Un entrenamiento de lo más morboso

La promiscuidad de Ramón

La historia hasta ahora: Ramón se despierta de la siesta en casa de Mariano y vuelven a hacer el amor. Sin embargo, al final todo termina en un desencuentro. La cosa no va mejor en casa de su madre que, al verlo tan feliz, cree que tiene una amante y así se lo hace saber a su hijo.  

Para más inri, Vladi, su actual compañero le confiesa que se está follando a un mariconcito llamado Rodri en compañía de Israel, el chaval nuevo de Madrid. Ramón se excita al escuchar las cosas que hacen con el chaval y, cuando su colega lo invita a ir con ellos, acepta. 

Los tres van a casa de la putita de Israel y se lo montan con él. El fin de fiesta es una doble penetración en la que participan Israel y Ramón.   

De vuelta al cuartel Vladi me contó entre bromas que todo había sido una especie de “encerrona” pues  el madrileño, no sabía cómo y porque, le habló a su “putita” de mí y de la buena polla que gastaba,  a “ella” le hizo tanta ilusión que casi le imploró que se lo trajera un día. Cuando él empezó a frecuentar al tal Rodri, este seguía erre que erre con la idea de conocerme, en cuanto me pusieron de compañero con él, tanteó el tema poco a poco  y sin darme cuenta me fui dejando embaucar.

En otras circunstancias, descubrir cómo alguien cercano me había manipulado me habría puesto de mala hostia, no obstante mi mente estaba ocupada en otros quehaceres y los que más protagonismo tenían, eran los problemas de consciencia.

Una gratificante ducha limpió mi cuerpo de los restos de la escabrosa orgia, pero por mucho que restregara mi cuerpo con  jabón y agua caliente me sentía sucio de pies a cabeza.

Desde que decidí internarme en el sexo homosexual, todo había ido cuesta abajo y sin freno, por un terreno cada vez más abrupto. Si en los primeros encuentros con Mariano, mi identidad sexual es la que se vio dañada. Con lo sucedido aquel día, quien se vio perjudicada  fue mi moralidad y mi integridad como persona.

Me sentía como si hubiese bajado al infierno y hubiera paseado de la mano con mi parte más oscura, con mis pasiones más recónditas, y lo peor es que me había gustado.  Deseaba culpar a alguien de mi malestar, pero me era imposible pues a ciencia cierta sabía que yo había sido el verdugo de mis decisiones.

¿En qué lugar de mi mente albergaba el deseo ante las aberraciones que había cometido? ¿Cómo podía disfrutar subyugando y dominando a otra persona, aunque fuera con su consentimiento? ¿Dónde estaba el límite de mi malsana perversión?

Pese a que en aquel momento no tenía la respuesta a ninguna de mis preguntas, tenía claro que no volvería a estar con Rodri, pues  solo era un polvo y, por muy bien que me lo pasara, no compensaba mi malestar posterior.

A mis treinta y siete años estaba  conociendo facetas de mi personalidad que desconocía, si mi relación con mi amigo la había empezado a asimilar como una especie de mal menor, la brutal orgia de aquella tarde había hecho descarrilar mis principios, mi moral… Aunque mi credo seguía siendo mi amor por Mariano, había perdido mi religión. Continuar restregando mi cuerpo con agua y jabón, no me haría sentirme menos sucio, solo un poco más arrugado.

La capacidad del ser humano para complicarse la vida, no tiene límites y yo, Ramón Ramírez, estaba demostrando ser el más estúpido de la raza humana. Por no querer reconocer mis sentimientos hacia Mariano, había hecho la mayor gilipollez de mi vida: había participado en una orgía con dos de mis compañeros de trabajo. Una orgía donde el vicio y las mayores perversiones habían campado a sus anchas. Una orgía donde en vez de encontrar más repuestas, hallé más preguntas.

Me sentía sucio de los pies a la cabeza. Había bailado con el demonio y, lo peor, me había gustado tanto la música,  que me pegué a él como una lapa. Aún hoy en día, ignoro  realmente que me llevo a tomar parte de aquel acto inmundo. ¿Buscar un porque a mis nuevas apetencias sexuales? ¿Descubrir hasta donde era capaz de llegar?  ¿El morboso placer de lo desconocido?

