la mentalidad estrecha de su novio no le permitía darle alas a su sexualidad, pues se había negado en redondo a algo tan poco relevante como un trío.

No era la primera vez que rompía la regla no escrita que había entre ellos de no estar con otra persona. Aunque se vio obligado a participar en sexo grupal con sus amistades adineradas en el periodo  navideño,   nunca lo consideró ponerle los cuernos, sino un estar a la altura de las circunstancias. Un mero donde fueres haz lo que vieres.

Solo recordar los momentos vividos en aquellas orgias  y sintió como el nabo se le llenaba de sangre. Cada vez tenía más claro que, si no quería llegar a tener que pensar que los años se le pasaban sin poder disfrutar de todo lo que la vida le ofrecía, debía follarse el culo de putita de Rafi.

Intentó aferrarse a la idea de que actuando con prudencia,  nada tenía porque trascender fuera de las cuatro paredes de su casa y aquella travesura suya, se limitaría a una canita al aire y poco más. El niñato con el que había quedado, tendría muchas cosas malas, pero sabía guardar un secreto… Eran ya muchas historias sucias las que compartían y nunca se había ido de la lengua. Seguramente porque habían sido tantas las ocasiones que se lo había follado, que el muy mamarracho se habría imaginado que entre ellos dos había  surgido algo.

Aquella fantasía solo existía en la cabeza del chaval. Consciente de que  en aquella falsedad residía todo el poder que tenía sobre él, para no perderlo, nunca la negó  y dejó que Rafi continuara con su devoción ciega hacía él. Sin importarle el daño  emocional que aquello le pudiera ocasionar. Total, un palo más en el lomo de aquel desgraciado, tampoco le iba a hacer demasiada mella.

Buscando una total discreción,  le pidió a su antiguo follamigo que subiera a su piso en vez de recogerlo en el bar.  Así se quitaba del peligro de que JJ  o cualquiera de las amistades de su novio los pillara y sacara conclusiones al respecto. Cuanto menos se supiera, menos se escribiría.

Rafi era completamente opuesto a Mariano. Donde su novio era sensatez y cariño, el otro era excentricidad y vicio. Si su chico era alguien a quien podía lucir por los lugares más selectos de la ciudad, tenía claro que no quería que nadie de sus amistades lo relacionaran con aquella locaza del tres al cuarto y siempre que se lo había tirado, había procurado que el menor número de conocidos lo vieran con él.

Lo que era obvio es que lo que aquel chaval le daba, era algo más que un entretenimiento para él.  Hacía  ya tiempo que necesitaba tener sexo guarro del que el muchacho acostumbra a darle, aunque no cambiaba por nada  las noches de mimitos y caricias con su chico, follarse un culo de manera salvaje mientras le pedía que siguiera dando caña, era algo que echaba de menos y tenía claro que eso nunca lo iba a encontrar dentro de su relación de pareja.

Desde que comenzó a frecuentar en el ambiente gay y probó las maravillas del sexo con personas de su mismo género, su búsqueda del placer había ido in crescendo, una especie de competición consigo mismo en la que cada polvo que echaba, cada relación que tenía debiera superar a la anterior. Como si el mundo de la lujuria desmedida no tuviera techo.

Si en sus comienzos se conformaba con  que un tío se la mamara,  tocando con su lengua las zonas erógenas de su miembro viril de la forma y modo que solo un hombre sabe hacer. A las pocas semanas, si no había penetración de por medio, no se sentía satisfecho y cuanto más salvaje era la cabalgada del culo que se follaba, más disfrutaba.  Conforme fue internándose en los excesos de la noche, sus exigencias aumentaron y  fue experimentando toda la variedad de perversiones que la gente a la que se ligaba ponían a su alcance.

Recuerda con bastante nostalgia la primera vez que participó en una orgia, solo tenía veintidós años. Un tío con el que se había liado un par de veces se lo propuso y, sin pensárselo lo más mínimo, aceptó. Lo llevó a un chalet  de las afueras de Sevilla, un lugar donde la pomposidad y el lujo se daban cita de un modo que, para cualquiera que tuviera un mínimo sentido de la elegancia, le resultaría insultante, pero que a él, acostumbrado a cosas más rudimentarias y mundanas, le parecieron de lo más atrayente. 

