Los albañiles

Prólogo del autor

Con “Los descubrimientos de Pepito” quizás comience uno de mis proyectos más personales, más ambiciosos y más largos: Narrar la vida completa de un personaje, bueno completa, completa, no. Será   el periodo que va desde su infancia hasta que sale de la Universidad. Unos diecisiete  años.

La historia estará dividida en cuatro etapas principalmente, la de la infancia, en la que el personaje se llamara Pepito, la adolescencia en el Internado donde pasará a denominarse Pepe, el verano entre el Internado y la Universidad con el nombre de Juan José y la época universitaria con el apelativo de JJ.

Estará contada en primera persona, por lo que el lenguaje utilizado en la narración intentará adecuarse a la edad del protagonista. Sé que no soy ningún literato al uso y que con esto me he metido en camisa de once varas, por lo que no sé si habré conseguido mi objetivo. No obstante, fue cómo surgió la idea en mi mente y es como he querido ofrecerla, espero no haber errado demasiado.

He de añadir que aunque los relatos de mi autoría se caracterizan por el morbo que hay en ellos, en “Los descubrimientos” habrá poco sexo explícito y sí mucho humor. Aunque en contadas ocasiones, y bajo su particular punto de vista, Pepito nos narrará “el juego de los mayores”. La temática se aleja bastante de lo que es el erotismo y su única finalidad es sacar alguna que otra sonrisa al lector.

Los albañiles

Esta historia pretende ser también un vendaval de nostalgia para aquellos que sobrepasamos los cuarenta, navegar por los recuerdos y lugares comunes de los que fueron niños en los años ochenta. Trasladarnos a un tiempo donde éramos más ingenuos, más inocentes y, sobre todo, mucho más jóvenes.

Sin más, os dejo con Pepito, mi David Copperfield particular, al que espero le cojáis tanto cariño como le tengo yo.

Prólogo del personaje 

¡Hola!

 Mi nombre es Juan José, JJ para los amigos. Aunque nací hace cuarenta y ocho años en un pueblo de Badajoz (de cuyo nombre no quisiera acordarme, pero del que no me olvido: Don Benito), llevo haciendo mi vida  desde hace casi veinte años en Sevilla. Vine en principio por motivos laborales y por una corta temporada únicamente. Sin embargo, la ciudad me sedujo con sus encantos y aquí me tienen, que he convertido en un habitante más de esta cosmopolita ciudad andaluza. Estoy tan mimetizado con sus costumbres y su gente, que, aunque no he perdido los “hijo mío” de mi tierra, de vez en cuando hasta suelto algún que otro miarma.

Desde hace cuatro años, concretamente de mayo del 2014, tengo marido… ¿marido? ¡No me mires así! En este mundo la diversidad sexual está a la hora del día y los convencionalismos, para ciertos sectores de la sociedad, están quedando trasnochados.  ¡Ah!, que tú eres de los que piensa que soy un puto maricón, pues bienvenido al siglo XXI, deja de leer esto y sigue con los manuales de caballería o cualquier otra cosa del medievo que estuvieras haciendo.

Aunque he de reconocer que la palabra “maricón” no me desagrada, sé que suena muy vulgar, pero es que a veces yo también lo soy. Sé que hay palabras más políticamente correctas para designar a los hombres  que les gusta una polla en vez de un coño, pero a mí la palabra maricón me suena fuerte y solemne.

Como seguramente habrás supuesto estoy fuera del armario, bueno creo que nunca he llegado a estar dentro. Pero si piensas que soy la clásica “loca” que va haciendo alarde de su condición a todas horas; te equivocas por completo.

Yo le doy la misma importancia a mis apetencias sexuales, que a mis gustos gastronómicos. Si a alguien que conozco de entrada no le digo que me gustan los espaguetis con nata, no tengo porque decirle, si a la hora del sexo, me gustan los caracoles o las almejas ¡Grande, Laurence Olivier, cuánta sutileza derramaste en Espartaco! … Lo que yo siempre digo: « ¡Quién quiera saber que compre un libro!»(O al menos se lea la sinopsis de la portada).