El recuerdo de aquel joven afeminado sometido a los caprichos de tres policías, me persiguió durante mucho tiempo. ¿Hasta qué punto deseaba Rodri las vejaciones  a las que era sometido? ¿Dónde terminaba el placer por el abuso de poder hacia otro semejante y donde empezaba el  sexual? No creo que Israel y Vladimiro tuvieras inclinaciones homosexuales,  ni bisexuales, ni nada parecido. Simplemente les  ponía dominar a otro ser humano y lo mismo le daba que este fuera hombre o mujer.

Muy a mi pesar, tengo que reconocer que en los días siguientes mi inspiración para mi solitario placer matutino era el recuerdo de la doble penetración de la que formé parte. Era vaciar el contenido de mis cojones y, al tiempo que el agua de la ducha borraba toda huella de mi depravación, la omnipresente imagen de Mariano inundaba mi raciocinio, dejando que la mala consciencia  fuera la protagonista del día.

En unos días había pasado de estar eufórico por sentirme amado y deseado de nuevo, a tener la sensación de ser de la peor de las raleas. Lo único positivo que tuvo aquello fue que mi madre, al ver que la supuesta alegría que brillaba en mis ojos se había marchado, dejo de insistir con el tema de mi supuesta “querida”.  Unos días antes, la pobre mujer al verme feliz de lo normal  y conocer de mi boca  que en mi matrimonio todo seguía igual, se pensó me había echado una amante. ¡Si supiera cual acertada estaba…!

En la primera de nuestras rondas le deje claro a Vladi, mi compañero, que lo que había ocurrido aquel jueves no se repetiría. Algo que no pareció importarle demasiado, pues él había pensado hacer otro tanto al respecto:

—…mira Ramón lo de follarse a un mariconcillo está bien, pero donde se ponga un buen coño que se quiten toa las mariconas del mundo, por muy bien que la chupen…

No sé si me dijo aquello para dejar claro su hombría o porque realmente pensaba hacerlo, el caso es que su “aparente” retirada de los juegos de Israel con Rodrigo dio como resultado que  ni él ni yo, volviéramos a hablar de aquella nefasta experiencia. Ojos que no ven, corazón que no siente.

Más lo refranes populares no siempre se cumplen y, si con mi comportamiento había conseguido dejar atrás el desagradable acto, mi consciencia se negaba a olvidarlo. Es más, si en algún momento fui con mis compañeros a aquella singular orgia con la intención de  aclarar si estaba enamorado de Mariano, después de aquello mis sentimientos se volvieron más confusos. Por mucho que yo quisiera negarlo, toda la parafernalia de vicio desmedido me había agradado y aquello me daba una tremenda grima. ¿En quién me estaba convirtiendo? Desde que admití mi bisexualidad, me era difícil reconocerme en el espejo. ¿Qué me pasaría cuando descubriera que me estaba convirtiendo en un maldito depravado?

No obstante,  como no soy de quedarme quieto, empecé a idear algo que contestara mis incesantes preguntas. ¿Realmente quería a Mariano o era simplemente que estaba empezando a pensar con la polla? Estaba claro que lo de Rodrigo, la “putita” de Israel, no se parecía en nada a estar con  mi amigo y, por muy morboso que me pareciera todo, estaba a las antípodas de lo que encontraba en él.

Conocer si de verdad estaba perdidamente enamorado de alguien de mi mismo sexo, para más inri la persona con quien más confianza tenía,  se había convertido en toda una obsesión y, aun a sabiendas que me metía en un terreno pantanoso, la única solución era volver a tener relaciones con otro hombre.

Aunque mis miedos al “qué dirán” me impedían ir a saunas y cualquier otro tipo de ligoteo furtivo, recordé el día que fui con  Israel al gimnasio, la tensa situación con el chaval en las duchas y supuse que si aquello había ocurrido una vez, bien podría ocurrir otra.

Sopesé la idea ciento de veces y el viernes, veintisiete de julio, hice aparición por el dichoso club deportivo a ver que me encontraba. Me puse el chándal de marca que me regaló Elena por mi cumpleaños y una camiseta que me disimulaba un poco la tripa.

No me hacía ninguna gracia dejar a mi mujer a cargo de las niñas y  de mi madre toda la tarde, sabía que   tenía que aclarar lo que me pasaba antes de irme de vacaciones, no quería que por no tener la cabeza en su sitio,   estas se transformaran en   un  verdadero suplicio. Intenté aliviar mi consciencia diciéndome que al día siguiente que tenía el día libre compensaría con creces a mi esposa y  encaminé mis pasos hacia el elitista templo del culto al cuerpo.

