Porque la noche es de los amantes (Nueva version mejorada)

Lunes  06 de mayo 2002

Gato(17:45)

Félix estaba echado en el sofá, cuando sonó el teléfono. Hasta las nueve no empezaba a trabajar, por lo que daba pereza cogerlo. Se había acostado por la mañana, después de una noche de exceso y todavía tenía el cerebro en servicios mínimos.

Estuvo tentado de darle al interruptor de rechazar de su móvil y acabar con el estruendoso sonido que no hacía más que acrecentar su tremendo dolor de cabeza.  No obstante, al comprobar  la identidad de su interlocutor, se vio obligado a responder.

—¿Qué pasa, Berto? ¿Cómo te va la vida, cabronazo?

—Cuando te estoy llamando a ti, pedazo de hijo de la gran puta,  no demasiado mal. Tan estupendamente que el único problema que tengo es que estoy deseando pegarme una fiestuky  guarra de esas que tú organizas.  

—Llevas razón, cabronazo. No hay quien te vea el pelo últimamente,  únicamente me llamas para que tus contactos se lo pasen bien cuando vienen a Sevilla, pero nunca te acoplas con ellos.  

—No me gusta mezclar los negocios con el placer. Además sé que contigo están en buenas manos. Eres el puto amo a la hora de saber pasárselo bien a la gente. Un poco caro, pero merece la pena.

—¿No hace falta que te explique que el Jamón cinco jotas hay que pagarlo? ¿O has tenido tú algún pero cuando has ido a alguna de mis fiestas?

—Ninguna, pero no te lo creas demasiado  que el mundo de los negocios al pez que se duerme se lo lleva la corriente.

—Esa misma frase me la dijo El Abuelo Floren antes de irse al otro barrio… —Durante un momento se hizo el silencio, al Gato, aunque tenía presente en todo momento al que fuera su amante, le producía mucha tristeza hablar de él. Para evitar cualquier comentario sobre su mentor, decidió ir al grano —¿Para cuando quieres que te organice algo?

— He pensado que podías visitarnos en mi casa del Rocío. Quiero algo parecido a lo del año pasado. Estuvo genial y todo el mundo quedó muy satisfecho. Aunque como sabes me gusta innovar,  sorprender al personal y que no se le olviden fácilmente lo  bien que se lo han pasado.

—¿Qué es lo que   te ronda por la cabeza? Porque seguro que ya habrás estado maquinando algo. ¿O acaso me equivoco, cabronazo?

—¡Qué hijo de la grandísima puta eres! Sabes que yo soy incapaz de hacer esas cosas… ja, ja, ja…

—Es verdad, no te conozco para nada y todo me lo estoy inventando. Anda, pide por esa boquita…

—Tengo pensado dividir la noche en dos partes. La primera, como la gente estará muy caliente será un todos contra todos. Cuento con que traigas un par de chicos y para amenizar la velada, Coca, Popper, MDMA…

Félix, a pesar de que no tenía muy buena letra y no  le  gustaba demasiado escribir,  había empezado a tomar nota .No quería que, por culpa de la receta, se le olvidara algunas de sus peticiones y apuntaba todo lo que le decía su cliente habitual, como si fuera una especie de pedido a una tienda convencional.

—¿Quiénes van a asistir?  

La pregunta no tenía ninguna intención cotilla, sino que lo que buscaba era dar un mejor servicio. El Gato conocía perfectamente a todas las amistades  más cercanas de Berto. Con la gran mayoría de ellos había tenido sexo. Si precisaba saber quiénes serían sus invitados era para personalizar el muestrario de drogas y el tipo de chicos  a los gustos de los participantes. Aunque si se atenía a lo que había llevado en anteriores ocasiones, deberían ser delgados y muy jóvenes.

—Los habituales, Nacho, Carmy, Beltrán, Borja  y Álvaro.

—Entonces me va a ser fácil contentar al personal. El único que ha salido un poquito delicado es el   marquesito que se pone muy tiquismiquis con la calidad del perico. A saber la mierda que compra por ahí… Los otros cuatro no son demasiado exigente con el material. Aun así, como siempre, te llevaré lo mejor que esté circulando por Sevilla.

—Este año quizás venga Enrique —Apostilló Berto.

—¿No se había echado novio  el  muy desgraciado?

—Y lo tiene, lo que pasa es que yo lo quiero a mi lado. Un esclavo personal por unas cuantas rayas de coca no se consigue todos los días. Mientras los demás se divierten con tus putitas, yo  tendré la mía particular. No una delicada damisela loca porque le revienten el culo, yo tendré una con  planta de machote. 

—Ya te digo. El tío es todo un crack,  se ha follado tantos culos en Sevilla como yo. Lo que pasa es que el desgraciado no ha sabido rentabilizar  el poder de su polla como yo.

— Eso lo podría haber hecho antes, pero ya no es lo que era.  Cada vez le cuesta más ligar  y eso que ha abierto bastante el abanico de sus gustos. Antes de empezar a salir con este chaval, lo han visto con gente que antes no le daría ni las buenas noches.

—¿Y cómo ha sido lo de su novio?

—De jodida chamba. Es un tío joven, de pueblo.  Creo que está con él porque se ve mayor y está pensando en  quitarse de la vida de la noche y del vicio.

—Cosa que por lo que me cuentas, no está haciendo ni por asomo. Ja, ja…

—¡Qué va! Solo tengo que levantar el teléfono para que venga a guarrear conmigo. Por un poco de coca es capaz de hacer todo lo que yo le diga. Lo tengo comiendo de mi mano.

—Menudo cabrón estás hecho. Lo peor es que él muy desgraciado del cordobés se creerá que la putita eres tú —Félix se dio cuenta que, a pesar de la buena amistad que le unía al empresario sevillano, se estaba inmiscuyendo más de la cuenta. Por lo que decidió dejar de opinar sobre Enrique y  proseguir con el motivo de su llamada —¿Qué tienes pensado para la segunda parte?

—Montar algo de sexo duro, adornado con los fetiches del sado. Por lo que voy a necesitar que me busques arneses, esposas, pantalones y botas de cuero.

—¡Qué morbo, tío! ¡Cuando yo digo que estás hecho un cabronazo, no me equivoco! Eso sí, para que todo  quede perfecto y no parezca una versión barata de los carnavales de Cádiz,  me tendrás que pasar la talla de los asistentes.

—¡Tómate nota de la mía! La L para el arnés, cuarenta de pantalón y cuarenta y dos de zapatos. En cuanto consiga enterarme la de los otros sietes, te pongo un mensaje con ellas.

—¿Siete? ¿Tus amigos no eran seis con Enrique?

—Perdona, que todavía no te había comentado nada. Tendremos un invitado sorpresa en mitad de la noche. Santiago Ipurdituburu.

