Vogue Dos de dos (Inédito)

A Berto la escena le recordó sin querer  a su asistente, Marcos, un chico delgado de unos veintitantos años, tan eficiente como tímido. No tenía ni idea de si le gustaba la carne, el pescado o estaba a dieta. Era tan insulso como el oriental, aunque sin una gota de la feminidad que el actor emanaba por cada uno de sus poros.

Irreflexivamente llegó a imaginar estar con él en una tesitura como la que estaba observando y  llegó a creerse que era el protagonista de la escena. Sin pudor de ningún tipo,  se llevó la mano al paquete y comenzó a masajearlo por encima del pantalón para constatar su dureza. El tejido se  marcaba tanto sobre su piel, que en unos segundos una tremenda erección se pintó bajo el fino cuero.

A pesar de lo descarado de su gesto, nadie  le prestó atención. Todas las miradas estaban puestas en la pareja de actores. Concretamente en Viktor. El atractivo latino se tocaba  descaradamente el voluminoso bulto que se le marcaba bajo el pantalón, mientras se relamía observando como su ayudante daba lustre a sus zapatos con la lengua.

Sin preámbulos de ningún tipo, el joven asiático trepó por sus piernas con parsimonia. Una vez tuvo  la cabeza frente al abultado paquete se puso a chupar la zona de la bragueta por encima del pantalón, marcando el enorme cilindro con un pequeño reguero de sus babas.

Unos segundos más tarde, el venezolano se desabrochaba el cinturón, desabotonaba la portañuela y sacaba al exterior una punzante bestia de color oscuro. Reinando sobre la parte superior del  enorme sable que miraba firmemente al techo, se podía ver una enorme cabeza morada.   

La polla del venezolano era ancha, bastante larga y con unos enormes huevos  flotando bajo su tallo. Lo que más llamaba la atención del viril falo era el color moreno de su piel y dos hinchadas venas que recorrían su tronco. Su forma asimétrica  recordaban a las raíces de una planta internándose en la tierra.

Atrapó su cipote con la mano y cruzó la cara de su acompañante con ella. Un golpe en cada mejilla,   como si fuera un guante con el que un caballero retara a otro para un duelo a muerte.

Después, de forma violenta, agarró los cabellos de la nuca del coreano y, dirigiendo su verga hacia el centro de su rostro, se la encasquetó bruscamente entre los labios. Un quejido fue la única respuesta del joven asiático.

El sevillano, pese a que sabía que toda aquella parafernalia de la dominación era   tan  falso como las lágrimas de una plañidera, no podía reprimir lo mucho que le ponía.  Volvió a imaginar a Marcos, con su gorda polla clavada entre los labios, rozando la campanilla con su glande. A pesar de que su empleado no le atraía físicamente lo más mínimo, notó como su nabo se llenaba de sangre solo con fantasear con  un momento que sabría que nunca se haría realidad.

Le excitaba enormemente aquella escena de sexo en vivo, sin trampa ni cartón.  Ver  cómo,  mientras la enorme verga atravesaba su cavidad bucal,  los rasgados ojos del muchacho parecía que quisieran salirse de sus orbitas y la sensación de ahogo se pintaba en su rostro, lo tenía con el pulso acelerado y con los sentidos a flor de piel. 

De vez en cuando una queja de dolor brotaba de los labios del chico y era apagada fulminantemente por una cachetada de su jefe quien, apretando los dientes, le instaba a que guardara silencio.

En un momento determinado, el venezolano dejó de mover las caderas delante del rostro del muchacho  y sacó su cipote de entre sus labios.  Durante unos segundos, consciente de que estaba siendo observado por los Rainbow, lo mostró orgulloso. Presumió de la potencia que le había regalado la madre naturaleza  del mismo modo que un pescador de una presa recién arrebatada al medio marino.

A su erección perfecta había que añadirle una brillante película de saliva que conseguía que aquel hermoso carajo fuera aún más seductor.   No fue extraño que Berto, al igual que muchos de los espectadores, sintiera unos irrefrenables deseos de chuparla.

Viktor adoptó  una actitud insolente y tiró  de la corbata del actor que hacía las veces de su empleado. El jovencito volvió a hacer alarde de sus buenas dotes interpretativas y dejó que una expresión de pánico inundara su rostro. Se metía tanto en su papel, que Berto llegó a sospechar que todo estaba siendo una improvisación por parte de Lagüe que el asiático desconocía por completo.