Si la vez anterior cuando vine con Israel me sentí como pez fuera del agua,  aquella ocasión fue incluso peor, tenía el presentimiento  de que todo el mundo descubriría  los verdaderos y  sombríos motivos que me habían llevado allí. Al no ser socio, tuve que pagar en la entrada, motivo por el cual algunos de los repelentes pijos  que se encontraban entrenando en las maquinas cercanas a la recepción se me quedaron  mirando como si fuera un bicho raro, lo que incrementó el extraño sentimiento de culpa que abrigaba en mi interior.

Por lo que pude comprobar, era bastante temprano y al dejar la bolsa en los vestuarios,  únicamente me encontré con dos individuos que alimentaban su vanidad, mirándose al espejo. Su único propósito era ver cómo se le marcaba la musculatura y, para ello,  adoptaban poses de lo más pintorescas. Saludé pero ninguno me respondió. No sé si por “autismo” o por falta de educación.

Me cambié despacio con la única intención de  poder volver a ver al jovencito que, enseñándome su redondo culo, me provocó la vez anterior. Más la suerte no estaba conmigo y aparte del par de copias baratas  de la madrasta de Blancanieves (“¡Espejito, espejito, quien es la más hermosa del reino!”), no apareció nadie por allí. Me sentía como un lobo acechando a su presa, pero esta se negaba a aparecer, por lo que difícilmente podría caer en mis garras.

Un poco desilusionado, me dirigí hacia la sala de pesas que parecía estar en su hora feliz, pues la mayoría de máquinas de pecho (que era lo que tenía pensado entrenar) se encontraban ocupadas.

Corrí un poco  en la cinta con un doble objetivo en mente: calentar y esperar que alguien terminara su rutina para ocupar su sitio. Sin embargo, esto último parecía que no ocurría pues tras mis cinco eternos minutos simulando que corría, los aparatos  de musculación seguían ocupados. Puesto que había pagado y mi dinero era tan bueno como el de cualquiera de ellos, opté por preguntarle a un tipo de unos treinta y tantos años si le quedaba mucho con la máquina de aperturas.

—Termino ya, pero ya me la ha pedido otro chico.

—¡Vaya por Dios! ¡Hoy no es mi día!

— El chico está entrenando solo. Le podrías preguntar, lo mismo te deja entrenar con él  —contestó amablemente el hombre, a la vez que reanudaba su ejercicio.

Aguardé a que llegará mi “supuesto compañero” y cuando lo vi aparecer mi sorpresa no pudo ser mayor: era el chaval que me puso cachondo en la ducha. No sabía si dar saltos de alegría o pedir que la tierra me tragara. Vestido con unas ajustadas mallas y una camiseta de tirantas, que dejaba ver por su transversal todo su pectoral, se me antojaba follable al cien por cien. Al llegar a la máquina, el treintañero se dirigió a él y le dijo:

—Sergio, este hombre me ha pedido la máquina. ¿Te importa entrenar con él?

El jovencito me miró de arriba abajo, levantó el entrecejo con suspicacia y dijo:

—¿Por qué no? Hoy no estoy haciendo súper series.

A continuación, el muchacho colocó el tope a la altura  que consideró oportuno de las placas, se sentó en el asiento de cuero  y comenzó a ejercitar el pecho. Contemplé como su pectoral se hinchaba bajo la diminuta camiseta y algo parecido al deseo circuló por mi mente. No pude evitar fantasear con el momento de las duchas, imaginar cómo  se tocaba morbosamente el culo, un culo que suponía de lo más apetecible. Inconscientemente tuve una pequeña  erección.

Una vez terminó la serie del ejercicio, el muchacho comenzó a estirar el musculo y, al percatarse de que yo me disponía a “tirar” con el mismo  peso  que él, me dijo:

—¿Sabes que tiene cincuenta kilos?

—No —dije poniendo mi mejor cara de circunstancia —, ¿cuantos me aconsejas para calentar? ¡Hace cantidad de tiempo que no entreno!

—Para calentar, diez o quince y ya le vas metiendo lo que te pida el cuerpo. Por cierto, tu cara me suena. ¿Has venido por aquí antes?