Los participantes no llegaban a la docena. Solo había un chico de su edad. El resto estaba entre los treinta y los cincuentas. A cualquiera, aquel ganado de maduritos poco interesante le habría echado para atrás. Sin embargo el brillo de la opulencia, de formar parte de un mundo que siempre le había estado vetado, propició que, en vez de largarse de allí, sacara a pasear su simpatía y don de gente natural con la única intención de congraciarse con todos. Incluso  con los que no le resultaban ni lo más mínimamente atractivos.

Como preámbulo a la fiesta sexual, el alcohol corrió como la pólvora. Conforme se fue calentando la cosa unos platitos de metal con unas rayas de cocaína fueron circulando entre el personal. Por primera vez probó  la estimulante droga y bajo sus efectos tuvo sexo con todos los presente, incluso con los dos activos  del grupo, con los que además de chuparse las tetas mutuamente como posesos, tuvieron una intensa sesión de sexo oral.

Tras aquello se fue acostumbrando a una amalgama de  impudicia en la que cada nueva experiencia superaba a la anterior en perversión. Prácticas como la lluvia dorada y los azotes, comenzaron a ser habituales para él. A veces, si la persona con la que ligaba  superaba sus ganas de vicio, avanzaba en su conocimiento de nuevas variedades y añadían nuevos ingredientes a su polvo ocasional, tales como juguetes sexuales o fetiches propios del sado.  Cada escalón que subía, su  pudor disminuía, la mente se  le volvía más sucia y  era más proclive a experimentar con lo desconocido.

Conforme fue internándose en la vorágine de la depravación, más insatisfecho se sentía y su ansiedad fue en aumento. Participó en tríos, tanto con gente que se conocían de forma ocasional, como con parejas de largo recorrido que buscaban nuevas emociones, cuanto más depravados eran sus acompañantes, más les exigía.  Con  esa actitud  suya de hombre viril y  rudo, pocas veces le era negado nada.

Metido de lleno en su papel de macho alfa, se sentía poderoso y , como si fuera algo que viniera con aquel rol, comenzó a someter a sus amantes a su voluntad. Cuanto más salvaje y brusco era el sexo con ellos, más vigoroso se sentía. No obstante aquella sensación de preponderancia sobre sus semejantes era tan efímera como el acto sexual.

Su filia preferida  eran las orgías. Que los demás lo vieran follando a diestro y siniestro a todo el que se le pusiera a tiro,  le ponía cantidad. Así que, cada vez que tenía ocasión participaba en una,  en  un principio  con sus amigos de alto standing, después con gente a través de chats de páginas de contactos.  Bacanales donde  no únicamente se abusaba de los placeres de la carne,  el alcohol, los porros, la coca y las pastillas contaban con un gran protagonismo  en estas fiestas donde todo valía y divertirse se convertía casi en una obligación social.

Experimentó el sexo más variado y de la manera más escabrosa, entre sus preferencias estaban la doble penetración y el fisting, aunque esta última se la permitían en muy escasas ocasiones, pues salvo excepciones, la gente joven no estaba muy por la labor de que le reventaran el culo con un puño y la gente de su edad, si no tenían una billetera abultada, tenían pocas posibilidades de meterse en sus pantalones. Así que, salvo que fuera muy puesto y le diera igual tirarse a Brad Pitt que a la cabra de la legión, lo de meter un puño en culo ajeno era una rara avis en sus relaciones esporádicas.

Cuanto más guarros eran sus ocasionales amantes y más le permitía denigrarlos,   más se metía en el papel de macho dominante. Sentirse constantemente en una escalada  hacia ningún lugar concreto, le hacía olvidarse del testarazo que se pegaría cuando llegara el momento de la caída.

Pese a que nunca compró drogas, no le hacía asco a ningún variedad de ella cuando lo invitaban. Si había que fumar marihuana o meterse una raya para participar de  la misma onda de la gente bien con la que se relacionaba, él lo hacía.  Si algo le atemorizaba era no estar a la altura de lo que se esperaba de él y defraudar a sus nuevas amistades, sobre todo aquellas que despilfarraban sin pudor.

Por lo que nunca tragó es por hacer de pasivo, aquello supondría romper su imagen de macho empotrador y, aunque hubo veces que iba tan pasado que no le hubiera importado, quizás porque seguía controlando un poco todavía, porque no era algo que le atraía en absoluto o porque no estaba con la gente adecuada, su culo no fue desflorado.

