Descubriendo el ambiente gay

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La historia hasta ahora: Guillermo cuenta como en su juventud en compañía de su compañero de equipo de Rugby, Arturo y su entrenador, Javier, fueron a un lujoso chalet de Torremolinos, propiedad de un amigo de su entrenador. Allí tienen sexo a cuatro bandas en la piscina de la vivienda. Por la noche, tras deslumbrarlos con todo tipo de lujos , los llevan a cenar a un restaurante gay en el Pueblo Blanco, algo que sienta mal a Arturo, lo que crea un poco de fricciones.

A Guillermo, la actitud de Sebas, aunque no le molestaba del todo. Tampoco le agradaba mucho. Y es que los aires que se daba el  malagueño, olían  un poquito a ese tufillo de prepotencia, tan característico en la gente de cierta clase social. Y si en principio, el tío le pareció genial y tal, a la vez que avanzaba la noche, el  carácter del pijo malagueño le hacía perder puntos ante el joven sevillano.

Poco después llegaron a unos bloques de pisos, paralelos a ellos había unos pasadizos llenos de mesas y gente tomando copas. Los primeros en adentrarse en ellos fueron Javier y Arturo, quienes parecían  ya habían arreglado las cosas entre ellos.

Cuando se internaron en el gentío, Guillermo se sintió sumamente observado. Por un momento creyó que todas las miradas de la gente sentada en la improvisada terraza se clavaban en él. Al principio, se notó incomodo, pero cuando vio como el deseo se pintaba en algunas miradas, se sintió alagado. Las mujeres nunca le hacían tanto caso, unas porque lo consideraban bajito, otras porque estaba demasiado musculado. Algunas  incluso   le llegaron a decir que era poco agraciado. Pero estos hombres, ni lo ven corto de talla, ni hipertrofiado, ni lo consideran feo. Por un momento, Guillermo llegó a pensar que cualquiera de los tipos que lo miraban podía ser suyo esa noche. Pero volvió a la realidad y llegó a la sabia conclusión de  que más que  por el deseo,  las miradas eran movidas por la curiosidad.

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Algo que llamó enormemente la atención de Guillermo, era la oscuridad que reinaba en todos los bares. Incluso los que estaban iluminados en la puerta, lo hacían con una luz muy tenue. En muchos de los locales, se anunciaban espectáculos de transformismo, algo que a Guillermo le sonó a añejo, como resquicio de una época pasada.

—¿Dónde estamos? —Le preguntó tímidamente a su acompañante.

—Esto es La Nogalera, una zona de bares de ambiente de Torremolinos.

—¿Ambiente? Gay querrás decir —Las palabras de Guillermo sonaban un poco apagadas, como si le diera miedo quedar de ignorante ante el pijo malagueño.

—Sí. ¿Nunca has ido a sitios de este estilo?  —La voz del atractivo maduro estaba repleta de perplejidad.

—No —La negación del muchacho sonó insegura.

—¡Vaya perita en dulce, que me ha traído el amigo Javier! —La exclamación de Sebas rezumaba satisfacción por doquier — .Cada vez me alegro de que haya venido — Al decir esto último posó amablemente su mano sobre el hombro del joven sevillano.

Este lo miro de reojo y se dijo para sus adentros: ¡Y yo también, porque el polvo de esta tarde no va a ser nada para lo que te espera! ¡Porque serás un engreído, pero estás bueno como tú solo, pedazo de cabrón!

El local donde los dos cuarentones llevaron a los muchachos se llamaba el Men’s, que por el nombre,  tampoco hay que ser un lince para deducir las características y gustos de la clientela habitual del garito.

Nada más entraron, Javier les preguntó que querían tomar. Una vez se lo dijeron, le pidió a Arturo que lo acompañara a  la barra.

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Guillermo estaba sin palabras, todo se le antojaba pecaminoso y  prohibido en aquel bar.  Observó cómo la gente se miraba unos a  otros,   expresando de manera explícita sus intenciones sexuales. Tanto los  jóvenes, como los maduros, incluso algún que otro viejete, parecía que sólo tenían en mente aquella noche una cosa: echar un polvo.

Todo parecía erótico y sugerente entre aquellas cuatro paredes, era como si el mundo real se hubiera quedado fuera y allí solo hubiera entrado la libertad de elección sexual.

Cuando su entrenador y su compañero de equipo regresaron con las copas, buscó la mirada de Arturo. Esta denotaba felicidad, fuera lo que fuera que le hubiera dicho Javier, había conseguido apaciguar su cabreo.