—¿El político?

—El mismo.

—Joder, ¡qué fuerte!

—Sabía que te parecería un “ahivalahostia” en toda regla. Ja, ja.

Deseo es el hambre, es el fuego que respiro
El amor es un banquete en el cual nos alimentamos

Creo que es el momento de sentir, de ser real

Ahora acaríciame

Ahora acaríciame

Ahora acaríciame

Domingo 19 de Mayo 2002

Berto(22:45 bien entrada la noche)

Apenas hacia media hora que el personal del catering y los guardias de seguridad  se habían despedido hasta el día siguiente.  Tiempo  suficiente para que sus invitados hubieran aprovechado  para meterse algún que otro tirito. Estaban pletóricos y él disfrutaba siendo el artífice de todo aquello.

Al igual que ellos estaba  deseando esnifar un poco de aquel polvo blanco, no obstante todavía le quedaban piezas que encajar  para que la noche transcurriera según tenía previsto. Por lo que se tendría que reservar para más adelante. Ya se había metido un par de rayas con Enrique para conseguir que le chupara la polla. La lujuriosa noche   se preveía de lo más larga y no quería estar demasiado pasado en los primeros compases de la fiesta.

Mientras jugueteaba con el vaso del cubata, dejando que el hielo se diluyera en  el whisky con seven up, se dedicó a observar  a las nueve personas que lo rodeaban. Durante unos segundos se sintió como un director escénico y le complacía comprobar cómo,  con mayor o menor intensidad,  se habían dejado influir por él para entregarse a sus más bajos instintos.   

Estaba plenamente convencido sobre que se podía acoplar cuando quisiera cualquiera de ellos sin problemas. Puede que uno, como  Carmy, no se viera  mínimamente atraído por él y si tenía sexo con él es porque se veía en la obligación de satisfacer al promotor de las fiestas. No en vano, nunca que había follado con él le había visto poner la misma pasión que cuando se lo montaba con otros.

No obstante, tampoco le importaba demasiado ser el prototipo que le diera morbo al  rey del papel cuché y, por el contrario,  alimentaba su vanidad con lo mucho que los demás gustaban disfrutar de su ancha polla.  Pese a que disfrutaba más siendo pasivo, en las orgias que organizaba era el rol que menos practicaba.

Aquella noche, como estaba esperando a  su invitado sorpresa, durante los primeros compases, se estaba comportando como un mero espectador.  Algo que no extrañó lo más mínimo a sus amigos, pues gozaba enormemente en el papel de voyeur.

A sus cuarenta y un años había experimentado una inmensa variedad de filias, pero si se tenía que quedarse con una era con mirar a la gente en los prolegómenos al acto sexual.   Deleitarse con que se vaticinaba como un lujurioso festín para los sentidos, le ponía tan cachondo como comerse un buen nabo, follarse un rico culito o cualquier otra práctica sexual entre hombres.

El Gato y los dos chicos de compañía que había traído con él hacían unos escasos diez minutos que habían hecho su aparición. Tras una breve presentación y saludos, se habían integrado con el grupo de invitados de la forma más perversa.  

Félix, a pesar de tener poco más de treinta años, se había convertido  un referente para los amantes de los excesos en la noche gay sevillana. Durante un tiempo fue el amante  y hombre de confianza de Amancio Florentino.

 El Abuelo, como lo conocía todo el mundo, era un peso pesado en el hampa sevillano. Todo aquel que vivía del tráfico de drogas y de la prostitución, tenía en él una gran posibilidad de ganar dinero. De cara a la galería un respetable hombre de negocio,  para si se escarbaba un poco en su honorabilidad, se descubría que era  un delincuente que tenía untado a las más altas esferas de las fuerzas del orden.

Durante los años que compartieron juntos, el Gato aprendió de él  todos los entresijos de su empresa. Cuando la enfermedad se cebó con él,  le legó todos sus bienes y a su muerte, supo  mantener los contactos del viejo, consiguiendo hacerse con el control de todos sus negocios, tanto las legales como los  clandestinos.

Gestionaba    un par de discotecas y bares de ambiente, que servían de tapadera perfecta para lo que realmente le rentaba: las drogas y la prostitución masculina.

 Si  querías coca,  él te traía la mejor. Si lo que querías era comprar sexo, los chaperos más atractivos y viciosos él te lo suministraba. Una agenda repleta de nombres y teléfonos era su mayor activo.  Hombres  de todas las edades y para todos los gustos, a los  que no le importaba entregarse a las más bajas pasiones de los demás, siempre que pagaran un buen precio. En algunos casos, heterosexuales practicantes.

Berto abandonó su  leve ensimismamiento y lanzó una visual a su alrededor. Al primero que vio fue a  Nacho. El tipo no le caía bien del todo, pues hacia gala de una soberbia constante a la que no le veía razón de ser, pues era un individuo tanto en lo físico como en lo personal, completamente del montón.

No obstante, debía admitir que era un todo un luchador y, en lo profesional,   se había ganado su admiración pues había demostrado ser todo un  reputado empresario.

Al contrario que la gran mayoría de la gente bien con la que se relacionaba, no se había limitado  simplemente a mantener el negocio de sus padres y convertirlo en un barato botín para los tiburones financieros. Una vez se puso al frente de la cadena de supermercados familiar, amplió el número de sucursales y la variedad de productos, en la medida que el mercado de las distribuidoras extranjeras de alimentación se lo habían permitido.

Era vox populi que le gustaban los tíos, pero, a diferencia de él, no tenía ningún problema por dejarse ver por los locales del ambiente gay.  A sus cuarenta y dos años estaba un poco maltratado por el paso del tiempo. Sin embargo, todavía en su fornido cuerpo se veían muestras del mucho deporte que practicó en su juventud.  Se había desabrochado la camisa mostrando un un pecho y una  barriga peludas que a Berto  le resultaban de lo más sugerente.

Borja, con el toso cubierto por una ajustada camiseta que marcaba de manera exagerada su portentosa  musculatura, se besaba con él. Arrodillado ante ellos,   uno de los putitos que había traído el Gato, le chupaba la polla al unísono a ambos. El jovencito lucía un corte a capas con el flequillo largo y llevaba el cabello teñido de rubio platino, recordaba que era el que se llamaba Cristian.

Le agradaba ver que Borja y Nacho se enrollaban de manera tan apasionada pues siempre había pensado que entre aquellos dos había cierto feeling. No obstante, al niño egoísta que habitaba dentro de él le daba cierta rabia pues él y lo de tener pareja no combinaban bien.

