Mientras descorre la hebilla del cinturón del hombre ante el que se encuentra agachada, no puede evitar pensar lo que le decía todo el mundo: “Esta chica tiene talento innato”.
Desde muy pequeña, su cabello rubio, sus ojos azules y su actitud pizpireta llamaban la atención de los que la rodeaban. Era tanto lo que le gustaba que las miradas de los demás se centraran en ella que a la primera de cambio se ponía a cantar o se ponía a bailar. Ser el centro de atención era una necesidad para ella. Se sentía especial.
Sus padres, dado el talento que tenía para las artes escénicas, la llevaron a los casting televisivos en busca de alguna oportunidad. Horas y horas esperando que unos señores y señoras les hicieran a ella y sus padres unas preguntas absurdas sobre sus relaciones familiares, amistades y rendimiento académico.
Después del “interrogatorio” venía la parte que más le gustaba, cantar a capela por sus ídolos de la música, algo que se le daba muy bien y para lo que prácticamente no se debía esforzar.
A diferencia de cuando cantaba en su colegio o en las fiestas de sus amistades, los jueces que la veían no se quedaban con la boca abierta. En aquellas pruebas, era un poco menos especial, pues la mayoría de los miles de niños que participaban, sabían cantar y bailar. En algunos casos, mucho mejor que ella.
Aun así, consiguió pasar las enormes cribas y consiguió participar en algunos concursos infantiles musicales, en las que puso sus dotes al servicio del amarilleo mediático. Aunque no ganó, quedó en muy buena posición y los bolos posteriores la mantuvieron un tiempo en el mundo de la farándula.
Unos bolos que supusieron para sus padres una inyección económica que le permitieron acceder a unos pequeños lujos innecesarios que siempre les había sido vetado.
La carrera artística de su hija se convirtió en el leitmotiv de la unidad familiar, como si el talento de la pequeña fuera una máquina de hacer billetes.
No obstante, a todo juguete se le gastan las pilas antes de romperse, poco a poco su arte fue perdiendo la etiqueta de novedoso y de los mejores teatros, pasó a actuar en los pubs más mugrientos y menos recomendables para una cría de doce años.
Verla actuar había perdido la gracia y el desparpajo infantil, por lo que su mediocridad se hacía más patente. Sin embargo, se estaba convirtiendo en una mujercita la mar de deseable para mentes perversas y sin escrúpulos del mundo del espectáculo que, con el beneplácito de sus padres, la invitaron a cantar en fiestas privadas.
Al principio, se limitaba a realizar sus imitaciones que la habían hecho famosa. No obstante, las condiciones de sus contratantes se fueron endureciendo y, paulatinamente, la sensualidad en los temas elegidos y su indumentaria fueron en aumento.
Un día sus padres dijeron que no podían asistir a su actuación. Cuando pasaron a recogerla no le hicieron ninguna pregunta por cómo había ido todo. Nunca supo que cantidad cobraron por su “actuación” de aquella noche, lo único que supo es que cuatro enfermos mentales pajeándose mientras un quinto la desfloraba de la manera más burda, no se le olvidaría nunca.
Aunque volvió a ir a la fiesta una vez más, no tuvo que cantar y bailar para aquellos indeseables, quienes tras calentarse con su nueva adquisición, una preadolescente nueva. La invitaron a hacer un pase privado, donde se desahogaron con ella de la manera más escabrosa.
Aun así, sus padres no dejaron de luchar por su carrera artística y la siguieron presentado a todo tipo de casting, con la espera de que en alguno de ellos sonara la flauta. Pero todas las puertas parecían cerrarse.
Con quince años, consiguió algún que otro papelito en alguna serie de televisión gracias a Augusto, un productor que expresó abiertamente lo mucho que le gustaban sus formas y a cuyas groseras proposiciones sus progenitores no pusieron nunca freno.
Aquel hombre, a diferencia de los depravados que la desvirgaron, no le agradaba follar, le gustaba que se la mamaran hasta llenar la boca de quien se lo hacía con su leche. Fue la primera polla que chupó, aún recuerda el regusto amargo de su semen en su boca. Sabor que no se le quitó ni interpretando la amiga de la prota en la serie de más audiencia de la tele.
Augusto la ha llamado hoy, dice que tiene un papel que viene perfecto para ella, hará de una de las amigas de Sandy en el musical de Grease, aunque le ha dado alegría saber que va a trabajar en la obra, esta se ha esfumado cuando sabe que, como siempre, deberá devolver el favor a su mediador.
Mientras pasa por enésima vez la lengua por los pliegues del maloliente capullo, levanta la mirada y ve al obeso individuo pegar un buche a la copa de Whisky, mientras mantiene un cigarro habano en la otra. En un ataque de rabia contenida, aprieta los testículos e invita a la gruesa tranca a chocar con su garganta.
Tras cerca de una década mamándola, se conoce aquella polla tan bien que le es extremadamente fácil hacerlo llegar al clímax. Tras engullirla repetidamente varias veces desde la cabeza hasta la base, comienza a succionar con fuerza el glande. De la boca del cincuentón sale un bronco quejido que anuncia que está llegando al orgasmo.
Mientras unos espesos chorros de leche recorren su lengua hasta pasar a su garganta, una sensación de alivio le llena el pecho. Sin querer su cabeza le gasta una mala pasada y viaja a su infancia. Una época en la que todo era más hermoso, más ingenuo y menos complicado. Sin querer, se le viene la imagen de su abuela diciéndole: “Niña, tienes mucho talento”. El recuerdo de la sonrisa de la buena mujer arranca en ella una lágrima de dolor, sazonada con cantidades industriales de frustración, pues sabe que por mucho que salga en la tele, por muchos musicales que interprete, es una cantante y una bailarina mediocre. Alguien cuyo talento innato es el de mamar la polla del cerdo que tiene ante sí.