Un mariconcito para tres policías

La promiscuidad de Ramón

La historia hasta ahora: Ramón se despierta de la siesta en casa de Mariano y vuelven a hacer el amor. Sin embargo, al final todo termina en un desencuentro. La cosa no va mejor en casa de su madre que sospecha que se está viendo con otra, pregunta para la que Ramón tiene un no tajante, pero su madre no se lo cree.

Para más inri, Vladi, su actual compañero le confiesa que se está follando a un mariconcito llamado Rodri en compañía de Israel, el chaval nuevo de Madrid. Ramón se excita al escuchar las cosas que hacen con el chaval y, cuando su colega lo invita a ir con ellos, acepta. 

Los tres van a casa del chaval este los recibe preguntando si es el famoso Ramón. Después se pone un disfraz sadomasoquista de perro y tras chuparle las botas a los tres. Israel le encasqueto su porra de trabajo en el ano. 

Con la porra encajada en su culo, sobrepasado los primeros espasmos de dolor, fue subiendo las manos a lo largo de las piernas de Vladi como si trepará por ellas, con la única intención de alcanzar su entrepierna. Al tocar el abultado paquete, saco la lengua bobaliconamente y comenzó a lamer el surco que formaba la verga de mi compañero bajo el uniforme. La morbosa escena me excitó de tal manera que, mientras la observaba detenidamente, frotaba  por encima del pantalón e mi endurecido miembro.

El niñatillo se veía que era un experto en poner caliente a la gente, pues se tomó su tiempo en agrandar el miembro del salido cincuentón, quien gemía descompasadamente.

Considerando que el cipote de  mi compañero estaba ya preparado para recibir una mamada, se dispuso a desabrochar la bragueta cuando lo interrumpió Israel tirando de la correa y gritándole en un tono desagradable:

—¡So perra, no querrás que te rompamos el culo aquí con lo sucio que está todo! Mejor vayamos al dormitorio, que he visto que has cambiado las sabanas.

Dócilmente apartó las manos de la cremallera y, imitando los andares de un chucho, se encaminó hacia las habitaciones del fondo. El madrileño nos hizo una señal para que lo siguiéramos y, como si se tratara de un tipo de orden, fuimos tras sus pasos.  Vladi ante mi mutismo, me miró ladeando ligeramente la cabeza  y me dijo:

—¿Qué te está pareciendo?

—No está mal —contesté sonriendo con aparente desgana.

—¡Pues ahora se va a poner mejor!

La trivialidad de sus palabras y el  carácter lúdico que mis dos compañeros le daban a todo aquello me sobrecogía y, a la vez,  su plena aprobación a mis actos,  me daba la seguridad que precisaba. Nunca antes (ni  siquiera con Mariano), había dado tanta rienda suelta a mis fantasías sexuales y aunque me daba un poco de grima todo aquel rollo de amo-esclavo, también me excitaba sobremanera.

Nos adentramos en el dormitorio y, tal como señaló Israel, estaba bastante más decente y limpio que el resto de la casa. Rodri, tal como si la escena anterior hubiera quedado interrumpida, se volvió a abalanzar sobre el mayor de mis compañeros y reanudó la  puesta a punto de su cipote.

Por el tamaño de su paquete, se podía vislumbrar que la polla de Vladimiro permanecía erecta, pero no por ello,  y con la única intención de calentarlo aún más,  el jovencito dejó de sobar la prominencia que se marcaba bajo el uniforme. Una vez lo creyó oportuno acerco su boca y regó  con sus babas el contorno de lo que parecía un enorme salchichón.

Tras juguetear un poco con él, procedió a liberar  el erecto miembro de mi compañero de la presión de la ropa interior y, sin ningún pudor,  se lo metió en la boca. La polla del cincuentón era de un tamaño bastante aceptable, más ancha que larga y con  una cabeza regordeta que el fogoso chaval chupaba como si fuera un enorme chupa-chups.

Hubo un cruce de miradas  con Israel y él me guiñó un ojo en un claro gesto de complicidad. Se manoseó  el paquete, indicándome que estaba completamente empalmado. Yo le respondí  con una sonrisa burlesca y paseé los dedos sobre el cilindro que se marcaba bajo el tejido de mi pantalón, haciéndome participe de su perverso juego. 