Aquellos individuos que intentaron follarselo, creyéndose que todo valía en las orgias que frecuentaba, encontraron una negativa como respuesta   y, en las ocasiones que iba demasiado narcotizado,  lo máximo que había consentido es que le pegaran un buen beso negro o que, a lo sumo, le metieran un dedo. Por lo demás, su culo permaneció intacto, algo de lo que estaba súper orgulloso.   

Mientras esperaba a Rafi, se quitó la camisa y dejó al descubierto un pecho, una espalda ancha y unos brazos musculados, pero no en exceso. Su barriga, cubierta al igual que todo su torso por una fina capa de pelos, no era  demasiada abultada, aunque tampoco estaba definida y una ínfima capa de grasa se empeñaba en tapar el enorme esfuerzo  que realizaba en el gimnasio para marcar sus añoradas tabletas de chocolate que parecían haberse marchado para no volver jamás.

Colocó cuidadosamente  la prenda en el respaldo de una silla, se desabrochó la hebilla del pantalón y bajó la cremallera de la bragueta, regodeándose en ello,  tal como si estuviera realizando un striptease ante un público imaginario. Si hubiera tenido un poco más de gracia, habría hecho un  obsceno movimiento pélvico, pero si algo tenía Enrique es que se tomaba su persona demasiado en serio.

Tras desprenderse de los zapatos y los calcetines. Se quitó el pantalón con cierta parsimonia y, una vez se quedó en ropa interior, se miró las piernas orgulloso. No estaban demasiado musculadas, como la de los chicos de su gimnasio, pero estaban duras. Si a eso se le sumaba la pequeña capa de vello rizado que las cubría, se podía decir que tenía unas piernas que desprendían masculinidad por los cuatro costados y que le habían servido para mojar alguna vez que otra  cuando salía a correr por el parque.  

Follar en un sitio público con la posibilidad de que alguien lo pudiera pillar, y echar un polvo con un desconocido con el que únicamente le unía una atracción momentánea, le ponía un montón. No era la situación más higiénica y el placer era más mental que físico, pero aquel sexo exprés le servía para seguir creyendo que todavía poseía un tremendo atractivo, cuando la realidad era otra bien distinta: estar disponible en un momento determinado y  en el sitio adecuado.

En el momento que se quedó en calzoncillos, no pudo evitar agarrar su virilidad con cierta satisfacción. Era consciente de que tenía una buena polla, suficiente largo, buen grosor y un vigor  que muy pocas veces lo había dejado en evidencia. Se desprendió de los bóxer y alimentó su vanidad manoseándose soezmente sus genitales, apretando fuertemente sus cargados huevos entre la yema de los dedos.

No había hecho más que quedarse completamente desnudo, cuando sonó el timbre de la puerta, rápidamente cubrió su desnudez con un albornoz y salió para abrir. Tal como esperaba era Rafi, fue verlo y  solo de pensar la follada que le iba a meter, su miembro viril comenzó a palpitar pidiendo guerra.

Mis ojos

Decían cansados

Que eras tú

Que siempre serás tú

Rafi

No le sorprendió para nada que Enrique rehuyera a darle un muerdo, nunca había sido muy besucón y ahora que andaba colgado del gilipollas de Mariano menos. Tampoco le cogió de improviso que, nada más cerrar la puerta tras de sí,  lo empujara para que le comiera la polla. Los preámbulos nunca fueron lo suyo. Lo que si no se esperaba, es que con lo caliente que decía que estaba es que no la tuviera tiesa del todo. Nada que él no pudiera solucionar.

—¡Mama, puta, pónmela dura! Te voy a dar una follada que no te vas a poder sentar en un mes.

«Promesas, promesas», pensó, «Como no tengas una erección en condiciones, no voy a notar nada y  te voy a tener que preguntar si está dentro, ¡so, engreído!»

Las palabras que cruzaban por su cabeza, no tenían nada que ver con sus actos. Apretó fuertemente los enormes huevos de Enrique entre sus manos y se tragó de golpe el gordo sable hasta la base, mientras succionaba el capullo de forma intermitente.

Mira que se había comido pollas en su vida, pues ninguna conseguía que se pusiera tan cachondo como aquella. Le encantaba su capullo, su tronco, sus testículos,… lo suave que era al tacto. Pero si había algo que conseguía ponerlo como una perra cachonda, era el  fuerte aroma a macho que emanaba. Si ya no estaba recién duchado, su olor a sudor y a orín conseguían que tuviera una sensación parecida al orgasmo.

