Paseo por la zona de cruising (2 de 2) Inédito

Aquella tarde, mientras buscaba  un sitio apartado para esperar   a alguien para así poder desahogar la calentura, casi me tropecé con dos tíos. Se habían escondido tan bien que me fue imposible tener constancia de su presencia hasta que  casi estuve encima de ellos.

Como era de esperar, aquellos dos, aunque uno estuviera de rodillas, no se encontraban rezando el Rosario. Durante unos segundos los tres nos sentimos tan violentos como sorprendidos. Noté que mis mejillas se encendían por la vergüenza, tuve la sensación de que me estaba poniendo colorado como un tomate.

Me puse  tan nervioso que apenas me fijé en los dos individuos. En mi cabeza solo existía espacio para salir de allí en cuanto antes, por lo que ni miré si eran guapos o feos, altos o bajos, jóvenes o viejos…

Me  sentí tan sucio  como los jartibles esos que se ponen a mirar a la gente cuando se enrollan,  como si en algún momento le fueran a pedir que se unieran a la fiesta. Una breva que caía en pocas ocasiones y lo más habitual era que le pidieran, normalmente de muy malos modos, que se largara con viento fresco.

No me había alejado ni siquiera dos pasos cuando oigo una voz ronca  y varonil  que me dice:

—Si quieres mirar,  lo puedes hacer. A nosotros no nos importa que lo hagas. Es más, me  da morbo que un chico guapo como tú vea como me pegan una buena mamada.

Aquella afirmación me dejó descolocado por completo, máxime con la chulería que había impregnado cada una de sus palabras.  Me llamó tanto la atención que no pude evitar volverme para ver cuál era el aspecto físico de quien así hablaba.

Al girarme descubrí  a uno de los hombres más atractivos que había visto en mucho tiempo. Sin querer, sentí como cierta excitación se apoderaba de mí al tiempo que el ritmo de mis pulsaciones se aceleraba.

Era moreno, un poco más alto que yo, con lo que el metro ochenta lo pasaba de largo. Tenía los ojos claros. En un primer momento, desde donde yo estaba, no pude distinguir su color exacto (más tarde comprobé que eran de un verde intenso). Tenía barba de unos pocos días, lo que le daba ese aspecto de macho rudo que tanto me pone.  Se le veía una buena forma física, buenos hombros, brazos, pecho…

No obstante lo que más me llamó la atención de él, lo vi cuando el tío que estaba agachado delante de él apartó la cabeza. Un cipote de imponentes dimensiones  que consiguió que el corazón se me acelerara como si estuviera en una atracción de feria.  Lo que aquel hombre  tenía entre medio de las piernas se podía llamar cualquier cosa, menos  normal.

Por aquel entonces, ya había logrado ver  un buen número de pollas, de todos tamaños y formas. Por lo que había dejado de ser  tan impresionable como cuando estuve con Armando. La polla del padre de mi amigo me dio la sensación de que era una bestialidad de enorme la primera vez que la caté. Con el tiempo comprobé que, a pesar de que era grande, no  era algo excepcional.

Nada más que la vislumbré, supe que lo  de aquel individuo era una polla fuera de serie. Una “rara avis” como dicen los científicos.  No solo era larga y gruesa, sino que tenía unos hermosos huevos y  su cabeza rojiza emanaba un brillo de lo más conmovedor. Parecía que tuviera aquel glande tuviera un efecto  hipnótico en mí, pues no podía  retirar la mirada de aquel enorme y palpitante troncho.

Quizás porque, salvo en ocasiones excepcionales, siempre había adoptado el  rol de activo, el tamaño de las pollas de los tipo con los que ligaba, me daba un poco igual. Pero lo de aquel chulazo, que, dicho sea de paso, estaba de toma pan y moja chocolate, me resulta tan hermosa que me tenía completamente absorto.

Tan ensimismado estaba con el cipote que se gastaba el tío de los ojos verdes que ni me fijé en quién estaba agachado delante de él.  Se la estaba mamando un chaval con el que, como me lo pasaba bien con él, había repetido en un par de ocasiones.

Me tuvo que saludar un par de veces con la mano para que yo me diera cuenta que estaba allí:

—¿Qué pasa, pisha? — Le dije un poco cortado, pues lo había ignorado por completo.

—Nada, aquí haciéndole un lavado de cabeza al muchacho. Se quiere poner una mechas a lo David Beckham.

El comentario cogió un poco con el paso cambiado al del pollón. Al ver que yo sonreía ante la tremenda barbaridad que acababa de soltar su acompañante, me imitó, aunque con poca convicción.

Él no sabía que Manuel, que así se llamaba el chaval, era dueño de una peluquería en Jerez. De ahí la broma con los temas de su oficio.

—¿Se conocéis? —Preguntó un poco extrañado.