—Por lo que veo, te alegras de haber venido, ¿no?

Asentí con la cabeza y volví a recrearme con la espectacular mamada que el muchacho estaba propinando a mi compañero. Se deleitaba tanto que, por un momento, tuve la sensación de  estar inmerso en un espectáculo porno en directo. De buenas a primera paró, y se dirigió gateando torpemente en dirección a mí.

Observé al muchacho detenidamente y,  con la correa al cuello, la porra ensartándole el ano, comportándose como si fuera un perro y, por más que lo intentaba,  me era difícil percibirlo como una persona real. Al trepar sus manos por mis muslos, bajé la mirada y me encontré con algo tan artificioso, como excitante, en sus movimientos no había nada hermoso o eróticos, su aspecto y comportamiento eran pornografía pura: tan estimulante, como obsceno. Su rostro emanaba una desmedida lujuria, que llegaba a su punto álgido cuando sacaba su enorme lengua de forma provocativa.

Al tocar mi vergajo el muchacho no pudo reprimir su sorpresa e, imitando los jadeos de un perro en celo, se volvió hacia Israel quien le dijo:

—No ves putita, como no te mentíamos con respecto a lo que  el amigo Ramón tenía entre medio de las piernas.

Escuchar que mis compañeros habían hablado del buen tamaño de mi polla me enorgulleció y me molestó por igual. Me enorgulleció porque alimentó mi ego de macho y me molestó, porque el que se hablara de mis partes nobles era como si se invadiera, en cierta forma, mi intimidad. Estuve a punto de decir algo, mas estaba tan metido en disfrutar al máximo del  oscuro momento que no dije esta boca es mía.

Rodrí sacó mi polla del interior del bóxer y, como si fuera una especie de reto, intentó metérsela de golpe en la boca. A pesar de la facilidad del muchacho para devorar enormes manubrios, mi ancho capullo chocó con su campanilla y fue incapaz de tragársela al completo. Aun así no desistió y siguió intentándolo una vez y otra, hasta que se tuvo que rendir a la evidencia.

Al sentir como su boca envolvía mi verga, no pude evitar pensar en Mariano y en cómo me hacía gozar cuando me la mamaba. Sin embargo, tan rápido como pude lo aparté de mi pensamiento, pues no sé porque extraña gilipollez mi mente y mi cuerpo únicamente querían huir  de cualquier complicación y disfrutar del momento.

Al comprobar como mis compañeros observaban expectantes  si el jovencito conseguía lograba engullir mi tranca por completo, un singular sentimiento de orgullo hinchó mi pecho, que unido a el  espectacular “lavado de cabeza” que me estaban realizando, hizo que mi mente cediera ante mis instintos primarios y se olvidara de todo lo que no estuviera en aquella habitación.

He de reconocer que Rodri era un maquina chupando la polla, sabía dónde te tenía que tocar con la lengua para que disfrutaras el máximo, cuanta presión tenía que insuflar a sus labios para que gozaras como un condenado, cuando tenía que ir más despacio o más rápido… La boca del flacucho muchacho era un volcán y yo me estaba dejando incendiar a destajo.

De repente, con un tirón de pelo Israel lo apartó de mi polla diciéndole:

—¡ Se ve que te ha gustado el pollón del amigo Ramón! Pero si quieres que esta —se agarró el paquete burdamente—te taladre el culo, tendrás que ponerla a punto de caramelo.

Con ademanes violentos llevó la cabeza del  chico a su bragueta y la apretó dolorosamente contra sí, una vez Rodri consiguió  zafarse de la violenta opresión, llevó las manos a la portañuela de mi compañero  y, sin dilación alguna, procedió a sacar el vibrante pene de su cautiverio.

El vigor de la juventud era  más que palpable en aquella verga que podría medir, a ojo de buen cubero, unos diecinueve o veinte centímetros. Unas venas gordas azuladas recorrían su tronco desde el  glande hasta el escroto. El  enclenque chaval, como si se tratara de un terreno conocido de sobras por él, paseó su lengua por los surcos de aquella inhiesta columna,  para culminar lamiendo con mimo los depilados testículos.

