¿Cómo de profundo es nuestro amor?

Creo en ti

Conoces la puerta de mi alma

Eres mi luz en mi hora más oscura

Eres mi salvador cuando caigo

Domingo 19 de Mayo 2002

Mariano

No podía creer lo que me estaba pasando. Enrique me demostraba, por fin, que   creía firmemente en nuestro futuro como pareja tanto o más que yo.

Si hasta ahora había mantenido nuestra vida amorosa y su vida social separada en compartimentos estancos, se disponía a  presentarme su círculo de amistades.  Una gente de clase alta con la que, por lo que me contaba, congeniaba un montón. Le tenían tanta confianza que, a pesar de no tener su poder adquisitivo, lo trataban como a uno más.  

Era de lo más inusual, por no decir extraño,   que un tipo que se dedicaba a vender pantalones y trajes caros, se codeara con sus clientes. Pero estaba tan loco de amor por él que era incapaz de ver lo incongruente de aquello y me gustaba ser de la firme convicción de que su simpatía natural le hacía ganarse a la gente con facilidad.

El misterio que había  detrás de aquella supuesta camaradería, no pude descubrirlo ni con la ayuda del tiempo, ni de las malas lenguas habidas de ser escuchada. Pero por los retazos y pistas que llegaron a mí, prefiero quedarme en la ignorancia.

Era tan ingenuo como Blancanieves y Enrique era mi manzana. Hermosa y apetitosa por fuera, venenosa por dentro.

Sumergido en ese mundo onírico que yo me había creado para mí, veía en aquella presentación en sociedad una muestra más del detallismo que lo caracterizaba por el sitio escogido  para la ocasión. Un lugar de lo más ideal y emblemático: La aldea del Rocío en plena Romería de la Blanca Paloma. Un rinconcito de Huelva que, como bien le había contado en numerosas ocasiones,  tenía un significado muy, pero que muy  especial para mí.

Me habían invitado a  pasar el fin de semana en la casa de Roberto Manrique de Lara, un empresario de los más importantes de Sevilla. Aquel individuo,  por lo que había podido deducir de las conversaciones con mi chico, también se paseaba por la misma acera que nosotros.

Sin embargo era el tipo de homosexual que,  a diferencia de mi novio y yo,  no frecuentaba los garitos del ambiente y, en muy contadas ocasiones, se le veía por la zona de la Alameda.  Como pude descubrir con el tiempo, él prefería moverse por entornos más selectos, aunque no menos gay.  

El tipo se mostraba como alguien de mente abierta y liberal, pero en el fondo le gustaba guardar las apariencias. Presumir de su homosexualidad lo dotaba de cierto pedigrí de modernidad e intentaba disimular,  delante de la galería,  de las  posibles perversiones que llevaba acarreada aquella elección suya. 

Enrique me contó  que la casa estaba atestada de huéspedes, la invitación a pasar el fin de semana allí, no era extensible a mí y solo podría permanecer en ella durante  el día. A Enrique le habían asignado una cama litera y difícilmente podría dormir con él. Por lo me mi chico me dio a elegir entre un día u otro.  

Muy a mi pesar, opté por aparecer por allí   el sábado sobre las doce de la mañana y marcharme bien entrada la tarde. El domingo por la noche era el salto a la verja y sería más doloroso despedirse de la Virgen en esas circunstancias.

Estuve sopesando en pasarme por la casa de Hermandad de Dos Hermanas y lo mismo, por la amistad que nos unía, me buscaban un rinconcillo para pasar la noche. Pero como  no quería poner a mis paisanos en un compromiso, ni quería  despertar susceptibilidades al tener que explicar con la gente que estaba en la aldea, opté por renunciar a uno de los momentos más conmovedores de la Romería.

Como recordaba que  el Rocío , en esos días, se ponía atestado con los simpatizantes de las distintas hermandades y no cabía ni un alfiler. Decidí, en vez de conducir hasta allí, ir en el autobús de línea. Algo que, aunque  mi ex no me dijo nada al respecto,  por la forma que frunció el ceño  supe que no le sentó del todo bien .

Pensaba que  lo hacía por mi bien, para que me soltara con el volante  y aprendiera a conducir en condiciones. Pero ni era las circunstancias más idóneas, ni quería ganarme una bronca innecesaria por parte de mi padre por destrozarle un coche que a él le había durado tantos años. Como se limitó a mirarme como si hubiera hecho algo inapropiado, no me vi en la obligación de darle ningún tipo de explicación al respecto e hice lo que me vino en ganas.

Mentiría si no dijera que, desde que  comprobé que llegábamos a la aldea, los nervios me reconcomían  por dentro.  Estaba tan poco acostumbrado a relacionarme con gente de tanto postín, que me aterraba  no estar mínimamente a la altura que las circunstancias exigía. Me había  preparado exhaustivamente para no meter demasiado la pata, pero conociendo mi cumulo de inseguridades,  no las tenías yo toda conmigo

Mi chico me dio un único consejo, que cuidara las apariencias. Me pidió que me pusiera la  ropa más cara y moderna que tenía en el armario. Me había maqueado de la mejor manera que sabía. Todo para causar una excelente  impresión a unas personas que a él parecían importarle tanto.

Fue ver que estaba esperándome en la parada del bus y pareció que el corazón me dio un vuelco de alegría. «¿Qué había hecho yo para merecer que un hombre como Enrique me quisiera tanto? », fue mi segundo pensamiento. El primero fue que me dije que no se podía ser más guapo, tener mejor talante y ser más varonil que él.  

Al encontrarme con  mi novio me sentí tan dichoso que estuve a punto de estamparle dos sonoros besos, uno por mejilla. Sin embargo, mi conservadora educación llena de perjuicios y el estar  siempre pendiente de lo que los demás pudieran decir u opinar me lo impidieron.

Tampoco sé cómo le hubiera sentado, él también era de guardar mucho las apariencias y lo que más odiaba  era que la  gente se le quedara mirando como si fuera una maricona loca. Le gustaba pensar que  fuera del ambiente gay o de su  ámbito de amistades todo el mundo ignoraba que le gustaban los hombres. Una más de las reconfortantes mentiras que el ser humano se cuenta para contentar sus complejos. 

Nos limitamos a darnos la mano y un fuerte abrazo fraternal que disimulaba por completo la enorme pasión que bullía entre los dos. Estábamos tan acostumbrados a esconder nuestra relación como si fuera algo pecaminoso que, ni él ni yo, fuimos consciente nunca del daño psicológico que ello nos estaba propiciando. No sentíamos  tan culpable porque nuestra forma de sentir fuera diferente a la que los demás esperaban de nosotros, que nos olvidábamos de  lo más importante, nuestra felicidad.

Fue posar los pies sobre el suelo  de la aldea y un cumulo de sensaciones que creía olvidadas empaparon mis sentidos. No sabía explicar por qué, pero miré a mi ex, tan de fiesta, tan poco metido en el concepto que yo tenía de la peregrinación, del  verdadero sentir del Rocío y el mundo se me cayó encima como una tremenda loza.

No obstante, tolerante como pretendo ser con las actitudes de los demás, me guardé mi desencanto en lo más adentro de mi ser y le mostré la más radiante de las sonrisas. Siempre he sido de los que he pensado que decir lo que opinamos en todo momento puede ser un acto de pura insolencia y que no ser sincero por completo no es una muestra de hipocresía.