—Sí, ya hemos follado unas cuantas veces juntos —Contestó el peluquero, anticipándose con su desfachatez a cualquier explicación más comedia que yo  pudiera decir —Se llama Alberto y es de Chipiona.

A Manuel, como a todos los que conocía en aquel lugar de ligoteo, les daba un nombre falso y les decía que era del pueblo de al lado. Si quería ir de incógnito no podía decir que me llamaba José Luis y que era de Sanlúcar.

En mi ingenuidad, creía que aquella trola me salvaría de que, más pronto que  tarde, con mi descripción, alguien terminara sumando dos más y dos. Lo peor que el resultado no sería cuatro,  sino que todos mis conocidos se enteraran de que era de la acera de enfrente. Un puto maricón que le gustaba hacerlo al aire libre.

—Pues sí habéis follado en otras ocasiones, a tu amigo no le importará unirse a la fiesta —Dijo el del pollón, como si lo de montárselo un festival  fuera la cosa más natural del mundo.

Mis planes no pasaban por tener un trío allí. Primero porque era algo que lo había intentado en un par de ocasiones, pero me seguía dando un corte tremendo. Segundo porque bastaban que hubieran más de dos personas liadas para que los jartibles  de turno vinieran a meter el ojo o, aún peor, se la cascaran  gratis con la inspiración de nuestro pequeño espectáculo.

El tío del pollón descomunal me ponía un montón, pero los contra eran más que los pro.  Así que mi respuesta, sin intentar ser cortante, se limitó a «No, prefiero mirar si no os importa». Porque lo que tenía claro también era que no pensaba perderme por nada del mundo el pedazo de mamada que le estaba metiendo mi amigo el peluquero.

—En absoluto —Fue la respuesta del chulazo de los ojos verdes —. Me da mucho morbo que me miren y tú no tienes nada que ver con los viejales  que se me han quedado mirando follando otras veces que he venido. Eres bastante guapo y estás bueno.

—Lo de que está bueno lo corroboro —Dijo Manuel haciendo alarde de su gracia natural —. Está más rico que los chicharrones del Bar Álvarez, ¡que ya es decir!

—Eres muy simpático y tienes mucha gracia —La voz de Mr Polla mostró cierta acritud—. Pero yo no venido aquí ni a reírme, ni a hacer amigos. Yo he venido a soltar toda la leche que llevo almacenada en los cojones. Así que si no quiere que se me baje, deja los chistecitos y  sigue chupando.

Aquel autoritarismo  y chulería no pareció molestarle a Manuel lo más mínimo. Si me atenía a las ganas con la que se  tragaba aquel carajo,  parecía darle morbo que lo trataran de aquel modo tan agresivo.  Ca uno y sus caunidades

No soy muy bueno para calcular  a ojo de buen cubero tamaños, grosores y demás. Entre eso y que, a la hora de follar, no llevo una regla para  saber cuánto le mide el nabo a los tíos con los que estoy,  no sabría decir si eran veinticuatro,  veintisiete o treinta lo que aquel individuo calzaba. Centímetro arriba o centímetro abajo, el gordo  cipote que Manuel se estaba comiendo era  enorme barbaridad.

Por experiencia  sabía que el Jerezano la chupaba de puta madre. Entre otras cosas porque le gustaba un nabo más que comer con los dedos. Era de los que se la tragaba entera, hasta que tu glande acariciaba su campanilla y la retenía ahí hasta que le daba una pequeña arcada. Una vez se recuperaba, volvía a repetir la operación como si aguantar un poco más de tiempo supusiera una especie de reto personal para él.

Te hacía cosas con la boca que lo flipabas en colores. Se entregaba tanto y te la mamaba tan bien que, si no te controlabas un poco, terminabas echándole toda la leche en la boca, antes de que te pudieras dar cuenta.

Sin embargo todo Carnaval tiene su sardina  y aquel carajo era más de lo que el peluquero podía tragar. Por  mucho empeño que pusiera, aquella bestialidad de la naturaleza no le cabía entera en la boca. Aun así lo intentaba y ,de vez en cuando, tras unas pequeñas arcadas, terminaba regando con sus babas  aquel marmolillo de carne.  

Ver como la boca de aquel  menudo chaval intentaba engullir el enorme pollón,  me tenía súper excitado. Estaba tan ensimismado en la escena que se ofrecía ante mis ojos que me olvidé de dónde estaba y me relajé por completo. Tanto  que  me empecer a acariciar la polla por encima del pantalón, sin ningún recato.

El chulazo de ojos verdes se percató de mi calentura y sin filtro de ningún tipo me dijo:

—Si te apetece te puedes pajear. Tú como si estuvieras viendo una porno en el sofá de tu casa.