Sebas dijo de salir a tomar la copa fuera, pero Javier se negó, argumentando que nunca se sabe quién puede pasar por la calle y que dentro del local estaban mejor. El pijo malagueño no dijo nada, pero frunció el ceño en una pose clara de estar acostumbrado a que le dijeran que sí a todo y a todas horas.  Al poco, le pidió a Guillermo salir fuera pues se asfixiaba dentro. El joven, antes de contestar nada, buscó la aprobación de su entrenador. Quien con un leve movimiento de cabeza, asintió ante su petición.

En la puerta del local, Sebas volvió a decir algo que molestó a Guillermo:

—No entenderé nunca a estos tíos casados. Si te gustan los tíos, pues te gustan los tíos, no pretendas ir de bisexual. Yo todavía no conozco ningún bisexual casado que se ponga a buscar tías por las páginas de contactos y de los que se llaman bisexuales buscando  tíos… ¡a montones!

Este último comentario puso a Guillermo las orejas de punta. “¿Qué habrá querido decir?”, pensó. Aunque fisgonear en la vida de los demás no era algo habitual en él, en aquel caso, preguntó sin rodeos.

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—¿Por qué dices eso de las páginas de contacto?

El malagueño lo miró extrañado, arqueó un poco las cejas y sonrió finalmente.

—O sea, que el amigo Javier no os ha dicho como me conoció —El tono del malagueño era una mezcla de soberbia y enfado —¡ No sé, ni como me extraño! ¡Este tío es un “bunker”! ¿Qué os ha contado?

—Simplemente nos había dicho que era amigo tuyo. ¿Hay que saber algo más?

—Pues sí, tu admirado entrenador me conoció el año pasado a través de una página de contactos. De una a las que no se va a buscar pareja, ni novio, ni amistad,  ni nada que se le parezca… Sino que la única finalidad que tenemos en mente, los que allí estamos registrados es: follar como descosidos. Cosa que a decir verdad, pocas veces se logra —Al decir esto último sonrió ampliamente —, que le gente es muy dada a ladrar mucho y morder poco.

Guillermo no podía creer lo que estaba escuchando, pero tuvo que reconocer que  toda aquella historia de la página de contacto era como la pieza que  le faltaba, en el extenso rompecabezas que era la vida de Javier para Arturo y él. Porque aunque  lo conocían como entrenador de varias temporadas ya, y desde hace unos meses como amante. Todo lo que rodeaba a aquel hombre parecía tener un raro halo de misterio. Como si siempre se guardara un as en la manga.

—Estuvimos un par de semanas, tonteando y chateando. Nos caímos bien y decidimos quedar. El resto, te lo puedes imaginar. ..

Guillermo, poco amigo de los cotilleos, consideró que la información facilitada era bastante y en lugar de ahondar en el tema, decidió cambiar el tema y prosiguió charlando de banalidades: “¿vienes mucho por aquí?”, “¿siempre hay tanta gente?”, y  cosas parecidas.

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En un momento determinado, al joven sevillano le entraron unas  ganas  tremendas de ir a orinar.

—¡Me estoy meando! ¿Dónde están los servicios? —Preguntó sin ninguna finura a su acompañante.

—Bajando las escaleras a la izquierda.

El muchacho se internó en el cada vez más frecuentado garito. En su trayecto, se encontró con Arturo y Javier, que se habían “echado a la poca vergüenza” y se estaban pegando un muerdo de película en uno de los rincones del local. Guillermo, los miro y encogió los hombros sonriendo. Cuando estrepitosamente  bajo las escaleras y se encontró con el servicio, vivió una de las situaciones más incomodas de su vida. Mientras el chorro de orín salía fluidamente de su uretra, en el urinario anexo un tío de unos treinta y largos años, se masturbaba mirando la churra del joven.  Guillermo no veía el momento de que su vejiga dejará de soltar líquido, para poder largarse con viento fresco.

Al salir, vio como unos tipos, tras una especie de reja practicaban sexo a la vista de todos. El sitio donde lo estaban practicando estaba poco iluminado, pero no por eso el público dejaba de mirar. Público  que, dicho sea de paso, le pareció escaso para  la cantidad de gente que se movía por el local. El espectáculo le pareció, cutre y poco creativo. Los actores por no tener, no tenían ni buen físico y en vestuario tampoco es que se hubieran gastado mucho.

Cuando volvió a donde estaba Sebastián, le comentó lo del espectáculo en la planta baja. Este lo miro estupefacto, movió la cabeza varias veces  en  clara señal de no poderse creer lo que estaba escuchando.

—¿Lo dices en serio?

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—Sí, ¿por qué?  —La pregunta se ahogó en su garganta, no sabía qué barbaridad había dicho, pero lo que si tenía claro es que había metido la pata ¡y hasta el fondo!

—Hijo mío, ¡qué verdes estás! —En su cara se pintó una enorme sonrisa, que iluminó todo su rostro — Eso es el cuarto oscuro y lo que has visto, son  dos que les gustara exhibirse. ¡Vaya con las joyitas del Javier!