Tras observar con mi ojo crítico la indumentaria de mi chico, caí en la cuenta de cómo iba vestido yo y no pude evitar pensar en mi abuelo Eulogio . Si él me pudiera ver desde el cielo con aquellas ropas,  tan lejos de los atuendos rocieros tradicionales, no le gustaría en que había convertido su legado.

Supongo que con lo respetuoso que era con las decisiones de los demás, no me censuraría que amara a otro hombre, es más creo que me apoyaría. Sin embargo que no hubiera sabido conservar su tradición,  por quedar bien con una gente a la que no conocía de nada, sé que  lo consideraría como una pequeña traición a su memoria.

El padre de mi madre, para ser un hombre de pueblo que había trabajado siempre en el campo, era una persona que, en la medida que las circunstancias se lo habían permitido, había cultivado su cultura.

Una de las anécdotas que más me llamaban la atención de él era como, aprovechando que el cura del pueblo se empeñó en que sus feligreses aprendieran a leer las santas escrituras, se empapó de los libros de historia que el párroco tenía en las estantería y, cuando se los leyó todos, terminó  comprándolos por su cuenta.  

Decía que había que conocer los errores del pasado para no repetirlos en el futuro. Le gustaba tanto contarnos a sus nietos las cosas que había aprendido en aquellos libros y ponía tanta pasión en sus palabras  que te podía pasar las horas enteras escuchándolo. Fue él quien  despertó en mí la afición por la novela histórica.  

Como  todo buen romero, era conocedor  de las costumbres religiosas y me enseñó las verdaderas razones del ser del camino del Rocío tanto en su parte festiva, como en el concepto de peregrinación. Era de la firme convicción que ambas partes formaban un todo de la devoción a  la Virgen y no se podía entender lo uno sin lo otro.

Como toda romería,  la peregrinación a la aldea almonteña se trata de una celebración religiosa de carácter marcadamente popular, donde los fieles se desplazan en un día determinado coincidente con una festividad religiosa hacia el templo de la imagen que veneran. Normalmente,  esto suele suceder desde el núcleo urbano hacía un lugar en las afueras donde se encuentra la ermita, pero con el Rocío alcanza unas dimensiones distintas pues los devotos  de la Blanca Paloma se encuentran a lo largo y ancho de todo el territorio español y algunas en el  extranjero.

Me atrevería a decir, sin temor a equivocarme, que Almonte recoge la peregrinación religiosa más importante de España, por detrás solo, si no atenemos a su reconocimiento internacional,  de la de Santiago de Compostela. Pero creo que los partidarios de una y de otra no se pondrían de acuerdo nunca en cuanto a la magnitud de la grandeza de ambas.

La romería tiene como fin  el Santuario de la Virgen del Rocío. Su ermita está situada en la parte izquierda del delta que forma la desembocadura del Guadalquivir al Océano Atlántico. Su posición es  estratégica pues conforma la frontera natural entre las marismas y las arenas. Lo que además de un enclave de fastuosa belleza, el lugar encierra un especial sentido antropológico.

A todo esto hay que sumarle  la transmutación de lo urbano a lo rural que se intensifica con los roles bien definidos y las características bien diferenciadas  de los agentes protagonistas: los almonteños, los peregrinos rocieros de las hermandades, las autoridades municipales y la Institución eclesiástica.

El papel protagonista de los almonteños pasa por que ellos son los encargados  de sacar  de procesión a la virgen. Aunque más que el  acto habitual de ir ordenadamente de un lugar a otro de forma solemne como suele ocurrir en este tipo de actos religiosos,  la imagen de la Blanca Paloma es “raptada” por un grupo de jóvenes de la aldea, Una ceremonia  que traspasa los muros de lo sagrado y el momento de  la toma por la fuerza de la imagen de la madre de Dios roza muy de cerca lo pagano.

Para dejar constancia de su especial jerarquía,   la Hermandad principal y fundadora es la del pueblo de Almonte y se le denomina “Matriz”, pasándose  a llamar las demás filiales.  Con ello todas las demás Hermandades se hallan un escalafón  por debajo de la principal.

Paradójicamente esta forma de organizarse la romería en estamentos entre sus miembros, poco o nada tiene que ver con lo que dicta la fe cristiana, donde todos sus fieles son iguales ante los ojos de Dios.  

Una vez marcada el rango entre unas y otras, son las de la misma categoría las que compiten por una mayor influencia y papel en la fiesta. Una rivalidad pacífica que es ostensible desde los primeros preparativos de la comitiva, hasta que el último romero de cada hermandad se despide de la aldea. Como si la Romería, en vez de una ofrenda de amor a la Virgen, se tratara de una feria de vanidades donde cada hijo de Dios quisiera resplandecer por encima de sus semejantes.

La Hermandad de mi pueblo tiene cierto pedigrí, no en vano fue amadrinada  en mil novecientos treinta y tres por una de las filiales más importantes la de Triana.

Mi abuelo tenía muchos amigos entre los hermanos de esta, amistades que, como era lógico, terminaron siendo las mías. Aunque no es habitual en mí, por mi exagerada timidez, hice buenas migas con los hijos de algunos de los hermanos, llegando a quedar para salir alguna vez que otra por Sevilla.

Sin embargo, por una causa o por otra, no he sabido mantener el vínculo con ellos. Creo que el hecho de que me avergüence de mi sexualidad y mi temor a que los demás hagan juicios de valor sobre ello, tiene mucho que ver con que no confraternice demasiado con la gente fuera de mi círculo de amigos de toda la vida.

Que yo  viera mi homosexualidad como una rara avis entre los devotos de la Virgen, no quería decir que esto fuera así. Es más, el Rocío popularmente tiene fama de ser un nido de putas y maricones pues hay gente que aprovecha para tener sexo desmedido en esos días.

Algo que sucede en mayor medida en todas las Romerías. En mi caso tengo que decir que nunca mesclé  mi pasión con la virgen con los deseos carnales. Quizás porque  no lo busqué, pues soy muy purista en cuanto a las tradiciones. 

Con el paso de los años, a un par de estos chicos de la Hermandad de Triana  me los he encontrado por Ítaca o por la sauna. Ellos se han hecho los despistados  y no me han saludado. Como si el hecho de que  hicieran que no me vieran, fuera a ocultar su tendencia sexual.

Pese a ello, no descartaba, si Enrique no ponía demasiada pega, llegarme a  su casa de Hermandad y despertar la parte hermosa de la nostalgia. Pensaba que estar  entre aquellas cuatro paredes, rodeado de una gente a la que veía de año en año, me haría estar más cerca de mi abuelo al que había comenzado a añorar desde que pise el suelo de la aldea.

He de reconocer que, aunque principalmente  me movía la fe para hacer los sacrificios del camino, también me encantaba la interacción social y la solidaridad.

La peregrinación tiene dos partes bien diferenciadas, la primera comprende  por donde se cruza alternativamente tanto por zonas urbanizadas, como por agrícolas y una segunda que afecta a la marisma y termina en los límites de la Aldea. Es en esta parte de la Romería donde una dualidad de sentimientos se hacen más patente, un espacio  donde tiene cabida por igual la promesa y la penitencia religiosa, que lo lúdico y lo festivo. Un emplazamiento donde la fe religiosa se mezcla con la alegría de estar vivo, de un modo y forma que no he visto en ningún otro sitio.  