Lo más parecido que había tenido a una relación después de sus papis había sido el “ahivalaostia” y Enrique. Con ninguno de los dos se veía dando el sí quiero en la salud y en la enfermedad…  

La escena de aquellos dos corpulentos hombres con el nabo fuera y el delgado chapero agachado ante ellos, mamando sumisamente, consiguió que su polla se llenara de sangre. Si sus planes no pasaran por algo que consideraba más morboso, no le hubiera importado unirse a ellos y dejar que el rubito chupara su gorda polla hasta atragantarse.  

A escasos metros, pero como si estuvieran en un universo distante. Álvaro  aprovechaba lo receptivo que Carmy se volvía con dos rayas de coca y  le besaba el pecho. El  hijo del torero, amante de ser el centro de atención constantemente,  jadeaba compulsivamente.

Daba la sensación de que  estar con el “Capillita” le producía el mayor de los placeres. Sin embargo, si se atenía a los comentarios que salían de su boca cuando él no estaba presente, lo único que despertaba en el rey del papel cuché era lastima.

Pese a que  su relación tóxica con el Ordoñez le recordaba bastante  a la que él tuvo con sus “papis”,  le costaba empatizar con aquel individuo. Su familia regentaba una prospera cadena de restaurantes y él  se sentía como si en la vida le hubieran tocado las peores de las cartas. El apelativo de pobre niño rico se le quedaba corto, pues la palabra esfuerzo y superación no entraban en su vocabulario.

No es que fuera un adonis, pero tampoco era feo, sus grandes ojos verdes lo dotaban de un atractivo poco común.   Cualquiera se hubiera sacado partido físicamente y habría sacado el cisne que había. No obstante él, como si le gustara mortificarse, había asumido su condición de gordito y se limitaba a pasar desapercibido, como si su silencio lo pudiera hacer invisible.

Entre sus complejos personales y  sus problemas de fe no  se lo veía mucho por los bares de ambiente y, muy de vez en cuando, por lo que le había contado el Gato, recurría a sus servicios.

Estaba tan pillado con Carmy que le suplicaba prácticamente que lo invitara a las fiestas que organizaba. Se trataban de  las únicas oportunidades que tenía de estar con él, pues el galán de la farándula, una vez concluida su breve relación, pasaba de él como de las mierdas.

El único motivo de contar con él, era un sabio consejo que le dio su padre. Él le enseño que a la gente pudiente siempre era bueno tenerla a su favor, pues no se sabía cuándo podría hacerle falta un favor de ellos. No obstante, por mucho patrimonio que atesorara su familia, Álvaro le resultaba de lo más patético.

El atractivo hijo del torero no es que le cayera mucho mejor. Despertaba su envidia y su desprecio a partes iguales. No entendía como alguien de tan alta alcurnia, con un físico tan hermoso se podía rebajar a tener sexo en zonas de cruising o cuartos oscuros. Algo que, según su punto de vista, solo le hacía perder puntos de cara a la galería.

El joven noble era un esclavo de sus adicciones. Por mucho que indagaba en sus costumbres y en sus vicios, nunca supo si estaba más enganchado a los estupefacientes o al sentirse deseado.

Handsome Muscular Men

Se chismorreaba en el ambiente, que su padre era el causante de su libertinaje. Rumores inconexos que había contado el amigo de un amigo y que tenían más pinta de patrañas que de hecho cierto. En alguna ocasión, un bocazas descarado con alguna copa de más le había preguntado si era cierto que su viejo se la había pegado con su novio. La respuesta de Carmy siempre era la misma soltar cuatro carcajadas que  conseguía que el borracho se convirtiera en el hazmerreír de turno.

El rey de la farándula poseía tantos atractivos como desabrimientos, pero contar con un individuo de tanto renombre para sus saraos, le daba cierto pedigrí a sus eventos.

Apartó la mirada de la parejita imposible y siguió cerciorándose de cómo de bien se lo estaban pasando el resto de sus invitados. El invitado sorpresa y el fin de fiesta que había preparado pronosticaba que iban a ser lo mejor de la noche, pero si algo no debía entrar en aquellas cuatro paredes,  ni por un segundo, ese era el aburrimiento.

Al fondo, sobre uno de los bancos que se encontraba situado   cerca de la barra, Beltrán se había apoderado del culo del otro jovencito de compañía. En esta ocasión era del más discreto de los dos, no hacía demasiado alarde de su homosexualidad como Cristian, pero al igual que aquel tenía una pinta de cani poligonero que tiraba de espaldas. Respondía al nombre de Jonathan.

El chaval no era ni feo ni guapo. Bastante delgado para su gusto, aunque tenía un trasero que estaba pidiendo que le dieran guerra de la buena. Pese a la juventud que irradiaba, su mirada estaba apagada quizás por cansancio, quizás por una pequeña adicción. Algo que no parecía importar lo más mínimo al  regordete cuarentón, que  le devoraba el  rosado ojete como si no hubiera un mañana.

Si no fuera suficiente dosis de sexo  para el esbelto muchacho,  el Gato, se había acoplado delante de su cara y  le daba una buena ración de polla. Por los gestos que hacía el joven, el largo cincel de su jefe le llegaba hasta la garganta.

El camello de la gente bien de Sevilla, a pesar de que no era demasiado guapo y carecía de  un cuerpo perfecto, le daba muchísimo morbo.  No en vano, cuando alguna noche tenía ganas de gastarse en sexo bastante más de la tarifa habitual, recurría a su polla para apagar su calentura. Había marcado tantas veces su número en el pasado, que entre los dos había surgido una complicidad que iba más allá de la  habitual entre un  profesional del sexo  y  su cliente.

Félix se mantenía bastante bien para su edad y, sin ser un obseso del ejercicio, tenía un portentoso físico. En las ocasiones que se había dejado empotrar por él, se había comportado como un cerdo de lo más vicioso.  Por lo que,  una de las pocas cosas que tenía claro que pasarían aquella noche loca, era que volvería a disfrutar de su portentosa  masculinidad aquella noche.

Sin estudios, pero con una  enorme cultura callejera. El treintañero achacaba su éxito a la hora de ligar a su larga  polla y a su cara de niño malo. Aunque puede que también tuviera mucho que ver  lo mucho que le gustaba el sexo. Ponía unas ganas enormes a la hora de follar  y que no hacía ascos a nadie, ni por preferencias sexuales, ni por condición física.

Únicamente quedaba por acoplarse Enrique, pero no era por falta de ganas. Berto  se lo había prohibido expresamente.

—Aguarda—Fue lo que le dijo —Te tengo preparada una sorpresa.

Como le gustaba hacer valer su poder con él. Después de lo que sucedió aquel mediodía, cada vez tenía más claro que era una marioneta que podía manejar a su antojo.  Se parecía tanto a Cristóbal, el maduro que lo desvirgó, que tenía la sensación de que a quien sometía era a él. Una revancha que la realidad no le había facilitado, pero que él había sabido recrear en su justa medida.

