Lunes 06 de mayo 2002
Gato(18:15)
Se había llevado más de media hora hablando con Berto, que cuando colgó el teléfono estaba un poco mareado. Había sido tanta la información que le había dado, que se sentía un poco incómodo. En parte porque había sido incapaz de asimilarla toda.
No le pareció raro que lo llamara para que le organizara una fiestecita en su casa de la aldea almonteña. Todos los años lo hacía. Siempre le pedía incluir alguna novedad. En esta ocasión una performance sadomasoquista en la segunda parte del evento.
Lo que no había hecho anteriormente, era invitar a alguno de aquellos eventos a alguien de fuera de su círculo íntimo y mucho menos a una celebridad como un político.
No entendía porque le confiaba tal cosa. Haber follado con él, en repetidas ocasiones, le había servido para tener ciertos privilegios con él. Insultarle a la cara cuando nadie los escuchaba, aunque solo fuera de broma, era uno de ellos. Sabía que esas palabras mal sonantes le hacían recordar los momentos guarros que habían compartido.
No obstante, tenía bastante claro que aquel hombre ni era su amigo, ni su colega… Si le permitía tales confianzas era porque le interesaba. Por mucho placer que le hubiera dado en la cama, no era para él que otro peón al que usar en sus maquinaciones. No en vano, siempre habían acordado el pago de un buen precio para cada uno de aquellos polvos.
Decir que lo del invitado sorpresa lo había desconcertado, era quedarse corto.
Sabía que la actitud ultra conservadora de Santiago Ipurdituburu era un papel que representaba delante de los seguidores de su partido político. En alguna que otra ocasión, le había suministrados migrantes ilegales africanos que, en su búsqueda del bienestar europeo, no le importaba montárselo con un tío con tal de conseguir el dinero suficiente para un pasaje para Francia.
Todos chicos jóvenes africanos que poco o nada conocían de las costumbres locales y mucho menos al presidente del partido de la oposición en una comunidad autónoma como Andalucía.
Gracias a la fugacidad que desaparecían del territorio español, unido a las gafas, pelucas y postizos que usaba para esconder su identidad. Santi se sentía seguro con el tremendo anonimato que conseguía en los servicios que le prestaba. Por lo que, cuando tenía algún marroquí o argelino en esas circunstancias, no dudaba en ponerse en contacto con él.
Aun así, le parecía toda una temeridad lo que Berto se disponía a hacer. Citarlo en su casa del Rocío para una orgía de carácter sadomasoquista, con drogas y prostitución masculina de por medio, no era nada seguro. Aunque por la pasta que había encima de la mesa, merecía la pena correr el riesgo.
A Berto se lo veía necesitado de un rato de vicio, porque todo su plan parecía de lo más disparatado. O pretendía putear a su amigo el político o, contrario a su forma de actuar, no había tenido en cuenta posibles complicaciones. El único plan de contingencia que había ideado era que, en caso de que se diera la circunstancia de alguien sospechara quien estaba bajo la máscara, Félix lo sacaría de la casa con la mayor urgencia e impedir con ello que su identidad quedara al descubierto.
Por más vueltas que le daba, no dejaba de parecer una idea propia de adolescentes. Basar toda su seguridad en una máscara de cuero y que Santiago permaneciera en silencio absoluto, le parecía una locura. Un dislate más de la gente rica en el que se veía obligado a participar.
En caso de que, sus contactos en la policía de Sevilla, no consiguieran que sus homólogos de Huelva hicieran la vista gorda ante lo que se cocía entre cuatro paredes, poco o nada podía hacer por evitar una redada si les daba por llamar a la puerta.
Era bastante extraño que las fuerzas del orden irrumpieran en alguna de las viviendas de la aldea y, más concretamente, en las fechas de la Romería. Pero si algo había aprendido en los últimos años es que el odio por el diferente estaba más arraigado que nunca en la cabeza de los envidiosos y los ignorantes.
Si algo despertaba Berto y los suyos con sus aires de libertad era el odio de este tipo de individuos. Que muchos de ellos vistieran uniforme y trabajaran para el Estado, era suficiente para que una chispa se encendiera en su pecho para clamar un orden que solo entendían ellos y que era de lo más injusto.