Conozco tus ojos bajo el sol de la mañana, 
siento tu caricia bajo la lluvia torrencial

Enrique

Cuando llegó a Sevilla buscando establecerse allí, tenía muchos planes. Solo había conseguido cumplir uno, dejar atrás en su día a día la vida pueblerina, los demás proyectos se habían convertido en pruebas no superadas.

Para ello habían ayudado mucho, su poca preparación profesional y su falta de constancia. Enrique, a pesar de pertenecer a una generación  a la que se le había inculcado la cultura del esfuerzo, era de los que pensaba que las buenas cosas estaban esperando para él por su cara bonita. Lo que dio como resultado que no  no consiguiera ninguna de sus metas profesionales, ni personales.

De soñar con ser una especie de Amancio Ortega, terminó vendiendo la ropa de su competencia. Un trabajo de dependiente que al principio consideró algo provisional, pero que se terminó convirtiendo en su destino final.

La dura realidad le demostró que con su cualificación no   pudiera aspirar a algo más y su sueldo, que a duras penas le daba para llegar a final de mes, era lo mejor a lo que podía acceder con su endeble curriculum.

Aunque le gustaba pavonearse delante de los demás, la insatisfacción y la frustración se habían convertido en una constante en su existencia hasta el momento que Mariano hizo su aparición. Fue como el rayo de luz que precisaba para que  la oscuridad que comenzaba a germinar en su interior, no lo terminara por devorar por completo.

Durante un tiempo, compartir su vida con él fue lo único que precisaba para ser feliz y es que, cuanto más lo conocía, más claro tenía que era alguien con quien merecía la pena estar. Poseía una  bondad, una generosidad, una nobleza y una inusual  inocencia para su edad. Un abanico de cualidades que   lo hacían alguien irrepetible.

Lo tenía completamente encandilado que estuviera   tan lejos de los estereotipos de homosexuales que tanto abundaban en el mundo pecaminoso que a él le encantaba  frecuentar. Un hombre  de verdad que no tenía nada que ver con los prepotentes y frívolos tipos a los que solía llamar amigos.

Pese a que le agradaban los tipos afeminados en la cama, que el chico que había escogido para compartir su vida con él no tuviera ni un resquicio de pluma lo llenaba de orgullo.

Lo vio bajarse del autobús, se había vestido y arreglado como él le había sugerido. Estaba más guapo de lo habitual, como salido de la portada de una revista para adolescentes  y,  a pesar del aire de vanidad que lo envolvía,   su talante rebosaba esa humildad tan común en él.

Le pareció el chico más perfecto del mundo y no pudo reprimir el pensamiento de que era un tío con suerte por poder estar con él.  Estaba tan  desazonado  con  la idea de que alguno de los invitados de Berto se pudiera ir de la lengua y descubrirle  su doble vida a Mariano,  que no disfrutaba el momento. En otras circunstancias habría dado alas a su vanidad y habría presumido de un novio como él delante de sus amistades.  

Sin embargo, lo único que anhelaba era que el día pasara cuanto antes mejor y no veía la hora de acompañarlo para coger el autobús de vuelta a Sevilla. Pues si eso sucedía con normalidad, significaría que  nada se había torcido.

Disimuló  por todos los medios la tensión a la que estaba sometido, no quería por nada del mundo que  sus temores salieran a flote. Intentó comportarse con la mayor normalidad y procuró por todos los medios  que sus sonrisas no parecieran demasiado forzadas.

Dio gracias porque Mariano fuera fácilmente impresionable. Estar en un lugar tan bullicioso y lleno de vida como la aldea en plena romería, lo tenía pletórico, con los cinco sentidos puesto en cada cosa que sucedía  a su alrededor. De no haber sido así, habría centrado su atención en él y, con lo observador que era, habría descubierto la tempestad que ocultaba bajo su aparente calma. Por mucho que se empeñaba, hacer alarde de su encanto natural se convertía en una sobreactuación constante.

Estaba tan concentrado en elogiar  cualquier cosa que veía, que apenas le prestó atención. En otras circunstancias, aquella falta de empatía por parte de su chico, lo habría enojado, pero en aquella ocasión, no ser el centro de atención de su vida, le brindó una tranquilidad que agradeció.  

Solamente salió de su ensimismamiento cuando , según él, fue testigo de una tremenda injusticia. Un niñato altanero paseaba con un caballo  por los alrededores de la ermita,  El equino mostraba claramente que estaba agotado y sediento, una prueba de ello era la baba blanca que rebosaba de su boca.

El tipejo usaba su montura para presumir delante de las chavalas que se aglutinaban en el pequeño escampado, sin tener  en cuenta   las necesidades del animal que no podía con su alma. Estuvo tentado de decirle algo, pero Enrique lo paró y le dijo que no se metiera a redentor.

Aquellos detalles de su chico, tan imprudente e inmiscuyéndose donde nadie lo llamaban, le hacían sentir un poco de vergüenza ajena. En  el fondo sabía que era parte de su personalidad, de esa generosidad intrínseca que le rebozaba por los cuatro costados y que era fruto de las pocas dobleces que tenía.

No sabía si lo quería por eso o a pesar de eso. Lo que si tenía claro es que necesitaba saber que lo tenía en su vida, de un modo que rozaba lo enfermizo. Lo que sentía por Mariano era algo excepcional para él. Estaba encantado por recordar que el cariño podía hacer latir su corazón, pero también le aterrorizaba un poco.

A ese sentimiento egoísta  de mantener a una persona a su lado, simplemente para que su existencia no se viera arrastrada irremisiblemente al caos, a él le gustaba llamarlo amor. Enrique, era muy dado a confundir la realidad con lo que él realmente deseaba, lo que terminaba frustrándolo. Una sensación que, por mucho que lo deprimiera, cada vez estaba más presente en su vida.  

Y en el momento en que te vas deambulando lejos de mí, 
quiero sentirte entre mis brazos de nuevo.

Berto

Habían sido muchísimos los comentarios positivos del novio de Enrique que habían llegado  a sus oídos,  pero pensó que todo era exageraciones de una gente que limitaba sus exigencias sexuales a un pequeño mundo residual como era el ambiente gay sevillano. Se trataría de un joven atractivo al que su minuto de gloria le duraría lo que el cartelito de “Nuevo en el local”.

Sin embargo, fue conocer a quien ocupaba la suite nupcial en el corazón de Enrique y   la realidad le demostró lo equivocado que podía llegar a estar en sus suposiciones. Algo que le fastidiaba más de lo que estaba dispuesto a admitir.   

El chico estaba muy lejos de los prototipos que vendía la publicidad, ni siquiera era demasiado guapo, ni tenía un cuerpo diez. Por otro lado, poseía una  apariencia de machito que no había roto un plato  que lo convertía en un tipo tremendamente atractivo. Alguien capaz   de despertar lo más recónditos deseos de cualquiera, incluso los suyos.  De haberlo conocido en otras circunstancias menos abrumadoras, no le hubiera importado meterse dentro de sus calzoncillos.

La presencia de aquel santurrón con el que sabía a ciencia cierta   que no llegaría a nada en el plano sexual, le incomodaba. Ni era tan poca cosa como había supuesto, ni  Enrique era tan suyo como él pensaba.

Si a todas sus cualidades se le sumaba el añadido de la novedad, su presencia estaba siendo todo un acicate para su círculo de amigos gay  de su casa del Rocío.