No suelo cortarme mucho con la gente y suelo echarle bastante cara a la gente. Sin embargo, el descaro con el que aquel tipo me hablaba, rompía un poco mis esquemas. Su chulería y prepotencia, en vez de animarme a que me lanzara,   conseguía que me retrajera.

Temiendo que cualquier cosa que dijera, pudiera romper la magia del momento, me limité a negar con la cabeza.

—Bueno, tú te lo te pierdes, pero no creo que encuentres mejor espectáculo para machacártela que el que te vamos a dar nosotros dos. ¡Tú sabrás!  —Respondió con cierta condescendencia.

Que yo me sacara la polla o no para pajearme, pareció importarle poco a Manuel que siguió tragándose aquel sable de carne como si no hubiera un mañana.

No conseguía que entrara en su boca del todo, pero tenía que admitir  era muy poca la porción que quedaba fuera. Por lo que, de vez en cuando, se la sacaba pues le faltaba el resuello y dejaba a la vista una imagen de lo más excitante: un nabo moreno  con las venas hinchadas, sobre el que reinaba una cabeza roja y brillante que te gritaba: «¡Cómeme!»

No era mucho de chuparle la polla a la gente en aquel paraje, se podía decir que se podían contar con los dedos de una mano las veces que lo había hecho. Mayormente por mi desconfianza a coger cualquier tipo de venérea.

Aun así, la polla de Mr Churra de campeonato no me hubiera importado saborearla. No obstante, su talante prepotente me echaba para atrás un montón y concluí que era mejor seguir  viendo los toros desde la barrera.

No sé por qué suponía que aquel tipo me iba a tratar como una putita y no me apetecía lo más mínimo. Ya bastante había tenido con los desplantes y humillaciones psicológicas de Armando, para meterme en un berenjenal así. Aunque solo fuera un polvo rápido de como mucho veinte minutos, no me apetecía lo más mínimo que minusvaloraran.

Me volví a tocar la churra y seguía tiesa como un garrote. Sin embargo,  ya habían dañado bastante mi amor propio y no estaba dispuesto a ceder lo más mínimo  a los caprichos de aquel tío .Se creía que,  por tener una polla tamaño caballo, con derecho a avasallar a sus semejantes.

La gente con aires de superioridad me solían tocar un poquito un huevo y parte del otro.   Por lo que dejé que mi orgullo pesara más que mi calentura y no le di al engreído el gusto de ver como me la machacaba a su costa.

Cuando más entusiasmado estaba el peluquero con el chupachupa, el de la trompa de elefante le volvió a increpar.

—No te entusiasme demasiado que no me quiero correr en tu boca. Quiero petarte el culo.

La falta de sutileza de aquel tipo casi hace que me marchara de allí y pasara de seguir mirando. Se estaba comportando de un modo tan grosero, que estaba empezando a dejar de disfrutar. Sin embargo, el morbo de averiguar si  Manuel se iba a dejar follar o no, pudo conmigo y me quedé.

Sobre todo porque, porque me picaba la curiosidad de saber si en un agujerito tan estrecho podía entrar un cacharro tan enorme como aquel.

Más de una vez   Había visto en los videos porno que los culos de los actores pasivos se tragaban el Titanic con las tres horas de película, pero  siempre había pensado que era más trampa que cartón. Por lo que decidí comprobar, en vivo y en directo, si aquello era posible.   

El jerezano, muy en su papel de putita sumisa, no replico ante aquel modo tosco y vulgar de comportarse de Mr. Polla de caballo. Simplemente se limitó a dejar  de tocar la trompeta y, una vez localizó  un árbol donde poder apoyarse, se bajó el pantalón con cierta teatralidad exagerada.

El peluquero no se caracterizaba por hacer gala de una  masculinidad estereotipada, ni tampoco por ser un saco de plumas.  No obstante, nunca lo había visto comportarse de un modo tan femenino y grácil. Me dio la sensación que , con la única intención de poner cachondo perdido al morenazo del pollon, se había metido de lleno en su papel de zorrita delicada.

Preso de la lujuria, en lugar de marcharme que es lo que mi cabeza de arriba me indicaba que era lo sensato, seguí los impulsos de mi cabeza de abajo.  Aparqué la vergüenza a un lado y  me aproximé un poco más para no perderme puntada de lo que allí se cocía.

Volví a mirar el rabo  de aquel tío, me parecía una barbaridad.  Observe como lo cubría con un preservativo y, envuelto en el látex, todavía daba la sensación de ser más enorme. Sabía por experiencia que el culo del peluquero era bastante tragón, pero no sabía yo si podría con aquel fenómeno de la naturaleza. Pronto la realidad me sacaría de dudas.

Manuel se empapó los dedos con una buena cantidad de saliva y  se los llevó al culo, de un modo bastante mecánico. El chulazo del pollón acerco su miembro viril, apoyó la punta sobre el estrecho ojete  y empujó sin contemplaciones de ningún tipo.

