Sexo duro (1 de 4) Versión no definitiva

El último año ha sido un verdadero suplicio para Elisa y, según podía intuir, parecía que las cosas no iban a mejorar lo más mínimo. Lo peor, ha dejado de creer en la Justicia y, aunque el dura camino que le queda por recorrer ella hubiera preferido afrontarlo sola, el apoyo de su ex en estos últimos meses fue decisivo, pues había empezado a hundirse en un pozo de depresión y cada vez tenía menos fuerzas para plantar cara a las circunstancias.

Ella, a sus treinta y cinco años,  siempre se había considerado   una persona segura de sí misma, una profesional triunfadora, alguien quien no le tenía miedo a los retos y a las dificultades que la vida pudiera ponerle por delante. Ahora parece que ya no queda nada de esa mujer fuerte y competente, pues ha terminado convirtiéndose en una sombra de lo que fue. Una persona indecisa e incapaz de enfrentar el nuevo día sin la ayuda de su dosis de Escitalopram, alguien que vive inmersa en un pánico constante y para quien cada cambio en su rutina se convierte en una dura prueba a superar.

Una tarde, al volver del trabajo, su mundo se volvió de revés. Desde aquel fatídico día, su estado de ánimo se ha sumido en un vértigo constante y, aunque intenta seguir haciendo su vida normal, una inagotable sensación de nauseas no para de agitarse en la boca de su estómago. Máxime cuando intenta asimilar no solo que  el causante de su desdicha haya quedado en libertad y libre de cargos, sino que  hoy se deberá enfrentar a un veredicto que puede acabar destrozando su futuro de la peor de las maneras.

En su sana prepotencia no llegó a considerar que las adversidades podían superar su coraje y le tocaría desempeñar el papel de víctima. Un rol que ella siempre había atribuido a los débiles, a los fracasados. Nunca pensó que superar las ganas de llorar sería a lo primero que se enfrentaría cada mañana.

Ha tenido que  llegar a sufrir en sus propias carnes la maldad que habita intrínsecamente en algunos miembros de nuestra  sociedad, para darse cuenta que no era la mujer emprendedora y capaz que ella suponía ser,  sino que simplemente muchas cosas le habían venido dadas por su estatus social y por su ambiente familiar. Aprendió, y por las malas, que no hay mejor cura para la humildad, que darse de bruces con la verdad que se ignora.

Mientras se termina de poner un sobrio traje para ir al juzgado, las lágrimas claman por salir de sus ojos, aprieta los dientes, traga saliva e intenta ocultar el pánico que bulle en su rostro bajo una tenue capa de maquillaje.

Ir a los tribunales, pese a que lo está haciendo de modo muy habitual últimamente, es algo a lo que no se termina de acostumbrar. Cada vez que pone un pie en aquel organismo público, los fantasmas de su fatídica experiencia vienen a visitarla. Mientras se abrocha el último botón de la adusta chaqueta no puede reprimir recordar el fulminante instante que cambió su mundo por completo y la transformó en la persona insegura que es ahora.

Sucedió a finales del verano pasado, un lunes de septiembre como otro cualquiera. Volvía a casa después de un duro y agotador día en la oficina.  Las noches ya empezaban a refrescar y sobre la camisa blanca, llevaba una chaqueta azul a juego con la falda de tubo que tanto le favorecía. Subida a unos elegantes  tacones no demasiado altos,  daba la  imagen ideal de una triunfadora   ejecutiva.

 La suposición de que los negocios le iban bien no podía estar más lejos de la realidad. Desde que inició los trámites del divorcio y decidió comprarle a su marido su parte de la empresa de software informático que compartía con él, todo comenzó a ir cuesta abajo y sin frenos.

