Las pajas en el pajar

Los descubrimientos de Pepito

Sexto episodio   : “Las pajas en el pajar”

Dado que  su tío Demetrio se está muriendo. Los padres de Pepito lo han enviado a pasar unos días a la casa de sus tíos con su primo Francisquito. Una vez lo pone al día sobre su último descubrimiento (La cosa del Genaro), su primo le muestra como sus hermanos gemelos de dieciocho años practican el tratamiento sesenta y nueve. Una vez terminan de jugar Ernesto y Fernando, Pepito lanza una comprometida pregunta:

—Francisquito… ¿Tú sabes lo que son las pajas?

Mi primito se me quedó mirando pensativo. Por unos momentos, tuve la sensación extraña de haber dicho algo que no debiera.

—Lo mismo sí, — Respondió con su talante de persona mayor—pero puede que en mi pueblo se le llamé de otra forma.

—Lo único que sé es que para jugar es indispensable una revista de tías en bolas… —Dije con una vacilante voz.

—¡Ah, sí! Eso es lo que hace el “Facu” en el pajar —La seguridad en las palabras de mi primo contrastaba con la timidez de las mías.

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El Facundo, el “Facu” como lo llamaban, era un chaval de unos veinte y pocos años a quien mi tío tenía para ayudarle en las labores del pastoreo. Aquello antes lo hacían los gemelos pero desde que él se metió a camionero, no podía trabajar en las tareas de la granja todos los días y  sus hijos no daban abasto, por lo que  tuvieron que contratar a aquel chico para que les ayudara.

La primera vez que lo vi, por lo mal que hablaba, me dio la impresión de que no tenía que saber ni la tabla del uno. Seguramente de chiquitillo, era de los que lloraba diciendo que no quería ir al colegio, sus padres le terminaron haciendo caso y no aprendió ni hacer la o con un canuto.

Era más bruto que un arao y, como decía mi hermano Juanito, «Se le zarandeaban y caían bellotas”. Así que, no me cuadraba que aquel muchacho, aunque fuera mucho mayor que yo, si no había estudiado nunca, supiera hacer lo de las pajas y yo, que sacaba notables y sobresaliente en todas las asignaturas, no tuviera ni la más remota idea de lo que era. Aunque luego pensé que si lo hacían el Rafita y el Pepón, que eran más tontos que el miojose , tampoco habría que ser el sabio Salomón y  tendría que ser un juego de lo más fácil, que todo el mundo se aprendía rápido.

Más callado que en misa, seguí expectante ante lo que pudiera decir mi primo.

—Casi todos los días, una vez recoge las ovejas, se va al pajar y hace una paja. Así que mañana, antes de salir a ver los “santos”, puede que te lo pueda enseñar.

—¿Cómo es? — Me había puesto tan nervioso que me costaba trabajo hasta hablar.

—Yo no lo sé explicar. Mejor lo ves mañana —Me contestó Francisquito, quien me pareció que empezaba a cansarse de tanta pregunta, así que para evitar dejar de ser su primo favorito me callé, me di la media vuelta y me quedé dormido.

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El magnífico Samurái por fin había logrado el objetivo por el que tomó las armas: vencer al malvado guerrero ninja. Postrado a sus pies y carente de todas y cada una de sus armas, el ruin y silencioso luchador era consciente de su derrota.

El gran héroe japonés se disponía a cortarle la cabeza al enmascarado guerrero pero, como la curiosidad le reconcomía por dentro, antes de darle el “cabeza-kiri”, quiso averiguar quién se escondía bajo la máscara de su acérrimo enemigo.

Tiró del negro trapo para atrás y el rostro que se mostró ante sus ojos  le era requeté conocido : Se trataba del Raf-ita Kuatro-hojos, el niño más repeinado y repelente de la escuela de Kárate.  Con sus villanísimas  artimañas,  había impedido que el mayor héroe del Japón Extre-meño  se enterara de algo tan transcendental y vital, cómo se hacía para jugar a  “las pajas”.