En caso de que la mecha prendiera, Ipurdituburu pasaría la noche en el cuartelillo y ser sorprendido en una orgía gay con drogas, no sería la mejor de las publicidades de cara a su electorado rancio. Por lo que no sería descabellado aventurar que su carrera política acabaría de manera fulgurante.
Volvió a pensar en la pasta que ganaría y llegó a la conclusión que, mejor que preocuparse por la caída en desgracia de aquel vago con corbata, lo que debía hacer era cubrirse sus espaldas.
Concluyó que para ello, la cantidad de droga que llevaría sería la máxima permitida para consumo propio por número de participantes, con lo que, como había hecho otras veces, evadiría la cárcel por tráfico de estupefacientes y todo quedaría en una amonestación o una multa.
Los chicos, a pesar que a los amigos de Berto les gustaban muy jóvenes, deberían tener dieciocho años al menos.
No tenía en mente a nadie y últimamente no había demasiada carne fresca por el ambiente que se prestase a ello. Los señoritos los querían jóvenes y con sobrada experiencia, pues gustaban de practicar el fisting y la doble penetración.
Lo único que tenía claro es que, por muy enganchados que estuvieran, no debían probar las drogas mientras trabajaban. No estaba dispuesto acabar la fiesta en la sala de urgencia de un hospital, teniendo que dar más explicaciones de las que acostumbraba a dar.
Cuando cayó en la cuenta que no tenía ningún candidato en su agenda para llevar a la casa de Berto, se dio cuenta que una redada donde se pusiera negro sobre blanco la vida secreta de Santiago, podía perjudicarle, pero acabaría con su reputación. Al contrario.
Su verdadera preocupación era encontrar unos putitos disponibles y de primera calidad …Tendría que darse prisa pues solo le quedaban dos semanas.
Intentas
Todo lo que puedas para escapar
Del dolor de la vida que conoces
(La vida que conoces)
Cuando todo lo demás falle y anhelas ser
Algo mejor de lo que eres hoy
Conozco un lugar donde puedes escapar
Martes 18 de Marzo 1997
Berto(Segundo día de la reunión anual de “The rainbow power”
Estaba ansioso y muy caliente. Apenas probó el desayuno. Ni siquiera, como hizo el día anterior, le pidió a su ayudante de cámara que acompañara el café con un poco de su leche calentita.
“The rainbow power” facilitaba a sus socios una especie de mayordomo que le ayudaba en todos los pormenores durante su estancia en la reunión anual. Obviamente el individuo, además de servir las comidas, limpiar la habitación y demás, también se encargaba de satisfacer, en la medida que lo precisaran sus miembros, sus necesidades sexuales.
Entre los posibles candidatos, Berto había escogido a un tipo lo más parecido a Cristóbal, el padre de su mejor amigo de la adolescencia. Un prototipo que siempre tenía presente, un trauma juvenil que no había superado.
Empezar el día chupándole la polla le hacía retrotraerse a sus dieciochos, cuando aquel maduro y su hermano lo convirtieron en su putita. Nunca hizo nada que no deseara, pero se dejó embaucar por dos depredadores sexuales y recorrió senderos del sexo para los que aún no estaba preparado emocionalmente.
Era consecuente con que la oportunidad de revivir aquellos momentos tan clavados en su memoria, era una rara avis y debía aprovecharlo, si no quería arrepentirse cuando volviera a su rutina. No obstante, tenía la cabeza en otro sitio y no le apetecía lo más mínimo.
Le reconcomía la desazón y estaba ansioso por incorporarse al grupo. No tanto por los sorpresas que tenía preparada Lagüe, su maestro de ceremonia y el artífice de todas las performances que se daban cita en aquella mansión de lujo en las afueras de Estocolmo, sino por reencontrarse con el tipo al que él, de manera particular y privada, había bautizado con el apodo de “ahívalaostía”.
Le puso aquel mote porque fue el exabrupto que soltó el día anterior, cuando al final del gang bang al que lo sometieron, Rocco Iron le regaló una inesperada lluvia dorada.
Aquella expresión vasca fue una manifestación clara de la nacionalidad del tipo musculoso que la profirió. Un insaciable individuo que se sometió a los caprichos de todos los presentes. Tanto los socios del selecto club, como a sus invitados, como los actores porno dieron buena cuenta de su culo y de su boca.