—La mamas igual que una puta barata, pero mucho mejor de lo que preparas los informes —Le dijo mientras lo obligaba que abandonara la posición de rodillas —.Veremos si ese culito es capaz de calmarme la calentura. Esperemos que sí, porque si no es así,  no me servirás para nada y ordenaré que te den la carta de despido.

El inglés del venezolano era muy simple y su dicción no muy buena, pero no era complicado entender las amenazas a su subalterno.  Ninguno de sus acompañantes hizo un comentario incomodado por aquel abuso de poder tan fragante. Era obvio que todos tenían asimilado que el dinero y la posición social eran prerrogativas para conseguir el sexo que se quisiera.

Estuvo tentado de soltar una crítica a la falta de tacto del guionista, pero se  recordó que todo era un teatrillo sin la menor trascendencia.   Una escenificación que, por más que le chocase, despertaba su libido enormemente. Se  volvió a palpar su entrepierna y la notó tan dura que  tuvo la sensación de que su verga quisiera traspasar la delgada piel de cuero negro.

A pesar de la negativa del coreano y de sus palabras de súplica, Viktor lo vapuleó como un pelele para desnudarlo. Primero  le quitó el pantalón y, cuando descubrió que llevaba un suspensorio, que dejaba al desnudo sus glúteos. No pudo evitar exclamar:

—¡Pero si vienes preparado para que te emputezca!

 Lo empujó contra la mesa y se puso a observar su  pequeñito y redondo culo. Sin mediar palabras,  se agachó tras de él, acercó su boca a su rasurado agujero  y comenzó a propinarle un beso negro.

Si algo le gustaba a Berto era que le comieran el culo. Notar una lengua húmeda paseándose por su ojete, le ponía los sentidos a flor de piel. Sin embargo, no era algo que pidiera habitualmente a sus amantes.

Practicar aquella variedad sexual siempre le traía a la memoria los momentos vividos con Cristóbal y, sin querer, volvía a comportarse como el chico desvalido e inocente al que introdujeron en las perversiones homosexuales a pasos agigantados.

Ver como aquel  titán musculoso devoraba el culillo del oriental, lo trasladó a la casa de verano del padre de su amigo. Cuando el atractivo maduro y su hermano lo trataban como una putita pasiva a la que empujaba a un mundo de perversiones que le resultaban tan desconocidas como atrayentes.

Durante el tiempo que duro su romance sexual con aquellos dos hombres, siempre se repetía el mismo ritual. En un primer momento  él  se tragaba el sable de uno y  el otro preparaba su retaguardia para ser taladrada sin compasión de ningún tipo.

Los dos hermanos eran unos expertos en prepararle el ojete con la lengua. Presumían de su falsa heterosexualidad diciendo que era como comerse un coño, pero sin clítoris.

Las reminiscencias de aquella época de su vida, despertaban sentimientos contradictorios en él. Por un lado se sentía mal por haberse dejado usar de aquel modo tan denigrante, por otro nunca había disfrutado tanto con el sexo como en aquel momento en el que tenía a dos sementales bebiendo los vientos por él.  Irreflexivamente, se llevó la mano al paquete y palpó que era acero puro.

No obstante, si algo había aprendido con el paso de los años es que jamás se volvería a dejar manipular. Podría actuar como activo, pasivo, lo que le viniese en ganas, pero siempre sería quien tendría el control. No volvería a ser el esclavo sexual de nadie, por mucho que le atrajese.

Viktor, tras introducir  un dedo  en el ensalivado orificio y comprobar que entraba con holgura, se levantó. Se posicionó detrás del joven coreano, colocó su polla en la entrada de su ano, apuntó hacia la entrada  y empujó.  Con determinación,  fue clavando su masculinidad en el aparente estrecho agujero. En unos segundos, el recto del empleado había conseguido tragarse  el punzante trozo de carne hasta la base.

No dejaba de sorprenderle a Berto, por muchas veces que lo experimentara,  lo rápidamente que dilataban algunos. El muchacho, a pesar de que se quejaba efusivamente y daba la sensación de que le estuvieran ocasionando un dolor insoportable, había conseguido que su ano devorara los veinte centímetros de verga del venezolano de una sola estocada.

Le encantaba ver como el actor que hacía de ejecutivo dominaba a su empleado y lo sometía a las más bajas vejaciones, mientras no paraba de proferirle insultos. En esta ocasión, había dejado de chapurrear en inglés y vociferaba los propios de su Venezuela natal. Quizás porque hubiera dejado de actuar.