A pesar de que en su noble corazón el Samurái Pep-ito no podía albergar rencor, no sintió pena alguna por él cuando su fiel katana  comenzó a rebanarle el cuello…

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—… ¡Pepito, Pepito!… ¡Venga arriba! — Quien así hablaba era mi  primo Ernesto o Fernando  (Estaba tan dormido que era incapaz de saber cuál de los dos gemelos era).

La verdad es que desde que empezaron las vacaciones de Semana Santa, me estaba acostumbrado a la buena vida y si a eso le sumamos el madrugón de padre y muy señor mío del día anterior, el resultado fue que las sabanas se me pegaran con una facilidad horrorosa. También que, como estaba muy nervioso por todas las cosas que iba aprender, tuve que contar más ovejas de la cuenta y me quedé dormido bastante más tarde.

Miré a la cama de Francisquito y estaba vacía, mi primo se percató de mi gesto y sin necesidad de yo preguntar nada me dijo:

—Está en el baño, ahora cuando él salga entras tú.  Yo mientras tanto os voy a ir preparando el desayuno, que se tenéis que venir conmigo a echar el día en el  campo.

—¿Y eso?

—Porque necesito que me echéis una mano para cuidar del ganado.

Fue ver su sonrisa y supe que se trataba de Fernando. ¡Que guay era mi primo Fernando!

Como no me había llevado muchas mudas. Fernando me dio una ropa vieja de Francisquito, la cual me estaba un poco (bastante) grande pero como era para ensuciarla en el campo y nadie de mi pueblo me iba ver con ellas puestas, tampoco me importaba mucho.

Desayunamos y nos fuimos al establo donde estaban las vacas, las cuales debíamos sacar a pastar. A mí lo de trabajar en el campo no me hacía ni chispa de gracia, pero por no hacerle el feo a mi primo  Fernando, hice de tripas corazón y me convertí, junto a Francisquito en los mejores ayudantes de ganaderos.

Las vacas, a pesar de que mis primos las tenían más limpias que los chorros del oro, olían un poquito a caca y, como no tenían pañales, se iban cagando por el camino. Pensé que iban soltando las muñigas por el camino, igual que Pulgarcito las piedras, para saber después el camino a casa. Fuera como fuera, era la mar de asqueroso y olía requeté malamente.

Menos mal que lo de ser granjero, iba a ser unos días nada más, pues yo cuando fuera grande no quería trabajar en el campo e iba a estudiar para médico, abogado, maestro o, como mínimo, para trabajar en el Ayuntamiento como el padre del Rafita.

Íbamos solo los tres: el maestro granjero y sus dos ayudantes, pues Ernesto se  tenía que quedar en casa preparando la comida y cuidando a Matildita.

—¿Por qué no viene ella a ayudarnos a cuidar de las vacas?

—Ella sola no da ruido ninguno y así Ernesto, se puede dedicar más a cocinar. Pues con los tres, el pobre no va dar abasto —Me contestó mi primo Fernando. Con lo que no me quedó muy claro si nos llevaba para arrimar el hombro o para que no diéramos la lata en casa. Fuera, lo que fuera… Aquel día haría algo que mi madre  no me dejaba hacer: pasar el día entero en el campo y ensuciarme todo lo que me diera la real gana.

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Cuando llegamos al prado donde pastaban las vacas, Francisquito preguntó a su hermano si podíamos jugar.

—Sí, pero no alejaros mucho de mi vista, por si me tenéis que echar una mano con las vacas —Al decir esto último, nos guiñó un ojo y nos sonrió por debajo del labio.

Mi primito y yo, como pensábamosñ que íbamos a estar trabajando todo el tiempo y no íbamos a tener tiempo para jugar, no nos llevamos ninguna de nuestras pistolas. Así que lo que hicimos fue buscar dos trozos de rama que hicieran las veces de un rifle americana y nos preparamos para tener un duelo a muerte.