Ver como unos tipos que en su vida normal escondían sus plumas como si fuera una enfermedad contagiosa, se comportaban como vulgares mariquitas de barrio de la periferia,   no le agradó lo más mínimo. Aunque no se solía arrepentir de casi nada, comenzaba a pensar que invitar al  novio de su amante  al Rocío no había sido una de sus mejores ideas.

A ninguno de los que estaba allí los consideraba  sus verdaderos amigos. Eran la gente adecuada con la que relacionarse y poder dar rienda suelta a sus más bajas pasiones, sin tener que dar ningún tipo de explicación, ni tener remordimientos por ello. Unos individuos a los que  podía manipular sutilmente para que terminaran cumpliendo sus caprichos y además fueran de la firme convicción  que era una decisión que ellos habían tomado.

No le  importaba demasiado que sus amigos hicieran el ridículo. Pero sintió vergüenza ajena al ver como  se abalanzaban sobre el muchacho, cual hienas carroñeras, buscando una oportunidad para pillar cacho. Estuvo a punto de inmiscuirse, para eso aquella era su casa, mas prefirió no  ponerse en evidencia.

¿Tan ingenuos eran que no daban cuenta que el corazón de aquel pusilánime ya tenía dueño y ninguno tenía la más mínima oportunidad con él? Si algo tenía aquel veinteañero es que rezumaba honestidad por los cuatro costados y sus palabras se correspondían  plenamente con sus actos. Estaba locamente enamorado y no podía disimularlo.

Se repetía a sí mismo que Enrique no significaba nada para él, que únicamente se trataba de un mero pasatiempo. Un tío morboso que se parecía muchísimo a uno de sus papis de su juventud  y,  a cambio de unas míseras rayas de coca, se prestaba a convertir en realidad  sus fantasías sexuales. 

No entendía  muy bien por qué veía  en Mariano una especie de rival. Él lo de la competición lo reservaba para los negocios y . nunca se consideró celoso. No obstante  contemplar como todos caían rendidos a sus encantos,  le hizo sentir un pellizco en lo más alto de su ego.

«A pesar de sus infidelidades y de sus engaños, ¿estaría Enrique verdaderamente enamorado de él?», se preguntó sabiendo que la respuesta no le gustaría en lo más mínimo.

No ayudaba para nada que Borja y Álvaro estuvieran súper agradable con él en un intento descarado de convertirse en sus mejores amigos. Tampoco que  el muchacho fuera la simpatía personificada y aguantara el chaparrón  de la manera más educada. Lo peor era que, al contrario que la gente con la que se acostumbraba a relacionar, sus gestos rezumaban sinceridad por los cuatro costados. Se sabía si sonreía de verdad o si lo hacía por puro compromiso.  

Una rabia incomprensible bulló en su pecho. Pensó  que debía mostrar a todos que bajo aquella fachada de príncipe encantador, se escondía un ceniciento pueblerino  con quién únicamente podría relacionarse si había sexo de por medio. Como era obvio que se marcharía antes de la bacanal que había organizado, debía mostrarle a los demás que no tenía el nivel cultural suficiente para estar allí.

Su primer ataque fue preguntarle, con la mejor de las sonrisas, sobre la Romería.  Como lo consideraba alguien tan intrascendente, no hizo los deberes con su amante y no le preguntó siquiera si su chico había ido alguna vez al Rocío. El cateto macizo demostró tener más conocimientos sobre la Blanca Paloma que él y, lo que fue un intento para ridiculizarlo delante de sus amigos, se convirtió en una tertulia sobre las distintas Hermandades y la Historia de la aldea.  

Le costaba admitirlo pero “su rival”, una vez vencía la timidez, era un buen orador. Alguien que sabía medir sus palabras en la justa medida para que quien lo escuchara no pudiera dejar de prestarle atención, sin resultar un pesado encantado con el sonido de su voz y amante de ser el centro de atención.

Tras el segundo vasito  de manzanilla con seven-up. Animado por los efectos de la chispeante bebida, volvió a poner a prueba a Mariano. Se repetía a si mismo que no había estado muy acertado con el tema que había escogido para humillarlo. La romería era  bastante  popular  entre todas las clases sociales y cualquiera, sin demasiado preparación,  podía tener los suficientes conocimientos sobre ella.

Así que, esperando dejarlo en evidencia cuando  su respuesta fuera que no tenía ni idea sobre el asunto, le preguntó sobre las últimas exposiciones artísticas en la capital hispalense. Estaba deseando ver la cara de sus “admiradores” cuando descubrieran que solo era tan inculto como atractivo. Un pueblerino  con ínfulas de grandeza que confundía la clase con ponerse ropa de marca.

Para su sorpresa, el muchacho también estaba ducho en conocimientos sobre el arte  contemporáneo. En la medida que la conversación lo permitió,  dio una pequeña charla sobre lo mejor y lo peor que se había expuesto en Sevilla en los últimos meses. Todo con una soltura propia de los que dominan la materia  de la que están hablando.

Igual le sucedió con las obras de teatro, los restaurantes, el cine,… Pese a que el lugar no era el más idóneo, habló un poco del mundo empresarial, de la globalización, de los conflictos internacionales… En ninguno de ellos, obtuvo la respuesta que él esperaba.

No solo comentó objetivamente la situación de los mercados, sino que le dio una opinión muy arriesgada sobre los fondos de inversión del mercado inmobiliario  a los que consideró que, debido a su fuerte carácter especulativo, podrían ser la semilla de una importante burbuja financiera. Algo en lo que, si hubiera hecho los deberes, sabría que estaba versado pues había sacado recientemente  la Licenciatura en Ciencias Económicas.

—Si a nivel global no se toman medidas contra este tipo de prácticas con el que los bienes inmobiliarios aumentan de valor de forma desproporcionada en relación a  los demás mercados, podemos estar en las puertas de la mayor crisis económica desde el veintinueve —Concluyó tras haber dado un montón de argumentos al respecto.

Como no era el lugar para un debate sobre dicha cuestión, dejó el tema por zanjado. Aquel chico no solo estaba bueno, también parecía ser inteligente y además tenía algo de lo que carecía la gran mayoría de la gente, criterio propio. Aunque para su parecer, bastante equivocado.

Lo que le llevó  a preguntarse: «¿Dónde demonios había encontrado Enrique a este tío y, si es tan listo, cómo no se da cuenta  de que su novio, además de un enganchado a la coca,  le es infiel a más no poder? »

Porque vivimos en un mundo de tontos,
que nos destruyen cuando deberían dejarnos vivir en paz.

Mariano

El domingo anterior (12 de mayo de 2002)

—Oye, mi vida, ¿de verdad estás seguro  de lo que vas a hacer? Esa gente no me conoce de nada y, si no les causo una buena primera impresión, te puedo hacer quedar mal.—Pregunté esperando con todas mis fuerzas que la respuesta fuera positiva.

—Sí, le he preguntado a Berto y me dicho que sí. No hay ningún problema.

—¿Pero es que no conozco a nadie? No sé de qué voy a hablar con ellos.

—Son gente muy normal les gusta, como a mí, las exposiciones, el teatro, el cine, la música, los buenos restaurantes… De todas esas cosas sabes tú un montón.