Empujaba  sus caderas con ímpetu, como si quisiera sacarle la polla por la boca. Un espectáculo tan brutal como excitante.

A pesar de que nunca había forzado a nadie, ni se veía capaz de un ultraje parecido.  Aquellos teatrillos donde el sometido comenzaba diciendo que no y después terminaba disfrutando como la mayor de las putas, alimentaban su libido de una manera que resultaba hasta enfermiza.

Miró a su alrededor, buscando la complicidad de alguno de los miembros de los Rainbow,  pero fue un intento frustrado. Todos estaban ensimismado con aquel símil de violación. Los que no ocultaban su rostro tras una máscara, se relamían perversamente ante la salvajada que se desplegaba ante sus ojos.

Volvió a centrar sus sentidos en el lujurioso espectáculo que tenía ante sí. Hasta el momento todo había sido una representación  bastante ligera del poder del jefe sobre el otro, pero desde que la polla de Viktor  salió a flote la brutalidad se había convertido en la protagonista absoluta.

Sin dejar de cabalgar con brío al coreano, el venezolano comenzó a dar cachetadas en los glúteos de su amante. Lo trataba del mismo modo que a una  jaca a la que tuviera que azuzar para que aligerara el paso.  Los chasquidos de la palma de la mano contra el delicado trasero se convirtieron para los espectadores en una banda sonora tan estimulante como sobrecogedora.

Ver  aquel trabuco oscuro profanar el centro de las nalgas del oriental, mientras Viktor le pegaba una soba en el trasero, tenía a todo los presentes con la libido a flor de piel.

Entregado como estaba al acto sexual, la trepidación se apoderó de sus movimientos y su cuerpo se metió de lleno en una escalada hacia el placer. A  nadie le extrañó que, a continuación,  sacara la polla del agujero, soltará un quejido sordo y terminara corriéndose copiosamente en la zona lumbar del asiático.

Durante unos segundos unos trallazos de blanca leche no pararon de brotar de la punta del cipote de Viktor . Sin miramiento de ningún tipo, en un inglés bastante elemental, le pidió que le terminara de limpiar la polla al joven coreano. Quien no puso ninguna pega, se agachó ante él y borró con su boca los restos de esperma que quedaban en él.

Una vez borró cualquier gota del pegajoso líquido del babeante sable, se vistió rápidamente y sin mediar palabra se marchó.

Todo lo que necesitas es tu propia imaginación

Así que úsala, para eso es lo que ella sirve

(Para eso es lo que ella sirve)

Domingo 19 de Mayo 2002

Mariano  (19:55 hora del último autobús para Sevilla)

Mi chico me dio un abrazo fraternal y esperó que al autobús partiera para regresar a la casa de Berto. Durante el trayecto de la casa a la parada me preguntó cuatro o cinco veces que como lo había pasado  y, por mucho que yo le decía que estupendamente, él volvía a insistir.

En cada ocasión usaba unas palabras distintas. Como si una distinta combinación lingüística fuera a obtener un resultado diferente que “’Muy bien”, “ Estupendamente”, “Genial” o cualquier sinónimo parecido.  

De pequeño siempre fui consecuente con la poca credibilidad de  mis mentiras. Lo peor era que, a pesar de vivir una farsa constante, no había avanzado demasiado en lo de saber ocultar la verdad. Mis respuestas no convencían en absoluto a mi ex, quien demostraba una desconfianza expresa a la sinceridad de mis palabras.  

Me hubiera gustado sentir  que me lo había pasado bien,  que  mi dicha era completa con la simple presencia de la persona que amaba. Pero nada más lejos de la realidad. Toda la velada había tenido  un aire  muy extraño y la balanza se decantaba hacía las sensaciones negativas.

Los amigos de Enrique me habían decepcionado.  No es que hubiera tenido demasiadas expectativas con ellos, pues estaba más preocupado en caerles bien que en lo contrario. Por lo que ni había sopesado la idea de que el desencantado pudiera ser yo.

No es que  fueran unos cretinos al cien por cien, pero tampoco habían hecho méritos para que quisiera irme con ellos a una isla desierta. Ni siquiera para que quisiera quedar con ellos para tomarme un café. Desconocían la palabra empatía y el único prójimo que parecía preocuparles era el que veían cada vez que se asomaban al espejo.