El número de nuevos clientes no solo iba disminuyendo progresivamente, sino que, sin motivo aparente, muchos de los veteranos se estaban dando de baja en su sistema de mantenimiento y revisión de programas. Las deudas estaban arrinconando cualquier posibilidad  a proyectos futuros  y  si la compañía que dirigía antes siempre fue rentable,  ahora se había convertido en una aplastante losa sobre su economía personal. Ni quería, ni podía fallar a la confianza que sus padres habían depositado en ella.

La ciudad, tras un verano desolador, volvía a ser un hervidero de gente y vehículos que iban de un lado para otro. Con las calles atestadas de tráfico y de gente que tenía las mismas prisas que ella, tardó en llegar a casa más de lo previsto, lo que aumentó su más que galopante stress.

Con la mente inmersa en intentar encontrar un remedio a sus  acuciantes problemas financieros y a los que, por más vueltas que le daba, no les veía solución, entró en los aparcamientos del bloque de pisos donde vivía y estacionó el coche en su plaza de garaje de  una manera tan mecánica que parecía que hubiera puesto el piloto automático.

Se bajó de su vehículo y avanzó por aquel sótano, poco iluminado, mal ventilado y donde reinaba un asfixiante olor a gases de carburante quemado. Distraída y bastante cansada, no se percató de la presencia de un individuo con gafas de sol y gorra que acechaba entre las sombras,  y que, nada más verla llegar, salió  raudo a su paso.

Se acercó a ella caminando firme y, antes de que pudiera ser consciente con lo que estaba sucediendo, le tenía taponada la boca con la mano. Consternada por lo repentino que ocurría todo, apenas pudo oponer resistencia y, una vez le rodeó con el otro brazo los codos y la cintura,  su atacante consiguió inmovilizarla casi de inmediato.

— ¡Zorra, has tardado más de lo esperado! Pero no te preocupes que ha sido verte y saber que la pena ha merecido la pena. No sé por qué, pero pensé que eras más alta —A pesar de lo insultante de sus palabras, la   ronca voz del individuo que la agredía   intentaba sonar seductora —. Sin embargo, no te preocupes porque veo que los buenos melones  con los que tantas veces me he pajeado, son tal como los había imaginado. ¡Joder, cabrona, qué pedazo de tetas te gastas! ¡Ufff!

En un parpadeo pasó de la sorpresa al terror. Sin éxito alguno, intentó zafarse de la  formidable presa que le había practicado su atacante. Por lo que pudo comprobar de inmediato, era un tipo  bastante fornido y con una fuerza acorde a su corpulencia, por lo que escasa o nula oposición pudo hacerle alguien tan delgada y endeble como ella.

El individuo, a quien todavía no había conseguido ver la cara, se pegaba a su cuerpo como una lapa y restregaba unos endurecidos genitales contra sus nalgas de un modo de lo más vulgar y soez.  Durante unos segundos dejó  de aprisionarla contra su cuerpo, sacó un pañuelo de cuello de su bolsillo y amordazó la boca de Elisa con él.

Si en un principio, su primera reacción fue resistirse ante el fulminante ataque, conforme se encontró más sumida en aquel callejón sin salida que era la intimidadora presencia de su agresor, quien había conseguido someterla en unos pocos segundos, comenzó a comportarse de modo más sumiso. Fue como si su cerebro elucubrara las posibles consecuencias de su posible forcejeo y le ordenara no rebelarse. Tenía la partida perdida y lo único que conseguiría  rebelándose sería  llevarse algún que otro lacerante golpe o algo peor.

Completamente bloqueada , con el corazón palpitándole de manera exagerada y con una tremenda sensación de ahogo,   dejó que aquel individuo hiciera con ella lo que quisiera. Le daba igual que si lo que buscaba era robarle, abusar de ella o acabar con su vida, lo único que deseaba es que, se tratara de lo que se tratara, fuera breve y rápido. Ser un pelele en manos de otra persona era más de lo que podía soportar y suplicaba en silencio que todo aquello acabara cuanto antes mejor.