En el momento que sonó su  móvil atendió la llamada discretamente. Una vez terminó de conversar  con su interlocutor, se dirigió a Enrique con un tono que rozaba lo marcial.

—No dejes salir a nadie, bajo ninguna excusa —Hizo una breve pausa y envolviendo a sus palabras de cierto misterio, añadió —Acaba de llegar el tipo  que estaba esperando. Quiero que sea  toda una sorpresa,  por lo que ninguno de  estos  llegue a verlo antes de  tiempo. Así que si alguno intenta abandonar el patio, impídeselo a toda costa. Si por lo que sea, alguno se cuela. ¡Llámame al segundo cero!

Enrique, sumido en el lodazal de las varias rayas que se había metido, apenas balbuceó y se limitó a asentir con la cabeza a sus órdenes.  A veces el dependiente  llegaba a ser tan simple que le daba  hasta un poco de pena.

Tengo la duda cuando estoy solo,

La forma en que me siento cuando estoy en tus manos.

Vamos, ahora, inténtalo y comprende

toma mi mano mientras el sol desciende,
ahora no pueden hacerte daño.

Enrique (14:35 media hora antes de comer)

Era la primera vez que estaba bajo el efecto de las drogas  en la presencia de su chico. Se encontraba tan pletórico que hasta le entraron ganas de dejar de fingir y que conociera, de una vez por todas, de su adicción.

Sin embargo, por muy “rey del mambo” que le hicieran sentirse la rayita de coca que se había metido  antes de comerle la polla a Berto,  no se sentía  tan temerario.  El apego que le tenía a su relación con Mariano y la poca cordura que albergaba su cerebro se encargaron  de  que su novio no se percatara de su desliz.

Aquel joven  tan noble y lleno de vida era lo que le hacía levantarse los días malos. Él pensaba que lo que sentía hacía él era amor, no podía estar más equivocado. Preso de sus adicciones no sabía distinguir entre las emociones propias del cariño de las características de la dependencia.  

Si la desinhibición que gobernaba su cuerpo, le dejara pensar con claridad. Puede que hubiera llegado a la conclusión de que su comportamiento para con su novio era de lo más ruin y miserable. Su chico era la persona más honesta que conocía, no se merecía que lo puteara de aquel modo. Pero la empatía no era uno de sus fuertes, ni cuando estaba sobrio,  por lo que  la probabilidad de que hiciera uso de ella cuando estaba drogado, era tan remota como imposible.

En su egoísmo lo único que imploraba, era que a Mariano los edificios siguieran tapándole la ciudad. Que nunca llegara a descubrir sus muchas mentiras, sus infidelidades y esa parte de su vida que era conocida por todo el ambiente sevillano, menos para la persona que lo amaba con lo locura y a la que no respetaba en lo más mínimo.

Sabía que más tarde o más temprano, si quería una vida en común con él, tendría que renunciar a todos sus vicios. Sin embargo, , por mucho que pensara que era el hombre de su vida, no estaba dispuesto  todavía a renunciar a ellos. Por lo que se aferró a seguir ocultándole la realidad y a pensar que el paso del tiempo corregiría, de manera natural, sus excesos.

Con la única intención que se pensara  que iba un poquito pedo en vez de colocado,  cogió una copa de rebujito. Se colocó junto a él, intentó poner cara de niño bueno y le acarició el cuello. Cuando consiguió llamar su atención, se pasó la mano  de manera cauta  por la barriga y se excusó insinuando que se le había descompuesto el vientre.

Cada vez entendía menos las paranoias de su anfitrión/amante/proveedor de coca. Lo había organizado todo minuciosamente para traer  un día a Mariano al Rocío y  no se enfadara con él por dejarlo solo en Sevilla. Después, sin  motivo aparente,  se había comportado como un completo imbécil con su chico desde que había aparecido. La tensión en el ambiente se podía cortar con un cuchillo.

Si no estuviera seguro de que su interés por él pasaba por sexo puro y duro, que los sentimientos no era un ingrediente que formara parte de sus, cada vez más frecuentes, polvos salvajes. Habría sospechado que se había puesto un poco celoso y que por eso había ninguneado a su novio.

No contento con ello, montó un numerito de lo más estrambótico mientras cantaba el coro rociero de Villamanrique. De la manera más descarada se lo llevó a su dormitorio y, tras invitarlo a una rayita de coca, le ordenó que le chupara la polla. Lo peor de todo es que, era tal el poder de persuasión que tenía sobre él, que terminó cediendo a todas sus peticiones.

Tuvo la sensación de que  consideraba la presencia de su chico una amenaza para el guarreo que compartían y  le había pedido que lo ordeñara solo con la única intención de dejar claro quién era su  dueño. 

No obstante, acostumbrado a las rarezas y las manías de sus amigos, lo consideró un capricho más de niño rico y no le dio más importancia. Consideraba su relación con ello una especie de simbiosis en la que todos los participantes  aportaban algo y a la vez se beneficiaban de su asociación. 

Miró a su novio. Estaba ensimismado escuchando las salves rocieras a las que acompañaba moviendo levemente los labios sin expulsar ningún sonido de ellos.  Estaba disfrutando tanto de aquel momento,  que aquel estado de gracia le hacía parecer aún más guapo.

Miró a su alrededor para comprobar la opinión de sus amigos sobre lo que acababa de hacer. La inmensa mayoría estaba  con los cinco sentidos puestos en el pequeño concierto. Solo Nacho cruzó una leve mirada con él y le cabeceó levemente a la vez que le hacía un mohín reprobatorio.

Si no supiera que para que lo invitara a todos los eventos debía contar con la simpatía de todo el grupo, le hubiera soltado una fresca. «¿Quién coño se creía el gordo zampabollos aquel para meterse en lo qué hacía o dejaba de hacer?», pensó mientras le mostraba una sonrisa forzada.

Miró a su chico por si se había percatado de algo. Seguía en sus lunas de Valencia particular y no apartaba la mirada del escenario.

Que larga se le iba hacer la tarde intentando que alguna de aquellas brujas devoradoras de rabos, con dos copitas de más, no sacara el tema de sus impulsivos cuernos.

La única esperanza que le quedaba es que, por respeto al dueño de la casa, se metieran la lengua en la parte que acaba la espalda y se guardaran los chistes sobre el tema para cuando su novio, junto con el resto de invitados de Berto se marcharan.

Las pocas horas que quedaban hasta que su chico regresara a Sevilla se preveían súper intensas.

No puedo olvidar el ardiente deseo
creo que es momento, de sentir, de ser real.

El deseo es un ángel disfrazado de lujuria,

Porque la noche pertenece a los amantes

Berto(22:50 con la orgia recién iniciada)

Su amistad con el recién llegado se remontaba a cinco  años antes. En aquel entonces, aunque era  un simple concejal del ayuntamiento de Bilbao, su mayor fuente de ingresos eran los frecuentes regalos que le proporcionaba   su amante, un alto mando militar.  