 Mi chico me comentó que con quien más afinidad podía tener era con Álvaro. Estaba en lo cierto. Por lo visto, al igual que a mí ,  le gustaba bastante el mundo cofrade y estaba muy metido en los pormenores y casuística de las hermandades.  En  otras circunstancias habría intentado entablar conversación con él  e intercambiar pareceres, pero ni estaba lo suficientemente a gusto, ni me pareció el sitio adecuado.

Tenía los mismos estudios que yo, pero a diferencia de mí que tenía un trabajo de mala muerte con un sueldo de mierda, era el director financiero de la empresa familiar, una cadena hotelera. Pese a que me pareció alguien que, del mismo modo que sus amigos, presumía constantemente de su estatus social. Tuve la sensación de que era una persona sensata y educada. Me recordó a mi amigo Jaime, que le gustaba mantenerse al margen. En el caso de Álvaro,  creo que más por pereza que por timidez. 

Beltrán un cuarentón ancho de espaldas y con cierta tripa que, por su forma de vestir y comportarse, no tenía complejo alguno por sus kilos de más. Se  comportaba como si fuera un galán de película y todo el mundo estuviera prendado de sus encantos. El el fondo no me parecía mala persona.   Si no estuviera haciendo un constante alarde con cada gesto que hacía del mucho dinero que tenía  en su cuenta corriente, sería hasta soportable.

Me observaba con lascivia, como si quisiera devorarme con los ojos. A continuación, dedicaba una mirada de desprecio a Enrique.  Era tan descarado y nos hacía tanto de menos a los dos que no me hubiera extrañado que en cualquier momento me hubiera preguntado qué había visto en Enrique que no tuviera él.

Un practicante  más del pecado capital por excelencia de los españoles, la envidia.

Nacho era el clásico tío que se creía un poco  como el  vino, que los años le hacían aumentar el valor de su atractivo.  Un aforismo que poco o nada tenía que ver con su realidad. Pese a que poseía un cuerpo vigoroso y emanaba una enorme masculinidad. Era obvio que había tenido tiempos mejores y, aunque poseía unos rasgos bastante agradables, los años habían mermado su atractivo de manera notoria. 

Una buena muestra de ello eran sus hermosos y grandes ojos azules. Pese a que era lo que más atención llamaba de él cuando te fijabas con atención en ellos, los veías como aletargados en el tiempo. La culpa la tenían unas enormes ojeras que  conseguían que estos transmitieran un cansancio propio de las personas mayores.

Por lo que pude deducir de las conversaciones que escuché había nacido en el país Vasco. Sus amigos lo apodaban cariñosamente el  etarra arrepentido. Su familia era dueña de una cadena alimenticia. Su madre, en una temporada que pasaron en Sevilla por motivos de trabajo, quedó enamorada de la ciudad y decidieron trasladarse definitivamente antes de que los hijos estuvieran en edad escolar.

Dada las lorzas que adornaban su cintura, era  obvio que no le engordaba el aire. Supuse que le pasaba lo mismo que a mí, que  era una amante de la buena gastronomía y la gula le perdía. El problema estribaba en que él parecía haber olvidado el camino al gimnasio y no era consecuente con que pagar la cuota mensual de este no te hacía perder kilos.

No obstante, si hubiera un premio a la soberbia se lo llevaría Borja. No hizo falta que indagara lo más mínimo sobre sus negocios pues  él mismo  se encargaba de referírtelos una y otra vez  en cuanto tenía ocasión. Si no hizo veinte chistes con Simuggle, nombre de la cadena de grandes almacenes de la que su familia era propietaria, no hizo ninguno.

Era un claro ejemplo de lo negativo de los extremos, si sus amigos parecían más viejos de lo que eran por no cuidar su dieta y el ejercicio físico. Un excesivo  control de su dieta para estar tan delgado como un adolescente de dieciocho años, marcaba más sus pómulos y lo aviejaba. No creo que tuviera más de treinta y cinco, pero parecía bastante mayor.

Aun así lucía un físico bastante portentoso, sin una gota de grasa y musculado. Un ancho tórax, unos brazos fuertes, unas abdominales marcada y un culo respingón lo convertían en el tipo de prototipo que triunfaba en el gimnasio.   Se le notaba que pasaba bastantes horas en el gimnasio y estaba orgulloso de ello.

En mi opinión era más de pincharse esteroides que de entrenar duro, con lo que lo de “men sana in corpore sano” era una máxima que poco o nada tenía que ver con su filosofía deportiva.  