Con los cinco sentidos en situación de alerta, cualquier sonido, cualquier aroma se convirtió en relevante. Huellas que quedarían clavadas en su recuerdo por más tiempo del que hubiera deseado.

Al contrario que lo que ella esperaba en alguien de aquella ralea, aquel tipo no exhalaba el fuerte hedor del alcohol o la nicotina, ni siquiera olía a sudor agrio, sino que al contrario, despedía una grata fragancia de un delicado perfume masculino.   En el momento que   le aproximó su boca a la cara, pudor percibir que su aliento emanaba un aroma a menta de lo más agradable, como si se hubiera tenido la gentileza de tomarse para el mal aliento un chicle o un caramelo antes de asaltarla.

Tras atarle las manos y los pies con sendos pañuelos de cuello, buscó un lugar apartado dentro del garaje, lejos de miradas no deseadas y donde nadie pudiera interrumpirlo.

Al verse arrastrada a la fuerza por el escabroso pavimento del parking, el pánico comenzó a gobernar su cuerpo y, como si se hubiera quedado parada en el tiempo, se convirtió en una marioneta en manos de su agresor, a quien permitió que hiciera lo que le viniera en ganas con ella.

Una vez llegaron al sitio elegido por su atacante, pudo verle por primera vez la cara de un modo más o menos nítido. Se trataba de un individuo de unos cuarenta años, con unas facciones recias, una barba recién afeitada   y cabello corto. Unas entradas prominentes y unos ojos claros eran sus rasgos más característicos. Ni tenía cara de trastornado, ni parecía un delincuente salido de un barrio marginal, al contrario, tenía un aspecto de lo más normal.

Pese a su maquiavélica sonrisa, la lujuria que brillaba en sus ojos y el perverso gesto que asomaba en su rostro, no lograba ver en aquel hombre ni al malhechor ni el enfermo que suponía que sería alguien capaz de acometer un acto tan vil como aquel. Inferir que los monstruos no debían parecer serlo, consiguió que todavía estuviera más aterrorizada aún.

Si el estupor y el terror por no saber qué sería de su vida después de aquello, no la hubiera embargado, habría llegado a pensar que incluso era bastante atractivo, físicamente se parecía bastante a su prototipo de hombre. Con el añadido de que, en cada uno de sus gestos, estaba presente ese aire de chulo barato que a ella tanto le ponía   en el género masculino.

—Chochitotravieso —Le dijo entre balbuceos y suspiros, mientras sobaba contundentemente sus tetas —, ¿no sabes cuánto tiempo llevo esperando esto? Me tenías tan cachondo que me la he tenido que menear antes de venir, pero no te preocupes, ya se me ha vuelto a poner dura y te voy a dar polla hasta que te salga por las orejas. Vamos a echar un polvo que a ninguno de los dos se nos va a olvidar en un buen tiempo.

Las bruscas palabras retumbaron en el cerebro de Elisa como un salmo satánico, sin poderlo evitar el miedo comenzó a corromper su raciocinio como si se tratara de un veneno mortal.  Ni comprendía, ni quería saber a qué se debía aquella familiaridad de su atacante con ella. Simplemente anhelaba escapar de allí, sin embargo, con su voluntad reducida a poco más que nada, rogaba en silencio porque lo que tuviera que pasar, sucediera lo más pronto posible. Le daba igual dejar este mundo, lo único que quería es que fuera cuánto más rápido mejor.

Como si no pudiera contener la pasión que bullía en su interior,   su agresor agarró su camisa por las solapas, pegó un fuerte tirón de ella y arrancó de cuajo todos  los botones de la delicada prenda. Con el torso casi al descubierto, su sensación de indefensión fue a mayor.  Los ojos del depravado se posaron en sus dos voluminosos y sensuales senos, cubiertos mínimamente por un escueto sujetador blanco, se deslizaron por su vientre plano y se terminaron deteniendo en la parte superior de su pelvis, que asomaba por encima de la falda.