Bastaron apenas unos vaivenes dentro de la ensalivada cavidad bucal de Rafi para que la verga del cuarentón comenzara a engarrotarse y a crecer.  A los pocos segundos, la sangre había llenado  las venas y arterias que iban desde el hueso pélvico hasta el glande y su miembro viril estaba rígido a más no poder.

Fue comprobar el repentino cambio de tamaño y el joven comenzó a devorar el enhiesto trozo de carne, haciéndolo desaparecer por completo en sus fauces, hasta que sintió como su capullo cosquilleaba en su garganta.

Se llevó instintivamente la mano a la entrepierna y se tocó la polla, tenía una erección de lo más bestial y estuvo tentado de desabrocharse la bragueta para pajearse. Recordó lo poco que le gustaba a Enrique  aquello, que lo prefería completamente sumiso, haciendo muestra de una pasividad total y rehusó a dar alas a lo que le exigía su cuerpo.

Se la sacó de la boca, para observarla con detenimiento. Era tal como recordaba, ancha, ni demasiado grande, ni demasiado pequeña. Pero lo que más le gustaba eran las venas que recorrían su tronco y su cabeza, que después de una mamada, se mostraba con un brillo provocador que invitaba a seguir devorándola.

Se dispuso a tragarse de nuevo aquel mástil musculoso, pero la voz, un tanto antipática de su ocasional amante, lo detuvo:

—¡Deja de mamar, que ya está dura! Lo haces muy bien, pero tú has venido para otra cosa. Estoy deseando follarme ese culito tragón que tienes ahí.

Aunque, desde que atravesó el portal de piso,  no había dejado de estar caliente en ningún momento, la simple idea de volver a sentirse taladrado por el vigoroso falo  que tenía ante sus ojos, consiguió que una especie de calambre lo recorriera de arriba abajo.

Poner el culo para que se lo follaran, se había vuelto algo tan habitual en él como tomarse un café. Sin embargo, tenía la sensación de que el “café” de aquella noche iba ser de los mejores que se había tomado en mucho tiempo.

Se incorporó, adoptó una postura sumisa y se bajó el estrecho pantalón, mostrando un culo redondo y depilado, cuyas nalgas estaban cubiertas solamente por el delgado hilo de un tanga, circunstancia que resaltaba aún más su lado femenino que tanto le gustaba al tipo con el que se disponía a tener sexo.  

La reacción de Enrique, ante aquella visión, fue de lo más previsible, le propinó una cachetada y se agachó tras de él. Le bajó casi de un manotazo la minúscula prenda interior y, tras besar apasionadamente  sus glúteos, le comenzó a dar un húmedo y prolongado beso negro, al que fue acompañando de breves mordiditas por todo el alrededor del orificio anal, hasta rozar su perineo.  

Sentir su lengua y sus dientes  alrededor de su hoyito rasurado, consiguió que comenzara a gemir como la putita que todos consideraban que era. Normalmente, que se mostrara tan femenina repelía un poco a sus eventuales ligues, pero con el cuarentón sabía que no debía cohibirse. Sabía que sus grititos de zorrita lo ponían tremendamente cachondo, algo que constató al ver con la furia que siguió devorando su ojete.  

Tras un minuto en el que Rafi creyó que el culo se le derretía de tanto gusto como le estaba dando. El novio de Mariano hizo una pausa, adoptó un tono autoritario y le dijo:

—¡Quítate toda la ropa, quiero verte completamente  desnudo mientras te la meto!

El modo rudo en que lo trató, no le molestó en lo más mínimo. Sino que por el contrario, le hizo sentirse importante. Que quisiera ver su cuerpo mientras se lo follaba, le llevó a creer que aquel hombretón seguía sintiendo algo por él y que lo de su novio buenorro era puro postureo de cara a la galería. ¿Dónde iba Enrique con un tipo tan cateto, tan estrecho y tan relamido como Mariano?

Rafi, aprovechó mientras se desprendía de todo lo que llevaba encima, para enseñarle a Enrique que tenía un poco de coca. Los ojos del cuarentón brillaron con lujuria y  antes de que pudiera decir nada, se dirigió al cuarto de baño por un pequeño espejo.