Con la misma “delicadeza” que mi insufrible compañero lo  acercó a su entrepierna, lo apartó de ella, dejando al descubierto un nabo firme y chorreante de babas.  Tiró de su correa y se dirigió hacia la cama.

—¡Ponte en pompas, para que el amigo Ramón vea lo abierto que tienes el culo!

Del mismo modo que un perro obedecía la orden de su amo, el chico se subió a la cama, arqueó la espalda y sacó el culo hacia fuera. La imagen que ofrecía, con la porra incrustada en su recto, era un poco dantesca. Me sentía como si estuviera viendo un denigrante espectáculo y Rodrí  fuera una especie de fenómeno circense.

Sin ningún miramiento, mi joven compañero sacó el oscuro instrumento de sus entrañas y,  alardeando como si se tratará de una gran  proeza, me llamó para que me acercará a verlo.

El diámetro de aquel enrojecido ojete era más que considerable, un escaparate del vicio que aquel cuerpo era capaz de regalar. Penetrar aquel trozo de carne humana se me hacía netamente apetecible, mis pensamientos fueron rotos por una  jocosa y morbosa observación de Vladi.

—¡Al cabrón se le ha puesto el culo como el bebeero de un pato! Hubo una vez que se relajó tanto, que conseguimos metérsela los dos a la vez.

Imaginar la posibilidad de ver como aquel orificio era taladrado por dos falos al mismo tiempo, y que uno de ellos fuera el mío, despertó en mi interior una parte de mí que no conocía y, si hasta aquel momento, me había comportado con cierta mojigatería, aquella variedad sexual abrió en mí, de par en par,  las puertas del “todovale”. Busqué el rostro del muchacho, lo cogí  autoritariamente por el mentón  y le pregunté:

—¿Estás lo suficientemente relajado hoy?

Rodri movió la cabeza afirmativamente, a la vez que mostró una débil y complaciente sonrisa.

Al tiempo que yo hablaba con él, el mayor de mis compañeros se había puesto un condón y, sin consultar al muchacho, colocó su verga entre las nalgas del muchacho. Un salvaje envite después el jovencito era atravesado por la gruesa polla de Vladi.

Unos minutos más tarde, con el único propósito de no correrse aún, invitó con un gesto a Israel a que ocupara su lugar. El engreído muchacho,  a la vez que se colocaba un preservativo, me daba uno a mí.

—No, eso no me están buenos. ¡Pero no te preocupes!,  he traído un par de los míos —mis palabras estaban impregnadas de una palpable chulería.

—¡Es que lo que tú tienes en medio las patas, no lo tiene ni el burro de mi pueblo! —dijo  jocosamente  Vladi, sin dejar de contemplar atónito mi erecto y babeante cipote.  

El joven madrileño se me quedo mirando, empujó sus caderas y penetró violentamente al sumiso jovencito, quien profirió un leve gemido. Una vez comprobó que aquel agujero albergaba por completo su pene, comenzó a recrearse moviendo su pelvis y concluyó diciendo:

—¡Lo que hay es que saber usarla!

—¡Lo que hay es que saber usarla!

La arrogancia de Israel no tenía parangón, más por los quejidos placenteros que emitía Rodri, era obvio que  le estaba haciendo un buen trabajito. Ver de cerca como su polla entraba y salía del estrecho orificio era de lo más excitante, busqué un condón en mi cartera, enfunde mi cipote con él e hice un gesto al madrileño para que me dejara ocupar su sitio.

Aquel ano estaba enormemente dilatado, en un primer momento había tenido la porra allí metida durante un  buen rato y tras las dos folladas que le habían metido mis compañeros, su diámetro había aumentado de forma palmaria. Haciendo alarde de la misma rudeza que mis antecesores, agarré su cintura fuertemente y, sin ninguna sutileza, le introduje mi vibrante miembro de golpe.

Una sensación de calor recorrió mi verga, aunque las paredes de sus esfínteres se comprimían sobre ella era una sensación diferente a la de hacerlo con mi amigo y, bastante distinta, a follarse un coño. Era como una intersección entre ambos extremos, ni era tan amplio como un coño, ni tan apretado como  el ano de Mariano. Desconozco si la  tremenda fuerza que infringía a mi pelvis le hacía daño, es más, creo que en aquel momento  no me importaba lo más mínimo.