Casi una veintena de personas, incluido él, se lo montaron con un tipo que tenía planta de macho empotrador, pero que resultó ser la mejor de las putas sumisas. Con un ojete de lo más tragón que no solo devoró un dildo de notables dimensiones, sino que soportó una doble penetración con una facilidad pasmosa.
En un principio pensó, por lo entregado que estaba a todos y cada uno de los presentes que era un montaje de Lagüe. Un profesional del sexo que, para añadir el morbo de los falsos reality, escondía su rostro tras una máscara de cuero y se hacía pasar por uno de los socios o un invitado.
Sin embargo, cuando el rumano del tremendo pollón lo regó con sus meados, no pudo ocultar su sorpresa y soltó un “ahí va la ostia” que lo puso en evidencia.
Pese a que el vasco estaba lejos del prototipo de macho maduro y empotrador que tenía idealizado, había despertado sus deseos desorbitadamente. La oportunidad de contar con un cómplice en la vorágine sexual que iba a vivir en los próximos días le pareció de lo más apetecible. Máxime cuando el tío había demostrado ser una puta sumisa de lo más complaciente y no le hacía ascos a nada.
Simplemente fantasear con que le realizaba una doble penetración en compañía de algunos de los adonis que su anfitrión había contratado o como lo hacían participe de una lluvia dorada era suficiente para que su churra se llenara de sangre.
El profesional del sexo que hacía las veces de ayudante de cámara, al ayudarlo a ponerse la vestimenta pertinente, comprobó que tenía una erección de caballo e hizo el amago de complacerlo. No obstante, el sevillano que no estaba por la labor de desperdiciar ni una gota de leche antes de encontrarse con el “Ahivalahostia”, le hizo un educado gesto de rechazo para que desistiera de su intento.
Estaba orgulloso del grosor de su polla y no perdía la oportunidad de poder presumir de ella. Para lucirla en condiciones, había escogido un pantalón de cuero que se marcaba sobre su pelvis como una segunda piel, evidenciando bajo ella un cilindro de lo más deseable.
Su asistente personal le ayudaba a ponerse el arnés plateado que cubría su pecho y se miraba orgulloso al espejo de pared que tenía ante sí, colocándose bien el nabo. No entendía muy bien por qué, pero un posible reencuentro con el “Ahivalaostia” lo excitaba tremendamente y toda aquella parafernalia sadomasoquista lo tenía con los sentidos a flor de piel.
Una vez se calzó las botas militares, se volvió a mirar con cierta vanidad. Había conseguido su objetivo. Su aspecto era una imitación casi perfecta del tipo enmascarado que sometió y emputeció al vasco. Si aquel cincuentón había conseguido hacerlo su esclavo, él con una polla más gorda y con el vigor de la juventud rebosando en sus venas, no tendría ningún problema.
Estuvo tentado de pedirle a su ayudante que le diera una de las máscaras de cuero para terminar de copiar completamente su aspecto, pero rehusó a hacerlo. Mostrarse abiertamente sin tapujos, aunque fuera delante de desconocidos, le daba una libertad sin parangón y era algo que le excitaba tanto o más que el sexo.
Se despidió de su asistente, metiéndole mano al paquete y poniéndole cara de bribón. Le restaban todavía unos cuantos días en aquel lugar y, después de su descortés gesto, intentó congraciarse un poco con él. No quería renunciar para lo que realmente lo había contratado, las mamadas mañaneras y el sexo antes de irse a dormir.
Abandonó la estancia que tenía designada y tomó rumbo al montacargas que llevaba a la zona de ocio. Tenía que reconocer que el personal que trabajaba para Lagüe era de primera, habían adecuado y decorado el tosco elevador, de manera que parecía el ascensor de un hotel de lujo.
La verdad es que el tío era un verdadero genio y sin él, las reuniones de los Rainbow power no serían lo mismo. Mentiría si dijera que no le fascinaban sus perfomances.
No obstante, en aquel momento no le podía importar menos el espectáculo que le tuviera preparado su maestro de ceremonia. En su mente había lugar para un solo pensamiento, practicarle una doble penetración al macho vasco.