Ver como su antiguo folla amigo extendía el codiciado polvo blanco sobre la pequeña luna y preparaba dos pequeños canutos de cartón para esnifarla, le hizo ver que aunque parecía una persona formal con pareja seguía siendo el mismo tío vicioso que conoció y que no le importaba hundirse en los infiernos del ambiente gay sevillano, con tal de que el show de su vida no tuviera fin.

En la época que se conocieron, dada la asiduidad  con la que follaban, él creyó que significaba algo para él además de un polvo guarro y sucio. A pesar de los muchos palos que le dio, nunca aceptó la realidad de que lo consideraba un juguete de usar y tirar. Si no tuviera tan baja la auto estima, quizás se hubiera negado a su jueguecito de hoy, pero sigue tan enganchado a  ese macho empotrador que haría lo que fuera por estar con él.

Comí del fruto prohibido

Dejando el vestido

Colgado de nuestra inconsciencia

Enrique

Hacía  un buen tiempo que no se metía un tirito de coca y al ver lo bien que le estaba sentando, no pudo más que regodearse. El subidón que le daba meterse por la nariz el codiciado polvo blanco, no era comparable a nada. Era para  el complemento idóneo del buen sexo.   Nunca se había considerado un enganchado, pero  era de la opinión que las drogas , en su justa medida,  le daban cierta sal y pimienta a la vida.

Siempre había sido un amante de lo prohibido. Una de las razones que le llevó a tener su primera relación homosexual, fue la clandestinidad de estas. Aunque le gustaba aparentar ser una persona respetable, era más que obvio que los submundos nocturnos y toda la depravación que llevaban añadida le encantaba. Vivir al límite, con todos los riesgos que ello entrañaba, se había convertido en su leitmotiv para no sucumbir a la monotonía de la rutinaria existencia que le había tocado en suerte.

Una de las cosas que odiaba de estar con Mariano era su pulcra integridad que, por el contrario que él, no respondía a unos protocolos sociales, sino a un verdadero sentir ético y religioso.  Por mucho que disfrutara de su relación con él,  su forma de ver las cosas terminaba coartando su libertad. El muy cabrón, tenía un sentido de la moralidad  tan alto y era tan noble que no sabía cómo reaccionaría ante sus pequeñas travesuras con los estupefacientes. Máxime con lo intransigente y chapado a la antigua que estaba resultando ser para ciertos temas sexuales. Cada vez tenía más claro que, con su formad de  ser,  lo de ser maricón, no le pegaba en absoluto.

No se le olvida el día que salió a coalición el tema de las drogas y le metió un discurso moralista de los suyos sobre los efectos perjudiciales de la coca. Creía tan ciegamente en lo que decía que, por temor a que los juzgara mal, ni se atrevió a decirle que él, antes de conocerlo, se pegaba una raya de vez en cuando. Fue la primera vez que no compartió una información personal con él, tampoco fue la última.

Simplemente  recordar a su chico y la polla comenzó a perder  un poco de vigor, de estar mirando para el techo, comenzó a ponérsele un poco morcillona.   Sin dudarlo le hizo un gesto a Rafi para que se la volviera a chupar. Quería que el polvo de esa noche fuera de los de nota, un buen meneo guarro, sin tabús, como los que a él le gustaban. Una lujuriosa sesión que   le sirviera para compensar el ayuno  que su libido llevaba padeciendo durante varios meses. Desde que se enamoró de Mariano.

Los labios de la putita que se había buscado para desahogarse y, sobre todo, la actitud sumisa que mostró en todo momento, consiguieron que su verga se volviera a llenar de sangre de inmediato. Nada más notó que volvía a tener una erección de caballo, le dio una colleja en la nuca y le dijo:

—Ya está bien, vete para el dormitorio y vete poniendo a cuatro patas. ¡Prepárate puta que tu macho te la va a meter hasta que te salga por las orejas! ¡Te voy a reventar el culo y no te vas a poder sentar en una semana!

No recordaba haber sido nunca tan borde y tan autoritario con Rafi. Puede que se debiera en parte a los efectos eufóricos de la coca, puede que se debiera a que necesitaba liberarse de la represión a la que había estado sometido tanto tiempo… Fuera lo que fuera, le estaba sentando de maravilla. Los dos platos que se estaba comiendo después de una dieta estricta le hacían sentirse  pletórico, alguien para quien nada era imposible.