La verdad era que no. Los pocos museos y galerías que había visitado, lo había hecho con él. Conocía de Teatro las cuatro obras a las que él me había llevado y de los demás temas sabía bien poco. Había estado tan volcado en los estudios los últimos años que no había tenido tiempo para cultivar mis ansias culturales y, a lo más que había llegado, era a leer algún que otro libro de literatura clásica.

Con lo que, aparte de las asignaturas propias de la carrera, me había convertido en un analfabeto sobre todas aquellas materias que mi chico pensaba que conocía. Solo  había sabido sacar tiempo para visitar los garitos del ambiente gay sevillano y echarme novio. Dos temas que no caían en ningún examen de cultura general.

Me imaginaba aquella gente hablando de sus aficiones y me veía  con la misma cara de imbécil como cuando mis colegas del barrio se ponían a comentar las mejores jugadas de las últimas jornadas de la liga de futbol. Mis conocimientos sobre aquel deporte pasaba por  ver los derbis, Sevilla-Betis, Real Madrid-Barcelona y los partidos de la Selección Española. Poco más.

—Anda, no te pongas nervioso —Me dijo cogiéndome la mano para tranquilizarme —El único que es un poco plasta con las conversaciones que saca, y que a nadie le interesa, es Berto que, como es empresario, de vez en cuando se pone a hablar de la Bolsa y de política internacional. Pero eso con que te leas un par de periódicos, tú que estás acostumbrado a empollar, sabrás estar a la altura de las circunstancias. Veras, como sale todo bien.

Las palabras de mi chico se quedaron grabadas en mi cabeza y, como si fuera una especie de examen de fin de carrera, me estudié el nombre de todas los artistas que había expuesto sus obras en Sevilla, las obras de teatro y ópera que habían venido a la ciudad, los restaurantes, las películas más premiadas… Hasta me dio tiempo de empaparme de la actualidad financiera. Reconozco que esta, por los cinco años que había pasado en la Universidad trabajando sobre ella, fue la que  me resultó la más fácil.

Domingo 19 de mayo de 2002

La verdad es que había merecido  la pena el esfuerzo. Nuestro anfitrión, no sé por qué, me empezó a preguntar de las materias que me había empapado como si fuera una especie de prueba. Por momentos me sentí como un concursante de “¿Quiere usted ser millonario?” que se había quedado sin comodines.

El tío mostraba la mejor de las sonrisas y era un dechado de amabilidad. No obstante,  era más que obvio que con su proceder, estaba cuestionando mis conocimientos de un modo que me resultó hasta un poco insultante.

Haciendo gala de la misma simpatía y amabilidad falsas que él, respondí a todas y cada una de sus preguntas de la mejor manera que pude. Muy mal no lo tuve que hacer porque se le quedó una cara de tierra trágame de lo más apabullante.  

Enrique lo tenía en un pedestal, decía que a pesar de que estaba forrado, sabía darle a todo el mundo su sitio. Sé que a mucha gente no le suelo caer bien, pero no excusaba su proceder. ¿Qué coño le había hecho yo para que me tratara de aquel modo?

Y en el momento en que te vas deambulando lejos de mí, 
quiero sentirte entre mis brazos de nuevo.

Enrique

Los nervios habían dejado de atenazar su pecho. Su chico había causado sensación y, por la forma de comportarse, se veía que estaba a gusto entre sus amigos. Cada vez tenía más claro que, nadie le iba a comentar de sus deslices, estaban más interesados en llevárselo a la cama a la más mínima oportunidad,  que en hacerlo enfadar. Comprobar que su chico despertaba aquellas pasiones, propició que su pecho se hinchiera de orgullo.

Veía lógico que su chico tuviera el atractivo de la novedad, pero aquello  le resultaba de lo más insólito. El espectáculo que estaban dando sus cinco amigos revoloteando alrededor de su novio como quinceañeras en busca de un autógrafo de su ídolo, le pareció de lo más dantesco.

Lo más surrealista de todo es que no veía que  alguno pudiera tener alguna oportunidad con su chico. Álvaro con la tripa que se gastaba a sus treinta y largos años, el único atractivo que tenía era su abultada cuenta corriente. Algo que a Mariano le traía sin importancia.

Nacho y Beltrán nunca habían sido unos guaperas, pero el paso de los años había hecho bastante mella en ellos.  A sus cuarenta años, por mucha ropa cara que se pusieran, por mucha dieta que hicieran, parecían bastante más mayores y se les podía catalogar, a lo sumo, de maduritos interesantes.

Los únicos  a los que veía que estaba un poquito en el encaste de Mariano era Borja  y Carmy Ordoñez.

El primero a pesar de que no era muy alto, para sus treinta y pocos años, poseía un físico portentoso. Sin embargo, hacia alarde de una feminidad tan exagerada que sabía que su novio no se sentiría atraído por él lo más mínimo. Le bastaba abrir la boca para que se escapara el genio de la lámpara y pasar de ser un culturista guapo a una mariquita con músculos.

Sin embargo, a Carmy había que darle de comer aparte, no solo era un moreno guapísimo con uno encantadores ojos azules. El tío no se permitía descuidar para nada la tarjeta de presentación que era su físico. Por mucha resaca que tuviera, no faltaba nunca al gimnasio.

Era la mejor persona que te podías echar a la cara, pero vicioso como él solo. Bisexual por aquello de aprovechar todas las oportunidades de la vida. Con un padre torero y una madre duquesa,  era el rey del papel cuché  de la farándula sevillana.

Amigos de los periodistas de la prensa rosa, los hacia participe de sus supuestos romances femeninos, mientras supieran callar sus sórdidos devaneos con las drogas y con el sexo masculino. Pacto que siempre cumplieron a rajatabla. Les  eran más rentable las portadas concertadas de sus amoríos, que contar una verdad que, por muy escandalosa que fuera, tenía una fecha de caducidad más corta.

El más popular de los herederos de la casa Alborada, era amigo de los excesos en todos sus sentidos. La palabra prohibido tenía un especial morbo para él. Porros, coca, alcohol y demás sustancias adictivas eran una constante en su vida. Pero por mucho que disfrutara con ellas, su mayor vicio era el sexo.

Se tiraba a  todo bicho viviente que se le ponía a tiro. Simpático, dicharachero y seductor parecía la alegría personificada. Sin embargo, existían las habladurías de que todo era fachada, una huida hacia delante. Aseguraban que el  joven noble vivía traumatizado desde que pilló a su amor de toda la vida con su padre en la cama. Un cotilleo que nadie de sus amistades tuvo los santos cojones de preguntarle si era cierto y que siempre quedó en eso, un rumor sin fundamento.

A pesar de todas aquellas cualidades, Enrique era de la firme convicción que su chico sería una prueba no superada para él. Máxime cuando no tendría ocasión para seducirlo, pues Mariano se marcharía antes que la gente del catering y no estaría para el final de fiesta.

Una orgia a la que Berto había invitado a Enrique y  a su grupo de cinco amigos. A ellos se les uniría el   Gato,  un empresario de la noche sevillano que comenzó siendo chico de compañía y, para algunos de sus antiguos clientes, como Berto, seguía sacando su churra a pasear por dinero. Para amenizar mejor la bacanal que él mismo había organizado,  vendría  acompañado de dos de sus putitas.

A todos ellos, según le había contado Berto en la intimidad, había que añadirle la presencia de un tipo desconocido del que se había negado a dar ningún dato.

 Como era habitual en él,  siempre que le contaba algo en confianza, se limitó a escuchar y no preguntar lo que el tiempo se encargaría de contarle. Supuso que era un amigo suyo de las fiestas privadas que se pegaba en el extranjero.