Bueno, lo que iba contando, que me empiezo a ir por lar ramas y me pierdo. Aunque actualmente tengo marido. Uno muy guapo, que me quiere mucho y me hace la persona más feliz del mundo, he de reconocer que las he pasado putas durante largos periodos de mi existencia. Mi vida, aunque   ha estado llena de variadas experiencias, el péndulo de la infelicidad siempre ha estado zigzagueando sobre mí.

Supongo que, como a todo el mundo, he tenido vivencias buenas y otras no tanto (En mi caso algunas rozaron lo terrible). Es lo que tiene esta cosa que llamamos vida, que algunas veces te da besos y otra te da reveses. Por eso hay que exprimirla todos los días como un limón, porque lo peor es que si no aprovechas cada segundo, después no te devuelven el dinero como en los grandes almacenes.

Ahora que se habla mucho de que si la homosexualidad está en los genes, otros argumentan que se hace, no se nace y no sé cuántas teorías no constatadas más. Yo pienso que cada persona es un mundo, que lejos de los convencionalismos sociales, cada uno nos desarrollaríamos sexualmente de forma diferente y habría tantos casilleros para clasificarlos como individuos.

Navegando en mi memoria, creo recordar que nunca me sentí atraído por las mujeres, nunca sus voluptuosidades despertaron en mi ninguna curiosidad. Sin embargo, desde muy pequeñito, ya andaba bajándole los pantalones a los Madelman y a los Geyperman, en busca de no sé qué, porque esto le pasaba como a los ángeles, de pito nasti de plasti.

En mi opinión, existe una errónea creencia que considera a los niños pequeños unos seres asexuados y, según yo lo veo, nada más lejos de la realidad.  Y con esto no quiero decir que esté de acuerdo con esos depravados que para llegar a tener un orgasmo necesitan un ser inocente, ¡no!, lo que quiero decir es que los niños tienen su propia sexualidad, la cual viven a su manera. Una sexualidad en la que los mayores no debemos inmiscuirnos, pues sería como ir contra natura.

Mi primer descubrimiento de lo que podía ser el sexo, me llegó a los ocho años.  En aquel entonces yo era un niño regordete e introvertido, como mi madre no me dejaba salir a la calle, tenía pocos amigos y me pasaba las horas muertas jugando a solas. Pero el que fuera tímido, no quería decir que yo fuera un chico poco travieso…¡ Al contrario, era un trasto de mucho cuidado!

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Para contar lo que pasó en aquella etapa de mi vida, debo volver a ver la vida con los ojos ingenuos que tenía en aquel entonces y necesito que tú lector, por unos momentos, vuelvas a la edad de la inocencia perdida y disfrutes de mi historia a través de ese prisma.

Ahora que los dos somos niños: Juguemos a recordar.

Los descubrimientos de Pepito.

Episodio I.

Los Albañiles.

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Había una obra en el solar colindante a mi casa. Como me llevaba todo el día más aburrido que un escuadrón de ostras,    raro era el día que no me saltaba la tapia de mi patio y me colaba entre los pilares y materiales de construcción. ¿Qué buscaba allí? Enredar, que a mí eso me ha gustado siempre un montón. Eso sí, era tan listo que nunca los albañiles que allí trabajaban se enteraron de mi presencia. Bueeeno….Tengo que decir en favor de los pobres trabajadores, que yo me colaba cuando los veía marcharse y suponía que no había nadie. Era pequeño, pero no tonto.

Aquel día como tantos otros, yo creyendo la obra vacía como de costumbre, me di mi rondita de rutina por ella. Me imaginaba el jefe de la obra y dirigía a una cuadrilla de albañiles imaginarios.  No obstante, tanto va al cántaro a la fuente hasta que se rompe. Aquel día, todavía había dos albañiles dentro. Lo primero que pensé es que si me descubrían y se lo decían a mi madre me iba a llevar sin ver la tele hasta que me licenciara de la mili.

Me escondí como pude tras de un montón de ladrillos. Me puse mi traje de Pepito Bond y, a través de los agujeros de estos, observé lo que hacían los dos trabajadores, para poder largarme cuando no me vieran.  Los dos hombres, lejos de marcharse pronto como yo esperaba, se habían abierto un botellín de cerveza y charlaba como si estuvieran en la barra de “Casa Bartolo”.