—¡Pam, pam! ¡Estás muerto, Tony Malasombra! —Le grité a Francisquito mientras le disparaba a bocajarro.

—¡Qué mala puntería tienes, Billy Patascortas! —Me respondió esquivando toda la munición de mi pistola.

Mientras los pistoleros nos “matábamos” mutuamente, Fernando se recostó en uno de los árboles cercanos. Sin dejar de echar un ojo a las vacas, abrió una novela de Marcial Lafuente Estefanía y se puso a leerla. Estaba claro que su hermanito y yo no éramos los únicos los que le gustaban las cosas del salvaje oeste.

Gracias a las balas de mi Winchenster conseguí matar a mi primo ocho mil novecientas diez veces. Él decía que me había matado ocho mil novecientas quince veces, aunque yo sólo había contado ocho mil novecientas ocho veces y yo era muy bueno en “mates”. Una matrícula de honor saqué en el último control antes de las vacaciones.

A que iba ser verdad lo que decía mi madre,    que la única  que se le daban bien los libros y que parecía que podría sacarse unos estudios el día de mañana era la Matildita, que los otros tres eran unos brutos de mucho cuidado que únicamente iban a servir para trabajar en el campo… En fin, como era mi primo favorito no quise discutir, lo maté cinco veces más y empatamos.

Una vez nos cansamos de jugar al Oeste, le conté que me habían regalado un comic de guerreros samuráis. Mi primo no sabía que era aquello de los samuráis.

«A que va resultar que mi Francisquito no es tan listo como yo me creo» —Pensé mientras tragaba aire para no decirle ninguna cosa fea.

—Los samuráis son chinos japoneses que cuando le fallan a su señor, nos le queda más remedio que hacerse el harakiri. —Dije yo con mi mejor voz de sabelotodo.

—¿Harakiri?— Preguntó Francisquito poniendo cara de no haberse enterado de nada.

—Eso es que se atraviesan con su espada la barriga hasta que se mueren. Su espada se llama Katana.

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Al principio, por la cara que me pusó,  se creyó que le estaba metiendo un embuste,  pero cuando insistí en que era verdad  y que  lo había leído en un comic, no tuvo más remedio que confiar en mi palabra.

De repente, sus ojos parecieron brillar y cogiendo el  palo-fusil por la parte de abajo, dijo:

—Pues aquí está  mi katana y si pierdes guerreando conmigo, te tendrás que hacer el harakiri ese…

A mí las espadas se me daban peor que los rifles de asalto y si no llega a ser porque el simpático de Fernando nos pidió que dejáramos de jugar que volvíamos a casa, me hubiera tenido que hacer el Harakiri, y una rama clavada en el estómago por muy poca fuerza que le pongas duele. En fin, otro motivo más para que mi primo Fernando fuera mi gemelo preferido.

De vuelta a casa, Francisquito preguntó a Fernando por el Facu.

—Está con las ovejas en la dehesa de los moros. Hasta la tarde no vuelve.

Mi primito me miró y me guiñó un ojo, por la cara de pillastre que me puso sospeché que lo de las pajas iba por buen camino. No sería muy bueno en el “cole” pero, ¡cuánto sabía mi primo Francisquito de todo lo demás! ¡Estaba hecho todo un Seneca!

Después de comer hicimos lo mismo que el día anterior, nos fuimos a hacer la digestión debajo del olivo que estaba cerca del granero. Como a la hora de la siesta Francisquito era niño de pocas palabras, me puse a hacer lo mismo que él: círculos en la tierra con un palo.

Trescientos cuarenta y cinco círculos después, mi primito se dignó a decir esta boca es mía.

—Tenemos que estar pendiente de  en cuanto  llegué el Facu, irnos para el pajar y meternos dentro sin que nos vea.

Las palabras de Francisquito me sonaron a misión secreta y  dado que  él era moreno y yo rubito, decidí que seriamos Starky y Hucth: los dos policías más  guay de la tele.