Incluyendo al anfitrión de la fiesta, serían un total de once personas. Cuatro de ellas se incorporarían al local cuando los otros  invitados y el personal encargado de la vigilancia y los camareros se marcharan. Su novio, ajeno a la tremenda orgia para los sentidos que tenían prevista celebrar, se iría para Sevilla en el último autobús de la tarde.

Aunque sabía que estaba siendo un cabrón de marca con Mariano, no tenía remordimientos. Se excusaba en que lo quería un montón.  Además, confiaba en él como en nadie y no había ningún problema porque sus amigos le tiraran los tejos.  Lo  máximo que iba a conseguir de su chico, sería una llamada al orden,  si alguno se propasaba.

Cosa que, dada lo temprano que era, ninguno iba a hacer. La casa estaba transitada por muchos conocidos del mundo empresarial de Berto y no era lo mismo soltar cuatro plumas, que meterle mano a alguien. Si algo sabía aquellas víctimas  del vicio y la depravación, era mantener sus instintos bajo control.

Para mayor tranquilidad, antes del almuerzo  actuaría un coro rociero de Villamanrique. El dueño de la casa los había contratado para amenizar a sus invitados, por lo que el personal todavía estaba más pendientes de  los entresijos de la fiesta y de hacer vida social que de otras cosas.

Si a eso se le añadía que todo el mundo le había cogido un pellizquito de envidia por tener el pedazo de novio que tenía, vació sus pulmones de nerviosismo y los llenó de soberbia. Por primera vez en todo el día, comenzó a concluir   que lo de invitarlo había sido una excelente idea. Aunque no se veía con los suficientes cojones para volver a repetir la jugada. Al menos en un tiempo. 

Lo que no entendía muy bien fue la actitud de Berto con su chico. Si no supiera que él estaba por encima del bien y del mal, que lo suyo era solo sexo del guarro, pensaría que se había puesto celoso y había intentado humillarlo. Menos mal que Mariano había sabido estar a la altura y no solo había demostrado no ser el cateto inculto del tres al cuarto que sus colegas había supuesto que era, sino que había dejado claro a todos que era una persona bastante preparada e instruida.

Me mantienes caliente con tu amor,

Entonces suavemente te vas.

Mariano

No sé qué le había sucedido  a Berto  conmigo. Siempre he sido consciente de que mis rarezas y mi particular forma de ver las cosas, hay muchas personas a las que le choca, pero nunca me había encontrado  una hostilidad tan palpable.

Por momentos, en vez de conversar amigablemente, me sentí que estuviera poniendo a prueba mis conocimientos, de un modo tan exhaustivo y abrumador que me llegué  a agobiar un poco. Fue como si me estuviera atacando por algo que hubiera hecho, algo a no tenía ni puñetera idea. Menos mal que  sus amigos no paraban de agasajarme para que me encontrara bien.

Ignoraba si era porque se le acabó la batería de preguntas o porque se dio cuenta de que el vaso de mi paciencia estaba a punto de rebosar. El caso es que, del mismo modo que comenzó su interrogatorio, lo dio por concluido. Se excusó, más por educación que por respeto a nosotros, y se fue a tomarse una copa.

Que nuestro anfitrión diera por terminado el tercer grado al que me había sometido, no quería decir que los cinco componentes restantes del grupo  estuvieran dispuesto a dejarme un respiro. Sus preguntas eran más frívolas, pero  no me resultaban menos incomodas.

—¿Desde cuándo conoces a Enrique? —Me preguntó un treintañero rubio que, por lo que dejaba ver bajo su chaleco ajustado, le dedicaba bastante tiempo a cuidar su cuerpo.  Me dio la sensación que era de los que era más aficionado a las pesas que a los anabolizantes.

Respondía al nombre de Borja y, según me pude enterar más tarde,  su padre era el principal accionista de la cadena de grandes almacenes Simuggle.

—Recién acabamos de cumplir ocho meses —Dije mostrando la mejor de mis sonrisas, para que no se notara demasiado que me estaba empezando a hartar de tanto interrogatorio.

—¿Y dónde te ha tenido metido tanto tiempo? —La pregunta de Carmy era de lo más zalamera. A pesar de que tenía una voz ronca, sonaba tan seductora que se hacía de lo más agradable.

La verdad es que el hijo de la duquesa y el torero  era de los hombres más guapos que había visto en mucho tiempo. Mediría  casi uno noventa y poseía un cuerpo musculado pero sin excesos. Aunque lo más gustaba de él era su sonrisa perfecta y sus enormes ojos azules.  

—¡Chiquí, que te he hecho una pregunta! —Me dijo zarandeándome levemente el brazo, pues me había quedado ensimismado mirándolo. Muy a mi pesar, había caído prendado de sus muchos encantos.

No supe ni que decir ni que hacer. Por la forma que sentí como subía el rojo a mis mejillas, me tuve que sonrojar de lo lindo.

—¡Ay, mira se pone colorado! —Me dijo Beltrán un cuarentón bastante metidito en carne que el único atractivo que transmitía era su simpatía y su buen gusto para vestir. Al  tío no le faltaba ni un perejil e  iba hecho todo un pincel.

—¡No te metas con el chaval! —Intervino Nacho, un calvete de treinta y largos años que, a pesar de que no era feo, sus ademanes exagerados intentando hacerse el gracioso me resultaban de lo más pedante. Me dio la sensación de que era el típico chistoso sin gracia.  

Por las carcajadas histriónicas que soltaron sus amigos a coro, el único que no entendía su sentido del humor era yo. Menos mal que su broma había conseguido  que Carmy se olvidara de que no le había dado respuesta a su pregunta. Por lo que, en el fondo, tuve que agradecer su intervención.

Lo que no impidió que los elitistas amigos de Enrique prosiguieran con su tercer grado. Me sentía como un mono de feria que tuviera que pasar un casting para entrar en el zoo.

El único que, a pesar de que no se apartaba de mi lado ni un segundo, no me agobiaba con su parloteo,  era Álvaro. Por la forma de comportarse me recordó a mi buen  amigo Jaime. Tan tímido que solo se hacía notar lo imprescindible.

Por la forma de agasajarme y de intentar caerme simpáticos, aquellos cinco  me recordaron a las mariquitas locas que me acosaron en el primer bar de copas de ambiente gay que pisé. No obstante, ya no estaba tan verde y, según pude comprobar por la cara de mi ex, estaba sabiendo mantener la situación bajo control y no haría falta que viniera  nadie a rescatarme.

En un momento determinado, una vez comprobaron que Berto estaba lo suficientemente lejos, cesaron con su impertinente interrogatorio.  Disimuladamente se apartaron de mí e hicieron un pequeño corrillo. Observé como cuchicheaban muy discretamente entre ellos. Era obvio que sus cotilleos recaían sobre su anfitrión.

No tenía base con la que comparar porque no conocía al empresario de nada, solo sabía de él lo que me había contado mi chico y tampoco había dado muchos detalles. Sin embargo, no sé por qué, tuve la sensación de que había perdido los papeles y había intentado hacer el gracioso  dejándome en evidencia.

En un momento determinado noté como mi recién inaugurado club de fans me abandonaba y me dejaban en la única compañía de mi ex.   Por lo visto había una actuación antes del almuerzo: el coro rociero de Villamanrique. Un espectáculo que yo no estaba dispuesto a perderme por nada en el mundo.