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Desde mi tamaño, yo veía a los dos hombres como dos gigantes, dos inmensas moles de musculo con mucho pelo.  Uno de ellos aparentaba tener unos cuarenta y largos años, el otro veintipocos. El cuarentón era un tío enorme, le sacaba al otro por lo menos una cabeza, con unas anchas espaldas y un pecho con más pelos que un peluche. El más joven era también un tío regordete, pero con el vientre más plano que su compañero.

La charla de los dos hombres parecía no acabar, ¡qué coraje me daba! Ellos charla que te charla y yo sin poder moverme, creo que se me quedó dormida hasta la pierna.

En un momento determinado el mayor se levantó, « ¡Por fin se van a ir !», pensé. No acerté ni queriendo, pues lo que hizo fue dejar al otro un momentín solo y volvió con una revista en la mano.  Los albañiles se callaron por un momento y empezaron a pasar las páginas, parándose de vez en cuando para decir palabrotas. «Si mi madre estuviera aquí, seguro que les reñía», me dije para mis adentros.

Hubo una cosa que llamó fuertemente mi atención y es que empezaron a tocarse la parte del pantalón donde tenían su pilila, y cada vez más, como si les picara.

No sé qué paso o dijeron, pero el cuarentón se desabrochó el pantalón y saco de dentro de los calzoncillos su cosa. ¡Y qué cosa! Yo por aquel entonces no tenía mucho con lo que comparar, pues los únicos pitos que había visto eran el de mi hermano de catorce años, los de algunos niños de mi edad en la piscina y el mío. Así que aquella gigantesca cosota peluda me pareció la cosa más enorme del mundo.

QUÉ ES UN ALBAÑIL, EN EL MAESTRO DE OBRAS XAVIER VALDERAS, SOBRE PALETAS, CURRANTES DEL LADRILL, ALBAÑILES, CONSTRUCTORES...

Lo que me llamó requeté la atención fue su cabeza rojiza y el montón de pelos que tenía alrededor de los huevecillos. Sin vergüenza de ningún tipo, se la enseñó a su compañero de trabajo, quien, ni corto ni perezoso, se sacó también el pito fuera y comenzó a moverlo de arriba abajo como si le picara. Eso sí, sin dejar de mirar la revista que estaban con ella como si se la hubieran traído los Reyes Magos.

En un momento determinado, el más alto empezó a rascarle el pito al otro. Pensé que debía de ser parecido a cuando mi madre me rascaba la espalda, porque el jovencito cuanto más le frotaba, más suspiraba aliviado.   Le tuvo que gustar mucho porque,   en agradecimiento, se puso a hacerle lo mismo a la pilila de su compañero.

Al grandullón no le debió gustar mucho aquello porque al poquito de rato le quito la mano, eso sí, del mismo enfado, también dejó de rascarle al muchacho la suya. «¡Qué raro son los mayores!», pensé, «Enseguida se cansan de las cosas».

Lo que me dejó estupefacto, estupefacto del todo, fue lo que sucedió a continuación. El más viejo hizo que su compañero se agachara ante él y se pusiera de rodillas. Me dio la sensación de que le estaba regañando por algo que había hecho y el castigo consistía en meterse la minina del hombre mayor en la boca.

No habían transcurrido ni un minuto y empezó a jalear al muchacho diciéndole que lo estaba haciendo de maravilla. ¡Ojalá a mi madre se le pasaran los enfados igual de pronto que al gigante peludo!

La boca del joven albañil debía ser cantidad de grande, pues se había tragado toda la cosota del hombre casi entera. A este le debía pasar como al Pepón, que se comía los bocadillos de dos en dos. De vez en cuando se la sacaba fuera, como si tuviera que tomar aire, pero enseguida empezaba otra vez, como si le hubieran dado cuerda.

Como al hombre que estaba de píe le gustaba tanto lo que el muchacho le estaba haciendo y al joven parecía no disgustarle, pensé que no debería ser un castigo, que se trataría de un juego: Un juego de mayores.

Cuando parecía que habían terminado la partida, el mayor le pidió al joven que se levantara, le bajo los pantalones hasta la rodilla y le hizo apoyarse sobre un tabique a medio hacer.

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Aquello me volvió a confundir y volví a no tener ni pajolera idea de lo que allí estaba pasando.  Al principio pensé que lo de agacharse era un castigo, pero como los dos se lo pasaban bien, no podía serlo, así que pensé que tenía que ser un juego. Pero entonces, si estaban jugando ¿Porque lo castigaba de cara a la pared? ¡Qué gente más rara eran aquellos dos!