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Me levanté y oteé el horizonte en busca del Facu y sus ovejas.

—¡Agáchate tonto! —Me dijo mi primo tirándome de la, ya por si, amplia camisa que me había prestado —. Si se da cuenta de que estamos pendiente, no hace lo de “las pajas”.

Como la intríngulis me comía por dentro, me senté y esperé requeté aburrido que en cualquier momento apareciera el rebaño con su pastor.

Lo peor de ser policía, por mucho que te guste tu oficio, son las vigilancias; pueden pasar horas y horas sin que el malo haga su aparición. En las series de la tele, los protagonistas se hartaban de comer donuts y cafés, pero mi primo Starky y yo, para matar el aburrimiento, nos tuvimos que contentar con hacer montones de círculos  en el suelo.

Un valido nos sacó de nuestro ensimismamiento y cuando nos quisimos dar cuenta una  gran mancha blanca, sobre la que flotaban pequeñas nubes de polvo, llenaba todo el horizonte y tras ella, como una especie de faro que las guiaba hacía el establo , el “Facu”.

Me llamó la atención la forma que tenía de azuzar a el rebaño: «¡Aiiiiiiiibaaaaa….. Eaaaaaaah… ehhhh».  No sé si lo decía para que las ovejas lo entendieran, o porque le dolían las piernas de tanto caminar.

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Fue ver aparecer al pastor con las ovejas y mi primo Starky comenzó a correr como alma que lleva el diablo. Hutch salió corriendo tras él, sin preguntar nada. Francisquito estaba más acostumbrado a correr que yo y me sacó una ventaja de por lo menos medio kilómetro.

Con los pulmones a punto de salírseme  por la boca,  llegamos a la parte trasera del pajar, el carrerón había sido un sprint que no se lo pegaba ni el Orzowei de la tele. Menos mal que parecía que ya no tendríamos que correr más, porque de lo contrario le hubiera dicho que dejáramos lo de “las pajas” para otro día.

Mientras recuperábamos el ritmo normal de respiración, Starky levantó una tabla, la cual tapaba un hueco lo suficientemente grande para dejar pasar un niño;   incluso uno tan gordo como mi primo Francisquito.

Una vez dentro, Starky se metió detrás de un bidón muy grande que había en un lateral del pajar, poniéndose el dedo sobre la boca y, en voz muy bajita, me dijo:

—Ven para acá, si el Facu viene a lo de la paja, cerrará la puerta y se pondrá cerca de la entrada.  Desde aquí, lo podremos ver en primera fila y no se dará cuenta de que lo estamos espiando.

Por la forma que tenía de comportarse, sospeché que no era ni la primera, ni la segunda vez que Francisquito hacia aquello. No me extrañaba que supiera tanto, le pasaba como a mí con el comic del Samurái, se había visto tantas veces lo de “las pajas” que se lo tendría que saber de carrerilla.

El Facu tardó unos minutos en aparecer y  tal como dijo mi primo,  echó el cerrojo y  permaneció cerca de la puerta. Lo que me extrañó fue que trajera una oveja con él. «Se habrá escapado del rebaño» —Pensé.

He de reconocer que el pastor era la noche y el día con mis primos. Ernesto y Fernando eran delgados y fuertes, tenían unos músculos iguales que  los del Capitán América. En cambio,  el Facu era un poquillo gordinflón y aunque estaba bastante fuerte, sus músculos  no me recordaban  a los del Increible Hulk, sino que si le ponías un parche y una camisa de rayas, era clavadito al Goliat del Capitán Trueno.

 Si   mis primos eran rubios y de ojos azules,   el pastor era moreno y con la piel más negra que un tizón, aunque, dado lo poco que le gustaba el jabón, no si era por la mugre o era su color natural.

Sus ropas estaban impregnadas de una suciedad rancia y sus botas mostraban incrustaciones de excrementos de animales mezcladas con trozos de vegetación. La parte de camisa que cubría sus axilas mostraban una redonda mancha de sudor que le llegaba a casi a la mitad del costado. Si mi hermano Juan estuviera aquí seguro que le diría: «¡Anda  vete y te lavas que tienes  más mierda que el dormitorio de un escarabajo!».