Al llegar al recibidor buscó de manera acuciante al causante de sus sueños húmedos y no lo encontró. Tampoco vio al cincuentón. Esperó un rato, pensó que se retrasaban un poco, pero no aparecieron. Por lo que cuando vio a Lagüe anunciar de manera efectista las diversiones del día, supo que no vendrían.
No se había parado a pensarlo, pero no era el único miembro español de los Rainbow, por lo que puede que el cincuentón fuera uno de ellos y el vasco su invitado. Había oído de algunos contactos suyos que un militar perteneciente a la nobleza, formaba parte del selecto grupo. Sin embargo, como hacia siempre con todos los rumores, le dio la credibilidad que merecía.
Era habitual que algunos de los socios no disfrutaran por completo de la reunión anual y que se marcharan antes de tiempo. Solían tratarse de personalidades muy relevantes de la vida pública para las que disponer de más de un día libre en sus apretadas agendas era todo un logro, por lo que tuvo claro que el cincuentón era alguien bastante importante.
Que el hombre que se había convertido en la diana de sus deseos se hubiera marchado tan pronto, lo dejó un poco desangelado. No obstante, se limitó a repetirse que había muchas moras en aquel lugar y la mancha que el vasco habían dejado no era tan grande. Si no podía practicar una doble penetración con él, lo haría con cualquiera de los asistentes.
Por muchas mentiras que se contara, lo cierto era que no haber encontrado allí a su “Ahivalaostia” había acabado de golpe y porrazo con todas sus ilusiones. Se había encaprichado de montárselo con aquel macho sumiso y consideraba que ninguno de los profesionales del sexo de los que podía disponer libremente estuviera a su altura.
En el momento que el histriónico organizador les hizo pasar a la primera de las atracciones sexuales, tuvo claro que, a pesar de lo caliente que iba, se limitaría a participar como espectador.
La estancia que el equipo de atrezo había preparado le recordaba a su lugar de trabajo. La habían decorado como si fuera el despacho de un ejecutivo, de forma elegante, pero haciendo gala del minimalismo con aires vanguardista tan de moda en los círculos elitistas. Las paredes estaban cubiertas de sabanas de satén blanco, cubriendo un doble cometido cubrir las derruidas paredes y darle cierto aire onírico.
No había ningún adorno sobre las paredes, ni ningún objeto que insuflara algún rasgo personal de quien lo frecuentaba. Al contrario, todo era muy frio y generalista. La intención no era otra de que no pudiera ser ubicado en ningún lugar concreto del mundo y todos los presentes, fuera cual fuera su procedencia, pudieran sentirse identificado con la habitación.
Como único mobiliario una librería repleta de sobrios volúmenes con su lomo desnudo de palabras, que recordaban a tratados mercantiles, económicos o legislativos. En el centro de la sala una amplia mesa rectangular con multitud de papeles sobre ella, ordenados, pero haciendo visible cierto caos en el modo que estaban colocados.
Completaba el escueto decorado un lapicero, una especie intercomunicador telefónico, una calculadora y un portátil. En su parte frontal tenía dos sillas con un cómodo respaldar de cuero marrón y en la parte interior un cómodo butacón ergonómico tapizado en el mismo material.
Lagüe hizo su triunfal entrada. Su atuendo era masculino, un traje de chaqueta negro, pero era tanta la feminidad que rezumaba que a Berto le recordó a Julie Andrews en “Víctor o Victoria”. Su corbata parecía salida de un cuadro impresionista y se había maquillado en consonancia a los llamativos colores de esta.
Durante unos segundos el maestro de ceremonias, con su particular estilo histriónico, le hizo una breve presentación de la performance que tenían preparada.
—Queridos míos. Todos hemos tenido un empleado con potencial, pero al que su pereza le hace ineficiente. Más de una vez nos hubiera gustado castigarlo con algo que no hubiera sido un simple despido —Levantó las manos ceremoniosamente y con cierta teatralidad, exclamó —Bienvenidos a “Brithis Discipline”.
Aquel tipo, aunque no era simpático, le hacía cierta gracia a Berto. Tenía un físico aviejado y lucía una homosexualidad exótica, a caballo entre diseñador de moda y peluquero con pedigrí. Lucía ropajes caros y estrafalarios que lo dotaban de cierto glamour y recordaban al mismo tiempo que era un viejo patético, por mucho que él no negara. Era un Peter Pan que, aunque no le faltaban plumas, nunca había conseguido viajar al País de Nuncajamás.
