Hola, Dodo:
Este es el tercer email que te envío esta semana y no obtengo respuesta por tu parte. Estoy muy triste porque creí que por primera vez en la vida tenía un amigo. Alguien que no me dejaba ante la primera adversidad, igual que lo hizo mi mamá, igual que lo hizo mi papá, igual que hicieron todos los demás.
Sé que recluido en esta especie de prisión no debería verme en la condición de exigirle nada a nadie, y menos a alguien que durante meses me ha estado prestando su apoyo a través de las redes sociales. Un ser a quien parecía no importarle ni mi aspecto, ni mi condición social, ni mi turbio pasado. Alguien que me abrió su corazón sin esperar nada a cambio.
Me gustaría que supieras que estoy un poco harto de tu silencio y si no respondes a este email, no te volveré a escribir otro. Así que, como no tengo nada que perder, he pensado que debería sincerarme contigo. Contarte toda la realidad que hay tras de mi encierro.
Dado que los hombres del gobierno que me vigilan (a mi me gusta llamarlos mis cuidadores), revisan los mensajes que mando al exterior. No te he podido contar la verdad, pues siempre que la cuento la han censurado y me han ordenado que los modificara si quería que estos salieran al exterior. Así que, ante su prohibición, siempre te he contado mentiras y más mentiras.
Cuando nos conocimos en el chat y tuvimos nuestra primera conversación privada, te engañé en dos cosas: No tengo veinte años (acaso la mitad) y no soy uno de los asesinos en serie más jóvenes que ha existido jamás. Bueno, eso puede que no sea mentira del todo, así que mejor lee mi historia y saca tú tus propias conclusiones.
Todo lo que sé sobre mi vida me lo contaron mis profesores y por indicación del grupo de psiquiatras que me vigilan a través del circuito cerrado de cámaras que está instalado en mi cuarto. Mis educadores son entidades virtuales expresamente creadas para mí que, mediante el lenguaje de signos, me ha enseñado todo lo que sé: caminar, alimentarme, vestirme, leer, escribir, a todo menos a hablar… Esto último es algo que tengo completamente prohibido… Como sé que a los que no tenéis un coeficiente intelectual alto como el mío os cuesta enteraros de la cosas, empezaré por contarte mi historia desde el principio y muy despacito. Si no te enteras, no te quejes que es culpa tuya, yo me estoy explicando lo mejor que puedo.
Por lo visto mi madre era una médium capaz de hablar con los muertos y mi padre un potente psíquico, cuya habilidad consistía en mover pequeños objetos con la mente. Ambos trabajaban para una facción militar secreta del gobierno. La misma que se encarga de mantenerme en este hábitat cerrado que es mi hogar.
La noticia de mi concepción fue un pequeño milagro para ellos. Mi madre tenía más de cuarenta años y el embarazo fue considerado de alto riesgo. Sin embargo, el Estado puso todos sus medios al servicio de mis progenitores para que mi llegada al mundo fuera una realidad. Era la primera vez que una pareja del cuerpo de psíquicos conseguía tener descendencia y, si sobrevivía, podía llegar a ser un espécimen de lo más peculiar.
Desde el primer día de mi vida, mi anatomía y reacciones fueron analizadas por un numeroso grupo de científicos de prestigio, quienes, tras agotar todas las pruebas establecidas en los protocolos, llegaron a la conclusión de había nacido sin ninguna anomalía, que era un bebé normal y corriente.
Los señores del gobierno al descubrir que, pese a mi herencia genética, no albergaba ninguna habilidad especial, concluyeron que no había merecido la pena el tiempo, el dinero y el esfuerzo invertido.
Aun así, no desistieron en el intento y proseguí creciendo bajo su atenta vigilancia. La primera palabra que me enseñaron fue “mamá”. Días después mi madre sufría una caída por unas escaleras en la que perdió la vida. Mi segunda palabra fue “papá” y a los pocos días un accidente de tráfico me dejó huérfano.