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Viéndolo no sabía cómo podía haber gente tan guarra en el mundo, con lo bien que está pegarse una buena ducha, peinarse y echarse después un poquito de colonia de la buena. ¡En fin!, seguro que su madre no era muy hacendosa y no lo había acostumbrado desde chiquitito.

Nada más cerró la puerta, abrió un grifo de la pared e hizo cómo que se limpiaba las manos. Pero como después se las secó en la delantera de la camisa, así que, con lo sucia que estaba, más que lavarse lo que hizo fue refrescarse.

Después se fue hacia la pared que tenía frente de él y  buscó algo que tenía escondido en el hueco de un ladrillo.  Al principio no supe muy bien de qué diantres se trataba, pero rápidamente lo supe, era una revista de tías en bolas. ¡Por fin iba averiguar en qué demonios consistía lo de las pajas! Y todo gracias al  súper listo de mi primo Francisquito.

El Facu se sentó sobre un fardo de paja, abrió la revista y en su rostro se dibujó una maliciosa sonrisa, ¡era igualita, igualita que la de los villanos de las películas! Cuantas más páginas pasaba, más cara de malvado se le ponía.

No sé si porque era la parte de la revista más interesante o la que tenía más dibujos pero hubo una página en la que se detuvo un rato mucho más largo. La miró, la requeté miró y por último, seguramente porque formara parte del juego de las pajas, empezó a rascarse el pito. Primero por encima del pantalón, para terminar abriendo la portañuela y sacar su cosita al aire. Me llamo la atención lo oscura que era y la  gran mata de pelo tan negro que tenía por alrededor. Parecía una palmera a la que le hubieran dado la vuelta.

Se puso a rascársela de arriba a abajo y cuanto más lo hacía, más grande se le ponía.  Aunque era bastante más grande que el tamaño fuet, no llegaba al tamaño caña de lomo. ¿Sería que había muchos más modelos de pililas? Seguramente les pasaría como a las camisetas de los equipos de futbol, que variaban según el equipo.

El Facu se echó un escupitajo en su cosita y siguió rascándola. Se le había quitado la cara de malo de película y se le había puesto una  de estar relajado, como cuando tomas el sol. Si eso era lo que decían que hacían el Rafita y sus amigos, ya se lo había visto hacer a los albañiles. Con lo que tampoco había descubierto nada nuevo.

—Francisquito, ¿eso es lo de las pajas?

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—No, eso es media “masticación”, lo de las pajas viene después. ¡Pero cállate y no preguntes más! ¡Que cómo nos descubra el Facu, con lo bruto que es, nos mata!

El Facu se puso de pie y lo que hizo a continuación me dejo estupefacto, estupefacto. Se agachó ante la oveja que había traído con él y se puso a acariciarla muy mimosamente. Miré fijamente a mi primo  en espera de que estuviera tan sorprendido como yo, pero como estaba muy tranquilo, supuse que lo habría visto otras veces y  que formaría parte del juego.

—Blanquita, ¿quién te quiere a ti? —Preguntó el pastor a la oveja, ¡cómo si le fuera a contestar!

Tras varios arrumacos la oveja se puso muy melosa y agachó las patas delanteras y levantó levemente las traseras. Lo que sucedió a continuación, fue lo más asqueroso, lo más cochino y lo más guarro que había visto en toda mi vida,  el Facu separó con sus sucios dedos el pelo que rodeaba el tete de la oveja, echó un escupitajo en él y metió un dedo dentro. Un suave balido salió de las cuerdas vocales de Blanquita, la cual por su forma de comportarse, parecía que no le desagradaba lo que el analfabestia del pastor le estaba haciendo.