—Sí, una vez hace un par de meses con un amigo…

—¡Ah!, ya me acuerdo… — en el rostro de Sergio se iluminó una sonrisa maliciosa, que me agradó y me crispó los nervios al mismo tiempo.

Analicé detenidamente al  muchacho,  parecía simpático y agradable. A pesar de  que su aspecto era un tributo narcisismo, que  cada musculo de su fisionomía tenía su tamaño adecuado, cada pelo de su cabello estaba rigurosamente puesto en su sitio y el aspecto descuidado de su barba respondía  a un riguroso mimo puesto en ella, el chaval no me parecía afeminado.  Un poco “divino de la muerte” sí que era,  pero su comportamiento era el de un tío normal y corriente, sin plumas, ni amaneramientos de ninguna clase.

En la tercera serie le metió unos cuantos kilos más (creo que ochenta) y me pidió que le ayudara a cerrar los brazos en el contractor de pecho. Estaba claro  que era una enormidad de peso y  que  Sergio necesitaba mi ayuda realmente,  sin embargo, se dio las trazas para sutilmente rozar mi entrepierna con su rodilla. La reacción de mi cuerpo al leve contacto fue de lo más embarazosa: me empalmé como una mala bestia.

La situación era de lo más tensa, mi mente y mi cuerpo se plegaban al  deseo ante el  simple roce de su rodilla y, a escasos centímetros de mí, su pectoral se contraía y estiraba de un modo que me pareció hasta sensual. Un sudor frio resbaló por mi frente, al tiempo que una lujuria desmedida campaba a sus anchas sobre mí.

Estuve tentado de dejarlo continuar solo, pero inspeccioné con la mirada nuestro alrededor,   buscando a alguien que se hubiera percatado de lo ocurrido y no encontré a nadie, por lo que deje que el muchacho siguiera actuando a sus anchas. No sé si dominado por la calentura, o  por la inconsciencia.

Cada vez que  sus brazos se cerraban sobre su pecho, más procuraba acercar su rodilla a mi pelvis.  Si la situación era morbosa y caliente por sí sola, la sensación de peligro por ser descubierto la hacía  aún más excitante.

La siguiente serie fui comedido y solo añadí dos placas de diez kilos al peso que estaba moviendo en la máquina. Sergio se ofreció a ayudarme, pero como yo ya me veía venir el numerito, le dije que no hacía falta, dejándole claro con ello que no tenía ningún interés en rozar su polla.

Una vez fue su turno, subió el número de placas  a noventa kilos  y me  volvió a pedir ayuda, en esta ocasión yo ya sabía a lo que me atenía y, haciendo gala del  mismo disimulo que él, acerqué estratégicamente mi paquete para que el muchacho pudiera restregar gustosamente  su rodilla contra él.

El chico al comprobar la dureza de mi verga, se tomó un respiro del fatigado ejercicio y, dando  un nuevo sentido a la palabra atrevimiento, dijo:

—Colega, como  con este entrenamiento el pecho se te ponga igual de duro… ¡En un mes nos has echado la pata a todos los que estamos aquí!

—Es que tengo muy buen entrenador —dije picarescamente,  dejándole claro al chaval que tenía todo el “carrete” que él precisara.

—La verdad es que nadie se ha quejado, cuando he hecho de “personal training”.

Sonreí socarronamente y lo miré de pies a cabeza, a sus veinte y tantos años era  mucho menos pudoroso que yo a su edad. No sabía si el tío estaba fuera o dentro del armario y  si lo de aquel día conmigo fue algo extraordinario o era lo habitual en él. De lo que no había ninguna duda era que el joven culturista tenía ganas de polla y yo estaba dispuesto a dársela. Reflexioné  un segundo sobre mi siguiente  paso, no fuera a  meter la pata más de lo que lo había hecho  ya, al participar en la “fiesta” de mis compañeros de trabajo.

—Ese tipo de entrenamiento lo practicas aquí o en algún otro sitio —dije recalcando cada una de mis palabras para darle un mal intencionado doble sentido.

Sergio sacudió la cabeza, sonrió y tras guardar unos segundos de silencio dijo:

—Al final de la noche las duchas es buen sitio, pero es demasiado arriesgado.

Continuará en: “El laberinto del deseo”.

2 comentarios sobre “Un entrenamiento de lo más morboso

Deja un comentario

Este sitio utiliza Akismet para reducir el spam. Conoce cómo se procesan los datos de tus comentarios.