Mis cuidadores no creían para nada en las casualidades, por lo que en principio pensaron en una especie de conspiración de las naciones enemigas para acabar con los efectivos del cuerpo psíquico. Tuvo que ocurrir una tercera muerte para que supieran que el culpable de todo aquello era yo. Me compraron un cachorro de perro y cuando dije “Guagua”, el pobrecito terminó atragantándose con la comida y murió.
Tras unas exhaustivas pruebas, en las que perecieron unos cuantos animalitos más, llegaron a la conclusión de que mi “don” estaba en mi voz. Si un nombre salía de mis labios, su dueño acababa teniendo un final desastroso.
Desde aquel momento he vivido aislado, prisionero en una celda de cuatro por cuatro. Como mi voz no tiene efecto sobre los elementos mecánicos, vivo auxiliado por robots, quienes se encargan de alimentarme, lavarme, mantener mis necesidades básicas y sacarme a pasear por la zona de recreo para que ejercite mi cuerpo y no termine atrofiándome. Todo en absoluto silencio y comunicándose conmigo a través del lenguaje de signos.
De vez en cuando, en la pizarra digital que tengo en mi cuarto, me ponen una foto con su correspondiente nombre al lado. Una voz grabada me lo repite hasta la saciedad. A pesar de que no hablo nunca, no me cuesta mucho trabajo y aprendo muy rápido. Mejor, porque hasta que no los pronuncio en condiciones, ni me dan de comer, ni me sacan a pasear. No me gusta pensar quienes pueden ser esas personas, ni en lo que les ocurre después. Seguramente algo malo.
De un tiempo a esta parte, y creo por prescripción de los psiquiatras que me vigilan, me han dado acceso a Internet. La verdad es que, sin poder comunicarme con nadie, me estaba volviendo un poco loco.
Mis profesores virtuales me enseñaron como entrar en las redes sociales, gracias a las que te conocí, mi primer mejor amigo: Dodo. Pero que al igual que mi papá, al igual que mi mamá, me has dejado para no volver.
Seguramente este mensaje no te llegue, pues será censurado por mis cuidadores, pues como te he dicho no quieren que nadie sepa nada de lo que aquí sucede.
Sé que no me vas a poder contestar, pero me gustaría que supieras que, a pesar de la prohibición de no hablar, yo solito he aprendido a decir tu Nick. Es el mismo sonido de un nombre que me hicieron pronunciar el otro día, me gustaba tanto oír como sonaba que lo dije por lo menos diez veces.
No creo que te haya pasado nada, por lo que he podido averiguar a través de mis profesores, mis cuidadores creen que debo relacionar el nombre con la imagen de la persona para que mi don tenga efecto. ¿Y si están equivocados y no me hace falta saber quién está detrás del apelativo?
Voy a entrar en Twitter, Facebook e Instagram, a ver cuántos nicks puedo pronunciar con los sonidos que he aprendido ya. Puede ser hasta divertido.
Bueno, hasta nunca, Dodo, que sepas que me ha encantado ser tu amigo virtual.
Post data: Para cualquiera que esté leyendo esta comunicación privada, que sepa que estoy deseando a aprender a pronunciar tu nombre. ¿Donald, Theresa, Jair, Angela? Deberías ser buena persona y decídmelo de una vez. Si no adivino el tuyo, lo mismo acierto con alguien cercano: tu madre, tu pareja, tus hijos… ¿Antonio, Nicolás, Vladimir? ¿François, Hilary, George? Si algo tengo es tiempo libre. ¿Diana, Mariano, Xi, Horacio, Mauricio….?
Por favor, ¿serías tan amable de decirme tu nombre? No hay nada que me guste más que aprender a pronunciar palabras nuevas.
👏👏👏👏 moooolaaaaa 👏👏👏👏 digno de una película 😮 nos encanta 👏👏👏👏
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Muchas gracias. Me alegro que os guste. Era una idea que llevaba rondando mucho por mi cabeza es un pequeño homenaje a “Historias de la Cripta” y a “Quien puede matar un niño” de Narciso Ibañez Serrador.
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