Por otro lado, algo que no se le podía negar al sesentón, era su buen gusto y su buen saber manejar al público. En el momento que comprobó que había cautivado la atención de los presentes, se hizo a un lado elegantemente hizo una señal casi inapreciable a sus subalternos que sirvió
No tardó ni unos segundos en aparecer perfectamente trajeado uno de los actores porno que participaban de aquel evento. Un adonis moreno de metro noventa, delgado y con cada musculo completamente marcado. Su aspecto varonil, su porte vigoroso, sus ojos verdes y una barba de tres días eran unos añadidos más que suficiente para convertirlo en alguien visualmente de lo más atractivo. Con aquella indumentaria y escrupulosamente maqueado, a Berto se le hacía aún más deseable.
Era Viktor Palerm, un actor venezolano bastante prolífico y había visto muchas de sus películas. Recordaba haberlo visto por allí el día anterior, concretamente fue de los primeros que se lo monto con el “Ahivalaostia”. Lo cabalgó de un modo salvaje y el espectáculo que brindó fue de lo más excitante, pero tenía que reconocer que aquel semental se lucía mejor en las escenas cuerpo a cuerpo.
En más de una ocasión se había pajeado viendo una de sus películas. Verlo tan de cerca y a su alcance, propició que un escalofrío le recorriera la espalda. Aquel tío respondía al cien por cien a los s cánones masculinos que le gustaba llevarse a la cama.
El elegante individuo, consciente de que tenía público, se regodeó con cierta altanería en cada uno de sus movimientos, como si estuviera posando ante un fotógrafo. Cuando fue consciente del deseo que su presencia había despertado entre los Rainbow, adoptó una postura casi marcial y avanzó en dirección a la mesa.
Se sentó y comenzó a fingir que repasaba los informes que tenía sobre ella, de un modo de lo menos creíble. Aquel tío tendría un cuerpo envidiable y podría llegar a ser las delicias de muchos en la cama, pero sus dotes dramáticas dejaban mucho que desear. Berto tuvo la sensación de estar viendo a un colegial de primaria en su representación de fin de curso.
El empresario sevillano se vio un poco reflejado en él y esperaba que la escena que representara fuera uno de sus mayores fantasías, someter a uno de sus empleados en su hábitat de trabajo. Algo que por aquello de “Donde tengas la olla, no metas la polla”, era una puerta que se había prohibido tácitamente no abrir. Pero imaginar aquella realidad imposible, le producía un tremendo morbo.
No transcurrió ni un minuto y él fornido individuo se enfadó al leer algo en los papeles que tenía ante sí. Con un rostro pintado por la furia, pulsó una tecla del intercomunicador para pedirle a su secretaria, con una acritud manifiesta, que hiciera venir a un tal Clark a su despacho. Una voz femenina, presumiblemente grabada, le respondió afirmativamente a cada una de sus peticiones.
No había desaparecido el gesto del enfado de la cara del jefe cuando su subordinado abrió la puerta. Tras pedir permiso para entrar, se internó en la instancia con paso tímido. Su postura era la de la subyugación personificada. Con la cabeza bajada y mostrando una actitud de resignación absoluta hacia cualquier reproche o bronca que tuviera que escuchar.
Para realizar el papel de empleado, se había escogido a un actor de nacionalidad coreana. Era muy joven, bastante delgado y no muy alto. Poseía unos rasgos delicados que lo dotaban de una belleza exótica que rozaba lo femenino de muy cerca. Vestía un traje elegante de color negro, pero al lado de Viktor se veía tan pequeño que más que un hombre de negocios parecía un crío en su primer baile.
Berto, en su xenofobia educacional, era incapaz de distinguir entre los distintos tipos de asiáticos. Además, junto con la árabe, era una raza por la que no se sentía mínimamente atraído.
En algunos de sus viajes de negocio por Europa, cuando al final del día había acabado en una sauna, se dio la circunstancias de coincidir con chinos, japoneses o coreanos. El morbo de lo desconocido propició que acabara teniendo sexo en más de una ocasión con alguno de ellos. En ninguna de ellas cumplió sus expectativas, pues no encontró en sus circunstanciales amantes esa masculinidad que tanto le gustaba.