Y puede que pienses que no me preocupo por ti, 
cuando en el fondo sabes que sí.

Berto

Se sentía mal por haber perdido tanto  tiempo con el novio de Enrique y terminar desatendiendo   sus obligaciones como anfitrión. Tras pedirse una copa, buscó al encargado del catering y le dijo que contara los presentes discretamente para ir   preparando el almuerzo  mientras que actuaba el grupo rociero.

No entendía muy bien por qué había atacado de aquel modo a Mariano. No se reconocía perdiendo tanto los papeles intentando dejarlo en evidencia y ningunearlo.  A pesar de que ha salido airoso y ha demostrado ser lo que él no pensaba que fuera, no supone ninguna competencia en su relación viciosa con Enrique. Pues podría  ser inteligente, guapo y bastante más joven que él, pero nunca sabrá darle a su chico lo que él necesita.

Lo peor es que su comportamiento fuera de lugar y desproporcionado dará que hablar un poco entre las víboras que se consideran sus amigos. Aunque le daba un poco igual lo que pudieran decir, sabía que lo harían a su espalda  por lo que tampoco tendría  que perder el tiempo en replicarle.

Sin embargo, si algo había aprendido en su larga trayectoria profesional era  que la sociedad era como la pirámide trófica  y, si no dejaba patente su lugar, acabaría siendo devorado. Por lo que para dejar claro que él estaba por encima de todos ellos, una maldad comenzó a tomar forma en su cabeza.

Aunque le había costado mover un montón de hilos para que la agrupación musical cantara en su casa  y sabía que si llevaba a cabo lo que tenía en mente, se perdería gran parte del espectaculo. Pero por mucho que le gustara ver cantar aquella gente, más le atraía la morbosa idea que se le había ocurrido. Cuanto más la pensaba, más plausible lo veía y más cachondo se ponía.   Organizó  un poco a sus subalternos y le dio instrucciones a su persona de confianza en la casa para que todo saliera según lo establecido. Una vez comprobó que todo estaba debidamente organizado y sus invitados se encontraban debidamente atendidos.  Se fue en busca de Enrique para llevar a cabo su escabroso plan.

Porque vivimos en un mundo de tontos,
que nos destruyen cuando deberían dejarnos vivir en paz.

Enrique

Un gesto casi imperceptible por parte del dueño de la casa, le hizo saber que requería su presencia. Pensó en negarse, pero sabía que no era una opción. Su constante disponibilidad era parte del precio que debía pagar por formar parte de su  exquisito círculo de amistades.

Del grupo de personas que estaban junto a él, la única que no se percató de que Berto lo había llamado había sido su novio. Estaba tan absorto por el espectáculo musical que se daba a escasos metros de ellos que el mundo a su alrededor había dejado de existir. Aun así, lo sacó de su ensimismamiento y le susurró al odio  la mentira de que iba al baño.

Asintió con la cabeza, pero apenas pestañeó. La capacidad de concentración de su chico cuando algo le apasionaba, le parecía asombrosa.  A veces le molestaba porque parecía que lo ignoraba, en esa ocasión agradeció aquella  total entrega suya a todo lo relacionado con su fe.

—¿Te apetece un tirito? —Le susurró su amante al oído, nada más que lo tuvo a su alcance. A pesar de que su voz ronca le pareció de lo más sensual, la forma en que invadió su intimidad a la hora de hacerlo, le produjo bastante incomodidad.

Su mensaje era un canto de sirenas al que no se podía resistir. Volteó la cabeza para ver en lo que estaba su novio y cuando comprobó que seguí sumergido en los cantos del coro, asintió efusivamente con la cabeza.

Sabía que con el empresario la droga siempre llevaba aparejado algún tipo de sexo. No  le importaba lo más mínimo que le chupara los pies y la polla con tal de poder esnifar el preciado polvo blanco. Supuso que, con todas las mariquitas cotillas pendientes de ello, sería algo intranscendental y rápido. Mariano no tendría tiempo para echarlo de menos.  

Berto le hizo un gesto con la mano para que lo siguiera y furtivamente abandonaron el salón de la casa para encaminarse a las estancias privadas cuya entrada estaba vigilada por un guardia de seguridad  quien, al tratarse del dueño de la casa,  los dejó pasar sin ningún problema.

A pesar de que no tenía el suficiente coraje para cuestionar a la cara a Berto su comportamiento, no podía evitar repetirse que el tío estaba de lo más raro. Con lo reservado  que era de cara a la galería con su vida íntima, estaba dejando pensar a sus invitados que se estaba escabullendo en plena fiesta para echar un polvo.  

El ingenuo de su novio era el único de la reunión que no se había dado cuenta de las perversas intenciones de su anfitrión. Si hasta el segurata al verlos pasar había esbozado una sonrisa maliciosa.

No se encontraba nada de cómodo, pero no tenía más remedio. Por mucho que quisiera a Mariano, no estaba dispuesto a renunciar al mundo de lujos del empresario.

Se repetía una vez y otra que no, que ninguno de los dos significaba nada para el otro, la realidad era otra. Lo que compartían Berto y él  comenzaba a tener una peligrosa implicación sentimental. Le atemorizaba.  No sabía si tenía fuerzas ni ganas para mantener una relación de tres.

El dormitorio del dueño de la casa era más espacioso que el resto y solo albergaba una cama. Mientras observaba como sacaba la droga de la papelina y la extendía sobre una pequeña placa de cristal, no pudo reprimir que sus sentidos se pusieran a flor de piel.  Fue ver aquellas dos rayas finas de coca que su amante se encargaba de extender con presteza sobre la transparente superficie y un sentimiento de ansiedad contenida comenzó a latir en su pecho. Las manos le empezaron a sudar irremediablemente.

Le gustaba creer que no estaba enganchado a aquella mierda, que la tomaba solo para sentirse mejor, para darle un subidón  al valle de monotonía en que se había convertido  su vida. Sin embargo, cada vez era más evidente su dependencia. Durante un tiempo estuvo sin tomar nada,  pero hacia unos meses que su pequeña adicción había vuelto  como  un caballo desbocado que era incapaz de controlar.

Berto le dio un pequeño canuto de cartón y le invitó a que se lo metiera por la nariz. Aspiró fuertemente y dejó que el polvo blanco se extendiera por su organismo. Mientras esperaba que el correspondiente subidón lo transportara a un lugar donde dejaba de ser un fracasado y cualquier cosa era posible, observó a su amante esnifar su ración de felicidad. Un paseo en una montaña rusa y de corta caducidad.

Durante el tiempo que le droga gobernaba sus sentidos,  el mundo exterior dejaba de existir. Su universo estaba comprendido únicamente por el  hombre que tenía frente a sí y él. Era tal la simbiosis que llegaba a compartir  con aquella persona que, cualquier cosa que le pidiera o hiciera la admitía sin rechistar.  

El empresario, con una total dejadez,  se sentó en la cama, se abrió la bragueta y sacó su gruesa polla al exterior.

 —¡Chúpamela! —Le dijo en una actitud autoritaria que no permitía discusión.

Si la cocaína no estuviera adormeciendo su voluntad, se había sentido denigrado. En cambio, fue escuchar aquella proposición  y se  puso cachondo al momento. Instintivamente se llevó  la mano al paquete. Había comenzado a empalmarse a pasos agigantados.  