—¡Joder, qué buenas peras tienes, cabrona! ¡Si supiera las buenas pajas me he hecho pensando en ellas!

Las enormes manos estrujaron sus pechos como si quisiera absorber con la yema de los dedos su esencia. Era tanta la presión que ejercía sobre ellos, que no pudo evitar emitir unos quejidos de dolor. Quejidos que su asaltante terminó interpretando de una manera bien distinta.

—¡Te mola como te toco las peras, guarra!, ¿ein? ¡Chochito, estás mucho más buena en vivo y en directo que en las fotos! ¡Joder, cómo me voy a poner!…

Lo de las fotos hizo pensar a Elisa que aquel tipo era un acosador que llevaba tiempo vigilándola, de ahí la familiaridad con la que aquel maniático le hablaba, pues en su enferma mente había creado un escenario donde parecía conocerla   de mucho tiempo antes e incluso habían desarrollado cierta confianza.

Cuando le desnudó las tetas y comenzó a mordisquearlas, una amalgama de sensaciones diferentes recorrieron su cerebro; por un lado aquel tipo sabía dónde tocarla y cómo, por otro sentía nauseas porque alguien sin su consentimiento se atreviera a traspasar la frontera de su intimidad. Inmovilizada como estaba, con la sensación de que cada vez le faltaba más el oxígeno y con una  incesante punzada en su cabeza que le impedía pensar con total claridad , se limitó a gemir de un modo tal que parecía que estuviera disfrutando con todo aquello que su atacante le estaba realizando.

—Zorra, ¿te gusta cómo te lo hago, ein? Naboduro aprende pronto y cuando las perras como tú, me lo ponen fácil diciéndome las guarradas que les gusta, mucho antes — Ante la violencia dialéctica del desconocido, los ojos de Elisa parecía que se quisieran salir de las cuencas —. ¡Uy, cómo me pone que pongas esa cara de pollita remilgada! Pero ya sé lo puta que eres, así que por mucho que intentes disimular, a mí no me engañas y sé que te mola cantidad que te trate como la guarra que eres…

Volvió a hundir su cabeza entre sus senos, a mordisquearlos y estrujarlos entre sus dedos. El individuo, a pesar de lo poco cuidado de su vocabulario, a pesar de que estaba tomándola por la fuerza…parecía conocer sus zonas erógenas al dedillo  e incluso con su corazón palpitando contundentemente y con sus pulmones trabajando de manera enérgica, la mujer cada vez se acercaba más a la frontera del placer. Un placer no deseado, pero placer al fin y al cabo. Irreflexivamente notó que los pezones se le ponían duros y las paredes de su vagina comenzaban a palpitar.

Intentó controlarse, no sucumbir, pero su cuerpo parecía ir por su cuenta y riesgo. Aunque intentaba dominar sus reacciones ante las gratificantes sensaciones que le estaban suministrando, unos espasmos involuntarios le dejaron claro al desconocido que estaba gozando.

Sin dejar de masajear sus pechos, deslizó su boca por el canalillo de estos y regó todo su abdomen hasta llegar a su ombligo.  Allí se entretuvo del modo que a ella le gustaba que su ex se lo hiciera, como si fuera una especie de antesala para el sexo oral. Durante unos intensos segundos estuvo besando su vientre, empapando el pequeño timbre de su barriga con su saliva y masajeando sus caderas de un modo de lo más gratificante. Poco a poco,  una sensación de vértigo constante la dominó, fue olvidando la sensación de asco que le producían los labios y las manos  del desconocido al rozar su piel, para terminar dejándose llevar inconscientemente hacia un lugar al que no deseaba ir.

 

Continua en la segunda parte.