Si me pareció cochino, asqueroso y guarro  que le metiera el dedo en el chochete , no tenía palabras para describir lo que hizo después. Bueno sí, según mi primo Francisquito se llamaba “las pajas”.

Ver como el bulto con patas del” Facu” se acomodaba detrás de Blanquita y le metía su cosa allí. Hizo que se me revolviera el estómago. ¡Puaff, sólo de recordarlo se me ponen los bellos de punta!

La imagen del pastor empujando sus caderas tras el inocente animal, quedaría grabada en mi memoria durante muchos años. ¡Jamás podría volver a contar ovejitas para quedarme dormido!

Miré a Blanquita tan inocente y tierna,   aguantando lo que el  Facu  le hacía y se me revolvieron las tripas. Seguro que la pobre no le gustaba aquello, ella, como buena oveja que era, lo único que quería era estar con sus amiguitas corriendo y balando en el cercado.

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Tras esto llegué a la conclusión de que los que ponían los nombres a las cosas, también tenían sus días malos (Ya les pasó con la cómoda y la cama). Si meter tu cosa en un tete se llamaba, según me dijo Francisquito, “un acto impuro”, como aquello que estaba practicando el bestia del pastor, se podría llamar simplemente “paja”.  Debería tener un nombre más largo y más raro, no sé algo como “pajus ovis arintalis aris“. En fin, ¿quién entiende a los mayores con lo raro que son algunas veces?

Tan pronto como empezó, la “paja” acabó, a lo mejor por eso tenía el nombre tan cortillo. Menos mal, porque si llega a ser tan largo como el Monopoly me hubieran dado las siete cosas. Mientras veía como se limpiaba los virus de la pilila en el pelaje de la oveja, una pregunta asaltó mi mente: «¿Dónde reconcholis metían el Rafita y sus amigos la oveja?».

Esperamos a que el pastor  se marchara y salimos por la entrada falsa del pajar y por la cara que se me había quedado tras el espectáculo con el animalito. Francisquito tuvo que darse cuenta de que aquello no me había hecho ni pizca de gracia. Aun así, preguntó.

—¿No te ha gustado, Pepito?

Agaché la mirada y con un gesto que rozaba la tristeza y el enfado por igual, le dije con una apagada voz.

—No…

—Pero como me preguntaste… — Se excusó mi primito.

—Sí, pero no sabía que iba a ser tan cochino, asqueroso y guarro…— El tono de mi voz era muy, pero que muy bajito, pues no quería que mi primo se diera cuenta de que me había enojado un pelín.

Francisquito me miró aguardando mi siguiente reacción, pero como dice mi madre: «Dos no pelean si uno no quiere»,  nos volvimos para la  vivienda principal en un completo y absoluto silencio.  Al fin y al cabo, él no tenía culpa de que el juego fuera tan cochino, asqueroso y guarro…

Al llegar a su casa, vimos  el coche de mi tío Paco  aparcado en la puerta.

—¡Pepito, mis papás han vuelto!

¡Qué contento se puso mi primito! Parecía que le habían regalado una bicicleta. Aunque sus padres solo habían pasado una noche fuera, estaba claro, por su forma de correr hacia la casa, que Francisquito los había echado muchísimo  de menos.

Mi tío Paco y mi tía Enriqueta estaban sentados en el sofá del salón, conversando con Fernando y Ernesto. Su hijo menor, nada más entrar en la casa,  se fue para ellos y los abrazó con unas ganas que parecía que hacía un siglo que no los veía.  Cuando mi tío me abrazó y me dio un beso me fije en su rostro, estaba apagado y aunque intentaba sonreír, el gesto le quedaba forzado. Mi tía, al igual que él, daba muestras de gran tristeza y agotamiento pero a pesar de ello, no dudo en compartir su cariño conmigo y en preguntarme si me lo estaba pasando bien en la granja.

—Sí, Francisquito es el primo más guay del mundo mundial — Dije con total contundencia.