Lo conoció en  Estocolmo en un   evento caro y refinado  organizado por Larry Lagüe, un magnate de la industria del sexo gay americano. Un encuentro anual  al que acudían  importantes hombres  de los distintos estamentos sociales de diversas  partes del mundo.

Entre los miembros de aquel club secreto se encontraban empresarios, deportistas de élite, políticos, miembros destacados de la Iglesia… Un ramillete de hombres que en mayor o menor medida escondían su homosexualidad en su día a día y como caballos salvajes se desbocaban en aquellas reuniones que se prolongaban durante varios días.

Se trataba de un círculo cerrado y elitista cuyos socios se autodenominaban “The rainbow power” y al que muy poca gente tenía acceso.  La mayoría de ellos superaban los cincuenta y solo se admitía a alguien nuevo por dos razones: una baja o la entrega de una importante suma. No porque estuvieran necesitados de dinero, sino para comprobar hasta qué punto valoraban pertenecer a la perversa congregación.

En primera instancia, Berto fue el invitado de  un  empresario de renombre suizo con quien le unía una fuerte amistad y algún que otro polvo salvaje en un garito de mala reputación.  El sevillano le había resultado de las personas más viciosas con las que había compartido sexo  y además poseía el atractivo propio de los latinos. El helvético no perdió la oportunidad de lucirlo ante los participantes del perverso encuentro  como si fuera una especie de trofeo.  

En aquella ocasión el lugar elegido para celebrar el festival sexual fue una mansión en las afueras de Seúl. Los socios convocados  más sus invitados, de acuerdo a los estatutos del club,  apenas sumaban la treintena. Se había organizado todo de manera milimétrica para que, durante los siete días que duraría su estancia, no le faltaran emociones fuertes que vivir.

Lagüe concedía a los Rainbow el privilegio de salvaguardar su identidad o mostrarse abiertamente ante el resto de asistentes, si lo deseaban.  Muchos de los asistentes, por su  estatus social o por su popularidad, no podían permitirse el lujo de salir del armario. Sin embargo, se habían vuelto tan adictos a las perversiones que se daban citas en aquellas fiestas que necesitaban transgredir las normas que su entorno más cercano les imponía. Durante el tiempo que duraban los eventos,

Lagüe había puesto  dos tipos de máscaras a disposición de los participantes. Fiel a su cultura hollywoodiense, las primeras asemejaban al metal e intentaban imitar las que lucían los protagonista  en la fiestas secretas de la    película “Eyes wide Shut”. Las segundas era una copia exacta de las de Jason, el villano de “Viernes 13”.

Berto,  sopesó lo de ponerse alguna de ellas pero no lo hizo. No se encontraba cómodo bajo ninguna de las dos identidades que él organizador le ofrecía, por lo que, consciente de la poca relevancia de su identidad entre los miembros de la élite mundial que allí se daban cita, decidió mostrar su rostro sin ningún pudor.  

Si a su  poca relevancia se le sumaba que,  que por muy patriota que  él se sintiera,  España no era un lugar importante en los mapas mentales de la mayoría de los que estaban allí , no debía temer porque nada de lo que hiciera allí tuviera relevancia negativa para él.   Por lo que harto de estar ocultando a su entorno habitual  sus más bajas pasiones, optó por  vivir la experiencia con absoluta libertad y sin tapujos ni cortapisas de ningún tipo.

El lugar escogido era un hotel de lujo que el selecto club había comprado para revenderlo una vez transcurrido su reunión anual. Una de las plantas, la primera, se había destinado para hospedar a los trabajadores que se encargaban de las labores propias de producción. La séptima eran las habitaciones de los actores y profesionales del sexo. En la décimo cuarta se encontraban las suites nupciales y habían sido designadas para los miembros del club Rainbow y sus invitados.

A lo largo de todo un mes, el resto de plantas que quedaban libres, cientos de personas habían trabajado para convertir cada estancia del hotel en los escenarios más icónicos de la industria del cine para adultos homosexual.

Durante su estancia,  Berto se sintió protagonista de todas aquellas historias que le habían excitado. Estuvo en decorados que recordaban al salvaje oeste, en una granja, una mina de carbón, un cuartel militar…

Si a una buena utilización del attrezzo, se le unía unos buenos sementales, en su gran parte  actores del cine para  adultos,  perfectamente caracterizados y dispuestos a complacer cada una de sus exigencias, la experiencia se convertía en algo irrepetible. 

Quedó tan fascinado con el universo de perversiones que allí se le presentó que, como buen niño mimado que era,  no estaba dispuesto a renunciar a volver a repetir lo vivido. Su fortuna no era nada comparable con la de ninguno de sus miembros, pero no le importó vender una filial irlandesa a un fondo buitre con tal de poder hacer la considerable donación que se le exigía.

Una vez el dinero estuvo ingresado en la cuenta del paraíso fiscal que le indicaron.   El presidente de los Rainbow Poser se encargó de promover entre sus socios  la posibilidad de que fuera  considerado miembro de pleno derecho.

Nunca llegó a sospechar que,  a pesar de su generosa aportación, tuvieron  mayor peso para su aceptación  su aspecto de macho latino y su enorme atractivo. Si a eso se le añadía que algún que otro de los Rainbow había probado su grueso miembro viril y había quedado bastante satisfecho. La simple idea de volver a tener su gorda polla en la boca o el culo, propició que votaran sí a su integración.

A partir de aquel año, planificaba para tener unos días de vacaciones que coincidieran con la reunión de aquel grupo elitista. Eventos que Lagüe, haciendo gala de su  merecido prestigio, organizaba de manera que sus participantes lo percibieran como una sorpresa constante.  Una bacanal en   donde la  palabra libertad adquiría un significado especial para los participantes, pues tenían cabida todas sus filias y perversiones de un modo que no podían ni llegar a imaginar.

La fiesta  donde conoció a Santi Ipurdituburu, era la tercera a la  que acudía y tuvo lugar en Estocolmo. En aquella ocasión, los asistentes en su inmensa mayoría habían decidido ocultar su identidad.  Solamente un empresario danés, su acompañante  y Berto eran los únicos que mostraban su rostro abiertamente. El resto, dado el carácter temático de la misma, escondía su rostro detrás de una máscara de cuero negra.

En esta ocasión habían adquirido un bloque de viviendas sociales de los años cincuenta. Habían modernizado los pisos superiores para acomodar a los Rainbow en ellas, instalado un montacargas que hacía las veces de ascensor. En  las demás plantas se hicieron pequeñas reformas. Las suficientes para que no hubiera desprendimiento de materiales, pero sin que se perdiera la atmosfera de abandonado y sucio predominante en el  edificio.