El candor llenó las mejillas del joven Guillermo que deseaba que la tierra se lo tragase o que un pterosaurio se lo llevara en el pico. ¡Lo que fuera, con tal de desaparecer de allí! Y si no fue suficiente con su planchazo, tuvo que aguantar durante unos momentos, la risa tonta que le había entrado al pijo malagueño. Lo miró y pensó: “Pues si supieras como se te marcan las patas de gallo, no te reías tanto. ¡Gracioso!”

Pero al malagueño, la ocurrencia del sevillano le había hecho muchísima  gracia y a pesar de que intentaba contener su risa (para no cabrear al muchacho, sobre todo), de vez en cuando le asaltaban unas incontroladas carcajadas. Por las que educadamente se disculpaba.

Poco después, Sebastián propuso a Guillermo pedir otra copa. Cuando entraron en el local,  intentaron localizar  a Arturo y Javier, pero sin éxito.

Tras una breve búsqueda, localizaron al joven y al maduro dándose besos y arrumacos en la penumbra de uno de los rincones del local. Sebas se acercó a ellos y de un modo netamente descortés, carraspeó, para hacer patente su presencia. Automáticamente Arturo y Javier, dejaron de besarse, separándose de manera brusca y hasta un poco avergonzados.

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—Se ve que al niño, este local de maricones no le incomoda —Si las palabras del pijo malagueño hubieran sido cuchillos habrían acribillado sin pudor al joven sevillano. El  cual, dominado por la arrogancia de la juventud, se dispuso a contestar algo, pero fue detenido solapadamente por Javier que intercedió por él  ante Sebas.

—Perdónalo, hombre, es que se puso nervioso. Y ya sabes cómo es la juventud.

Los dos maduros cruzaron un par de silenciosas miradas, con las que se dieron a entender que era mejor zanjar el tema, si querían tener la fiesta en paz.

—No tengo nada que perdonarle, es tu amigo y por tanto lo es también mío —El tono del atractivo malagueño cambió radicalmente, por una  parte porque no quería aguar la noche y  por otra, porque veía que su actitud no le llevaba a ningún lado —. Veamos si al sitio que lo llevamos ahora,  es de su agrado también.

—¿A dónde vamos? —Preguntó Javier.

—A la Palladium —Fue la respuesta de Sebas.

“La Palladium” era la discoteca gay por antonomasia de la costa malagueña.  En ella confluían todo tipo de gente, aunque prioritariamente jóvenes ávidos de pasar una noche,  en donde la moderación tuviera vetado el paso.

La expresión de sorpresa de los dos chicos, al entrar en el local, no había con que equipararla. Si el bar de ambiente les pareció algo insólito y desconocido, la discoteca se les antojaba un templo de diversión, donde nada estaba prohibido. Nunca habían visitado antes un local de ambiente y para ellos, aquella noche estaba siendo un viaje del cero al cien, sin pasar por la casilla de salida.

Los chavales estaban expectantes  ante todo lo que sucedía a su alrededor, a diferencia del Men’s, donde todo era más sórdido y  tenía una  clara intención sexual,  en el ambiente de la discoteca se respiraba un aire de absoluta libertad. Observaron a la gente, como si de una atracción de feria se tratara, aunque había mucho afeminado y mucha loca, que tanto a Arturo como a Guillermo incluso les molestaban, también  los había varoniles, con cuerpos esculturales,  tipos que si  no fuera por donde se encontraban, jamás hubieran pensado que eran homosexuales.  Pero fueran como fueran, todos tenían algo en común con ellos: se lo  estaban pasando  bien y anhelaban una noche de placer entre los brazos de un hombre.

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Los dos maduros se miraron sonriendo levemente. A su mente vinieron momentos de un pasado,  en los que no sabían si eran más inocentes, que ignorantes, o ambas cosas en la misma medida.

Arturo y Guillermo se lo pasaron pipa. El local eran espectacular  y aunque era un monumento al arte “neocateto”, los dos jóvenes alucinaron con todos y cada uno de los detalles de la decoración del local.

Al poco de estar en la discoteca,  Arturo fue a los  servicios y lo que encontró allí le dejó bastante sorprendido. Tanto, que abandonó a sus acompañantes varias veces en el transcurso de la noche, con la inverosímil excusa de que se “meaba a chorros”.

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Sobre las cuatro de la noche, hora en que Javier y Sebastián decidieron que ya estaba bien de pasear el palmito, los cuatro hombres abandonaron el concurrido local. Muy a pesar de los muchachos, quienes aún seguían teniendo ganas de marcha, pero donde hay patrón, no manda marinero…

Continuará  en: “Saboreando un platano maduro”

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