Egoístamente solo pensaba en mi placer personal y en demostrar que era mucho más hombre que los dos allí presente: por tamaño y por maña. Me puse tan bestia que hubo un momento en que el chico se contrajo de dolor, sino pidió que se la sacara fue porque creo que también lo estaba disfrutando y, también,  por temor a las represalias de mi compañero Israel, con quien parecía que le unía una insólita relación de amo-esclavo. 

Como tampoco quería destrozarle el culo al muchacho, cedí mi puesto a Vladi, quien se la volvió a meter sin contemplaciones. El muchacho hizo un mohín de fastidio ante la diferencia de tamaño, me buscó con la mirada  y me sonrió tras morderse morbosamente el labio, con la única intención de dejarme claro que le había agradado el tenerme dentro.

Si en el primer asaltó el cincuentón se contuvo un poco para no correrse, aquello pareció dejar de importarle. Agarró  enérgicamente al chaval por la cintura y comenzó a moverse descompasadamente.

De vez en cuando golpeaba  sonoramente las nalgas del muchacho  y le profería impulsos en femenino, su rostro comenzó a mostrar extrañas expresiones que iban desde el dolor a la alegría. Unos minutos después, frenó el ritmo de sus caderas y aprisionando fuertemente las caderas de Rodri, profirió un grotesco: “¡Me corro!”.

Sin dar tiempo a que Vladi se recuperara del placentero momento. Israel me pidió que me tendiera en la cama, aunque no tenía ni puta idea de lo que pretendía, intuí que me gustaría y lo obedecí sin cuestionarlo.

—¡Perra, siéntate sobre él y clávatela hasta el fondo!

El subyugado chico hizo lo que exigieron de una manera fría e impersonal, si en algún instante corroborar los rumores sobre el tamaño de mi polla  le había producido cierta alegría, esta se había esfumado por completo, pues, a diferencia de mí, tenía muy claro cuál era el siguiente y doloroso acto.

A pesar de la poca pasión que había en su semblante, el joven apoyó la planta de sus manos sobre mis muslos, y usando estos como punto de apoyo, comenzó a cabalgarme de un modo salvaje, impasible sentía como mi cipote atravesaba su dilatado recto. De vez en cuando el traqueteo hacia que mi carajo escapara de su cautiverio, sin embargo las hábiles manos de Rodri volvían  a mostrarle el camino para que pudiera perforar sus entrañas. 

De repente sentí que alguien subía  al colchón de la cama, levanté ligeramente la cabeza y me encontré con Israel, quien se unía a la fiesta de una manera, cuanto menos, sorprendente. Contemplar como aquella gigantesca masa de músculos se acoplaba tras el delgado muchacho,  propició en mí emociones  tan dispares como la furia o el desconcierto.

En principio, sentí como unos dedos rozaban mi churra y la apartaban para abrirse paso, la sensación  de como las paredes de aquel ano apretaban mi cipote fue netamente libidinosa. No obstante, cuando meticulosamente fue introduciendo su polla por el hueco que había abierto y comenzó a rozarse con la mía, un placer inexplicable recorrió todo mi ser. Mi verga estaba comprimida entre el miembro de mi joven compañero y los músculos del recto de aquel muchacho. Israel al comprobar que el orificio había dilatado lo suficiente para contener ambos falos en su interior, comenzó a moverse llevándome con su vaivén a un paraíso del vicio que desconocía.  

Mentiría si dijera que al frotarse aquella polla con la mía no sentí placer, la sensación de sus venas acariciando las mías era algo indescriptible y plenamente satisfactorio. Busqué con la mirada a Rodri, en su rostro asomaba una sensación de dolor, pero, por contra,  sus gemidos daban a entender que se lo estaba pasando en grande.

Tras unos intensos momentos compartiendo aquel estrecho orificio, el cuerpo de Israel dio señales de alcanzar el  clímax, como si aquello  fuera una especie de señal de salida deje que mi cuerpo partiera hacia el orgasmo  y poco después me corrí como una mala bestia.

Continuará en: El enorme vacío que deja el sexo sin amor.

Un comentario sobre “Un mariconcito para tres policías

Deja un comentario

Este sitio utiliza Akismet para reducir el spam. Conoce cómo se procesan los datos de tus comentarios.