Y es a mí a quien tienes que demostrar…

¿Cómo de profundo es nuestro amor?

Berto

Si en algún momento se preguntó los motivos que le impulsaban a hacer aquella locura, desde que el estimulante alucinógeno comenzó a hacerle efecto, no le preocupo lo más mínimo.

Estaba súper excitado, tenía una erección de caballo desde que la idea de tener sexo con Enrique mientras el coro actuaba se le pasó por la cabeza. Su verga babeaba al contemplar como aquel tipo de más de metro ochenta se arrodillaba ante él para hacerle una mamada.

Poder someter a Enrique iba más  allá de lo sexual. Era una especie de  revancha  por todo el tiempo que Cristóbal y Nando, el padre y el tío de su mejor amigo,  lo sometieron como la peor de las putas. Se aprovecharon de su inocencia, de su capacidad de confundir el sexo con el amor. Lo lastimaron tanto que su capacidad de sentir jamás se recuperó.

 Enrique se parecía tanto a Cristóbal  que no le era difícil imaginar que quien satisfacía sus caprichos era aquel que tanto lo agravió cuando el sexo era  para él un horizonte todavía por otear.

Normalmente lo que le exigía era  que se dejara chupar todo el cuerpo y se sometiera a sus caprichos.  Sin embargo, después de ver que su rival no era tan poca cosa como él se figuraba, su único interés pasaba por humillar a su amante. Dejarle claro quién era su dueño y señor. Que por mucho que le gustara estar con aquel pueblerino, le pertenecía en cuerpo y alma.

Sabía que Enrique no era mucho de ir mamando pollas  por ahí, sino que era algo que practicaba en contadas ocasiones. Por lo que “obligarle” a que se tragara su nabo después de calmar su pequeña adicción, le pareció todo un triunfo.

Le fascinó  verlo colocarse entre sus piernas. Tan manejable  que parecía un cachorrillo disciplinado   que atendiera las ordenes de  su amo. Le gustaba tensar la cuerda, sumir a su voluntad a Enrique como si fuera una especia de prueba a superar. Aquellos teatrillos sobreactuados le excitaban tanto o más que el mismo sexo.

Conforme los labios de aquel atractivo hombre se iban aproximando  a su entrepierna, notó  como la polla se le ponía todavía más dura. En el momento que aquella lengua tocó su glande, creyó que tocaba el cielo. Tanto que tuvo que hacer un esfuerzo para no correrse y llenarle la boca con toda su leche.

Sabía  que no tenía demasiado tiempo, la actuación del coro eran apenas treinta minutos,  pero tampoco quería que la humillación de Enrique pasara por ser un momento de eyaculación precoz. Así que se ató los machos e intento aprovechar la escasa media hora de la que disponía.

¿Cómo de profundo es nuestro amor?

¿Cómo de profundo es nuestro amor?

Enrique

Olisqueó ligeramente la cabeza de aquel grueso mástil de carne. El aroma a orín y a sudor que desprendía lo ponía  de lo más calentorro. Tras dar unas lengüetadas a la morada cabeza, intentó tragarse hasta la base el duro trabuco.

No tenía demasiada experiencia en chupar pollas, pero la de aquel tipo tan gorda, tan dura y con una vena ancha que recorría todo su tronco lo ponía muy cerdo. No le importaba  que aquel glande sonrosado le destrozara la campanilla, ni la sensación de ahogo que le producía no poder respirar bien.

Siempre se había considerado un macho empotrador, activo cien por cien. Era  algo que llevaba a gala, presumía de ello  como si fuera una medalla ganada en una encarnizada competición.  Pocas veces se dejaba tocar el culo y dominar a sus amantes de forma bestial era como su marca de la casa.

No obstante con  Berto le sucedía algo que ni él mismo entendía. Aquel cipote oscuro, con una anchura mayor de lo normal, tan duro y vigoroso le gustaba a rabiar. Tanto que era capaz de sacar su lado más sumiso y se transformaba en la más guarra de las putitas.

Una vez acomodó su cavidad bucal para que pudiera engullir casi por completo aquel pollón. Comenzó a mover la cabeza de arriba abajo, sacando y metiendo el caliente cilindro de su boca hasta que le rozaba la garganta y le provocaba unas enormes ganas de vomitar. Era todo un suplicio que no le importaba soportar, pues su amante no dejaba de jadear y eso quería decir que lo tenía satisfecho.

Como su amo sexual no le había dado permiso para masturbarse, únicamente se permitía acariciarse la verga por encima del pantalón. Le costaba admitirlo, pero lo de comerse aquella polla le gustaba tanto o más  que dar un buen beso negro.  

En un momento determinado, para que cupiera mayor cantidad del miembro viril de Berto en su boca, atrapó  los hinchados huevos  con la palma de la mano  y los empujó hacia arriba.

—¡Chupa, chupa, maricón, ordéñame! —Le ordenó entre gruñidos y sin dejar de suspirar.

Como un poseso prosiguió chupándole el nabo, como si no hubiera un mañana. La fricción de su boca con el caliente tronco producían un pequeño torrente de calientes babas que terminaban empapando el torso de su mano y terminaban empapando los inflados huevos de su amante.

Cada vez le suponía más esfuerzo  no sacarse la churra del pantalón y pegarse el pajote que aquel momento tan lujurioso se merecía. Sin embargo, como la putita obediente que acostumbraba a ser cuando follaba con el acaudalado empresario, aguardó  a que este lo dispusiera.  Algo que no tardó en llegar.

—¡Menéatela, maricón, quiero que te corras cuando te suelte la leche en toda la boca!

Torpemente se desabotonó la bragueta y se empezó a masturbar. Fue midiendo los tiempos. Sincronizó la velocidad de su mano alrededor de su miembro con la de sus labios alrededor del duro nabo de su acompañante.

Percibió como el caliente falo se hinchaba. Preludio de que iba a estallar un caliente geiser de esperma. Instintivamente aceleró la velocidad de su mano, como si el orgasmo fuera una meta a la que debieran llegar juntos.

Como si ansiara derramar hasta la última gota de su esencia vital en su garganta, la mano de su amante le empujó la nuca hasta que sus labios toparon  con su pelvis. En su mente  solo había  lugar para un pensamiento, cumplir los deseos del hombre que tanto poder ejercía sobre él. Su amo.

En el mismo momento que su cavidad bucal  se vio inundado por un torrente de esperma, su uretra escupía las primeras gotas de su corrida.

¿Cómo de profundo es nuestro amor?

¿Cómo de profundo es nuestro amor?

¿Cómo de profundo es nuestro amor?

Mariano

—Perdona, pero al salir del baño me he encontrado con una gente que hacía mogollón de tiempo que no veía y me he entretenido charlando un rato —Se excusó mi ex, al tiempo que me acariciaba tímidamente la cintura en un intento de reconfortarme por su ausencia.

Cada vez tenía más claro que Enrique, a pesar de su fe, no veía la tradición de la romería del Rocío del mismo modo que yo . Si no, ¿cómo se explicaba que se hubiera perdido una salve tan bien cantada y que tanto significado tiene para los devotos de la Blanca Paloma? ¿No tenía tiempo de saludar a esa gente más tarde?

Aunque  había llegado a tiempo para ver terminar la actuación,  se había perdido lo mejor.

Continuará en : Porque la noche pertenece a los amantes.

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