Mis tíos se irían pronto a la cama pues necesitaban descansar después de velar al tío Demetrio. No tenía ni idea en qué consistía aquello del velatorio, pero lo que sí había comprendido bien es que tenía que ser algo que te dejaba muy cansado y triste pues nada más había que echarle una mirada a los padres de Francisquito para darse cuenta de ello.

Dado que sus padres no saldrían a ver las procesiones de Semana Santa, Fernando y Ernesto nos preguntaron que si queríamos ir con ellos a ver el Santo Entierro. ¡Que guay, otra vez nos llevarían al Burger!

Mientras me duchaba pensé que a lo largo del día sólo había aprendido una cosa: jamás me haría una paja por muy de moda que estuviera. Por mi cabeza pasó la imagen del Pepón, el Antoñín, el Diego y el Rafita; metiendo su cosita en el tete de la oveja que tenían guardada en la vieja ermita. ¡Puafff!… ¡Qué asco! Y lo peor de todo es que los muy guarros metían su pilila en el mismo sitio donde la habían metido ante los otros. ¡Eso sí que era guarro, cochino y asqueroso!¡Puafff! y ¡Requeté puafff!

A eso de las siete de la tarde, mi primo Francisquito y yo empezamos a ponernos guapos para ver los Santos. A la vez que nos vestíamos a mí me dio por practicar mi deporte favorito: preguntar.

—¿Cómo dijiste que se llamaba lo de rascarse el pito antes de lo de la paja?

—Masticación, lo he leído en un libro. Por lo visto los mayores cuando no pueden practicar actos sexuales…

—¿Actos sexuales?

—Es el nombre científico de los actos impuros.

—¡Ah!

—Pues eso, cuando los mayores no pueden practicar actos sexuales practican la “masticación”. Para mí que es como jugar a los médicos pero solos.

—¡Ah! Tiene que ser parecido a cuando mi padre juega al solitario en casa, los días que mi madre no lo deja ir al bar.

—Pues sí.

—¡Qué aburrido!

—¡Qué va, Pepito! A los mayores cuando practican la “masticación” se les queda la misma cara de felicidad que cuando están jugando a los médicos y echan los virus.

—¿Y tú cómo lo sabes, Francisquito? ¿A qué mayor has visto haciendo eso?

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—A mi padre unas cuantas veces.

 

4 comentarios sobre “Las pajas en el pajar

  1. Estimado sr Machi: Ya que nos hace Vd trabajar, le escribiremos para decirle que somos unos extremeños muy andaluces y preferiamos estar de puente, no aqui cuidando las ovejas.
    Pero vamos ya que Vd cambia el relato, y lo hace tan requetebién, Francisquito podría haberse inventado algo para después de comer, que lo de hacer círculos en el suelo es muy aburrido, mejor el cine-exin (porque el scalectric es largo de montar),.. en fin algo que a Vd se le ocurra.
    El nombre científico de la paja está claro que lo ha buscado Vd en el famoso diccionario VOX, que tiene muchos masteres acumulados
    Y sepa Vd, que aunque no le escribamos, nos lo estamos leyendo todo, todo, todo, pero claro, tiempo no tenemos para comentar.Claro que como este finde no nos han dado puente, hemos tenido que ponernos a trabajar.
    Un saludo y quedamos a la espera de la próxima semana santa

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    1. Hola, perdonad por la tardanza, pero entre una cosa y otra no he podido contestaros como debidamente os merecéis.
      Deciros que jamás en la vida pensé que montar un blog tuviera tanto trabajo (sí, lo pensé por eso no lo monté antes).
      Me alegro que os sigan gustando releer los relatos, para vosotros y unos cuantos más, para que no se aburráis, además de seguir con las historias que tenía empezadas (Los caños, Galicia, Iván, el Internado) he pensado incluir capítulos inéditos dentro de la saga de un follador enamoradizo y de Pepito. Así en la primera contaré la historia de Mariano con Enrique y en Pepito incluiré algún capítulo de lectura independiente.
      Un saludo y espero que ya tengáis planchado el caballo.

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