Enjaulado

El llanto de mis compañeros me despierta. Un sudor frio empapa mi frente y las piernas me flaquean.  Me gustaría ser valiente y no tener miedo, pero me pongo a gemir como ellos. Además este sitio huele mal y es muy pequeño. Nadie puede correr, nadie puede saltar… Todo por culpa de la maldita reja.

No sé cuánto tiempo llevo encerrado aquí, solo sé que me traen de comer dos o tres veces al día y únicamente nos sacan a caminar un poquito, para que hagamos nuestras necesidades. Rato en el que uno de los hombres aprovecha para limpiar la celda, porque la mayoría se caga y se mea donde primero le pilla.

Aunque el patio es grande, no podemos correr. Nuestros cuidadores nos ponen en fila india y a quien se sale de la formación le arrean un fustazo en las nalgas.  Vendremos de otro país, de otro que no huele tanto a podrido, pero la doctrina del miedo parece que es universal.

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De vuelta a la jaula, a todos nos da por recordar a nuestros padres y basta que uno empiece a lamentarse, para que todos los demás le acompañemos en un plañidero y estruendoso concierto.

Me gustaría saber el porqué de todo esto, pero la única respuesta que se me ocurre es que mis padres se dejaron engañar por los hombres malos y nos trajeron a todos a este nuevo mundo. Un lugar donde la única muestra de afecto, si no nos comportamos como nuestros guardias esperarn que hagamos, suele  venir acompañada de un golpe.

De nuevo, vuelvo a echar de menos a mis padres, me pongo muy triste y comienzo a llamarlos con mi llanto. ¿Dónde estarán? ¿Por qué no vienen a sacarme de aquí? ¿Será que he hecho algo malo?

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Esta mañana, antes de traernos la primera comida del día, tres de mis carceleros han venido y me han sacado de la jaula. Tras quitarme toda la mugre que había acumulado en los días que llevaba encerrado, me subieron a una camioneta. En un principio, pensé que me llevaban con mis padres. Pero no ha sido así, el largo viaje fue simplemente para trasladarme de un encierro a otro.

El sitio es bastante más grande y más limpio que donde estaba, aquí por lo menos huele a hojas frescas y hay muchos árboles. Mis nuevos compañeros de jaula, una madre con su hija, al principio han desconfiado mucho de mí, pero cuando han comprobado que,  a pesar de que no soy tan refinado como ellas,  me comporto de modo pacífico, se han acercado y han charlado conmigo.

La señora me ha preguntado si he nacido en libertad y cuando le he respondido que sí, ha añadido que su cría ha sido de las primeras cebras que ha nacido en un zoológico. Dice que seguramente los hombres me han traído aquí para aparearme con ella.

Es muy amable y se ha ofrecido a ser mi nueva mamá, aunque me he puesto muy contento y le he dicho que sí, no puedo dejar de echar de menos a mis padres verdaderos. ¿Por qué fueron tan torpes y cayeron en la trampa del hombre malo?

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