Esperó que la zorrita se fuera para la habitación, buscó en un cajón la crema lubricante y los preservativos, se despojó del albornoz y caminó completamente desnudo hacia su cuarto con cierto aire marcial.  Sus pasos eran firmes y contundentes, como si intentara intimidar al chaval con su presencia.  

La visión que encontró al internarse en su dormitorio no pudo ponerle más cachondo. Rafi estaba arrodillado sobre  la cama, tenia la cabeza hundida entre sus brazos cruzados  y el culo ligeramente sacado hacia fuera, en clara señal de provocación.

Durante un momento, quizás por el efecto narcotizador de la droga o por la euforia que cabalgaba por su mente, tuvo la sensación de estar observando su propia vida, como si no pudiera hacer nada para evitar  comportarse como un animal, como un completo y verdadero hijo de puta.

Dejó lo que traía en las manos sobre la cama y se frotó las manos en silencio. La pasividad del muchacho, que ni se inmutó al notar que se aproximaba, propició que se sintiera más dueño de la situación y pensara en él como en un esclavo sumiso. Una perra cuyo único cometido era satisfacer sus caprichos, sin importar lo depravados y sucios que fueran.

Sin pensárselo un segundo, le volvió a pegar otra sonora cachetada en las nalgas. Más contundente y enérgica que  la anterior, pero  que no obtuvo respuesta por parte del joven que permaneció impasible. Como si provocar dolor en Rafi, le ocasionara algún tipo de placer, volvió a posar su mano violentamente contra su trasero, una y otra vez.

Cada bofetada que atizaba al trasero del chaval propiciaba que su miembro viril cimbreara de la emoción. Se excitaba tanto que en un momento determinado notó como unas gotas de líquido pre seminal se escapaban por su uretra. Únicamente se detuvo cuando vio que los glúteos del chaval estaban muy enrojecidos y creyó que, de seguir así, le ocasionaría daño de verdad.  

Si a su joven perrita aquello le dolía simplemente o  si además le ocasionaba algún tipo de placer, ni lo sabía, ni le importaba lo más mínimo.  Era a tan enorme la sumisión que le mostraba que lo consideraba como un insensible objeto, un juguete para su uso y disfrute.

Se agachó tras él, abrió sus piernas,   como si fuera una jugosa naranja  y lo penetró con la lengua,  acariciándole con ella desde el perineo hasta el final de la raja del culo. Lamió su ojete por tres largos minutos. Rafi, como si fuera lo que tocaba hacer para darle placer a su macho, comenzó a gemir de placer de una manera tan exagerada que cualquiera que no hubiera sido Enrique, se habría dado cuenta de que estaba sobreactuando.

—¡No seas tan escandalosa, zorra! ¡Qué vas a despertar a los vecinos! —Dijo con sorna, a la vez que le propinaba una colleja en la cabeza.

Terriblemente cachondo, volvió a iniciar el salvaje beso negro con más ímpetu si cabe. El culo de aquel chaval no era gran cosa, demasiado blando para su gusto, pero saber que tenía carta blanca para todo  lo que quisiera, alimentaba su libido como hacía tiempo no le pasaba.  El sonrosado orificio le pareció el merecido oasis tras su largo deambular por unas largas y  desérticas  noches sin sexo.

Tras dejar copiosamente empapado su ojal con su saliva, le untó una buena dosis de lubricante. Primero le metió un dedo, luego dos y, cuando un tercero consiguió traspasar el estrecho agujero, comenzó a sacarlos y meterlos con fuerza, como si estuviera buscando algo en su interior. 

En el momento que consideró que el recto del muchacho estaba lo suficientemente dilatado, se puso un preservativo y le llenó el vientre con su carne dura, de un solo golpe, sin compasión. Comenzó a arremeter contra él de manera salvaje, tratándolo como la perra que consideraba que era

—¿Te gusta cómo te follo, zorrita?

—Siiii, daaame más caaaña.

Aquella permisividad por parte del jovencito, unido a la droga que corría por su cuerpo, lo volvieron más pletórico  y comenzó a cabalgar al muchacho de un modo más brutal aún. Durante unos segundos se sintió el protagonista de una película pornográfica y cuanto más daño le perpetraba a su pareja sexual, más placer parecía que obtenía.