Si su querer el centro de atención se hubiera limitado a ponerse dos tallas más pequeñas de camiseta para marcar músculos, lo hubiera soportado.  La vanidad es un pecado capital que sobrellevo bastante  bien. Pero no era así. Alguien en algún momento de su vida le tuvo que decir que sacar plumas era gracioso y se comportaba como una mariquita histriónica.  Hacía gala de un  afán de protagonismo tal  que JJ a su lado era un mero postulante  y él se llevaba todos los Oscar.    

Luego estaba Carmy Ordoñez. Un tipo que se extrañó un montón de  que yo  ignorara  quien era él y su familia. Enrique no me habló de él y no lo puse en la relación de temas que me prepare para no quedar como un paleto con sus exquisitas amistades. Un punto negativo para mí.

 A pesar de que no paraba de sonreír, como si todo el tiempo tuviera una cámara delante y tuviera que salir guapísimo en cada foto,  noté que se enfadó por mi desconocimiento de su fama y sentí cierta tirantez hacia mí por su parte.

Por lo visto su madre era una duquesa y su padre un torero  bastante famosos. Por lo que rara era la semana que la revistas del corazón no le dedicaban una portada a sus supuestos amoríos. Unos romances que me parecieron tan mentira como todas las novias del Ricky Martin, Miguel Bosé y Luis Miguel. Porque si él estaba con aquella plebe, sería porque tendría más predilección por el contenido de los calzoncillos ajustados que el de las braguitas de encaje.

Aunque me pareció el más simpático y guapo de todos. Me dio la sensación de que le gustaba despertar la lujuria en los demás y que muy pocas ocasiones alguien le había dicho que no, cuando se le había insinuado. No sé qué hubiera hecho yo, si no hubiera estado con Enrique. He de admitir que me atraía un montón, pero conociéndome, le habría dicho que no.

La gente tan guapa y tan perfecta me da la sensación que forma parte de otro universo al mío. Por lo que habría pensado que se quería echar unas risas y le habría negado la oportunidad de ser su bufón particular.

Quien más me defraudó fue Berto. Enrique me había comentado tantísimas cosas buenas de él  que, sin querer, lo había idealizado un poco. Su comportamiento conmigo poco o nada tenía que ver con la imagen que mi chico me había transmitido de él.

Hasta donde llegaban mis conocimientos, fue él quien insistió para que visitara a su casa. Mi ex estaba dudoso de que yo pudiera encajar bien entre aquella gente, tan diferente con la que trataba habitualmente.

Estaba tan preocupado porque lo dejara en ridículo que no paró de recalcarme que me pusiera la ropa de marca que me había comprado últimamente. Quería que   fuera bien vestido y no desentonara demasiado con sus amigos.

No me cuadraba  para nada que, después de convencer a Enrique para que me llevara, intentara ridiculizarme desde el minuto uno.  Había tanta altanería y desprecio implícito  en su modo tan gentil de dirigirse hacia mí, que resultaba hasta insultante. En momentos como aquellos, me gustaría tener el don de palabras que tiene JJ y poner educadamente a los indeseables en su sitio.

Tuve la sensación de que me estaba haciendo un examen de admisión, como una especie de prueba de fraternidad universitaria. Menos mal que me había preparado todos los temas que Enrique me dijo que se podían tocar y pude salir airoso de la prueba,  sino hubiera quedado como un cateto harto de sopa.

Por más que me lo preguntaba, no encontraba ninguna explicación para su aparente ira hacia mí.

“No sé Enrique, con lo sencillo y noble que es. Qué demonios hace con esta gente. No le pega para nada.”, me dije alimentando con este comentario mi ingenuidad frente a mi ex. Cuanto más tiempo avanzaba nuestra relación, más lejos estaba de conocer quien realmente era. Nunca se quitaba la máscara, ni dejaba de actuar.

Me volví a comportar como un verdadero gilipollas y  excusé su comportamiento  diciendome que , al igual que yo, se sentiría  acomplejado por ser de pueblo e intentara acoplarse en mayor o menor medida  con la gente de la capital. Como la única gente que conocía allí eran los del ambiente de la noche y sus clientes, preferible que hiciera migas con estos.

Nunca pensé que fuera por ambición. Nunca pensé que fuera por soberbia.

Al principio del día, como era la novedad del lugar,  se comportaron súper simpáticos conmigo y no pararon de darme conversación. Pero no tarde en convertirme en una canción del verano, al principio la tarareas todo el rato  y después cambias de emisora en cuanto la escuchas.