El pornógrafo había montado un conjunto de performances a las que había bautizado con  el nombre  genérico de “Pain and Glory”. En ellas se representaban todas las  variedades posibles del sexo duro. En los distintos escenarios que se habían recreado por las antiguas viviendas  se daban cita  filias tales como el sadomasoquismo, el fisting, el bondage, el waxing,  el rubber…

En la mayoría de las practicas los Rainbow no participaban, simplemente se limitaban a observar.  No obstante había un tío musculoso y peludo que se mostraba  de lo más participativo. Se había acoplado a todos y cada uno  números sexuales.

En un principio, como si lo contrario fuera un desprestigio,  adoptando el rol de activo. Pero conforme fue dejando que la lujuria se hiciera dueña de sus actos,  perdió el pudor y acabó convirtiéndose en la perra de todo semental que se le acercaba. 

Aquel hercúleo oso,  a pesar de su enorme atractivo,   no respondía al cien por cien a sus gustos sexuales. No obstante, el vicio del que aquel tipo hacía gala en todo momento, consiguió que  el deseo por poseerlo se convirtiera en una obligación. Contemplar cómo se introducía un  dildo de enormes dimensiones por el culo, al tiempo que devoraba la enorme polla de un  actor negro propició que su nabo se pusiera duro como el acero.

Preso de la lujuria, abandonó el grupo de espectadores y se acercó  a él. Le susurró  unos improperios  en inglés, pero no reaccionó, por lo que supuso que no le entendió. Concluyó que, por su aspecto, sería italiano o griego y desconocía la lengua de Shakespeare.

Sin meditarlo un segundo,   dejó que fuera su cuerpo el que hablara por él. Tras acariciarle el pecho, el abdomen, su miembro viril  y empujar un poco más la verga artificial hacia el interior de su recto,   pidió al actor sustituirlo. Una vez el semental de ébano se apartó,  sacó su miembro viril y la colocó a escasos milímetros de su boca.  

El enmascarado al ver la erecta  polla de Berto ante su rostro  se quedó un poco perplejo.  En un principio se limitó a acariciar el capullo con la  punta de la lengua  y la deslizó por el grueso sable hasta llegar a los huevos. Después se la tragó hasta el fondo y, como si estuviera poseído por el espíritu de Rob Cryston, se puso a devorarle el nabo como si no hubiera un mañana.

El sevillano no recordaba cuando había disfrutado tanto con que le comieran la churra.  No solo era excitante por el decorado y la parafernalia que le rodeaba. Sino que sentirse observado le daba un morbo tremendo y lo ponía aún más cachondo.

De manera abrupta, le sacó el cipote de la boca y le ordenó  que se sacara el objeto de goma del culo. Una vez lo hizo, posó la suela de bota en espalda  y lo obligó a adoptar de manera sumisa la postura del perrito.

Ante la atenta mirada tanto de los actores, como de los Rainbow se montó con las piernas abiertas sobre su zona lumbar  y escupió  copiosamente en su ojete. Durante unos segundos lo contempló,  su aspecto enrojecido e hinchado  se asemejaba a una herida con arma blanca que estuviera cicatrizando.

Tras llegar a la conclusión de que tenía el recto  tan castigado que una salvajada más carecía de  importancia, se la clavó de golpe. Una vez la tuvo encasquetada hasta el fondo,  comenzó a cabalgarlo  de un modo tan salvaje que incluso llegó a llamar  la atención de alguno de  los actores porno allí presentes.

La dramatización que, al mismo tiempo,  estaban llevando a cabo dos actores sobre una cruz en la que uno de los dos se encontraba sujeto con cadenas mientras el otro lo sometía a sus caprichos, pasó a un segundo plano. La tremenda follada que le estaba propinando al oso musculoso centró todo el interés de los Rainbow, que lo rodearon como si de una pelea callejera se tratar

Sentirse protagonista de la escena, enardeció su libido e infligió más energía  a sus caderas. Su churra entraba y salía del caliente orificio con tal fuerza que    hasta alguno de los asistentes se pusieron a jalearlo  como si se trataran de jugadores en una competición deportiva.

Tanto más  hondo se la metía, más parecía disfrutar aquel oso musculoso de sus embestidas. Sus gemidos de sumisión lo tenían completamente fuera de sí y era tal el ímpetu con el empujaba,  que unas gotas de sudor comenzaron a resbalar por su frente. Se sentía como un corredor de fondo, realizando el  último esfuerzo para lograr llegar a la meta y coronarse vencedor.

Uno de los socios del club, abandonó el coro que los rodeaba y con cierta chulería se  aproximó a ellos. El individuo poseía un pecho formado, unos bíceps voluminosos, un vientre marcado y unas fornidas piernas.  Pese a su  excelente forma física, ya no podía disimular que no volvería a cumplir  los cincuenta.  

 Al igual que muchos  de los asistentes, escondía su identidad bajo una máscara de cuero negro. Completaban su singular atuendo unas botas militares con una suela gruesa,  un arnés de cadenas plateadas que cubría  su pecho y un pantalón de cuero con unos botones con unos remaches  que dejaban fácilmente al descubierto su culo y su polla.

El empresario sevillano desconocía el vínculo del maduro con el enmascarado peludo a quien se estaba follando. No era otro que el socio que había invitado a Santi a la fiesta, su protector. Por lo que fue incapaz de discernir la maldad que envolvía aquella humillación pública de su amante, al que se disponía a someter a las mayores vejaciones. Una pena, porque de haberlo sabido lo habría disfrutado aún más.

El cincuentón, adoptando una pose marcial, se posicionó en frente de ellos. Empujó  con una mano la cabeza del individuo musculoso sobre la punta de sus botas. En un acto de completa sumisión,  sin poner ningún tipo de reparos y aceptando aquel escarnio  como una obligación que debía satisfacer, empezó a lamerlas.

La actitud de putita sumisa de aquel tipo, contrastaba con su físico fornido y su aspecto de macho empotrador.  Ser partícipe de  aquel acto de dominación, encendió de manera estrepitosa su libido. Hundió sus dedos en la zona exterior de sus nalgas  y  se puso a penetrarlo de un modo salvaje. Tan bestial que rozaba lo violento. 

Durante quince intensos minutos estuvo sacando y metiendo su grueso nabo en su recto. Se encontraba exhausto, pero no quería que aquello terminara de ninguna manera, por lo que  evitó todo lo que pudo el momento de la eyaculación.  En el momento que alcanzó el orgasmo, un gutural rugido escapó de la boca del sevillano  al tiempo que regaba sus esfínteres con una copiosa corrida.

Durante unos instantes sintió que le flaqueaban las piernas y un leve mareo le asaltó. Había llevado su cuerpo al límite, pero había saciado su apetito sexual como pocas veces.