El gigante peludo se agacho tras el muchacho y empezó a mirarle el culillo. «No sé habrá limpiado bien», pensé, « ¡pues ya es mayorcito, para que no sepa hacerlo!»

Tras un rato de dale que te pego con sus manos en el culo peludo, el hombre mayor aparto las cachas de éste e hizo una cosa que me pareció de lo más asquerosa del mundo mundial: metió la lengua en el agujero. Después pensé que debería estar muy limpio, porque para eso se había llevado un rato comprobando si lo estaba. Por lo que se ve, el que te metieran la lengua ahí, debía ser otro juego de mayores, porque el joven le pedía a gritos que siguiera, que no parara.  ¡Qué raro era el mayor de los albañiles! ¡No se aclaraba! Lo mismo castigaba a su compañero, que se ponía a jugar con él.

Parecía que estaba chupando una piruleta de las grandes. ¡Qué lengua más grande tenía el albañil!  De vez en cuando, cogía y apartaba con las manos los cachetitos  de su amigo, como si quisiera llegar a la parte interior del culo. Cada vez que hacía esto el otro gritaba como si le hiciera daño, pero no debía dolerle mucho, porque le seguía diciendo que siguiera, que no parara.

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A la vez que le limpiaba el agujerito a su amigo, el gigante se empezó a tocar el pito, de arriba a abajo, de abajo a arriba, como si estuviera tocando una flauta. A bote pronto, se echó un escupitajo en él. «¡Debe de picarle un montón!», pensé.

Me acordé que una vez que tuve urticaria, me salieron unas manchitas rojas que picaban mucho y   mi madre me juntaba una crema para que se me pasara el escozor.  No debía ser lo mismo la saliva que la pomada,   pues al hombre parecía que no se le pasaba el picazón, porque otra vez su mano para arriba, para abajo, para arriba… ¡No se cansaba!  Es que lo que dice mi padre: el comer y el rascar…

Parecía que ya se había cansado de meter la lengua por el agujero, llevaba tanto rato que ya se le debía haber pasado el sabor. A los chicles les pasa eso, al principio están muy ricos, pero al rato ya no saben a nada y los tienes que tirar.

Sin embargo, el muchacho parecía que no se enteraba de que su culo había perdido el gusto, pues seguía apoyado contra el muro, de cara a la pared, como esperando que su compañero siguiera jugando con él.

Lo que paso a continuación me dejo paticolgando del todo. El hombre más mayor se colocó a las espaldas del muchacho y empezó a pasarle la pilila por el culillo.  «Otro juego de mayores», pensé.  Al joven albañil parecía que no le disgustaba lo que le hacía su compañero, pues decía lo mismo que yo cuando me montaban en el Tío vivo.  « ¡Más, más! ».

Cuando ya creía que la forma de divertirse de los dos albañiles no me podía sorprender más, pasó algo que me dejo petrificado. El gigante comenzó a intentar meterle el pito, por el agujero del culo al muchacho.  « ¡Eso tan grande no entra por ahí!», pensé, «¡Es imposible! Si es un supositorio y cuesta un montón de trabajo.»

De nuevo, me volvía a equivocar. El grandullón debía ser un cabezón de marca mayor porque al principio, como era normal, no entraba, pero se echó un poquito de salivilla en su cosota  y , por lo que pude entender porque no lo vi muy bien, terminó metiéndola. Seguramente, el joven albañil de pequeño tuvo que estar muchas veces con fiebre y le tuvieron que poner muchos supositorios de glicerina. Si no, no lo veía la explicación.

El muchacho demostró ser un caprichoso y veleta de marca mayor.  ¡No se aclaraba para nada! , lo mismo se quejaba “¡Ay, ay!” de que le dolía, que le pedía que siguiera.

Seguí mirando como los dos albañiles jugaban, por cómo se quejaban y suspiraban, me era imposible saber quién iba perdiendo y quien iba ganando. «¡Van empatados!»,  me dije  completamente convencido.

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Pasaron un rato así, a mi lejos de hacérseme pesado, cada vez me estaba más entretenido. Era tan emocionante como los finales de las películas de Tarzan. Lo que me gustaba era las picardías tan gordas que se decían todo el tiempo. ¡Cómo me hubiera gustado ser mayor en aquel momento para poder decirlas, sin que mi madre dijera que me iba a lavar la boca con jabón!