Llegado el segundo momento, los amigos de Enrique se guardaron sus risas y halagos para terminar sacando unas uñas afiladas en forma de preguntas. De ser su persona preferida, me vi sometido a un  tercer grado de un modo que rozaba el acoso.

Como tampoco cumplí y expectativas a la hora de alimentar su sed de cotilleos, conforme fue adentrándose la tarde, comenzaron a pasar de mí como de la machacona canción. Ninguno dijo nada explícitamente, pero con su actitud  me dieron a entender que estaba allí de más.

Si algo tenían todos en común es que  eran unos putos clasistas que consideraban que aquel lugar no era el indicado para la gente de mi estatus social.

Con la idea de que los gansos no se transforman en cisnes, si carecen de una cuenta bancaria de muchas cifras, me subí al autobús. Conforme iba dejando la parada detrás la figura en el horizonte de mi chico se iba haciendo menor  y mi desilusión por un día que preveía estupendo mayor.

Aunque me dolía no contar con su presencia y alejarme de él me desgarraba por dentro, una parte de mí se sentía satisfecha porque el día hubiera llegado a su fin. Durante todo el tiempo que estuve en la casa del Rocío me sentí como un actor que interpretaba un guion escrito con el que no estaba a gusto.  

Deseaba pensar   que había sido una buena idea venir a la aldea, pero  una voz en mi cabeza me gritaba que lo único que había hecho ere estropearle  el día a mi chico. Estaba más preocupado de que yo lo dejara en evidencia con mi poco saber estar que en disfrutar de los acontecimientos. Se  perdió hasta el concierto Rociero de Villamanrique.

Estuvo tenso durante toda la tarde, como si temiera que  en cualquier momento lo pudiera poner en un aprieto.

Menos mal que fue empalmando los vasitos de vino fino con seven up y comenzó a pasar un poco de mí. Tuve la sensación de que llegó a estar tan desinhibido que le daba  igual lo que yo pudiera decir o hacer delante de aquel grupo tan selecto. Sin quererlo, embriagado por el alcohol, me estaba ninguneando. A mí, llegado a aquel punto, me daba casi igual.

Aunque lo que más me molestó, aparte de su poca fe en mí, fue que se dejara llevar por el grupo. Como si fuera un niño educado en un colegio de los de uniforme, se veía incapaz de tener una idea contraría al rebaño y dejara que el colectivo pensara por él.

 ¿Qué había de  la fuerte personalidad que presumía tener? No solo les reía los chistes sin gracia a Borja, sino que parecía estar  más que cómodo al lado de un individuo que hacía alarde de forma pomposa de su feminidad. ¿Dónde estaba ese asco que decía que le daba la gente con plumas?

Sin quererlo evitar me acorde de mi “pierdeaceite” particular, Rafi y del peor momento de nuestra relación.  He de reconocer que, de no  contar con la promesa de mi ex de que, por lo mucho que me quería, no sacaría más los pies del plato,  me hubiera sentido un poco celoso. La noche en la casa del Rocío se presentaba larga  y la tentación tenía las piernas muy cortas. Sobre todo con tanto homosexual suelto y  el alcohol circulando sin ton ni son.

En mi pequeño ataque de celos, pensé en  Carmy. Era uno de los tíos más guapos que había visto en mucho tiempo. Si a eso se le sumaba que era famoso y demás, era alguien que no le faltarían pretendientes. Por lo que mi chico, por muy maravilloso que me pudiera parecer a mí, poco o nada tenía que hacer con él.  

Sin embargo, por muy mal pensado que yo fuera y por muy exigente que fuera con las amistades de Enrique, aquella gente, además de por el postureo, habían ido al Rocío a divertirse. Si me tenía que atener a la cantidad de vasos de rebujito que  se habían tomado, se lo debían estar pasando de puta madre.

Me dio un poco de coraje  no poder quedarme a pasar la noche, pero visto lo visto, me sentí aliviado. Creía conocer a mi chico, pero aquella faceta suya, al igual que me pasó con lo de  Rafi, no me cuadraba con el concepto que tenía de él.

Como el autobús iba medio vacío y bastante en silencio, decidí pegarme una pequeña cabezada y dejar de darle vueltas  a lo sucedido. Seguramente, agotado como estaba de tanto ajetreo, estaba sacando conclusiones erróneas. Después de un sueñecito, seguro que terminaba viéndolo todo menos gris.

La belleza está donde la encuentres

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