Mientras recuperaba el resuello y escurría los restos de esperma de su babeante polla,  lanzó una visual a su alrededor. Se sorprendió al ver que todos los presentes estaban pendientes de él. Descubrió tanta admiración hacía él por parte de los que no ocultaban su rostro que, por unos segundos, se sintió como un diestro que hubiera realizado una buena faena en el ruedo.

La sensación de haber hecho una proeza sexual le duró poco, pues el musculoso enmascarado no  se había quedado satisfecho con la tremenda follada que le había propinado. Seguía con el culo en pompas y, por su actitud,  con muchas  ganas de que siguieran alimentando sus esfinteres con cipote del bueno.

Sin dejar de deslizar su lengua por la consistente piel del calzado  militar í, se metió un dedo en el culo, luego dos, hasta tres… En unos momentos la mitad de su mano entraba y salía de su recto a un ritmo estrepitoso. Aquella desmedida acción consiguió que su exánime  polla comenzara a llenarse de sangre.

Ver como su culo se tragaba tres de sus apéndices, puso a más de mil al tipo a quien chupaba sus botas. El cincuentón adoptó una pose casi ceremoniosa  y se metió mano al paquete, restregándose la palma de la mano por todo el bulto de manera soez.  A continuación, cuando consideró que se había endurecido lo suficiente, desabotonó la  parte delantera de su pantalón  y,  sin pudor alguno, se sacó la churra fuera. Pese a que solo lucía una leve erección, poseía una verga de unas dimensiones considerables y de lo más deseable.

Con un gesto falto de delicadeza,  tiró de los pelos de  la nuca del sumiso musculoso y apartó sus labios de sus zapatos.  Encorvando ligeramente la espalda, colocó su cabeza ante su entrepierna y le  ensartó de golpe  la polla entre los labios. Sin importarle lo más mínimo que las miradas de todos los presentes estuvieran clavadas en él,  el oso musculoso se tragó de golpe  su miembro viril hasta la parte baja del tallo.

Si, en algún momento,  la performance que efectuaban los actores sobre la cruz de madera, había captado mínimamente el interés de los socios, desde que el fornido enmascarado había sacado la putita que llevaba dentro, habían pasado a un segundo plano. Por lo que los profesionales del porno,  terminaron abandonando  lo que estaban haciendo y se unieron al círculo  de personas que observaban expectantes la espontanea escena.

El oso musculoso estaba resultando ser de más cerdo de lo que los Rainbow suponía. Muy pocas veces los miembros del club y los actores habían visto comportarse a alguien de una manera tan depravada, mucho menos sin haber un buen estipendio de por medio.

Tras engullir el gordo cipote hasta la base,  escupió una ingente cantidad de saliva sobre él y comenzó a pajearlo mientras le devoraba los huevos.  Unos segundos más tarde el carajo del cincuentón, envuelta en un mar de  calientes babas, estaba hinchado y mostraba, en toda su plenitud, una potente erección.

El militar golpeó la verga sobre la palma de su mano, el sonido y su dureza le dejó claro que ya no se le pondría más dura.  Con un gesto solemne,   apartó la cabeza del musculoso de su entrepierna con la misma brusquedad que la aproximó. A continuación, le pegó un puntapié en la barriga para que levantara su trasero del suelo. Una vez obedeció su silenciosa orden,  se colocó en su retaguardia y, dándole un guantazo en la mano, dejó libre el acceso a su encarnecido ojete.

Durante unos segundos, contemplo morbosamente lo abierto que permanecía aún   el agujero. Tal como le exigía, se lo rasuraba constantemente y no tenía ni un pequeño vello en el orificio. Hinchado y dilatado como estaba parecía una deforme boca hambrienta, que se abría y cerraba como si palpitara.

Sin dejar de masturbarse con la visión del culo de  aquel machote que sucumbía a sus deseos, acarició sus glúteos. Estaban duros y la pelusilla de vello que lo recorría le daba una apariencia de lo más morbosa.

Posó los dedos sobre la raja central y  acarició los pliegues del caliente hoyo. Lo notó levemente hinchado y bastante pringoso por la reciente corrida de Berto. Sin recató de ningún tipo, impregnó sus dedos con el  caliente fluido y  se los llevó a la nariz. Los  olisqueó brevemente y después los chupó. Durante unos segundos, saboreó los restos de esperma   como si fuera un néctar caído del cielo.

Como si probar la esencia vital del sevillano fuera la gasolina que su cuerpo necesitara para incendiarse, colocó su erecto falo en la entrada del insaciable  ano  y empujó con fuerza.  Unos escasos segundos fue lo que su nabo necesitó para deslizarse  por sus esfínteres y  que sus cojones hicieran de tope.

Fue tan brusca la penetración que un quejido seco de dolor escapó de los labios de su subyugado amante. Como el perro obediente que le habían enseñado a ser,  acató aquel suplicio como un ingrediente más del depravado juego sexual.

De nuevo,  los actores, socios e invitados se agolparon a su alrededor y, tal como si fuera una lucha de gladiadores del que solo pudieran quedar uno ,  comenzaron a jalear al  cincuentón para que lo cabalgara con más brío. El dolor y la dominación se habían convertido en el alimento más sabroso para su libido.

La máscara de cuero no solo ocultaba su identidad, sino que escondía por completo sus emociones. Su comportamiento estaba resultando el  de un autómata, frio e impersonal. Aun así, la forma de moverse, la forma de apretar la cintura del hombre con el que follaba, las ganas con las que movía las caderas, los jadeos que brotaban constantemente de su boca… dejaban claro lo mucho que estaba disfrutando con aquel desmesurado y vicioso acto.

Calibraba sus movimientos como si  ejecutara una coreografía ampliamente ensayada. Empujaba con ímpetu su pelvis contra el culo duro y redondo que se  postraba ante sí, una vez notaba que su nabo estaba encasquetado hasta al fondo, lo sacaba por completo, para volverlo a introducir enérgicamente otra vez. Todo de manera sincronizada y aderezado con algún que otro sonoro azote en las nalgas.

En el preciso momento que notó que iba alcanzar el orgasmo, . sacó su erecto  su falo del interior de su recto. Tras pajearse un poco, eyaculó  una cuantiosa cantidad de semen en la parte exterior del ano, justamente en el canal central. A continuación, como si su nabo fuera una cuchara, empujó el blanco líquido al interior del recto  y siguió follándoselo hasta que su verga perdió vigor. 

Aunque estaba exhausto, pues no se había recuperado completamente del tremendo polvo,  hizo un gesto a uno de los actores para que ocupara su sitio. Se trataba de Viktor Palerm  un latino musculoso bastante bien dotado y un machote empotrador de mucho cuidado.