Cuando menos me lo esperaba el albañil cuarentón se paró y le preguntó una cosa que me dejó claro que se trataba de un juego, pues es únicamente donde se hacen las carreritas:

— ¿Dónde quieres que me corra?

—En mi cara —Respondió el muchachito agachándose ante el gigante.

No paso ni un santiamén y, de la cabeza de serpiente del pito del albañil que estaba de píe, salió un líquido blanco y pegajoso de lo más asqueroso con el que le pringó toda la cara al otro albañil.

Aquello debía ser el final de la partida. Así que el otro, para no ser menos que su compañero, comenzó a rascarse el pito muy rápido y, aunque un poquillo más tarde, también llegó a la meta.

El albañil que estaba de píe cogió a su compañero por los sobacos y tiró de él, para ponerlo de píe. Cuando estuvo a su altura, le limpio el líquido blanco de la cara con la manga y se quedó mirándolo durante unos breves segundos, igual que hacia mi hermana Gertru cuando me iba contar un secretito.  Cogió su cara entre sus dos manos y le dio un beso de novio. ¡Fue uno tan largo como los que salían en las películas americanas!

Tardaron un poco en irse, pero ya no siguieron jugando más. Estuvieron charlando todo el rato de cosas que ni entendía, ni me enteraban muy bien pues la decían muy bajito. ¡Dios mío qué aburrimiento!   Pero no tenía más remedio que esperar que se le acabaran los temas de conversación y se fueran.

Aquella tarde había aprendido dos cositas:

  1. Los mayores tienen unos juegos la mar de raros.
  2. En los juegos de los mayores no hay ganadores, ni perdedores, porque cuando llegan a la meta los dos participantes se ponen muy contentos y se dan besitos.

La pena fue que, como tardaron mucho en irse, mis padres descubrieron que me colaba en la obra y a partir de aquel día me vigilaron más estrictamente. Por lo que ya no pude ver jugar más a los albañiles ¡Con lo bien que me lo había pasado!

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7 comentarios sobre “Los albañiles

  1. Saludos; aunque no he leído todos tus relatos quiero hacer una pequeña crítica ,también decirte que tus relatos cumplen con su cometido, me resultan algo explícitos e idílicos ( si, como no lo van a ser si son relatos eróticos) pero creo que un poco de drama y trasfondo social en algunos relatos te quedarían mas redondos.
    Darte las gracias como lector por el tiempo que te tomas y compartir tu tiempo y esfuerzo desinteresadamente.

    PD: Se que no es facil lo que te sugiero, pero te animo a seguir escribiendo .
    A mas ver .
    J

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    1. Hola Jorge, antes de nada gracias por leer y por comentar.
      En cuanto a tu crítica, lo del drama y el trasfondo social que dices que echas en falta, no sé qué decirte, pues aunque es cierto que en mis relatos prima más el humor que el melodrama, en la mayoría de los casos tienen ese punto trágico de la comedia y, en mucho de ellos, hay bastante trasfondo social. Por lo que no sé si es que no estoy sabiendo conectar contigo como lector o es que no te has leído algún relato con estas características. Por si acaso, te dejo dos recomendaciones que creo reúnen esas características: Follado por su tío y Vivir sin memoria. Ya me dirás algo, si los lees.
      Un saludo.

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  2. Hola “Francisquito”:
    La verdad es que tenía miedo de que con los dos prólogos me quedara un poco pesado, pero la respuesta de la gente está siendo buena. El relato, en su momento, nació con otra idea y ni tenía pensado ampliar el universo del pequeño JJ de la manera que lo he hecho. Me alegro que te haya gustado.
    Ve apurando las vacaciones porque para el mes que viene tienes que explicarle unas cuantas cosas a Pepito. Eso te pasa por ser tan listo y coger a escondidas el libro gordo de tu padre.
    Un abrazo.

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  3. Buenas, gracias por contestar y leeré los relatos que me recomiendas.
    Ya te iré contando.
    Salud y República.
    PD: Si conectas conmigo como lector,quizas influye ser de un pueblo de la montaña leonesa o de una gran ciudad.
    Saludos.
    J

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