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10 comentarios sobre “Sexo duro (1 de 4) Versión no definitiva

  1. Sinceramente, me sabe muy mal tener que leer este relato hoy en día con los problemas que hay con la violencia de género. Me sabe muy mal además porque escribes muy bién, mucho. Los dos sabemos que es ficción y que una cosa es la ficción y otra la vida real. Pero hay ficciones que no son válidas para los relatos eróticos. Verdad que no escribirías sobre una niña o un niño pequeño? sobre como disfruta cuando lo/a violan? estoy seguro de que no lo has hecho con ninguna mala intención, es más si la tuvieras no lo hubieras publicado. Supongo que la introducción es para concienciar de como queda de destrozada esa persona después así que entiendo que algo te preocupa el tema. Se nota de tu relato que eres una persona sensible. Por favor, vuelve a pensar si este relato es necesario publicarlo o si podemos optar por ponernos cachondos con algo que no haga sufrir tanto a las personas. Te lo pido amablemente.

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    1. Marmot, te invito a que leas el relato más despacio y te fijes en todo lo que dice, en ningún momento mi intención es hace apología de la violencia de género. De hecho, si despierta en ti ese asco hacia la violación, creo que he conseguido lo que quería que era hacerle ver a cierto tipos de lectores de este género que no todo vale a la hora de recrear una ficción (ya sea escrita o filmada).
      En las siguientes partes, que me gustaría que leyeras. Verás que el relato es un brindis al sol por la lucha feminista.
      Un saludo y gracias por comentar.

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  2. No lo continúes, por favor. Estás fomentando las violencia de género. Sé que no lo haces con mala intención, pero este relato tiene muchas lecturas. La tuya es que es ficción y ya avisas de que la chica luego sufre. Pero la de muchos otros puede ser que la chica disfruta y les puede dar malas ideas. Te lo digo con respeto y con educación. No escribas el siguiente y eliimina este. Todos nos podemos equivocar. Escribirías uno de un menor abusado que aunque su mente lo rechaze su cuerpo disfrute? pues eso también pasa en los niños. Por favor. Hay mil situaciones más sobre las que escribir para fomentar el erotismo y la libertad sexual. Además escribes muy bién, así que sigue, pero elije otro tema…

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  3. Gracias por tu respuesta, esperaré al siguiente y comentaré de nuevo de forma crítica y constructiva expresando mi opinión. Acepto completamente tú argumento. Que sepas, que escribes muy bién, estás en favoritos y voy a continuar leyendo tus demás relatos. Gracias de nuevo (que tengas buenos regalos)

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    1. De nada, hombre. Está escrita al completo. Si la he dividido en cuatro partes ha sido para facilitar su lectura desde el móvil.
      Muchas gracias por tus deseos y espero que tú también tengas buenos regalos. Aunque en mi caso me parece que no, porque he hecho unas cuantas fechorias.

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  4. Feliz año Sr Machi.
    Ya hemos visto que no publica en Todorelatos. Por lo que quien quiera leerlo, tendrá que entrar en su página que es más bonita y con muchos más dibujitos.
    Nos ha encantando el relato de esta violación, tan lejos de la realidad (la Manada) que ha contado usted. Esperamos seguir leyendo las siguientes partes y que termine mejor que la vida real.
    Francisquito dice que le pregunte si los Reyes magos que usted ve, son los miarma o los de su pueblo.
    Muchos regalos y muchas felicidades.
    Esperamos que este año los Reyes lleguen tres y se vayan cinco ( y las mujeres también, ji, ji, ji)

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    1. Ante todo Feliz año, se ha echado de menos vuestro comentario últimamente.
      Con “Sexo duro” no esperéis un final feliz, aunque creo que, si consigo lo que he querido, os puede impactar.
      Los Reyes los veo todos. Los de Sevilla, los de Mairena, Alcalá, Dos Hermanas, por ver, veo hasta los del Canal Sur. Eso sí, el único día que nos lo veo, será que también creo en Papa Noel, es el día de Navidad y eso que lo ponen en todos los canales.
      Mi mejor deseo para que los Reyes os dejen regalos y se lleven a sus compatriotas españoles con ellos.

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