Tras aquellos fracasos, borró a los orientales de su dieta sexual. «Prefiero que me folle un moro a liarme con una geisha con polla», sentenció en su último intento.
Aun así, sabía que Viktor era un hábil empotrador y gustaba de dominar a sus parejas sexuales, por lo que estaba garantizado el morbo de ver a un lobo devorando a un pequeño cervatillo. No en vano, Lagüe había bautizado a la performance con el nombre de English Discipline.
El fornido venezolano invitó al oriental a sentarse frente a él, en su modo de actuar había más chulería y arrogancia que cortesía. El chico coreano demostró poseer mejores dotes interpretativas que él y, simplemente en su forma de sentarse, como queriéndose plegar sobre su cuerpo, dio a entender a su pequeño público lo aterrado que estaba.
El inglés del macho empotrador era bastante ininteligible, aun así se pudo entender que no estaba nada contento con el informe que le había preparado. Comenzó hablando enfadado, prosiguió gritando energicamente y terminó lanzándole despectivamente los papeles a la cara. El pequeño coreano aguantó la enorme humillación lo mejor que pudo y evitó no salir llorando que era lo que realmente le pedía su cuerpo.
Aquella pequeña muestra de debilidad sirvió de acicate a su empleador que, en lugar de dar por terminada la bronca, se sintió espoleado a seguir gritándole. En su cara se dibujó la satisfacción que le producía seguir arañando la dignidad de alguien que consideraba un cachorrito herido.
Se levantó y caminó con ímpetu hacia el otro lado de la mesa. Una vez estuvo frente al joven coreano, apartó con fuerza el sillón en el que estaba sentado. De manera que se abriera entre los dos muebles un pequeño pasillo para que el venezolano pudiera moverse con amplitud.
Del mismo modo que una fiera que rodea a la presa que se dispone a dar caza, comenzó a circular acechante alrededor de él. El semblante de Viktor era de lo más intimidador, apretaba los dientes y golpeaba simultáneamente los nudillos de una de sus manos contra la palma de la otra. Su ceño fruncido y su actitud amenazante tuvieron todo el tiempo al pequeño asiático con la cabeza mirando al suelo. Su actitud era de lo más sumisa y con las manos cruzadas contra su pecho, daba la sensación que implorara la ayuda del cielo.
—¿Sabes cuánto dinero me has hecho perder con tu ineptitud? ¡Tú que vas a saber! Un incompetente que se lleva todo el puto día mirando su celular en espera de que algún idiota le wasapee una bobada. ¿Acaso crees que la empresa te pagó tu salario para eso?
De la boca del anodino muchacho no salió palabra alguna, simplemente se limitó a negar con la cabeza. La respuesta no gustó al apuesto hispano, quien se colocó frente a él, apoyó la palma de sus manos en el respaldar de su asiento y, colocando su cara frente a la suya, se puso a vociferarle en pleno rostro.
—¿No, qué? —Gritó con cierta chulería — ¿Me estás negando que no te entregas al cien por cien a tu trabajo, sino que te centras más en lo que te comentaron por el móvil?
El chico no dijo nada, simplemente se limitó a soportar los cientos de partículas de salían que brotaban de la boca de su jefe y rociaban su cara como si fuera un aspersor.
El siguiente movimiento del venezolano fue tirarle fuertemente de la corbata hasta que la sensación de ahogo hiciera que se levantara del asiento. En el preciso instante que tuvo los ojos frente a los suyos, lo apartó levemente y le escupió en la cara sin miramiento de ningún tipo.
El chico, al contrario de lo que él esperaba que hiciera, no abrió la boca para tragársela y el denso fluido resbaló por su rostro, hasta que unas gotas terminaron chocando con la punta de su reluciente zapato de piel de su jefe.
—¡Mira lo que has hecho, inútil! —Gritó Viktor, al tiempo que hacía unos aspavientos que, de exagerados que eran, no resultaron creíble — Sabes el tiempo que mi asistente se ha llevado limpiándolos para que estuvieran relucientes, pues ahora los vas a volver a dejar impecables.
El chico coreano, con una actitud de lo más dócil, se agachó a los pies de su jefe y, como si no tuviera otro modo de borrar su saliva de los zapatos, comenzó a darle lengüetazos.

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