El profesional del porno no había perdido detalle de la tremenda follada, pero su polla no estaba erecta del todo. El cincuentón le indicó con la mano que se aproximara para meneársela un poco. Cuando comprobó que se estaba llenando de sangre, se agachó para mamársela levemente. Esto último lo hizo más para alimentar su ego que por deseo, pues penetrar a su perra lo había dejado completamente satisfecho.

El semental enmascarado en el mismo momento que el Rainbow dio por terminado su instantánea de sexo oral, se colocó en la grupa del musculoso enmascarado. Al principio le metió un dedo para comprobar si estaba suficientemente dilatado y, tras cerciorarse de que sí,   dirigió su enorme pollón al interior de sus esfínteres. En el momento que su pelvis chocó con sus nalgas, dio una cachetada y aumentó el ritmo de sus caderas.

Uno tras otro el culo del acompañante del militar   fue taladrado por doce más de los allí presentes, daba igual que fuera socio, actor o invitado, a  la polla de todos ellos  se les daba una fabulosa bienvenida en el interior del caliente agujero.

Hubo un momento en que al cincuentón, el todos contra uno, se le volvió rutinario. Metido de lleno en el rol  de maestro de ceremonia que habitualmente adoptaba Lagüe,  llamo aparte a dos de los actores. En  un inglés bastante ininteligible,  a cambio de un buen estipendio, sin que nadie se percatara de ello, acordó con ellos el siguiente número que protagonizarían con el  musculoso del culito tragón.

Para lo que él consideraba iba a ser la traca final, había escogido  a los dos sementales mejor dotados.

Rocco Iron, un rumano musculoso de metro ochenta, con una barba negra pronunciada, tatuajes cubriendo su tórax y con una herramienta en medio de las piernas que no solo  era enorme, sino que su grosor y dureza era fuera de lo común.

El otro respondía al nombre artístico de Oil Whashington, un afroamericano rapado que  al igual que su compañero era corpulento y poseía un cipote de importante dimensiones. Su cabeza gorda y negra había destrozado miles de ojetes, sin importar lo experimentado que estuvieran.

Una vez los esfínteres  del pasivo  recibió lo decimocuarta corrida, el cincuentón impidió que el siguiente en la cola ocupara su lugar. Hizo un gesto al actor de piel oscura para que se sentara en el suelo y le dijo algo al oído a la putita del gang bang .

A continuación, el hombretón peludo,  haciendo alarde de esa actitud tan  sumisa que había venido presentando con él, se acuclilló sobre su entrepierna y se dispuso a tragarse el enorme sable con su culo.

Tal como era de prever, por muy dilatado que estuviera,  el calibre de las pollas que había albergado su ano poco o nada tenía que ver con el del gigante de ébano y, en un principio,  la enorme cabeza oscura  se negaba a entrar.  Varios intentos más sin éxito, hacían parecer aquello una tarea imposible.  

No obstante, el militar estaba empeñado en ver cumplirse su fantasía y no estaba dispuesto a renunciar a ella.  Sacó del escondite de su pantalón un bote de Popper que guardaba y, sin consultarle, ni pedirle permiso, se lo colocó delante de los orificios nasales e hizo que esnifara una ingente cantidad.

En cuanto el nitrito de isopropilo invadió sus papilas olfativas y la sensación de relax invadió su mente, la ancha cabeza no tardó en abrirse camino  por sus entrañas. El dolor era casi imposible, pero la enorme implosión de júbilo que lo invadió, hizo que  pasara a un segundo lugar.

Durante unos minutos el cuerpo del enmascarado cabalgó al de Oil, daba la sensación que era él quien se follaba al actor del tremendo pollón. Que era  su culo se tragaba el enorme dolmen hasta la base y que el semental de ébano se limitaba a ser su juguete de placer.  El circulo se cerró de nuevo contra ellos y los presentes volvieron asumir el rol de voyeur. La gran mayoría ya se había corrido, pero ello no  quería decir que sus ganas de morbo y de sexo cerdo hubieran disminuido.  

A una señal del “maestro de ceremonias”,  Rocco se colocó detrás del enmascarado y colocó su cipote en la entrada de su recto. Al principio el tipo protestó  un poco, pero una potente esnifada de Popper le hizo perder sus reparos porque le reventaran el culo y se entregó  por completo a una doble penetración que se le antojaba tan poco plausible, como dolorosa.

Quizás porque ya su ojete se había abierto lo suficiente con el mástil de carne de Oil, o porque la ingente cantidad de semen que tenía en su interior funcionó como el mejor de los lubricantes. Al tercer intento, el trabuco del rumano taladraba el orificio del enmascarado y se rozaba con el del afroamericano, disputando  con cada estocada un poco más de espacio dentro del estrecho agujero.

Los profesionales de la industria del porno estaban atónitos ante la capacidad que aquel ano tenía para dilatarse. Conocían la inmensa preparación que necesitaba una doble penetración y aquel tío se estaba tragando dos pollas de un grosor bastante respetable casi sin apenas dificultad.

Para mayor asombro de los espectadores, el enmascarado, lejos de estar sufriendo un suplicio, estaba gozando con aquella salvajada. Tanto, que en un momento determinado comenzó a gemir como un poseso y se corrió sin tocarse.

Dolorido, destrozado y preso del agotamiento  se levantó y se tumbó en el suelo boca arriba.  Momento que Rocco aprovechó para  ponerse de píe sobre él y hacer como que se pajeaba para correrse sobre él. Sin embargo, no estaba lo suficientemente estimulado para alcanzar el orgasmo y decidió sustituirlo por otro tipo de fluido. Un potente chorro de líquido amarillo brotó de su uretra y regó su pecho.

El tipo, a pesar de lo exhausto que estaba, al notar los meados empapar su tórax, soltó un exabrupto en vasco que no pasó desapercibido por Berto, que se dio cuenta de aquel hombre era paisano suyo. 

Débilmente,  como si fuera una loción con propiedades beneficiosas para la piel, extendió el caliente fluido por su pecho.  Acto seguido les hizo un gesto  a todos los allí presente para que se unieran al actor y le regalaran una lluvia dorada colectiva.

Berto se excitó al ver la escena y aunque no tenía demasiadas ganas de orinar, terminó regando con el amarillo líquido al “Aiba la ostia”. Aquel tipo había pasado de ser un personaje anónimo a alguien cuya identidad le interesaba conocer. Mientras observaba como su  chorro de orín resbalaba por la máscara de cuero, pensó que no se iría de allí sin descubrir de quien se trataba. Sin importarle cuánto dinero y tiempo tuviera que invertir en ello.

El círculo vicioso se da la vuelta y se hace un nudo

No puedo olvidar el ardiente deseo

Porque la noche pertenece a los amantes

Porque la noche pertenece al amor

Continuará en: Vogue

3 comentarios sobre “Porque la noche es de los amantes (Nueva version mejorada)

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