Ignoraba si era porque aquel culo era muy tragón o porque no le importaba lastimar aquella putita que no significaba nada para él, pero por primera vez, en mucho tiempo, se sentía libre de hacer lo que su cuerpo le pedía, sin ningún cortapisa.

No hubo prisa ni pausa. Enrique disfrutaba viendo como su verga desaparecía, poco a poco, en el abierto trasero del jovencito y, alimentado por sus quejidos ahogados, continuó ensartándolo con deleite.

Adentro… afuera… adentro… afuera. El que fuera novio de Mariano se mordía los labios, con la sensación de que cada estocada de su feroz pollón llegaba más hondo. Adentro… afuera… adentro…afuera, una escabrosa coreografía donde todo el protagonismo recaía sobre uno de los participantes, mientras que el otro se limitaba a ser un mero figurante sin frase.

Cuando sintió que se iba a correr, sacó su cipote del interior del sumiso muchacho, se quitó velozmente el preservativo y, como respondiendo a un efectista broche final,  regó con su esencia vital las enrojecidas nalgas.

Una vez su cuerpo dejó de sufrir los prolongados espasmos del placer, puso su pie sobre la retaguardia de Rafi y embadurno sus dedos con su esperma.

A continuación se sentó en la cama y, autoritariamente, le dijo:

—¡Chúpame los dedos!

Pues mi alma volaba a tu lado

 Y mis ojos decían cansado

Que siempre serás tú

Rafi

El muchacho, aunque era la primera vez que le pedía una cosa así, no estaba sorprendido, pues lo bueno de follar con Enrique es que siempre te sorprendía con sus depravaciones. Lo único que le había negado, porque su culo no era tan tragón, era que le metiera el puño por el culo. Por lo demás, sus viciosos juegos siempre obtenía una respuesta afirmativa por su parte. Obedientemente se agachó ante él y comenzó a lamer lentamente las falanges inferiores de Enrique. Dedo por dedo. Enrique empezó a gemir de placer y, cuando menos se lo esperaba, le volvió a gritar:

—¡Metete mis dedos en el culo! Quiero que te folles con ellos

 Con la misma sumisión que había adoptado en todo momento, el muchacho se acuclilló sobre el píe y comenzó a introducirselos uno a uno, primero los pequeños, hasta que, aprovechando lo dilatado que estaba, su recto albergo los cinco, incluido el pulgar. Notó un pequeño desgarro, pero nada que no le hubieran ocasionado en otras ocasiones algunos de los sementales con pollones enormes con los que había tenido sexo.

Tal como si estuviera en un caballito de feria, Rafi se empezó a mover arriba y abajo, deslizándose a lo largo del metatarso del píe izquierdo del cuarentón y que le hacía de tope. No era tan salvaje como que le practicaran un fisting, pero por lo que pudo comprobar, igual de morboso para Enrique,  quien se volvió a poner cachondo y, al tiempo que empezaba a masturbarse, le pidió:

—¡Pajéate,  quiero ver cómo te corres con mi pie dentro!

Era evidente que algo había cambiado con su cuarentón favorito. Ni en sus mejores sueños hubiera imaginado que su adorado Enrique le pidiera que se masturbara delante de él. A pesar de que sentía que lo utilizaba como un pelele, una vela de ilusión se prendió en su pecho y volvió a imaginar que compartía algo único con él.

Adoptando una pose obediente y servil, el muchacho comenzó a masajear su pequeño y erecto miembro viril hasta que consiguió alcanzar el orgasmo. Mientras los mecos de Rafí resbalaban por su mano, pudo observar la segunda eyaculación de Enrique. Algo que le hizo sentir satisfecho, pues en muy pocas ocasiones había logrado que aquel tío se corriera dos veces. Por lo que nuevo la sensación de estar ganando un poco de terreno en su imaginaria relación volvió a florecer en su mente.

Lo que no sabía Rafi es que conforme el placer y la locura del sexo fueron  abandonando su cuerpo, Enrique recordó que le estaba siendo infiel a Mariano y se comenzó a sentir culpable. Por lo que tras pegarse una ducha rápida, con la excusa de que estaba muy cansado, le pidió que se marchara.

No lo volveré a hacer más

No lo volveré a hacer más.

Continuará en: «La gente habla»

4 comentarios sobre “El jardín prohibido

Deja un comentario

Este sitio utiliza Akismet para reducir el spam. Conoce cómo se procesan los datos de tus comentarios.