Si me hubiera tenido que atener al rictus de dolor que se dibujó en la cara del chaval, no le estaba produciendo ningún placer. A la única conclusión que podía llegar era que, por el contrario, le estaba regalando un tormento insoportable.

Mi lado más oscuro dominó  por completo mis instintos y sentí como la situación me excitaba cada vez más. Tanto que estuve tentado de sacarme la churra y propinarme un soberano pajote, pero todavía quedaba algo de sensatez en mi cabeza y no lo hice.

En un momento determinado el peluquero reculó para atrás y musitó entre quejidos:

—No, no puedo. Me estás haciendo daño.

Aquello no pareció hacerle mucha gracia a Mr Pollón. Hizo un gesto de desagrado y le increpó:

—Eso es que no estás suficientemente lubricado. Échate un buen escupitajo en el culo y verás cómo te entra.

—Por más saliva que eché, lo que tú tienes entre medio las patas no me entra por más ganas que le ponga. Si al menos me hubiera traído lubricante —Se quejó Manuel con un poquillo de pena.

—Tú no tienes, pero yo sí —Intervine yo sacando un bote del bolsillo interior de la  chaqueta que llevaba colgada del brazo. Ignoro porque lo hice, seguramente porque me daba mucho morbo ver si un culito se podía comer aquella tranca o no.

Los dos se me quedaron mirando un poco sorprendido, como si no se esperaran aquello de mí. Manuel, con un brillo ansioso en la mirada, me pegó un manotazo y me la quitó de las manos.

Acto seguido como si estuviera en una carrera contra reloj, sacó una buena cantidad y se untó todo el contorno del  ojete con ella. Ceremoniosamente se metió primero un dedo, luego dos y cuando consiguió meter el tercero miró al chulazo con la mejor de sus sonrisas y le dijo:

—Ahora me la vas a poder meter hasta los cojones.

El peluquero volvió  a acomodarse sobre el árbol, Mr Churra se colocó detrás de él  y reiniciaron lo que habían interrumpido con una rapidez tal que me costó un poco reaccionar. Creo que durante unos segundos me quedé pasmado como un carajote.

Al principio, aunque Manuel tenía el ano bien lubricado, trató un poco en dilatar y por el gesto de ambos aquello no entraba ni a la de tres. Sin embargo, supongo que el recto del peluquero se fue acomodando al tamaño del misil que luchaba por taladrarlo y el gesto de ambos cambio de fastidio a un placer desmesurado.

Ver que el agujerito trasero del jerezano había engullido el erecto embutido casi por completó , propició que mi calentura fuera in crescendo y cada vez me tocaba más el nabo por encima del pantalón.

La situación era muy violenta para mí, aunque no tanto para mis dos acompañantes. El chulazo moreno, consciente de que se estaba follando a mi amigo a base de bien, me miraba fijamente, dejando ver en su rostro un complaciente morbo.

Por su parte Manuel estaba tan sobrepasado por las dosis de placer que estaba recibiendo que, de vez en cuando, buscaba mis ojos con los suyos,  como si necesitara que yo le diera mi aprobación.

Mr Churra de Caballo, consecuente con que  aquel culo ya no volvería a escupir la bestia de su entrepierna, comenzó a mover las caderas rítmicamente. Su miembro viril entraba y saliera del recto del peluquero a un ritmo acelerado.   Lo hacía de un modo tan enérgico que, desde donde yo estaba, podía escuchar como sus huevos chocaban con el perineo del jerezano. Manuel, fiel a su rol de zorrita entregada, se limitaba a soportar cada una de las salvajes estocadas, gimiendo de manera agradecida.

Si hasta aquel momento habían estado pendiente de mí, a partir de entonces me ignoraron por completo. La respiración del semental moreno se volvió arrítmica y entrecortada, de la boca del peluquero comenzó a brotar un quejido casi sordo bastante revelador del placer que estaba recibiendo.

De buenas a primera el chulazo reculó para atrás, se quitó el condón y se comenzó a correr sobre la zona lumbar de  Manuel.

El rabo de aquel tipo me pareció que estaba más hinchado aún. De su punta brotaba unos trallazos de leche que me parecieron de lo más delicioso. Miré su rostro, contraído en una especie de rictus de dolor, mostrando su lado más animal. No sé por qué, aquel aspecto bruto y salvaje de él me pareció de lo más atractivo. Por primera vez, me di cuenta de lo que me había perdido.

Mr Churra se debió dar cuenta de mi ensimismamiento, porque una vez  su rostro volvió a la normalidad, me sonrió y me guiñó un ojo. Estuve tentado de recorrer la pequeña distancia que me separaba de él y tocar, aunque fuera levemente, la bestia de su entrepierna. Pero no lo hice.

CONTINUARÁ.

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